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Habla el influyente líder de la comunidad judía norteamericana el rabino Shmuley Boteach:

«El verdadero destino manifiesto de Estados Unidos, en su rol providencial como primera república democrática del mundo, es dirigirlo en libertad. Los estadounidenses son el nuevo pueblo elegido»

Fuentes: somethingjewish.co.uk

Traducido para Rebelión por Germán Leyens. ¿Sátira? ¿Humor negro? No, aunque no lo parezca el rabino Shmuley Boteach habla en serio. Shmuley Boteach es director de la L’Chaim Society, una organización de educación judía que presenta a personalidades y estadistas mundiales que dan conferencias sobre liderazgo basado en valores. También es un presentador de radio nacional en la red Talk America. Ha aparecido en casi todos los programas de entrevistas y noticias de EE.UU., entre otros The Today Show, The View, Politically Incorrect, Larry King Live, The O’Reilley Factor, CBS This Morning, NBC Evening News, Hannity and Colmes, Donahue, The Roseanne Show, Entertainment Tonight, Extra!, Access Hollywood, Inside Edition, y el Howard Stern show. El rabino Shmuley ha sido presentado en Time Magazine, Newsweek, The New York Times, el London Telegraph, The Washington Post, The L.A. Times, The Jerusalem Post, Chicago Tribune, The South China Morning Post, Sydney Morning Herald, The Miami Herald, The New York Post, The New York Daily News, y Newark Star-Ledger. Presentamos su opinión sin más comentarios. Nuestros lectores sabrán formarse la suya sobre lo que dice Shmuley, que fue colocado por Jewsweek.com en el número 17 de su lista anual de los 50 judíos más influyentes en EE.UU. [N.d.T.]

Los estadounidenses se han convertido en los nuevos judíos del mundo. No son muy apreciados. Estados Unidos está viviendo lo que los judíos han vivido a través de su historia: un odio irracional, una animosidad injustificada.

Los eruditos dirán que todo esto se debe a la envidia de EE.UU. Somos los más grandes, los más fuertes en la calle. Así que todos nos odian. Por cierto, jamás deberíamos subestimar el papel que los simples celos y la envidia juegan en la alimentación del odio a EE.UU. y cómo lleva a acusaciones de arrogancia y distanciamiento estadounidenses.

Pero como enfoque general para la comprensión del creciente anti-americanismo en el exterior, ésta es una explicación simplista y superficial, y totalmente errónea. La Unión Soviética fue igual de fuerte que Estados Unidos durante cuatro contundentes decenios. También fue mucho más intimidante. Y sin embargo, tenía apólogos en todo el mundo.

En realidad, las causas del anti-americanismo son mucho más profundas que la simple envidia. En breve, EE.UU. es odiado sobre todo porque bajo George W. Bush ha llegado a abrazar una política externa moral orientada a la lucha contra déspotas y a derrocar dictadores, y estos nobles esfuerzos han hecho que el resto del mundo aparezca egoísta, absorto en sí mismo, moralmente ciego, y cobarde. A nosotros, los estadounidenses, no nos odian por nuestra fuerza, sino más bien por los buenos propósitos a los que hemos dedicado esa fuerza. Irónico, ¿no es así? Que nos odien porque somos buenos. Pero, sean bienvenidos al club. Los judíos han sido miembros desde hace tiempo.

El aumento del odio global a EE.UU., es, desde luego, un estudio en hipocresía. Países a los que les importó un bledo la matanza en Ruanda, el genocidio en Sudán, o lo que Sadam hizo a los kurdos, tienen el descaro de criticar a EE.UU. como un matón global. Enseño y aparezco en la televisión y en la radio en todo el mundo y tengo por lo tanto una visión de primera mano del flagrante odio a EE.UU. y de la olímpica hipocresía que conforma su base.

Me han puesto constantemente a la defensiva en todos mis viajes. «Ustedes los estadounidenses son arrogantes e ignorantes», es un refrán que escucho regularmente. Sorprendentemente a Estados Unidos lo critican por cosas de las que sus críticos casi siempre son más culpables. Francia, por ejemplo, acusa a Estados Unidos de mangonear, y al mismo tiempo amenaza a las naciones europeas más pequeñas con excluirlas de la Unión Europea si no rinden pleitesía a París.

Francia, desde luego, otorgó la Palma de Oro del Festival de Cine de Cannes a Michael Moore. El momento más impresionante de esta película es cuando acusa a George W. Bush de quedarse sentado sin hacer nada durante siete minutos mientras ardían las torres gemelas. ¡Caramba! A los franceses les encantó esa escena, lo que es curioso ya que Jacques Chirac permitió en el verano de 2003 que 10.000 franceses y francesas murieran de insolación mientras él pasaba sus vacaciones. Ni siquiera volvió a París cuando los ancianos de su país se asaban en sus apartamentos.

