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Gaza, entre el bloqueo y la muerte

Fuentes: Rebelión

La muerte y la desolación cubren la Franja de Gaza, un territorio minúsculo de apenas 360 kms2, donde habitan cerca de 1,3 millones de personas hacinadas. De hecho la Franja de Gaza es el territorio más densamente poblado del mundo, con más de 3.500 habitantes por km2. Este fue históricamente un punto de encuentro intercultural, […]

La muerte y la desolación cubren la Franja de Gaza, un territorio minúsculo de apenas 360 kms2, donde habitan cerca de 1,3 millones de personas hacinadas. De hecho la Franja de Gaza es el territorio más densamente poblado del mundo, con más de 3.500 habitantes por km2. Este fue históricamente un punto de encuentro intercultural, ya que territorialmente es la unión entre África y Asia, paso obligado para comerciantes en la antigüedad y para los imperios que buscaban controlar el Mar Mediterráneo. La violencia siempre ha estado presente, precisamente porque el imperialismo siempre ha pretendido controlar Palestina, en especial este tipo de lugares tan estratégicos, pero a diferencia de hasta 60 años atrás, Gaza nunca había estado bloqueada, cercada y atrapada de manera tan brutal.

Los habitantes de esta zona han debido conocer el sufrimiento desproporcionado desde la fundación del Estado de Israel en 1948. Cuando Naciones Unidas cometió el abuso de dividir Palestina en 1947, sin considerar el derecho a la autodeterminación de su pueblo, la partición consideraba un 43% de territorio para la creación de un Estado Palestino dentro del cuál lo que se consideraba como parte de Gaza era cerca de cinco veces el territorio actual. Después de la guerra de 1948 Israel se anexó la mayor parte de este territorio y dejó los 360 kms2 que conocemos hoy bajo control egipcio. Durante los siguientes 19 años la Franja de Gaza fue incorporada por el país de las pirámides y reivindicada como parte de un futuro Estado Palestino alentado por el nacionalismo panárabe de Jamal Abdel Nasser.

Pero nada de ello ocurrió. En 1967, tras la «guerra de los seis días», Israel ocupó completamente la Palestina histórica, dentro de la cuál figuraba la Franja de Gaza. Los países árabes derrotados perdieron influencia en controlar el destino de las organizaciones de resistencia palestina y la gente de Gaza fue incorporada ahora a Israel, pero al igual que Cisjordania, no fue anexada como parte igual a las otras zonas del Estado sionista, sino que se le dio el carácter de zona ocupada militarmente, donde no valía ninguna jurisdicción salvo la ley agresiva del belicismo israelí.

Bajo ocupación militar y siendo víctima de un descarado plan israelí de colonización, los habitantes de Gaza comenzaron a verse cada vez más asfixiados por los controles y cercos sionistas. Tras los Acuerdos de Oslo en 1993, firmados luego que la resistencia civil palestina (la Intifada) pusiera en jaque a la ocupación israelí, Gaza vio importantes señales de cambio y esperanza, las que se hacían carne con la llegada de Arafat a la zona, la creación de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y la construcción de un flamante aeropuerto que avanzaría de convertirse en exportador de cargas a uno de carácter internacional. En aquel momento, parecía que Gaza nuevamente recobraría su carácter histórico de puerto mediterráneo, pero Israel tenía en mente otros planes.

Con el objetivo claro de dividir a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) Israel venía financiando desde 1987 a una organización islámica que operaba fundamentalmente en Gaza y que había variado su postura de fundación caritativa a una de carácter combativo. Su nombre de combate: Movimiento de Resistencia Islámica Hamas. Este grupo había sido influenciado por la Hermandad Musulmana de Egipto, pero su creciente nacionalismo palestino le alejó ideológicamente de su grupo madre. Los israelíes han reconocido que Hamas se les escapó de las manos hace mucho tiempo, sobre todo durante los años noventas cuando el Estado sionista reconoció a la OLP como única y legítima representante del Pueblo Palestino y dejó de incomodar la figura de Al Fatah. Sólo Arafat representaba un estrobo dentro de este partido, por lo que tras el comienzo de la segunda Intifada en 2000 Israel lo sitió en su casa de gobierno en Ramallah y terminó asesinándolo en 2004. Con el fin del líder histórico Palestina quedó sumida en una anarquía cuyo principal responsable es la carencia de liderazgos y de proyectos capaces de reinterpretar la resistencia acorde con el contexto histórico y político. Hasta algunos partidos de izquierda cayeron en la torpeza de asimilar sus formas de lucha a las de Hamas.

