Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Furia, furia contra la agonía de la luz. (Dylan Tomas)
Islamófobos del mundo, callaos y escuchad el sonido del poder del pueblo. Vuestra artificial dicotomía respecto a Oriente Medio -o «nuestros» dictadores o el yihadismo– no fue nunca más que un truco barato. La represión política, el desempleo masivo, los precios de los alimentos por las nubes son más letales que un ejército de suicidas-bomba. Así es como se escribe la historia; un país de 80 millones de seres -dos terceras partes de los cuales nacieron después de que el dictador llegara al poder en 1981, y nada menos que en el corazón del mundo árabe- han roto finalmente el muro del miedo y se han pasado al lado de la dignidad.
El neo-Faraón de Egipto, Hosni Mubarak, decretó toque de queda; pero la gente se negó a abandonar las calles. La policía les disolvió; pero los mismos ciudadanos se organizaron para garantizar la seguridad. Llegaron los tanques y la gente siguió cantando «ejército y pueblo unidos, codo con codo». Esta no es una de esas revoluciones de color pergeñadas por un think-tank, estos no son islamistas regimentados; estos son los egipcios de a pie enarbolando la bandera nacional «juntos, como individuos, en un gran esfuerzo cooperativo para recuperar nuestro país», en palabras del novelista y Premio Nobel egipcio Ahdad Soueif.
Pero después, tan inevitable como la muerte, la contrarrevolución levantaba su cabeza armada. Aviones de combate made in USA y helicópteros militares volaban «valientemente» a baja altura sobre las muchedumbres en la Plaza Tahrir (la imagen del régimen de Mubarak como ejército ocupante de Egipto; imaginen la indignación de Occidente si esto estuviera sucediendo en Teherán). Comandantes militares tratando de quedar bien en la televisión estatal. La amenaza de tanques made-in-USA en las calles -tripulados por tropas de combate de elite- que no parece que estén pensando en ponerse a jugar (aunque los soldados dijeron a los periodistas de Al Yasira que no pensaban disparar ni una bala). Para colmo, la «subversiva» Al Yasira cesa de repente de emitir.
Dile hola a mi suave torturador
La Intifada egipcia -entre otros múltiples significados- ha hecho añicos la campaña propagandística tramada por Occidente de presentar a los «árabes como terroristas». Ahora, con las mentes finalmente descolonizadas, los árabes sirven de inspiración al mundo entero, enseñando a Occidente cómo hacer un cambio democrático. Y adivinen qué: ¡uno no necesita «conmoción y pavor», ni entregas extraordinarias, ni torturas ni miles de millones en dólares del Pentágono para hacer que funcione! No importa que Washington, Tel Aviv, Riad, Londres o París nunca lo vieran venir.
Todos somos egipcios ahora. El virus latinoamericano -adiós a las dictaduras neoliberales más arrogantes y miopes- ha contaminado al Oriente Medio. Primero, Túnez. Ahora, Egipto. Puede que la próxima sea el Yemen y quizá también Jordania. Y no mucho después la Casa de los Saud (no importa que culparan al pueblo egipcio de los «alborotos»). Pero el terremoto político africano de Túnez 2011 también tuvo su chispa en las manifestaciones masivas en Europa: Grecia, Italia, Francia, el Reino Unido. Furia, furia contra la represión política, la dictadura, la brutalidad policial, los precios de los alimentos fuera de control, la inflación, los salarios de mierda, el desempleo masivo.
El Faraón de 2011 no parece una nueva versión del Shah de Irán 1979. Eso es seguro, no hay ningún ayatolá Ruhollah Jomeini para dirigir a las masas egipcias y al ex jefe de la Agencia Internacional para la Energía Atómica, el egipcio Mohamed El Baradei, le está acusando bastante gente en las calles de «robar nuestra revolución». Pero resulta difícil no recordar que el Shah de Irán está enterrado en El Cairo porque los iraníes no permitirían que su cuerpo volviera a la madre patria.
