Público publicó el pasado sábado 26 de junio una carta del señor Raphael Schutz [RS], el embajador de Israel en España, con el título: «Cobertura «desproporcionada» sobre Israel» [1]. No es sólo esta arista. Con su inconfundible estilo, el señor embajador arremete -el término no es excesivo- contra Antonio Caballero y Helen Thomas, en el […]
Público publicó el pasado sábado 26 de junio una carta del señor Raphael Schutz [RS], el embajador de Israel en España, con el título: «Cobertura «desproporcionada» sobre Israel» [1]. No es sólo esta arista. Con su inconfundible estilo, el señor embajador arremete -el término no es excesivo- contra Antonio Caballero y Helen Thomas, en el primer punto de su texto, y contra Saramago, pocos días después de su fallecimiento, en el segundo. El tercer punto llama la atención sobre las informaciones sesgadas que la prensa ofrece sobre el Estado racista que él tan bien representa.
En el primer punto, RS, o alguno de sus asesores o «intelectuales orgánicos», critica por incompleta una referencia de Antonio Caballero a las declaraciones de la defenestrada periodista norteamericana Helen Thomas. Thomas no sólo había dicho, refiriéndose a Israel, que se marchara de Palestina, sino que los judíos deberían regresar «a Alemania, a Polonia, a Estados Unidos, a cualquier lugar». Para el señor embajador, H. Thomas «no hablaba de las fronteras del 67, ni de la resolución 242 de la ONU, sino de que Israel debe dejar de existir». Lo que la periodista usamericana propuso, concluye RS, «era una limpieza étnica: sacar a los judíos del territorio».
Más allá de si es pertinente o no que RS critique a Caballero por «ocultar» a sus lectores parte de la cita (no lo hizo: Caballero puso énfasis en su artículo de 20 de junio de 2010 en una parte de la reflexión de Thomas, no en la totalidad de su aproximación), el argumento esgrimido por el señor embajador puede ser resumido así: si alguien propone en una entrevista periodística, sin tiempos para reflexiones meditadas, como forma de dejar patente su crítica al actual estado de cosas, que un Estado fundado sobre la violencia, la fuerza militar y el exterminio de sus oponentes debe deja de existir y que sus pobladores deben abandonar ese territorio para vivir, nadie habló de exterminio ni de violencia contra ellos, en los lugares de origen de sus antepasados, esa persona está promoviendo la limpieza étnica.
Es un uso peculiar de la noción. Admitámoslo. Si es así, en buena lógica, en lógica elemental, una actuación política persistente, no una mera propuesta o declaración periodística, consistente en la aniquilación de Palestina y en el desplazamiento forzado, violento, criminal, de sus pobladores a otros países cercanos o lejanos, debería ser llamada, por las mismas razones que las expuestas por el señor embajador, violencia étnica con adjetivos complementarias por la inmensa violencia, dolor y sufrimiento que el proceso ha generado y sigue generando en una población sometida a diversos designios imperiales y a las finalidades racistas de un movimiento nacionalista, amparado, o intentando ampararse, en el sufrimiento de un pueblo, el judío, atacado, asesinado, violentado, por Estados y partidos de extrema derecha que nada tienen ni han tenido que ver con la población palestina.
Si A es C, y B es igual, cuando no más grave que A, entonces B es cuanto menos C. Elemental querido Watson: en Palestina hay limpieza étnica y el ejecutor de esa política es el estado de Israel al que el señor embajador representa con entusiasmo y agrado pero al que es incapaz de aplicar la misma lógica que despliega en otras situaciones con tanta precipitación.
Por lo demás, basta leer la columna de Antonio Caballero de 20 de junio en Público para darse cuenta que no es partidario, ni siquiera «aparentemente» como afirma el señor embajador o su escriba, de la limpieza étnica ni afirma tampoco Caballero que los judíos deban irse de Israel. RS hace decir a Antonio Caballero lo que él quiere que diga pero que sin embargo no dice. Por lo demás, alguien, no es mi caso desde luego, podría sostener que no es partidario de la existencia del Estado racista y discriminatorio de Israel, el Estado del apartheid, y pensar en (descabellados) traslados de poblaciones hacia Europa y Estados Unidos, y no por ello tiene que ser partidario de la limpieza étnica. No se ha hablado de asesinar y maltratar ciudadano, como sí hicieron los nazis con ciudadanos judíos, y como ha hecho y sigue practicando el Estado de Israel con ciudadanos palestinos desesperados. ¿Es necesario hacer referencia a ejemplos recientes?
