¿Es posible hablar de paz en Siria, de no violencia y desarme? ¿En Siria donde las consignas son guerra a muerte y exterminio? Aquí lo único que se piensan es en cómo matar al enemigo. ¿Es posible hablar de amor? ¿El clásico haz el amor y no la guerra? No. Los únicos que hablan aquí […]
¿Es posible hablar de paz en Siria, de no violencia y desarme? ¿En Siria donde las consignas son guerra a muerte y exterminio? Aquí lo único que se piensan es en cómo matar al enemigo. ¿Es posible hablar de amor? ¿El clásico haz el amor y no la guerra? No. Los únicos que hablan aquí son los fusiles, los cañones, los cohetes, las bombas que utilizan sin clemencia los dos bandos enfrentados, llámense chiítas o sunitas. Ni banderas blancas ni palomitas de la paz, ni derechos humanos. Por encima de todo el odio y la destrucción, la tortura y el desprecio absoluto por la vida.
Tal vez si apareciera algún Gandhi, o surgiera un movimiento contra la no violencia del mismo modo que aconteció en la guerra del Vietnam, a lo mejor cambiarían las cosas. Pero eso no son más que elucubraciones. Tampoco hay un Bertrand Russell ni se ha convocado el «summer love» como en el año 69, nadie pregona la insumisión y la objeción de conciencia, el antimilitarismo o el desarme, ni hay gente por ahí con flores en el pelo bailando la música de los Beatles o los Rolling Stones.
Lo que aquí se repite sin cesar es la palabra guerra, guerra a muerte, guerra santa, la yihad una y otra vez ¡Allahu akbar! una y otra vez la guerra contra los terroristas que intentan derribar al rais Bachar Al Assad, y si están del otro lado, guerra contra los infieles chiítas herejes politeístas a los que hay que exterminar.
Rezar se reza cumplidamente con gran fervor y misticismo para que Allah los bendiga y les otorgue la victoria en el campo de batalla.
Y el mundo mientras tanto ni se inmuta ante la tragedia del pueblo sirio, no hay ni la más mínima muestra de solidaridad o por lo menos de compasión. No se escucha las voces de los políticos, los intelectuales, los estudiantes, los artistas, los poetas pertenecientes a esa izquierda occidental tan solidaria en otras ocasiones con el sufrimiento de los pueblos oprimidos. No se ha convocado ninguna manifestación para exigir el cese de este brutal genocidio, nadie ha sacado cara por la población civil; por los miles de niños muertos, por los miles de torturados y desaparecidos. Sólo el Papa de Roma declaró que los tiene presentes en sus oraciones y que ruega por la salvación de sus almas. ¿Con misas y plegarias se podrá detener la demencial maquinaria de guerra?
Habrá que resignarse a cavar tumbas y a tejer preciosas mortajas.
Qué más da que mueran unas cuantas miles de personas si al fin y al cabo son los daños colaterales que se producen en todas las guerras. Además, según los expertos, lamentablemente hay que asumir este coste pues ni EEUU ni Europa tienen previsto intervenir en una de las zonas más conflictivas del planeta. En todo caso, si sirve de consuelo, las multinacionales de ayuda humanitaria ya trabajan sobre el terreno para aliviar el sufrimiento de las víctimas y en cuanto acabe la contienda se encargarán de administrar los millones de dólares y euros destinados a la reconstrucción del país.
En los frentes de guerra existen otras preocupaciones más prioritarias como para estar pensando en parábolas pacifistas. Por ejemplo, lo más importante en este momento es el reclutamiento de voluntarios sunitas de la Umma para engrosar las katibas o batallones de yihadistas. Con sangre fría y arrojo deben asumir el papel bíblico de ángeles exterminadores. Menos mal que los mártires recibirán las más alta recompensa en el paraíso donde por fin gozarán eternamente de paz y felicidad. El ejército sirio pro alauita y sus aliados las milicias de Hezbollah, los Guardianes de la Revolución de Irán, los chiítas iraquíes también se rigen por los mismos patrones filosóficos. Su sagrada misión es aplastar a los insurrectos en nombre de la «libertad».
Y es que están en juego grandes intereses geoestratégicos y económicos pues Siria es una pieza clave en el complicado rompecabezas de Oriente Medio. Israel por lo pronto ya ha anunciado que prefiere a Bachar Al Assad en el poder antes que a un gobierno presidido por islamistas. La aviación judía desde hace unos meses viene atacando objetivos militares sirios sin que hasta el momento haya ninguna respuesta por parte del régimen de Damasco. Es extraño que Al Assad reprima cruelmente a sus ciudadanos y se muestre miedoso e impotente ante las agresiones sionistas.
