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Reciben míseros sueldos por la reconstrucción; residentes dicen que les quitan empleos

Nueva Orleáns explota y rechaza a migrantes

Fuentes: La Jornada

Inmigrantes mexicanos y centroamericanos reconstruyen Nueva Orleáns y otras zonas devastadas por el huracán Katrina, pero en lugar de recibir gratitud son explotados, a veces vejados y al final sujetos a una ola de resentimiento y desprecio debido a las políticas federales de reconstrucción y las prácticas empresariales. Una de las primeras decisiones del presidente […]

Inmigrantes mexicanos y centroamericanos reconstruyen Nueva Orleáns y otras zonas devastadas por el huracán Katrina, pero en lugar de recibir gratitud son explotados, a veces vejados y al final sujetos a una ola de resentimiento y desprecio debido a las políticas federales de reconstrucción y las prácticas empresariales.

Una de las primeras decisiones del presidente George W. Bush, pocos días después del desastre en la zona del Golfo de México, fue suspender la ley Davis Bacon, que obliga a todo contratista que firma un convenio federal a pagar un sueldo equivalente a los niveles prevalecientes en la zona. El efecto de esta suspensión fue que empresas como Halliburton y decenas más cobraran al gobierno como si pagaran altas remuneraciones a sus empleados, pero desembolsaban menos que el salario mínimo para incrementar sus ganancias. Cuando residentes locales rechazaron salarios inferiores, o las empresas enfrentaron la realidad de que los trabajadores estadunidenses gozan de ciertos derechos, los contratistas optaron por la mano de obra inmigrante indocumentada.

Durante más de un mes esta zona se ha convertido en un imán para esos trabajadores. Entre las redes de inmigrantes en México y Centroamérica se corrió la voz de que hay una demanda enorme de empleo.

Inmigrantes limpian, reparan y reconstruyen ahora Nueva Orleáns y ciudades más pequeñas, como Biloxi y Gulfport, pero su presencia produjo reacciones hostiles en las comunidades afectadas. Estas zonas figuran entre las más pobres de Estados Unidos, con altísimo nivel de desempleo, y ahora los residentes se quejan de que las chambas generadas por los contratos multimillonarios federales, así como por los fondos públicos y privados estatales y locales, no benefician a las víctimas, sino a los «extranjeros».

Esto ocasionó que la región se convirtiera en un espacio del gran debate nacional sobre migración. «La llaman ‘la nueva Nueva Orleáns’, donde el trabajo de construcción y de jornaleros es abundante… a menos que uno haya nacido y sido criado en Nueva Orleáns», dijo CBS News recientemente.

Señaló que la cultura estadunidense distintiva de Nueva Orleáns fue «primero amenazada por las aguas de la inundación y ahora está amenazada, dicen los locales, por una inundación de otro tipo», en referencia al flujo de inmigrantes que llegan a la zona.

El alcalde de la ciudad, Ray Nagin, fue ovacionado cuando preguntó en una asamblea: «¿Cómo aseguro que Nueva Orleáns no sea inundada por trabajadores mexicanos?»

Varios políticos locales, quienes representan a la mayoría afroestadunidense de esa ciudad, han repetido sus quejas de que las empresas prefieren la mano de obra extranjera, alojan a trabajadores en condiciones inhumanas en almacenes y pagan salarios de 5 dólares la hora, mientras cobran al gobierno 20 dólares por ese mismo tiempo.

Eso, dicen, es negar empleo justo a los residentes -unos 80 mil viven aquí en albergues y en varios puntos del país, sin empleo ni ingresos-, no pagar un salario decente a quienes desean reconstruir sus comunidades y dejarlos sin nada mientras observan que otros de fuera de su comunidad reconstruyen la ciudad.

«No tengo nada contra nuestros hermanos hispanos, pero tenemos un montón de trabajadores capacitados en albergues que podrían estar haciendo esta labor», comentó Oliver Thomas, presidente del Concilio Municipal de Nueva Orleáns, en entrevista con medios publicada en el New York Times. «Podríamos poner mucho dinero en los bolsillos de los nuevaorleanenses al hacer este trabajo de reconstrucción.»

Los contratistas señalan que el hecho de que decenas de miles de residentes fueran evacuados a puntos distantes deviene en que no encuentran mano de obra disponible o dispuesta a hacer estos trabajos, que incluyen la difícil y poco atractiva labor de limpiar, lavar, levantar alimentos podridos, escombros y el «gumbo tóxico» que dejó la tormenta y la inundación.