Europa ocupa un sitio especial entre los odiadores, lo que no sorprende, ya que EE.UU. representó una ruptura con el pasado europeo y estableció un nuevo orden mundial. Como los judíos, que se separaron del resto del mundo al establecer el monoteísmo y promulgaron los Diez Mandamientos, Estados Unidos rompió con la aristocracia europea y el sistema de castas afirmando en su Declaración de Independencia que toda la humanidad «no sólo los ricos y privilegiados» nació con derechos otorgados por Dios.

Europa siempre ha considerado a Estados Unidos como un vil advenedizo y ha tratado de difamar a la democracia estadounidense como si fuera algo falso que favorece a los ricos y trata de crear una aristocracia de los ricos. La reacción esencial de Europa ante la virtud democrática estadounidense es que no es virtuosa.

Reconoce que siempre ha tenido una aristocracia de la sangre. Pero arguye que EE.UU. simplemente la ha reemplazado por otra del dinero. Qué groseros son esos codiciosos estadounidenses, y para rematarla, poco pulidos. Además, el socialismo europeo se alimenta en gran medida de la antipatía contra el capitalismo estadounidenses y de un deseo de diferenciarse del «egoísmo estadounidense» aunque salga perdiendo.

Desde luego, la hostilidad de Europa hacia Estados Unidos se basa en una filosofía del olvido: alianzas olvidadas e ingratitud. Estados Unidos salvó dos veces a las democracias europeas de la extinción. Cuán extraño es que la salvaguardia de la libertad por EE.UU. haya alentado realmente el odio a EE.UU. entre nuestros «amigos».

Cuando liberamos a Francia y Alemania, no parecía importarles que hayamos enviado ejércitos de cientos de miles lejos de nuestras fronteras. Cuando sucedió en Irak, sin embargo, estallaron en un coro de protesta. ¿Podrá ser que es porque les importa menos la libertad de otros? Me lo pregunto.

En este punto Estados Unidos tiene que aprender algo de los judíos. Durante casi medio siglo, EE.UU. ha sido el guardián de la libertad en todo el mundo. Pero los estadounidenses que esperan gratitud debieran recordar que no hay buena acción que no reciba su castigo. Los judíos le dieron su Dios al mundo, sólo para ser masacrados en Su nombre. Imagínate, ser matado por causa de un concepto que tú creaste y otros veneran.

Pero eso no redujo el compromiso o la relación judía con Dios, ni debiera reducir el compromiso estadounidense con la liberación de otros. Especialmente a la luz de la principal razón de la antipatía europea. El gasto de EE.UU. en dinero y sangre por cuenta de otras naciones ha hecho que esas naciones se sientan dependientes y que su debilidad haya quedado a la luz del día. En vez de sentir gratitud, sienten resentimiento.

Pero todo esto sólo apunta a los paralelos más profundos entre el odio a EE.UU. y el antisemitismo. La conexión, en esencia, es la siguiente: Las naciones que defienden lo que es justo son vilipendiadas porque arruinan la fiesta de todas las otras.

La causa subyacente de todo el antisemitismo es que los judíos han emergido como la conciencia del mundo. Por ser los progenitores de los Diez Mandamientos, un código moral que fue adoptado casi universalmente por el mundo, los judíos se convirtieron automáticamente en árbitros del bien y del mal. EE.UU. ha emergido igualmente hoy en día como la conciencia moral de un mundo cada vez más amoral, un mundo profundamente indiferente ante el sufrimiento humano, dispuesto a tolerar a gente como Sadam Husein y mirar para otro lado ante las milicias Janjaweed en Sudán.

Además, igual como los judíos le enseñaron al mundo acerca de Dios, EE.UU. es actualmente el único país occidental que proclama orgullosamente su lealtad a Dios. El fuerte énfasis de EE.UU. en Dios y la religión son anatema para la Vieja Europa, que vive en la era poscristiana. Por cierto, los europeos se refieren a menudo a los cristianos estadounidenses evangélicos, de opinión conservadora, como un ejemplo de la torpeza y las payasadas estadounidenses, gente simplona y suficiente estúpida para creer en un mundo descarnado del bien y del mal, en negro y blanco.