El Faraón reaccionó ante la Intifada nombrando rápidamente a su «suave» zar de la inteligencia, Omar Suleiman, como Vicepresidente (el primer vicepresidente desde que el Faraón tomó el poder en 1981) y virtual sucesor. Suleiman es el siniestramente suave experto en las «entregas extraordinarias» de la Agencia Central de Inteligencia, el que ha supervisado innumerables sesiones de tortura de supuestos «terroristas» en suelo egipcio; el lord que habla inglés en el Guantánamo árabe. El establishment de Washington no se sentía precisamente muy disgustado por su nombramiento.
Sin embargo, los imperialistas deberían tomar nota de lo siguiente: la última vez que la calle egipcia cuajó de esta manera fue durante la revolución de 1919 contra los británicos. Ahora, musulmanes y cristianos, las clases trabajadoras, las clases medias, las masas desempleadas, abogados, jueces, académicos de la Universidad de al-Azhar, estudiantes, campesinos, teólogos, periodistas independientes y blogueros, los activistas de los Hermanos Musulmanes, la Asociación Nacional por el Cambio, el Movimiento del 6 de Abril, para todos ellos, los días de la Granja Animal de Mubarak están contados.
Cinco movimientos de oposición -incluidos los Hermanos Musulmanes- han encargado a El Baradei que negocie la formación de un «gobierno de salvación nacional» transitorio. Las posibilidades de que el Faraón pueda negociar algo se reducen casi a cero. Para añadir más complejidad a la situación, gran parte de la generación de jóvenes activistas urbano confía más en los «comités populares» que en El Baradei.
Así es, en lo que a las próximas elecciones de septiembre se refiere, Mubarak, de 82 años, está muerto. Y lo mismo su hijo Gamal, de 47. Informes no confirmados indican que éste, emulando la típica conducta de hijo de dictador, podría haber huido a Londres utilizando su pasaporte británico con un montón de equipaje y que está ahora escondido en su casa de Knightsbridge.
El crucial e inmediato futuro va a depender del lado hacia el que el ejército egipcio se incline. Tal como está, no es totalmente descartable incluso una opción a lo Tiananmen -represión salvaje-. De todas formas, el juego del poder del régimen está claro; el Faraón podría incluso abordar un avión -haciéndose eco de los cantos de la calle- pero el régimen, una dictadura militar, ha conseguido permanecer.
El General Hussein Tantawi, el comandante en jefe del ejército y ministro de defensa, que estaba siendo agasajado en el Pentágono -del que consigue 1.300 millones de dólares al año en «ayuda»-, voló de regreso a El Cairo. De forma parecida, el Faraón, jugando a la desesperada y yendo al corazón de los temores de Occidente sobre la «estabilidad», intentó encasillar toda la Intifada como propio de una turba indisciplinada de habitantes de barrios bajos abocados al caos y la destrucción. Una selección de blogueros egipcios es categórica: la estrategia buscaba asustar a la gente para que volviera a sus casas suplicando «seguridad».
Issander El Amrani, en el blog El Arabista, subraya «que le resulta difícil creer que Mubarak siga aún en su puesto, y que el núcleo duro del régimen está utilizando medios extremos para salvar su posición». A nivel de la calle, hay sospechas abrumadoras de golpe de estado orquestado por Washington a muy alto nivel del régimen -la apuesta de EEUU/Israel por la fórmula «quizá no Mubarak/pero desde luego sin cambio de régimen», mientras los medios saudíes, israelíes y oficiales egipcios no se detienen ante nada para desacreditar la revolución. Sólo por ponerlo en perspectiva; en EEUU, pasaron Ronald Reagan (dos mandatos), George H W Bush, Bill Clinton (dos mandatos), George W. Bush (dos mandatos) y Barack Obama. En El Cairo, sólo hemos tenido a Mubarak.
A la empobrecida pero orgullosa y educada clase media egipcia, así como la clase trabajadora, nada les gustaría más que un país donde se respeta el imperio de la ley y se celebran elecciones transparentes. Así pues, ¿cómo van a confiar en Suleiman, un torturador con conexiones con la CIA, para dirigir la transición? Por no mencionar a un parlamento controlado por el increíblemente corrupto Partido Democrático Nacional de Mubarak, cuya sede prendieron fuego los manifestantes.
