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Felinos encantadores contra malditos privilegiados

Fuentes: Sin Permiso

El viejo truco (fascista) de siempre: enfrentar a la mayoría trabajadora con sectores privilegiados… de la propia clase trabajadora. Truco perfecto cuando esos sectores han interiorizado previamente su situación de privilegio y no se consideran parte de la masa, como a menudo ocurre con controladores, pilotos, maquinistas, médicos y no pocos funcionarios. Y a menudo […]

El viejo truco (fascista) de siempre: enfrentar a la mayoría trabajadora con sectores privilegiados… de la propia clase trabajadora. Truco perfecto cuando esos sectores han interiorizado previamente su situación de privilegio y no se consideran parte de la masa, como a menudo ocurre con controladores, pilotos, maquinistas, médicos y no pocos funcionarios.

Y a menudo también, la masa acoge complacida la carnaza que le echan y se olvida de que los que mandan suelen utilizar la táctica del «salchichón»: cortar los derechos (previamente rebautizados como «privilegios») a rodajas: un ajuste de horario por aquí, un recorte del 5% del salario por allá, un par de añitos más de vida laboral por acullá y, finalmente, el gran tajo a la negociación colectiva, por ejemplo. Cuando nos propinen el último corte, casi no habrá trabajadores a quienes se les pueda fastidiar un puente de la Inmaculada Constitución, porque a lo mejor tienen que vivir… bajo un puente de verdad.

Lo más preocupante de todo esto no es que los que mandan (y no me refiero fundamentalmente al gobierno, cuyo vice es «encantador» y no tiene un pelo de tonto) actúen así, sino que las víctimas de su actuación encajen con tanta facilidad y aplaudan incluso cada nuevo corte mientras no les toque a ellas. Sólo hay una explicación para ese fenómeno: antes de lanzar los tanques al asalto, el enemigo ha estado lanzando durante años gases paralizantes. Es decir, en esta guerra total de los ricos contra los pobres, la primera batalla se libró hace tiempo en el terreno de las ideas. Ganada ésta, las demás van a ser pan comido.

Para empezar, la propia expresión «ricos y pobres» sirve de perlas para desviar la atención de los explotados, no hacia los explotadores, sino hacia los «menos explotados» (los funcionarios con trabajo seguro, los técnicos y gestores bien pagados, los propios políticos con sueldos autoadjudicados…). Incluso cuando se critica a bancos y entidades financieras, se señala con el dedo únicamente los sueldos o los famosos «bonus» que cobran los directivos, no los dividendos que cobran los inversores (a veces coinciden en las mismas personas inversores y directivos, pero no se les critica en su primera función, sino en la segunda). Y cuando ese felino (U.S. Embassy dixit) llamado Rodríguez Z. dice que va a tocar las rentas altas, se limita a tocar los salarios altos, ni de broma las rentas que no proceden del trabajo, sino de la explotación de éste. Es decir, el capital ha conseguido culpabilizar de sus fechorías a una parte, cada vez mayor, de los asalariados.

Por eso es un «atentado contra derechos básicos» una huelga de controladores sin preaviso (tampoco el gobierno les «preavisó» de que iba a decretar, precisamente la víspera del superpuente y con efecto inmediato, la ampliación de su jornada en 200 horas anuales con obligación de recuperar las bajas por enfermedad). En cambio, es sólo un lamentable incidente que Air Comet suspenda su actividad de la noche a la mañana y deje tirados por medio mundo y durante varios días a centenares de viajeros incautos que habían tenido la candidez de viajar en una compañía en que, según confesión propia, nunca habría volado su propietario, el ínclito empresario revientaempresas Don Gerardo Díaz Ferrán (todavía hoy presidente ejemplar de la ejemplarísima patronal española).

Así, pues, oído al parche: se ha levantado la veda del «trabajador privilegiado» (especie en trance de extinción no incluida en las listas de ninguna liga protectora de animales). Y que quede claro que la definición de «trabajador privilegiado» que maneja la derecha social cada vez se diferencia menos de la de «trabajador» sin más: «individuo que tiene el impagable (literalmente) privilegio de haber encontrado un filántropo llamado empresario que, en su infinita generosidad, se aviene a dejarle contribuir bajo su sabia dirección al acrecentamiento de la riqueza patria (o de las Bermudas, que para el caso…)».

Pero cuidado: que nadie espere que sea Soros o Murdoch o Botín quien aparezca con la escopeta dispuesto a dar caza al maldito privilegiado. Ni siquiera será la autoridad competente (militar, por supuesto). No: los tiros, aunque se dispararán desde arriba, mediante un hábil mecanismo que se llama «manipulación de la opinión» vendrán de abajo, de los escalones inferiores de la pirámide social, a los que unos gobernantes lacayunos (pero «encantadores») suministrarán generosamente la munición (para añadir al poco tiempo, cuando la perdigonada vaya alcanzando a los siguientes de la lista y éstos protesten: «Roma no paga a traidores»).- Micifuz

P.S.: Si uno creyera que es socialista y supiera que la embajada de los Estados Unidos lo encuentra «encantador», ¿no tendría sólidos motivos para dudar de su creencia? Y suponiendo que el interesado no dudara, ¿los demás tampoco?

Miguel Candel es profesor de filosofía antigua y medieval en la Universidad de Barcelona

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3792