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Gaza cambia de un estado de guerra a un estado de desesperación

Fuentes: The Sidney Morning Herald

Traducido de inglés para Rebeliób por Beatriz Morales Bastos

La entrada tipo campo de prisioneros a Gaza no ha cambiado desde el final de la ofensiva de enero. Senderos encajonados, torres de hormigón, puertas de acero a control remoto, silencio.

Del lado palestino el mismo grupo de aburridas personas que trasladan equipajes ofrece por 20 shekels (6.50 dólares) transportar una maleta los 1.500 metros que hay hasta la parada de taxis.

Al conducir hacia la ciudad de Gaza a través de la maraña de campos de refugiados, carreteras destrozadas y basura, cuantas más cosas dicen lo mismo, mayor es el sentimiento de desesperación.

Desde que Israel declaró el fin de la ofensiva de tres semanas contra Hamás en enero lo único que ha progresado es el calendario. Todas y cada una de las demás medidas de progreso parecen atrapadas en un callejón sin salida o haber retrocedido.

Más de 1.000 días después de su captura, el sargento israelí Gilad Shalit sigue retenido como rehén con pocas posibilidades de ser liberado. Los dirigentes de Hamas han seguido lanzando sus rudimentarios cohetes caseros contra objetivos civiles en Israel y si se cree a la inteligencia israelí, ya se ha rearmado ampliamente. Las fronteras entre Israel y Egipto continúan cerradas para todo excepto comida, suministros médicos y ayuda humanitaria.

Y con la prohibición de entrada para cosas como cemento, acero o cualquier otro material necesario para reconstruir Gaza, los miles de casas, oficinas y edificios públicos destruidos en la intensa campaña de bombardeos de Israel siguen siendo nada más que montañas de escombros.

No se ha gastado ni un dólar a pesar de los más de 8.000 millones de dólares para reconstrucción prometidos por otros países tras el alto el fuego.

«Las promesas siguen ahí», afirmó John Ging, el más alto representante de Naciones Unidas en Gaza. «Pero mientras las autoridades no permitan el paso de los materiales que se necesitan para empezar la reconstrucción, no se podrá gastar dinero alguno».

Así pues, tres meses después de que acabara, ¿qué se logró exactamente con la Operación Plomo Fundido?

Aparte de proporcionar un estímulo moral al ejército israelí, que había recibido una paliza en la guerra emprendida por Israel contra Líbano en 2006, el objetivo principal de mejorar la situación a largo plazo en el sur de Israel parece un tanto endeble.

Los resultados son un poco más fáciles de cuantificar en términos de muertos, heridos y de destrucción de propiedades. Un informe emitido por el alto mando de las Fuerzas de Defensa Israelíes [ejército] afirma que murieron 1.166 palestinos durante la campaña de tres semanas. De esos muertos, el informe afirma que 709 eran miembros de Hamás o de la Jihad Islámica y que se ha confirmado que 295 eran víctimas inocentes. Sin embargo, el Centro Palestino para Derechos Humanos afirma que la ofensiva de 22 días provocó la muerte de 1.417 palestinos, de los que se calcula que 236 eran miembros de Hamás o de otras milicias y otros 255 eran agentes de policía. El Centro calcula que otras 5.300 personas resultaron heridas durante el conflicto.

Murieron 13 israelíes.

«Lo que a menudo se olvida de esta situación es que estamos tratando con seres humanos, la mayoría de los cuales no tienen nada que ver con la política de esta situación», afirmó Ging.

Una cuestión obvia que se viene a la mente acerca de Gaza es si tres meses después del final de la ofensiva israelí la vida es sensiblemente peor para el millón y medio de ciudadanos de Gaza.

«Un poco, pero no mucho», Hamdan Nimat, un hombre de 38 años padre de cuatro hijos que nació en el campo de refugiados de Jabaliya, pero cuyos padres nacieron en Ashkelon, un centro costero a varios kilómetros al norte de Gaza que ahora pertenece a Israel.

«La verdad real acerca de la vida en Gaza es que nadie está muriendo por falta de comida», afirma Nimat. «Ni tampoco está muriendo nadie por falta de medicinas. Lo que está muriendo es la economía. Lo que escasea es el trabajo y sin la esperanza de poder encontrar un trabajo no tenemos vida. Yo diría que mi vida es igual ahora que hace tres años».

El asedio egipcio e israelí a Gaza (lo que Ging llama un sistema de castigo colectivo) empezó en serio en enero de 2006, cuando Hamás ganó inesperadamente 74 de los 132 escaños del Consejo Legislativo Palestino.

Resuelto a precipitar una crisis financiera y a impedir que Hamás funcionara como un gobierno, Israel empezó a restringir los movimientos de artículos y de personas desde y hacia Gaza.

Para mayo de 2007, cuando Hamás tomó pleno control de Gaza, Israel había sellado prácticamente la frontera y permitido sólo la entrada de ayuda humanitaria, apostando por que Hamás preferiría llegar a un acuerdo antes que ver Gaza sumirse en una vana pobreza.

«Pero, ¿qué buscan los israelíes?», preguntó Nimat. «Mire a su alrededor. Este asedio no afecta a Hamás. Conducen los mejores coches. Tienen la comida mejor. Sus ingresos los paga el dinero de los impuestos».

Uno de los pocos edificios del gobierno no destruidos durante la Operación Plomo Fundido era el Departamento de Transporte y Cultura, una torre de ocho pisos en el centro de Gaza.

En la cuarta planta está la oficina del ministro de Transportes, Osama al-Issawi, que afirmó que Hamás era más poderoso que nunca. «El enemigo sionista no nos ha debilitado», afirmó.

Cuando se le preguntó por los datos sobre derechos humanos del propio Hamás y por los informes de la semana pasada según los cuales Hamás había ejecutado a unos 40 gazatíes por varios crímenes de traición tras la ofensiva de enero, Issawi reconoció que Hamás había cometido errores. «Está muy claro y lamento lo que ha ocurrido. Por eso ahora estamos tratando de castigar a quienes fueron responsables de llevar a cabo estos actos de violencia».

Si hay una semilla de esperanza en Gaza, entonces está en manos de hombres de negocios como Mahmoun Khozendar. El pasado mes de mayo Khozendar invitó a The Herald a lo que él describió como su finca en el campo, 80 hectáreas de robustos cítricos y olivares al norte de la franja, una propiedad descomunal para los parámetros de Gaza. Tras una comida de pescado a la parrilla y gambas al borde de su piscina, mostró su propiedad, incluyendo los establos de sus queridos caballos.

Cuando pasé al lado de las 80 hectáreas la semana pasada, la propiedad de Khozendar estaba irreconocible. Todo había sido arrasado durante la ofensiva de enero. Lo único que quedaba intacto era la piscina.

Desde el día en que se declaró el alto el fuego, Khozendar, de 53 años, ha trabajado sin descanso para reconstruir. Hasta ahora ha gastado unos 150.000 dólares para plantar 3.000 cítricos, 800 olivos y 500 palmeras. «Al hacerlo estoy mandando un mensaje a mi pueblo. Que sobreviviremos. Nuestras vidas no están en manos de los israelíes, nuestras vidas están en nuestras propias manos. Y cuando lo hagamos, todo el mundo quedará asombrado».

Enlace con el original: http://www.smh.com.au/world/gaza-shifts-from-a-state-of-war-to-a-state-of-despair-20090426-ajcv.html?page=-1