Los niños de mi campo de refugiados de Gaza rara vez tenían miedo de los monstruos, sino de los soldados israelíes. Esto es lo único de lo que hablábamos antes de irnos a la cama. A diferencia de los monstruos imaginarios que había en el armario o debajo de la cama, los soldados israelíes son reales y pueden aparecer en cualquier momento: en la puerta, en el tejado o, como ocurría a menudo, en medio de la casa.
La reciente y trágica muerte de un niño de 7 años, Rayyan Suleiman, un niño palestino de la aldea de Tuqu, cerca de Belén, en la Cisjordania ocupada, despertó muchos recuerdos. El pequeño, de piel aceitunada, rostro inocente y ojos brillantes, cayó al suelo mientras era perseguido por soldados israelíes, que lo acusaban a él y a sus compañeros de lanzar piedras. Cayó inconsciente, la sangre brotó de su boca y, a pesar de los esfuerzos por reanimarlo, dejó de respirar.
Este fue el abrupto y trágico final de la vida de Rayyan. Todo lo que podría haber sido, todas las experiencias que podría haber vivido, y todo el amor que podría haber impartido o recibido, todo terminó de repente, mientras el niño yacía boca abajo en el pavimento de una carretera polvorienta, en una aldea pobre, sin experimentar ni un solo momento de ser verdaderamente libre, o incluso seguro.
Los adultos a menudo proyectan su comprensión del mundo en los niños. Queremos creer que los niños palestinos son guerreros contra la opresión, la injusticia y la ocupación militar. Aunque los niños palestinos desarrollan una conciencia política a una edad muy temprana, a menudo sus acciones de protesta contra el ejército israelí, sus cánticos contra los soldados invasores o incluso sus lanzamientos de piedras no están motivados por la política, sino por algo totalmente distinto: su miedo a los monstruos.
Esta conexión me vino a la mente cuando leí los detalles de la desgarradora experiencia que Rayyan y muchos de los niños del pueblo soportan a diario.
Tuqu es una aldea palestina que, antaño, existía en un paisaje incontestado. En 1957, el asentamiento judío ilegal de Tekoa se estableció en tierras palestinas robadas. La pesadilla había comenzado.
Las restricciones israelíes sobre las comunidades palestinas de esa zona aumentaron, junto con la anexión de tierras, las restricciones de viaje y la profundización del apartheid. Varios residentes, en su mayoría niños de la aldea, fueron heridos o asesinados por soldados israelíes durante repetidas protestas: los aldeanos querían recuperar su vida y su libertad; los soldados querían garantizar la continua opresión de Tuqu en nombre de salvaguardar la seguridad de Tekoa. En 2017, un joven palestino de 17 años, Hassan Mohammad Al-Amour, fue asesinado a tiros durante una protesta; en 2019, otro, Osama Hajahjeh, resultó gravemente herido.
Los niños de Tuqu tenían mucho que temer y sus temores eran todos fundados. El trayecto diario a la escuela, realizado por Rayyan y muchos de sus compañeros, acentuaba estos temores. Para llegar a la escuela, los niños tenían que cruzar la alambrada militar israelí, a menudo vigilada por soldados israelíes fuertemente armados.
A veces, los niños intentaban esquivar la alambrada para evitar el aterrador encuentro. Los soldados lo preveían. «Intentamos atravesar el campo de olivos que hay junto al camino, pero los soldados se esconden entre los árboles de allí y nos agarran», citaba un niño de 10 años de Tuqu, Mohammed Sabah, en un artículo de Sheren Khalel, publicado hace años.
La pesadilla se prolonga desde hace años, y Rayyan vivió durante más de un año ese viaje de terror, de soldados que esperan detrás de los alambres de púas, de misteriosas criaturas que se esconden detrás de los árboles, de manos que agarran los pequeños cuerpos, de niños que gritan llamando a sus padres, suplicando a Dios y corriendo en todas direcciones.
Tras la muerte de Rayyan, el 29 de septiembre, el Departamento de Estado de Estados Unidos, el gobierno británico y la Unión Europea exigieron una investigación, como si la razón por la que el pequeño sucumbió a sus miedos paralizantes fuera un misterio, como si el horror de la ocupación y la violencia militar israelí no fuera una realidad cotidiana.
La historia de Rayyan, aunque trágica más allá de las palabras, no es única, sino una repetición de otras historias vividas por innumerables niños palestinos.
Cuando Ahmad Manasra fue atropellado por el coche de un colono israelí y su primo, Hassan, murió en 2015, los medios de comunicación y los apologistas israelíes avivaron el fuego de la propaganda, afirmando que Manasra, de 13 años en ese momento, era una representación de algo más grande. Israel afirmó que Manasra fue abatido por intentar apuñalar a un guardia israelí, y que tal acción reflejaba un odio palestino profundamente arraigado hacia los judíos israelíes, otra prueba conveniente del adoctrinamiento de los niños palestinos por su supuesta cultura violenta. A pesar de sus heridas y su corta edad, Manasra fue juzgado en 2016, y fue condenado a doce años de prisión.
Manasra procede de la ciudad palestina de Beit Hanina, cerca de Jerusalén. Su historia es, en muchos aspectos, similar a la de Rayyan: un pueblo palestino, un asentamiento judío ilegal, soldados, colonos armados, limpieza étnica, robo de tierras y verdaderos monstruos, por todas partes. Nada de esto importó al tribunal israelí ni a los medios de comunicación corporativos dominantes. En cambio, convirtieron a un niño de 13 años en un monstruo, y utilizaron su imagen como cartel del terrorismo palestino enseñado a una edad muy temprana.
La verdad es que los niños palestinos tiran piedras a los soldados israelíes, ni por su supuesto odio inherente a los israelíes, ni como actos puramente políticos. Lo hacen porque es su única forma de enfrentarse a sus propios miedos y de aceptar su humillación diaria.
Justo antes de que Rayyan consiguiera escapar de la multitud de soldados israelíes y fuera perseguido hasta su muerte, se produjo un intercambio entre su padre y los soldados. El padre de Rayyan dijo a Associated Press que los soldados habían amenazado con que, si Rayyan no se entregaba, volverían por la noche para detenerlo junto con sus hermanos mayores, de 8 y 10 años. Para un niño palestino, una redada nocturna de soldados israelíes es la perspectiva más aterradora. El joven corazón de Rayyan no pudo soportar esa idea. Cayó inconsciente.
Los médicos del cercano hospital palestino de Beit Jala tenían una explicación médica convincente de por qué Rayyan ha muerto. Un especialista en pediatría habló de un aumento de los niveles de estrés, provocado por un «exceso de secreción de adrenalina» y un aumento de los latidos del corazón, lo que provocó una parada cardíaca. Para Rayyan, sus hermanos y muchos niños palestinos, el culpable es otro: los monstruos que vuelven por la noche y aterrorizan a los niños que duermen.
Lo más probable es que los hermanos mayores de Rayyan vuelvan a las calles de Tuqu, con piedras y hondas en la mano, dispuestos a enfrentarse a sus miedos a los monstruos, aunque paguen el precio con sus propias vidas.
Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen al autor y no reflejan necesariamente la política editorial de Monitor de Oriente.
Ramzy Baroud es periodista, autor y editor de Palestine Chronicle. Es autor de varios libros sobre la lucha palestina, entre ellos «La última tierra»: Una historia palestina (Pluto Press, Londres). Baroud tiene un doctorado en Estudios Palestinos de la Universidad de Exeter y es un académico no residente en el Centro Orfalea de Estudios Globales e Internacionales de la Universidad de California en Santa Bárbara. Su sitio web es www.ramzybaroud.net.