Pero los trabajadores que consiguen estas chambas no necesariamente son los más afortunados, sino tal vez los más desesperados. Organizaciones de derechos civiles, de defensa de migrantes y sindicatos han denunciado condiciones de trabajo por definición abismales, pero además los patrones a veces no ofrecen ropa ni equipo de protección; la vivienda prometida en ocasiones son tiendas de campaña o almacenes abandonados, y no pocas veces se niegan a cumplir lo prometido, dejando en el abandono total a migrantes que desconocen la zona.

La Organización Latinoamericana por los Derechos de los Inmigrantes de Houston reportó, por ejemplo, que ha llevado a trabajadores al hospital, porque padecían problemas respiratorios y digestivos después de trabajar en la zona tóxica de Nueva Orleáns.

Lawrence Powell, historiador en la Universidad Tulane en Nueva Orleáns, piensa que estos migrantes cambiarán el panorama demográfico de la zona permanentemente. «Podría ser la nueva clase (de trabajadores) de servicios en Nueva Orleáns. Sólo se necesita que unos cuantos se establezcan aquí para que se inicie la cadena migratoria. Me pregunto si estamos observando las primeras señales de un intercambio de población», comentó en entrevista con el diario Los Angeles Times.

Cuando empiece a disminuir el trabajo de reconstrucción habrá enorme demanda de trabajadores en hoteles, restaurantes y mantenimiento, y nadie sabe cuántos de los desplazados, en su gran mayoría afroestadunidenses, regresarán a la ciudad. Mientras tanto, la ausencia de mano de obra local se está llenando con migrantes. No en todos los empleos pagan mal, y se reporta que algunos son contratados por entre 15 y 17 dólares la hora. Con más de 140 mil casas y edificios destruidos en la ciudad hay una demanda constante. Varios negocios, particularmente restaurantes y hoteles, no han logrado reabrir por falta de trabajadores. Con el esfuerzo de reconstrucción más grande de este país la demanda permanecerá más allá de la oferta durante meses, tal vez años, señalan algunos analistas.

Contratistas e intermediarios afirman que por el momento, en Nueva Orleáns, nadie está solicitando papeles de identidad y no se vislumbra un esfuerzo de las autoridades para hacer valer las leyes migratorias. «Si lo hacen, ¿quién va a reconstruir Nueva Orleáns?», dijo un contratista entrevistado por Los Angeles Times. En el centro de la ciudad, los grupos de trabajadores que están limpiando son casi todos mexicanos.

Según cifras del censo de 2000, se registró la presencia de unos 15 mil latinos en Nueva Orleáns. Ahora muchos creen que eso cambiará dramáticamente, ya que el flujo de migrantes latinos continuará cierto tiempo, y muchos de ellos, se cree, se quedarán a vivir ahí permanentemente.

Pero el fenómeno se extiende más allá de Nueva Orleáns a otras zonas afectadas por Katrina. Según algunos cálculos, había en total unos 40 mil latinos en el estado de Mississippi, más de la mitad de ellos mexicanos. Sin embargo, algunos creen que podría ser tres veces mayor el número, ya que el censo no registra indocumentados. Pero Katrina reveló, entre otras cosas, la existencia casi clandestina de esta comunidad, la cual es relativamente nueva, al haber crecido de manera acelerada durante los pasados 15 años. Entre 1990 y 2004 la población latina de los tres condados costeños de Mississippi se duplicó, según el censo federal.

Ahora el flujo de trabajadores migratorios a esa zona para responder a la demanda de reconstrucción, de acuerdo con analistas, también cambiará el perfil demográfico de la región. A pesar de que continúan los abusos contra los indocumentados -práctica que a veces es severa y extensa, según organizaciones defensoras de los derechos-, cada día es más evidente para todos que la reconstrucción sería imposible sin ellos.

Pero las divisiones y enconos entre la población nativa y los migrantes continúa generando controversia. Por un lado, esta zona es rescatada cada día por los migrantes, pero por otro hay protestas porque se están «robando» las chambas. Claro, mientras se profundiza este conflicto las empresas lucran -con la ayuda de las políticas gubernamentales- una vez más con el desastre.

El español se ve y escucha por todas partes, pero aún no es bienvenido a pesar de ser necesario. Los frutos de la falta de una política binacional que reconozca y aborde el tema se ve claramente en Nueva Orleáns, pero a final de cuentas es el mismo panorama que se dibuja todos los días a lo largo y ancho de este país. Al igual que el desastre en esa ciudad, la situación es más consecuencia de las políticas o la falta de ellas que del resultado de un fenómeno natural.