Gracias a la guerra civil que se desarrolla en Siria la industria armamentística mundial y los contrabandistas de armas han multiplicado considerablemente sus beneficios. Esta es una noticia positiva para los empresarios y mercaderes que atravesaban una profunda crisis. 120.000 muertos no es nada si se comparan con los grandes réditos que reporta este lucrativo negocio. La paz, por el contrario, es un asunto espiritual reñido con las cifras macroeconómicas que son las que realmente mueven el mundo.
Gandhi el apóstol de la paz, un ser tan humilde que andaba medio desnudo tan sólo cubierto con una túnica blanca, ese personaje que pregonaba el amor fraterno, el mahatma Gandhi que consiguió la independencia de la India del imperio inglés sin disparar un solo tiro ¿podrá servir de ejemplo para encontrar una salida a este horrible holocausto? Aunque hay un pequeño detalle que tenemos que subrayar y es que en Siria, como en el mundo árabe en general, casi nadie lo conoce y si supieran quien es, de inmediato lo calificarían de kufar (pagano) adorador de vacas.
Bachar afirma que su gobierno se defiende de la artera agresión del terrorismo internacional, que él es un amante de la paz y los derechos humanos. Dice que los directos culpables son los jeques árabes sunitas que patrocinan a los sublevados con dinero y armas, que su gobierno es víctima de una confabulación sionista apoyada por la OTAN y las fuerzas oscuras del imperialismo. Todos sabemos que ha sido una intifada libertadora surgida del propio pueblo que luego derivó en un enfrentamiento fanático y sectario.
En todo caso la infernal espiral de violencia va a ser muy difícil frenarla. La única obsesión de los chiítas o sunitas es adquirir más armas y reclutar combatientes. Se requieren con urgencia especialistas en el arte de matar, sobre todo, francotiradores -que son elementos muy apreciados pues se encargan de sembrar la psicosis y el terror-. Hay que obligar al enemigo a que cave su propia tumba; que no puedan asomarse a la ventana, ni salir al balcón o abrir la puerta de la calle.
Pero ¿quién es capaz de explicarle el significado de la palabra paz a aquellos muyahidines que lo único que desean es inmolarse en las operaciones suicidas?
¿Reflexionarán algo o se iluminarán las conciencias de los milicianos de Hezbollah, los Guardianes de la Revolución de Irán o los soldados del ejército sirio, la despiadada shabiha, los chiitas iraquíes de Asaib Ahl al-Haq o los rebeldes del ESL, el frente al- Nusra pro Al Qaeda, los salafistas del Estado Islámico de Irak y Levante, o los Halcones de la Gran Siria?
Es una paradoja pero esta guerra ha otorgado a las mujeres un mayor grado de igualdad con respecto a los hombres. Hay muchas que no se niegan a cumplir con las tradiciones ancestrales como es el caso de «Guevara», guerrillera perteneciente al batallón Al Waad de Alepo que ocupan el puesto de francotiradora en primera línea de fuego. Ella es una mujer devota que viste el hijab y lleva ceñida en la frente una banda en la que se lee «no hay otro dios más que Allah». Admirada y respetada por sus compañeros «Guevara» tiene una poderosa razón para ejercer su papel de verdugo: vengar a sus dos hijos muertos en un bombardeo de la fuerza aérea de Bachar al Assad.
Agazapada tras una trinchera de sacos terreros respira profundo, se le acelera su corazón, le bulle la sangre de rabia al recordar a sus dos criaturas enterradas vivas tras el impacto de un misil que destruyó su hogar; se muerde los labios, chirrían los dientes y acaricia con cariño el fusil Barrett M 82 calibre 50 -se nota que hay algo erótico en esa relación- Va observando el panorama a través de su mira telescópica, afina la puntería recitando las suras del Corán y de repente aprieta el gatillo y se escucha un disparo seco y preciso que se dirige hacia el blanco elegido al azar. «Guevara» lanza un grito de euforia al comprobar que le ha volado la tapa de los sesos a un soldado de Bachar- ¡Allah ukbar! un perro menos-
Por más Gandhis, redentores o mesías que se invoquen es imposible detener este sanguinario holocausto. Cada día que pasa la muerte y la destrucción avanza imparable, monstruosamente imparable. Estamos ante posturas irreconciliables que tienen su origen en rencillas atávicas de carácter religioso. La batalla de Kerbala acaecida en el año 680 y que provocó el cisma entre chiítas y sunitas todavía no ha terminado. En lo más profundo del alma los corroe el odio y la venganza. Así está escrito en la memoria genética que se trasmite de generación en generación y nadie puede cambiar esa sentencia. Ni siquiera Allah, el amo y señor del mundo. Las heridas después de cientos de años siguen abiertas y no queda otra que aplicar la ley del Talión, ojo por ojo diente por diente. Con tanta sangre derramada mares de sangre, océanos de sangre, esta primavera será una de las más floridas que se recuerden.
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