Camina como un (disidente) egipcio
Pasé dos meses en El Cairo y Alejandría a principios de 2003 esperando la invasión de Iraq por Bush, y pasando la mayor parte del tiempo con el océano de marginados del sistema de Mubarak, desde licenciados de universidad a inmigrantes sudaneses, incluyendo los abatidos representantes del 40% de la población que viven con menos de 2 dólares al día. Ni que decir tiene que todos ellos consideran a Mubarak como un repulsivo caniche de Washington, y que estaban espantados por el destino de Iraq, reverenciado históricamente en Egipto como el flanco oriental de la nación árabe. Su punto de vista sobre el régimen era algo así como «arrojar a los parásitos al Nilo».
Era muy esclarecedor -y muy doloroso- experimentar sobre el terreno las consecuencias del régimen de Mubarak como aplicado alumno del neoliberalismo impuesto por EEUU. Las inevitables consecuencias eran alta inflación y extendido desempleo. La clase media urbana había prácticamente desaparecido. La clase trabajadora estaba sometida a través del control férreo de los sindicatos. Y la clase media rural -la anterior base del régimen- había también menguado porque cada vez más gente joven tenía que marcharse a la ciudad a buscar un trabajo (que no encontraban). La clase que sobrevivió fue una clase pequeña de negociantes corruptos con conexiones estatales (la mayor parte corre ahora a Dubai en aviones privados).
Por tanto no es sorprendente que esta no sea una revolución islámica, como ocurrió en Irán en 1979. Es la economía, estúpido. El Islam está hoy dividido en Egipto en dos corrientes: el salafismo no politizado y los Hermanos Musulmanes, diezmados por décadas de corrupción y tortura y, en última instancia, también sin un programa político explícito aparte de proporcionar los servicios sociales que el estado no atiende.
El hecho de que los Hermanos Musulmanes se hayan quedado hasta ahora entre bastidores en la revolución tiene que ver con dos factores. Si se exponían demasiado, Mubarak habría tenido la excusa perfecta para etiquetar la revolución como algo tramado por «terroristas». Y, en segundo lugar, los Hermanos Musulmanes decidieron que esta vez sólo eran un actor entre muchos otros.
Este es un movimiento popular espontáneo tras las huellas de Kefaya («¡Ya basta!»), un movimiento popular «amarillo» (el color que eligieron) de intelectuales y activistas políticos suyo eslogan era ya en 2004 La lil-tamdid, La lil-tauriz («No a un nuevo mandato, no a una república hereditaria»).
Kefaya, aunque era un movimiento elitista, sin dirigentes y sin ideología, fue la chispa que puso en marcha mil movimientos, tales como «Periodistas por el Cambio», «Trabajadores por el Cambio», «Doctores por el Cambio» o «Jóvenes por el Cambio» que han llevado a la actual oleada de ciudadanos urbanos, de clase media-baja y media-media, con conocimientos de informática que han organizado innumerables foros online.
Otro acontecimiento crucial fue la huelga de los trabajadores del textil en 2008 en la ciudad de Mahlla al-Kubra, en el Delta del Nilo, cuando el aparato de seguridad de Mubarak asesinó el 16 de abril a tres personas, inspirando el homónimo movimiento online.
El Santo Grial consistió siempre en movilizar totalmente a las masas. La pasada semana, lo consiguieron. Los jóvenes, influidos por Kefaya siguen prefiriendo los comités populares antes que los políticos se pongan a guiar esta revolución en marcha. El pulso de las calles parece señalar que muchos egipcios no quieren que ninguna ideología religiosa o política monopolice lo que es esencialmente un movimiento transparente, multiforme y pluralista decidido a reformar radicalmente el país y a impulsarlo como nuevo modelo para todo el mundo árabe. Quizá todo sea muy seductoramente romántico. Pero el anhelo de una catarsis es inevitable después de tres décadas viviendo en una Granja Animal.
