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Fuerza y honor

Fuentes: Rebelión

Con esta frase animaban los generales romanos a sus ejércitos antes de comenzar la batalla. El tiempo, ese que nos hizo pertenecer a un presente seguro y bajo control, huye en medio del caos. O ya no existe porque estamos en manos de trileros sin alma. De testaferros narcotizados por un despotismo desprovisto de máscaras. […]


Con esta frase animaban los generales romanos a sus ejércitos antes de comenzar la batalla. El tiempo, ese que nos hizo pertenecer a un presente seguro y bajo control, huye en medio del caos. O ya no existe porque estamos en manos de trileros sin alma. De testaferros narcotizados por un despotismo desprovisto de máscaras. Pareciera que las líneas rojas ya solo están para saltárselas. Como un juego perverso de quien se sabe ganador por decreto y le importa muy poco su descrédito. Se saltan por imperativo legal o ilegal y punto. Qué más da ya. El límite a los despropósitos diarios por parte del gobierno del PP no tiene límite. La sangría ciudadana rocía con su podredumbre trayectorias personales y profesionales inconcebibles hace años. El gobierno, sus ministros, sus camellos ideológicos, sus caraduras mediáticas más ostentosas no guardan ningún pudor al hablar de la crisis y sus respuestas. Al gestionar la inmisericorde ración diaria de recortes sociales y económicos. Quienes tienen el poder político actual han dejado de guiarse por el respeto a la ciudadanía. Más bien parece que jueguen y se diviertan siendo sus verdugos. Incluso hasta el ensañamiento. Han olvidado para qué y porqué fueron votados. Porque ya todo les da igual en este torbellino de mezquindades acumuladas día a día. Actúan guiados por un estado de ánimo que huye hacia delante. Y al lado queda el abismo del que ellos se saben protegidos. Saben que están jugando con fuego pero solo esperan el gran incendio. El que les salve de tanta trampa, estafa y perversión. Ese fuego que expía, incluso los mayores pecados a la puerta del infierno.

Los dirigentes del PP y sus vicarías autonómicas han entrado en un juego perverso. Saben, por imperativo legal o ilegal, vaya usted saber, que deben forzar la historia al máximo, que deben tensionar y liquidar el Estado Social hasta un punto de no retorno. Nadie, todavía, sabe dónde esta ese punto de inflexión en el cual el mundo se pone patas arriba y explota. Ellos y ellas, dirigentes del PP y marcas provinciales, ya no tienen vergüenza para ocultar sus intenciones. Tampoco para intentar convencernos de que es de noche cuando en realidad han bajado las persianas. Porque tienen barra libre amparados por un sistema policial y judicial absolutamente entrampado en la rigidez de la perversidad. Para los policías y algunos jueces, solo vale la razón de Estado. Una, grande y libre sostenida por la mentira obligada de la obediencia debida. Las instituciones, la clase política, la justicia, la democracia, el Senado, las Cortes, los parlamentos, todo ha dejado de tener credibilidad en un mar de corrupción, mentira, falsedad y, sobre todo, en un océano de irresponsabilidades y agravios comparativos. ¿Puede usted señor Rajoy sostener que todos los Bárcenas que infectan la vida política española, probados sus delitos, no estén en la cárcel; y mi vecino, obligado a robar en el súper de al lado para dar de comer a sus hijos, tenga sentencia firme de un año de cárcel? En esto se ha convertido la democracia española. En un sumidero infectado de falsas promesas de ciudadanía revestidas de sujetos de derecho. ¿Derecho a qué y para qué?

Ustedes, quienes hoy tienen responsabilidad de gobierno, han convertido esta sociedad, la del desempleo, la de la precariedad, del hambre incipiente, del desengaño, del dolor, de la ruina familiar, de la emigración galopante, de los desahucios inmisericordes, del sangrante desempleo juvenil, de los casi once millones de pobres, en una sociedad al borde de la bancarrota social. Dicen que no queda otra. Que se deben a Europa. Que es inevitable, que no hay salidas más allá de esta salvaje cuchillada a la vida de las gentes normales y corrientes. Que la inevitabilidad del mundo y sus procesos globalizadores es inapelable. Que esto, o la ruina. O como Chipre. No es verdad. Quienes nos gobiernan solo juegan a ocultar esta realidad. O peor aún, a manipularla, a encubrir la ingente mancha de excrementos que ennegrece a este malherido reino de España. Ustedes han descubierto que su cinismo es ilimitado. Y además rentable. Y pretenden que el diablo se ahogue en nuestras venas inflamadas de ira.

Y mientras tanto la gente a pie de obra, grita, se exalta, hace huelgas, sale a la calle, roba, trapichea para vivir, se inmola en el altar de la desesperación y sobrevive a costa de la generación anterior, e incluso de la anterior a la anterior. No queda otra. Nos preguntamos dónde está límite para la revuelta infinita. Y no sabemos. Jugamos, o intentamos reventar la calle, esa que se toma por la izquierda. Pero la respuesta de la gente todavía es inmadura. El miedo, el miedo a perder lo que queda, funciona como un freno de mano ante la pálida movilización que nos reclama cada día en cada calle, en cada ciudad de esta España en venta y reventa. En esta España gobernada por vampiros que se nutren de las agonías ajenas.

Y ustedes se ríen, se ríen a carcajadas, como si nada ocurriera, como si esta batalla sangrienta, dolorosa y feroz, no fuera con ustedes, ni con quien desde los distintos medios de presión política, social, económica y mediática, les apoyan y refuerzan. Ustedes flotan a ocho mil metros de altitud por encima de la realidad de la gente. Pero les da igual. Porque ustedes siguen protegidos por la ley y el poder pervertido de sus mayorías absolutas. Ustedes han perdido el juicio de la historia. Viven y gobiernan ajenos a ella. Y prefieren seguir acumulando tensión y poder. Eso les inmuniza porque ustedes han perdido el miedo a todo. Para eso cuentan con el sometimiento de las principales fuerzas que podrían ponerlos contra las cuerdas. Por eso siguen jugando al engaño constante, al póquer acumulativo, al desenfreno verbal y al insulto y humillación de sus gobernados. Se sienten seguros porque sus discursos gozan de buena salud en la Europa de los mercados y mercaderes de los nuevos cautivos del siglo XXI. Y parece que nada se puede hacer. O sí.

¿Se sentarán ustedes a la izquierda del padre en el Juicio Final? No lo sé. Sé explicar porqué la calle todavía no ha asaltado la Moncloa. Pero no sé si lo hará ni cuándo. Ni las ultimas razones para encender la mecha que haga estallar la revuelta. Ustedes deberían evitarlo. Para eso les pagamos. Y también nos roban por ello. Si no lo hacen, la batalla está lista para su comienzo. Fuerza y honor.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.