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Francisco de Miranda y el lugar social de la mujer

Fuentes: Por la Libre

Se conmemoran los 200 años de la malograda pero heroica expedición militar que desde Europa comanda Francisco De Miranda para la independencia de Venezuela. El justo y necesario homenaje al De Miranda independentista y latinoamericanista, impone también el rescate de una de sus dimensiones menos conocidas y reconocidas: su lucha por la igualdad de «género».

Criollo descendiente de antigua familia española avencidada en Venezuela, Francisco De Miranda ingresó muy joven a la milicia española, la cual abandonó para participar activamente como militar en las luchas revolucionarias de Estados Unidos, Francia, incluso en Rusia. Recogiendo las ideas liberales de aquellas experiencias y el conocimiento progresista de su época, se convirtió en uno de los pioneros intelectuales y propagandistas de la revolución de independencia latinoamericana contra el dominio colonial español, llegando incluso a intentar malogrados desembarcos militares en las costas de Venezuela, tempranamente en 1806. Desde Inglaterra, su fama de agitador revolucionario, que le llevó a ser llamado «el príncipe de las conspiraciones» por los diplomáticos europeos, cautivó a numerosos seguidores y discípulos, entre ellos, Simón Bolívar, José de San Martín y Bernardo O’Higgins, a los cuales organizó en logias libertarias. Finalmente, en medio de las vicisitudes de la lucha de independencia venezolana, cuando ocurrían los primeros reveses militares frente a los españoles, fue destituido de su cargo de general patriota y encarcelado por jóvenes oficiales. Pasó a manos españolas y murió años después en la cárcel española de La Carraca.

 

Por todo ello, hoy se le reconoce como el «precursor» tanto de las ideas independentistas, como de la unidad latinoamericana, por las cuales tanto hizo. Sin embargo, una de sus facetas más importantes y más precursoras es la de defensor y propagador de los «Derechos Cívicos de las mujeres». Su visión tan clara como argumentada a favor de otorgar estos derechos en una época en que el tema no era siquiera considerado, muestra su gran cultura y espíritu libertario, pues casi seguro que De Miranda conoció de cerca el drama de Olympes de Gouges, valiente y trágica precursora feminista, a quien los «revolucionarios franceses», portadores de la filosofía política de la «ilustración», decapitaron (entre innumerables otros) por su «Declaración de los Derechos de las Mujeres». Hecho que nos muestra el grado de radicalidad en la concepción democrática de De Miranda.

 

Justamente, lo incomprendido de este aspecto de su pensamiento llevó a que permaneciera silenciado a lo largo de la historia de nuestros países y todavía hoy lo es gran medida. Por ello, resulta útil recordar uno de los escasos documentos en que De Miranda expresa estos puntos de vista. Se trata de una carta del año 1792, que el precursor escribe en Francia donde participa de la revolución francesa en pleno desarrollo, dirigida a Alejandro Petión, entonces miembro de la Convención Nacional Francesa como delegado de Haití, a la sazón colonia francesa, y más tarde líder independentista y primer presidente haitiano en 1803. En esa carta, en la que respondía a la solicitud de opiniones y sugerencias del diputado haitiano, señalaba: «.Por mi parte os recomiendo una cosa sabio legislador: las mujeres. ¿Por qué dentro de un gobierno democrático la mitad de los individuos, las mujeres, no están directas o indirectamente representadas, mientras que sí están sujetas a la misma severidad de las leyes que los hombres hacen a su gusto? ¿Por qué al menos no se les consulta acerca de las leyes que conciernen a ellas más particularmente como son las relacionadas con matrimonio, divorcio, educación de las niñas, etc.? Le confieso que todas estas cosas me parecen usurpaciones inauditas y muy dignas de consideración por parte de nuestros sabios legisladores.» (De Miranda, F. Venezuela. 1982. Pág. 34).

 

Así una de las voces más lúcidas -a la vez hija y padre de nuestra América- nos resuena con extraordinaria vigencia, reclamando la tardía y aún incompleta reparación de estas «usurpaciones» injustas hacia la mujer; donde, por ejemplo, el derecho a elegir y a ser elegidas se abrió lento y resistido camino por más de un siglo y medio (en Chile recién en 1949); y algunas cuestiones civiles, como sus derechos y funciones en el matrimonio y respecto de los hijos, todavía más, hasta años recientes, nada más; mientras algunas, como la penalización en el Chile actual de la prostitución femenina pero no de la masculina aún reclaman la equidad e igualdad señaladas. La comunidad internacional, a través de la Convención respectiva sobre la Mujer (CEDAW), habría de trabajar aún más, hasta 1979, para dar ese paso decisivo.

 

Que De Miranda sostuvo constantemente esta lucha, y que ella cayó en la más absoluta incomprensión y silenciamiento, lo prueban los siguientes pasajes de la misma carta antedicha «.Si tuviera a la mano mis papeles, encontraría unos cuantos planteamientos que hice sobre el particular al conversar con algunos legisladores, de América y Europa, los cuales jamás me han dado razón satisfactoria alguna, conformándose con reconocer tal injusticia los más de ellos.» (Ibídem).

 

Valga entonces el rescate de esta dimensión menos conocida, tanto o más precursora, que viene a enriquecer aún más la figura de este latinoamericano entrañable, a propósito de los 200 años de su expedición libertaria a nuestras tierras.