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El debate Cheney-Edwards

Fábula del tigre y la paloma

Fuentes: Rebelión

El debate entre el vicepresidente Cheney y el aspirante Edwards debe ser visto como un entreacto entre dos episodios del debate presidencial en curso que tendrá su segundo capítulo el próximo viernes. De una parte Cheney, un barril de grasa con cuatro operaciones a corazón abierto y del otro lado el juvenil y atlético Edwards. […]

El debate entre el vicepresidente Cheney y el aspirante Edwards debe ser visto como un entreacto entre dos episodios del debate presidencial en curso que tendrá su segundo capítulo el próximo viernes.

De una parte Cheney, un barril de grasa con cuatro operaciones a corazón abierto y del otro lado el juvenil y atlético Edwards. De una parte un hombre de negocios envilecido por el poder, cómplice de chanchullos, maquinaciones y contubernios para explotar su posición política. Del otro, un abogado lozano que se ha distinguido por ganar pleitos de individuos vulnerables, agraviados por las grandes corporaciones.

Cheney, un tigre siniestro y del otro lado Edwards una paloma candorosa. La fiera iba a despedazar al aprendiz, es lo que todos esperábamos. Pero resultó lo opuesto. La mansa paloma desplegó ametralladoras bajo sus alas y el experimentado embaucador se quedó sin palabras en más de una ocasión.

Tras el debate Kerry-Bush, ampliamente dominado por el pretendiente, las encuestas comenzaron a arrojar una ganancia notable del candidato demócrata. Quizás eso explique el pánico de la pandilla de la Casa Blanca ante la posibilidad de perder otro debate y comenzar la cuesta abajo definitiva en la predilección de los electores. Es, quizás, por ello que los propagandistas del régimen de las petroleras han proclamado que hubo un empate, cuando la realidad es que Edwards vapuleó a Cheney, que se quedó en varias ocasiones sin respuesta que ofrecer ante los ataques demoledores que sufría.

Las encuestas son disparejas. Para la ABC ganó Cheney con un 43 % y sólo 35% para Edwards. La CBS, sin embargo, dio ganador a Edwards con un 41% y le concedió a Cheney sólo el 29%. Lo cierto es que Edwards maneja un lenguaje coloquial que hace más comprensibles las ideas abstractas, que simplifica de manera clara los complejos problemas de gobierno y estrategia. Edwards es un populista con un destino marcado, un astro en evolución. Cheney es un buey cansado que habla con la lengua de trapo de los burócratas.

En varias ocasiones Edwards dejó sin resuello a Cheney como cuando habló de los jugosos contratos de Halliburton en Irak, obtenidos sin licitación previa. Cheney solamente hablaba de las elecciones iraquíes, que todos saben sobradamente que han sido organizadas como un tinglado de saltimbanquis, para distraer a un público que quiere creer en la «democracia y la libertad». Unas elecciones organizadas en torno al títere Allawi a quien todos reconocen como un notorio y antiguo agente de la CIA.

Al hablar de economía Edwards habló de 1.6 millones de empleos perdidos en el sector privado y 2.7 millones de puestos de trabajo volatilizados en el sector industrial. La jerga empleada por Cheney, en su respuesta, olía a vericuetos oficinescos, a jerigonza de escribanías, a arenga de chupatintas.

Edwards habló de recuperar la credibilidad de Estados Unidos, empañada por los embustes de las armas de destrucción masiva que nunca han aparecido y por los supuestos vínculos de Irak con Al Quaida, que ya han sido deshechos por la Comisión que investiga el 9/11. Cheney respondió que Estados Unidos nunca supeditará la salvaguarda de la seguridad nacional a la aquiescencia de gobiernos extranjeros, argumento demagógico a todas luces, porque lo que se pretende es devolver el respeto a un país cercado por el odio y debilitado por el rechazo del concierto internacional, tarea difícil si las hay.

Edwards dijo verdades claras. Bush ha fallado en su intento de crear una alianza que solamente existe en las apariencias (excepto el caso del sumiso Blair), porque en realidad el contribuyente norteamericano paga el 90% del costo elevadísimo de la guerra y ese mismo pueblo contribuye con el 90% de las bajas en combate.

El mundo lanzaría un largo suspiro de alivio si Bush saliese derrotado en los comicios de noviembre, pero bien analizado, no hay motivo para tal regocijo porque Kerry no difiere mucho del psicópata mandatario. En sus últimas declaraciones Kerry manifestó que Cuba continuaba siendo un peligro para el hemisferio, en respuesta a una declaración de Colin Powell afirmando lo contrario. Ello demuestra que en el meollo de la estrategia futura ninguno de los dos contendientes difiere mucho. Ambos son prisioneros del sistema, ambos son el resultado de una educación, de un medio ambiente similar, de un idéntico círculo social, de una misma red de intereses.

Quizás la diferencia consiste en que uno ha probado la sangre y le ha tomado el gusto y el otro está por abrirse ese apetito.

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