Cualquiera que haya vivido en Europa Occidental, como yo durante 11 años, o en Canadá, puede dar fe de cómo Dios está esencialmente muerto en esas regiones, reemplazado por un cristianismo sin alma manejado por el estado, que atrae a las iglesias a menos de un 5 por ciento de la población en cualquier domingo. Cuando viví en Inglaterra, incluso recuerdo un artículo de portada de Newsweek a fines de los años 90, que afirmaba que en Europa Occidental habían acabado con Dios. En breve, Europa Occidental rinde culto de los dientes para afuera a su propia forma reblandecida de cristianismo, y se pregunta qué es lo que puede haber llegado a poseer a esos estadounidenses simplones, suficientemente estúpidos para excitarse por la fe.

E igual que se odiaba a los judíos por haberles arruinado la fiesta a todos los demás al impartir al mundo la idea de la moralidad religiosa, EE.UU. es odiado por recordar al mundo sus responsabilidades morales de proteger la vida humana y de luchar contra la tiranía.

La respuesta tanto a estadounidenses como a judíos ha sido típica. Maten al mensajero. Los roles de judíos y estadounidenses como guardianes morales de la Tierra han llevado a intentos organizados de difamación de sus respectivos dirigentes. Los líderes judíos y los primeros ministros israelíes han sido continuamente acusados de intentar de apoderarse de Medio Oriente y del mundo.

«Los protocolos de los sabios de Sión», una infame falsificación, fue identificada como el programa para los intentos judíos de controlar el universo. Ahora vemos que se presenta la misma acusación contra Estados Unidos. EE.UU. no está interesado en llevar la democracia a los árabes, sostienen los europeos, sino que desea su petróleo. Quiere la hegemonía en Medio Oriente.

Igual como los judíos fueron difamados como pequeños demonios, a George W. Bush lo odian como el gran demonio, el anticristo que se atreve a desafiar la indiferencia de Jacques Chirac y de los otros guardianes autoproclamados de la complacencia mundial. En lugar de unirse a la visión de Bush de librar al mundo de malvados tiranos y terroristas, el mundo ha preferido el camino mucho más fácil de declarar que el propio Bush es malvado, un charlatán cuyo verdadero propósito es enriquecer a sus amigos en Enron y Halliburton.

Son sorprendentes los paralelos entre la acusación de que los judíos están tratando de apoderarse del mundo, y de que EE.UU. es el hampón global. Ambos grupos son acusados de buscar el dominio global. El grito judío por la moralidad en el mundo antiguo fue rápidamente malinterpretado por los oponentes al judaísmo como cínicos intentos de dirigir el planeta. De la misma manera, los honestos esfuerzos de EE.UU. de llevar la democracia a las regiones más aquejadas de problemas del mundo son interpretados como un intento de imponer la hegemonía estadounidense sobre la Tierra.

Respecto a los judíos, la acusación es, desde luego, absurda, porque constituyen, en realidad, la nación más perseguida y no la más poderosa de la historia. En cuanto a Estados Unidos, la acusación es igualmente absurda porque si quisieran hegemonía, no hubieran retirado sus tropas de Alemania y Japón después de conquistarlos con la pérdida de numerosos heroicos soldados.

Creo que a pesar de todas sus pretensiones de tolerancia, gran parte del odio que existe en Europa contra EE.UU., tiene mucho que ver con que EE.UU. es un país de inmigrantes. A los europeos, que acusan a EE.UU. de arrogancia, no les gustamos porque nos ven como si fuéramos gentuza. En esto, Europa, o debería decir la vieja Europa, ha vuelto a sus antiguos prejuicios.

Y aquí tenemos un paralelo más entre EE.UU. y los judíos. El judaísmo fue, por cierto, un rechazo de un orden mundial corrupto, como lo fue la fundación de Estados Unidos. EE.UU. fue una idea nueva y democrática que rechazó las costumbres de la vieja Europa, dominada por clases. Y ese orden viejo jamás ha perdonado a las dos naciones por poner al descubierto su atraso.

Pero nada en esta animosidad puede disuadir a Estados Unidos de su papel vital y justo de policía global. La moralidad y la decencia determinan que las bendiciones del dinero y del poder obligan al más fuerte a proteger al más débil. El uso de nuestro gran poderío para imponer un orden moral en el mundo es la responsabilidad de una gran sociedad.

Cuando Gran Bretaña era la gran superpotencia mundial, utilizó su gran poderío para colonizar a otras naciones y saquear sus recursos. Cuando la Unión Soviética era una superpotencia, se tragó a otros países y los escupió en trozos. Nosotros, los estadounidenses, utilizamos nuestro gran poderío para liberar a las naciones oprimidas. Creo que esta demostración de la bondad estadounidense es lo que causa el patriotismo estadounidense sin igual. Porque nosotros, los estadounidenses, nos sentimos orgullosos de nuestro país de una manera que sólo puede maravillar a los europeos. (Por cierto, recuerdo haber leído un sondeo en el International Herald Tribune, cuando vivía en Inglaterra, que afirmaba que la mitad de todos los súbditos británicos afirman que abandonarían el país si tuvieran los medios necesarios),

Estados Unidos debe hacer todo lo posible por no ser influenciado por las actuales críticas globales y no rehuir sus responsabilidades de utilizar las bendiciones divinas para hacer que el mundo sea más justo, democrático y libre. Aunque la humildad es una virtud y debemos cuidarnos siempre de la arrogancia, no debemos interiorizar la crítica mal encauzada e intencionada.

