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Fábula del oso y el rey probeta

Fuentes: Colectivo Cádiz Rebelde

A punto de cumplirse medio año del medieval espectáculo áulico-religioso protagonizado por el dinámico dúo Letizia y Felipe (o Felipe y Letizia, que tanto monta) con motivo de sus principescas nupcias y ofrecido urbi et orbi por Falsimedia, los enanos siguen creciendo como secuoyas en el gran circo de la monarquía naranjera. Si mucho fue […]


A punto de cumplirse medio año del medieval espectáculo áulico-religioso protagonizado por el dinámico dúo Letizia y Felipe (o Felipe y Letizia, que tanto monta) con motivo de sus principescas nupcias y ofrecido urbi et orbi por Falsimedia, los enanos siguen creciendo como secuoyas en el gran circo de la monarquía naranjera. Si mucho fue el morbo que despertó en la plebeya ciudadanía de este país de las maravillas el agitado currículo sentimental de la hoy princesa de Asturias (divorcio, convivencias, posados pictóricos y saraos varios), la cosa promete multiplicarse por el número pi. Sobre todo, después de que la presunta periodista Karmele Marchante insinuara en el programa «Crónicas Marcianas» que Letizia Ortiz Rocasolano coló de matute en La Zarzuela un ligado de trompas de Falopio que le incapacita para su principal función, la tarea para la que fue contratada, a saber: la concepción y cría de la personita destinada a ocupar algún día el trono de las Españas. Ya inmersos en el hipotético escenario, no me negarán ustedes que el asunto tiene gracia a borbones, perdón, quiero decir a borbotones. Porque parece como si el cívico vudú republicano de las silenciadas, pero multitudinarias, concentraciones primaverales contra el evento, hubiese hecho efecto al fin y al cabo. Efecto retardado, claro, para que no desentone con el paisaje. Piensen por un momento que, con lo que son, tuvieran que recurrir a la fecundación in vitro para continuar la dinastía. Un rey probeta es lo que les faltaba. Más que de zarzuela, el panorama sería de ópera bufa, o sea. Desde luego, el supuesto lanzado por la tal Marchante -marchante de rumores que, a veces, acaban confirmándose- no habrá gustado en absoluto al parque inmóvil de la monarquía carpetovetónica. Sería el acabose constitucional y no conviene jugar con las cosas de comer. Si no, deténganse ustedes a reflexionar sobre lo poco que se ha hablado en los medios -cuartos y traseros, deberían llamarse- sobre la otra boda habida en la familia. Me refiero a la de la modelo Laura Ponte y el no menos modélico Beltrán Gómez-Acebo, sobrino del actual monarca y primo hermano del futurible. Se nota que alguien de las alturas les ha leído la cartilla de racionamiento informativo.

Pero es, sin duda, el propio Juan Carlos I (o, como le apoda mi párvula sobrinita con su certera lengua de trapo, «Juan Carlos Palote») el que más está contribuyendo a llenar de contenido el capítulo contemporáneo de la pintoresca leyenda que acompaña a la estirpe borbónica desde Felipe V.
Aburrido ya de los conejos, se ha pasado a la caza mayor. Así, gracias a su proverbial puntería (demostrada ampliamente en su niñez) y utilizando las peculiares técnicas de captura que le enseñara su mentor -gran experto en la ejecución masiva de salmones y de personas-, hace algunos meses mató en Polonia a un pobre bisonte europeo (especie en serio peligro de extinción) al que, previamente, manos cortesanas habían situado en la línea de tiro de su rifle. Dos cuernos a añadir en su cuaderno de cacerías. Suma y sigue.
Sigue, porque ahora ha trascendido que, en Rumania, su católica majestad ha acabado con la vida de varios osos (los testigos afirman que fueron nueve, entre los que se encontraba una hembra en estado de gestación), abatiendo, además, a un magnífico ejemplar de lobo transilvano, pasándose la Directiva Hábitats de la Unión Europea por sus reales partes. Sigue y suma.
Suma, porque detrás de la escabechina, se encuentra, como suele, el vil metal. Porque supongo que saben que en los actos y celebraciones de élite, en los que se cobran precios astronómicos por participar -pero, sobre todo, en esos más restringidos, en los que se deciden los grandes negocios que esquilman el planeta-, es habitual que los organizadores paguen a los famosos, según su caché, para que asistan como reclamos. Y si eso es así en el mundillo del vulgar colorín socio-político, imaginen qué tarifas se manejarán entre los monarcas que se prestan al descorche.
Poco antes de su muerte, tuve el honor de conocer personalmente a don José Bergamín. Valgan sus palabras como moraleja de esta fabulita articulada: «Mi mundo no es de este reino».