Después de la falacia argumentativa viene la falsedad. El segundo punto de la carta del señor embajador es una infamia que ocupará o debería ocupar un lugar destacado en la historia universal del género. En este caso no es Antonio Caballero ni Helen Thomas los falsariamente criticados sino José Saramago, cuando sus cenizas siguen vivas y en la memoria imborrable de todos. El mismo día del artículo de Caballero, señala RS, pudo verse en Público que entre los demonio del autor de Ensayo sobre la ceguera figuraba en lugar destacado Israel.
Ninguna novedad, motivos no faltaban, era sabido desde décadas. Pues bien, el señor embajador, muerto el gran escritor portugués, arremete contra él, le acusa de amparar dictaduras como las de Cuba o Sudán, y apunta además que «Stalin y Pol Pot, con millones de crímenes en su haber, fueron algunos de los santos del paraíso comunista de Saramago». Por ello, concluye feliz y satisfecho de conocerse a sí mismo, y de decir lo que le viene en gana sin ninguna documentación, es una honrosa distinción que Israel figure en la lista de demonios de Saramago, lista que ahora, curiosamente, no está escrita en singular, como cinco líneas atrás, sino ya en plural.
¿Qué decir de esta ignominia? Pues que es falso lo apuntado, que más allá de la imprecisa afirmación sobre millones de muertos, más allá de que Saramago nunca ha pensado el comunismo como un paraíso, nunca el autor de La caverna fue defensor de Pol Pot y son conocidas de todos, por manifestadas hasta la saciedad, sus críticas al estalinismo, compartidas por todo comunista que se precie, que no renuncie a su ideario y mire su pasado con honradez, cosa que el autor de Memorial del convento hizo por activa y pasiva miles de veces.
En síntesis: de las falacias a las falsedades acumuladas, ambas con f, con efe de filisteo en la tercera acepción del Diccionario. «Dicho de una persona de espíritu vulgar, de escasos conocimientos y poca sensibilidad artística y literaria». La última parte de la carta del señor RF corrobora la adecuación de este adjetivo.
Aquí la instancia criticada es Público, el diario al que RS o su escriba envía una carta que es publicada como primera destacada, ocupando casi la mitad del espacio destinado a las cartas de todos los lectores, no de los señores embajadores especialmente. ¿Por qué? Porque Israel recibe «una cobertura totalmente desproporcionada en portadas, titulares y artículos de opinión». Lo dice un embajador que tuvo no hace demasiado tiempo una página de opinión para manifestar, punto por punto y con todo lujo de detalle, sus barbaridades políticas de extrema derecha.
¿Dónde se ha pasado Público? Al informar, en la forma en que lo hizo, de la muerte, que no asesinato desde luego, de «los nueve violentos yihadistas turcos de la flotilla de Hamas». Tal cual, sin alterar una coma. «¡Nueve yihadistas turcos de la flotilla de Hamas!» Todo se junta en el párrafo: falacia, falsedad, ignominia, perversidad, prepotencia, ordeno y mando, tergiversación de los hechos. Todo la abyección en un solo enunciado.
Ni que decir tiene que, de lo escrito por RS, se infiere que al señor embajador del Estado de Israel le parece ajustada a Derecho y a la justicia el ataque militar en aguas internacionales, asesinatos incluidos, de los ciudadanos y ciudadanas que formaban parte de la flotilla de la libertad.
El cinismo abisal acompaña la última consideración de RS. Ccomo cláusula de salvaguarda, sin citar ninguna en concreto, en ocasiones, afirma el señor embajador, las acciones del Gobierno de Israel con criticadas con razón. ¿Cuáles han sido criticadas justamente, señor embajador? Y, además, advierte a continuación, eso «nada tiene que ver con las expresiones de odio obsesivo, extremo e irracional». Deberían preguntarse por qué aconseja a los responsables de Público.
El señor embajador es o parece incapaz de entender que los ciudadanos democráticos del mundo, las poblaciones que luchan y combaten el Estado racista del apartheid, el Estado que él representa y defiende con falsedades y falacias, no odian obsesivamente ni de ninguna otra forma a las ciudadanos israelíes y mucho menos a la cultura judía. Es él, y sus escribas (y sus prolongados servicios militares), quienes deberían preguntarse por qué son incapaces de entender cosas tan elementales como que su Estado se levanta sobre montañas de violencia, incumplimientos políticos y falsedades sin fin. Lo de irracionalismo es simplemente un atributo del rostro que contemplan al mirarse en el espejo.
Notas:
[1] «Lectores». Público, 26 de junio de 2010, p. 6.
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