Con el fin del decepcionante proceso de paz que terminó con Palestina completamente colonizada por el sionismo, los israelíes buscaron distintas estrategias para tener un control real y absoluto sobre la vida de los palestinos. El primer proyecto fue la construcción del Muro del Apartheid que recorre toda Cisjordania, anexionando gran parte de aquello que el propio Israel había afirmado como parte del futuro Estado Palestino administrado por la ANP. La segunda parte tenía como objetivo específico controlar Gaza. El primer ministro Ariel Sharon, actualmente en coma, llevó a cabo en 2005 un plan de desconexión que buscaba controlar Gaza de manera más eficiente, a través de ataques aéreos y el cierre de las fronteras a ambos lados. Pero aún más importante para Israel era volver a deslegitimar a la ANP frente a los palestinos, pues el organismo ahora tendría que proteger la seguridad del Estado sionista, combatiendo al Movimiento Islámico ahí donde tenía mayor arraigo popular.

Efectivamente, para suerte de Israel, la desconexión unilateral de Gaza sólo trajo una lucha interna palestina que ha venido desangrando toda la unidad construida durante décadas. El triunfo de Hamas en las elecciones de enero de 2006 ratificó el rechazo creciente de la población palestina a la ineptitud y corrupción del gobierno de Al Fatah y a la postre el rechazo internacional al gobierno elegido democráticamente significó la división completa entre los palestinos. El imperialismo occidental, por un lado, respaldó a Mahmud Abbas y a Hamas no le quedó otra alternativa que refugiarse y hacerse fuerte en su punto de origen, Gaza.

Era cosa de tiempo para que estallara una guerra civil entre palestinos, y a diferencia de las luchas internas tradicionales entre palestinos, que jamás llegaron al derramamiento de sangre, ahora ya no estaba presente la dicotomía izquierda-derecha, sino la del islamismo contra el imperialismo. Gaza se convirtió en el lugar más horrendo del planeta, en el sitio donde los palestinos por primera vez se asesinaban unos a otros dejando la puerta abierta a que Israel hiciera y deshiciera a su conveniencia. Luego de casi dos años de fricciones e intentos superficiales por superar la crisis, Hamas fue destituido del gobierno y acto seguido dio un golpe de Estado en Gaza, controlando la zona y afrontando la violencia israelí constante y un embargo terrible que tiene hasta hoy a la población civil sumida en una crisis humanitaria.

La indiferencia del mundo frente a este pequeño lugar bombardeado y destruido por el sionismo ha hecho que su población se vuelva cada vez más escéptica respecto a una solución pacífica del conflicto con Israel. Mientras los gobiernos árabes se reúnen en fastuosas cumbres para condenar a Israel y juntarse con los sionistas bajo la mesa, los palestinos de Gaza mueren por no tener medicamentos ni tratamientos médicos a tiempo. La ONU, con el descaro ya cotidiano, condena por igual los ataques israelíes y los lanzamientos de cohetes Qassam, reduciendo a los ocupados al mismo sitial que sus ocupantes.

¿Qué podemos esperar ahora? Abbas ha dicho que en el futuro la lucha armada sería una posibilidad, para no aparecer ante los palestinos como una figura patética a quien le da lo mismo lo que ocurra con Gaza con tal de sacar cálculos políticos. Hamas por su parte ha debido mantener funcionando los servicios y al mismo tiempo luchar contra los ataques israelíes. Lejos de ser una alternativa, su control sobre Gaza ha traído aún más desesperación y angustia a la población.

Sólo nos queda esperar que la comunidad internacional intervenga, que actúe sobre Israel con la misma energía con que boicoteó al gobierno de Sadam Hussein durante los noventa o con la premura con que defiende los intereses norteamericanos en la zona. ¿una ilusión? Por supuesto, pero mientras tanto debemos denunciar los hechos con claridad a fin de que el discurso sionista y estadounidense de la «seguridad nacional» deje de convencer a los más torpes o manipuladores líderes del mundo.

Mauricio Amar es sociólogo y Director de la Oficina de Información Chileno-Palestina