Me rebelo, por tanto existo
El profesor Fawaz Gerges, de la London School of Economics, ha señalado que todo esto «va más allá de Mubarak. Se ha destruido la barrera del miedo. Es realmente el principio del fin del statu quo en la región». Es, en efecto, algo más grande; es un ejemplo gráfico de activismo político orgánico de base.
O, en el lenguaje elitista del gurú de la política exterior de EEUU, el Dr. Zbigniew Brzezinski, este es su temido «despertar político global» en acción: la Generación Y del mundo en desarrollo, enojada, inquieta, enfadada, emocionalmente destrozada, mayoritariamente desempleada, despojada de su dignidad, exteriorizando su potencial revolucionario y poniendo patas arriba el statu quo (incluso aunque el Faraón promueva el mayor apagón en la historia de Internet).
Por mucho que Kefaya fuera la chispa, esta fue también una revolución Facebook, renombrada ahora en las calles de El Cairo, Alejandría y Suex como Sawrabook («el libro de la revolución»). La red RASD («seguimiento», en árabe) se lanzó el primer día mismo de las protestas, el martes de la pasada semana, configurada como una especie de «observatorio de la revolución».
Es fundamental señalar que en el momento de los hechos -hace menos de una larga semana-, Al Yasira ni siquiera había entrado en escena y la televisión estatal egipcia estaba mostrando, como siempre, desvaídas películas en blanco y negro. En sólo tres días, RASD se convirtió en la red de 400.000 personas en Egipto y en el extranjero. Cuando el régimen del Faraones despertó, ya era demasiado tarde, a pesar del apagón de Internet y todo lo demás.
Es este espíritu de solidaridad en acción lo que se ha derramado por las calles en forma de jóvenes activistas controlando los teléfonos fijos, documentando casos de heridos u organizando clínicas improvisadas. O de forma que el ciudadano medio de El Cairo cubriera con tablas las entradas de sus casas y formaran patrullas de vecinos en las barriadas para protegerse ellos mismos de saqueadores y ladrones, de lo que informaban ampliamente los bloqueros, llevando tarjetas de identidad de los servicios de seguridad y armas que salieron del régimen.
Tan alarmadas como pueden estar ahora las enrarecidas elites globales -uno sólo tiene que seguir el laberinto de ambigüedades que supuran desde Washington y las capitales europeas-, al menos Brzezinski se ha conectado lo suficiente como para captar el sentido, como «las principales potencias del mundo, nuevas y viejas… se enfrentan a una nueva realidad: mientras la letalidad de su poderío militar es mayor que nunca, su capacidad para imponer su control sobre las masas políticamente despiertas del mundo está bajo mínimos históricos».
El nuevo orden está agonizando, pero el nuevo aún no ha nacido. Puede haberse puesto ya en marcha la Edad de la Ira en el arco que va desde el Norte de África al Oriente Medio, pero todavía nadie conoce cuál será la próxima configuración geopolítica. ¿Podrá decir algo la gente o se verán acorralados y controlados por los poderes fácticos?
Egipto no se convertirá en una democracia operativa debido a la falta de infraestructuras políticas. Pero tiene que volver a empezar desde cero, con la mayoría de la oposición casi tan vilipendiada como el régimen. La generación más joven -investida del sentimiento de estar en el lado justo de la historia- será fundamental.
No van a aceptar una ilusión óptica de cambio de régimen que asegure una continua «estabilidad». No van a aceptar que EEUU y Europa les secuestren ni que les presenten un nuevo títere. Lo que quieren es la conmoción de lo nuevo, un gobierno verdaderamente soberano, no más liberalismo, y un nuevo orden político en Oriente Medio. Saben que la contrarrevolución será feroz. Y que se extenderá más allá de unos cuantos búnkeres en El Cairo.
Pepe Escobar es autor de «Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War» (Nimble Books, 2007) y «Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge». Su último libro es «Obama does Globalistan» (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: [email protected].
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