Un punto central en esta idea de la responsabilidad global es el reconocimiento de que Naciones Unidas se ha convertido, trágicamente, en un foro para el odio contra EE.UU. en suelo estadounidense. Es hora de que nos pongamos de acuerdo con nosotros mismos. Naciones Unidas es un foro anti-estadounidense incondicional que ahora considera que su objetivo primario es limitar el poder de EE.UU. Es un organismo profundamente amoral que invariablemente se encuentra de parte de tiranos y dictadores. Ya no creo que Estados Unidos pueda influenciar significativamente a Naciones Unidas y producir una reforma positiva. Más bien, es hora de que nuestro gran país lance una alternativa a Naciones Unidas y considere excluir a Naciones Unidas de nuestro suelo.

Estados Unidos, bajo Franklin Roosevelt, fundó Naciones Unidas. Pero le ha ido muy mal y es un proyecto que falla por su base. Ahora, igual como Estados Unidos estableció la OTAN para compensar la amenaza soviética, debería establecer la ONDU, la Organización de Naciones Democráticas Unidas, en la que puedan participar sólo países que son democracias y están dedicados al progreso de la democracia.

Mientras tanto, habría que mudar Naciones Unidas a París, donde Francia podrá cobrar su trofeo de un cuerpo internacional inánime que pasa su tiempo bloqueando sanciones contra países como Sudán, incluso si esos países están perpetrando genocidio.

Y escojo intencionalmente a Francia porque se ha ganado una ignominia especial entre los que odian a EE.UU. Este fue el país que rápidamente colaboró con Hitler después de que fueron conquistados en la II Guerra Mundial. Se podría pensar que estarían en la vanguardia de los que exigen que los hijos ideológicos de Hitler, como Sadam, fueran derrocados. Pero en lugar de limpiar su pasado, Francia ha decidido abrazarlo y convertirse en uno de los principales protectores de tiranos del mundo.

Pero Europa no es sólo una entidad que existe al otro lado del Atlántico. En Canadá tenemos cada vez más un vecino europeo al norte. Por desgracia, muchos canadienses se están convirtiendo en fanáticos críticos de EE.UU. Por cierto, durante los últimos años, la característica nacional definitoria de Canadá es que no son americanos.

Esto no debiera sorprendernos ya que Canadá nunca se rebeló contra los británicos, sino que siguió siendo una colonia hasta bien entrado el siglo XIX. Los canadienses nunca combatieron por su independencia contra el colonialismo europeo, y sienten más afinidad con Europa que con Estados Unidos.

Finalmente, no se puede escapar del propio destino. Los estadounidenses solían creer en un destino manifiesto que llevó al país a expandir de mar a mar. Pero como lo declaró tan magistralmente Abraham Lincoln en su discurso de Gettysburg, EE.UU. no es sólo un emplazamiento geográfico, es una proposición, un país dedicado al ideal divino de que «todos los hombres fueron creados iguales». El verdadero destino manifiesto de Estados Unidos es su rol providencial, como primera república democrática del mundo, de dirigir al mundo en libertad.

En la escena política mundial, los estadounidenses son el nuevo pueblo elegido. Dios ha favorecido la causa de EE.UU. hasta el punto en que ahora se ha convertido en la nación más rica y próspera de la historia. Como han aprendido los judíos, el pueblo eternamente elegido por Dios, elegido para difundir el mensaje de Sus leyes, ser elegido invita al odio, incluso al sufrimiento. Los estadounidenses también sufren ahora, especialmente nuestros valientes soldados en Irak que están en la primera línea en la batalla contra la tiranía.

Pero el ser elegido sigue siendo un privilegio. No hay virtualmente ningún judío que yo conozca que trataría de ser miembro de otro pueblo, y casi ningún estadounidense que conozca que cambiaría su ciudadanía para unirse a otra nación. El futuro de EE.UU. reside en ser audaz y valeroso, hacer caso omiso de los ignorantes que nos odian y en trazar un futuro estadounidense único que sea leal a nuestra historia y esté anclado en los cimientos de nuestros valores fundadores.

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http://www.somethingjewish.co.uk/articles/1188_new_chosen_people_.htm