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Gaza, fuerte como la muerte

Fuentes: Counterpunch

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Fuerte como la muerte.

Oh, Gaza. Fuerte como la muerte es el amor.

Amaba Gaza. Este es un juego de palabras. El Cantar de los Cantares de la Biblia dice que el amor es fuerte como la muerte. Fuerte en hebreo se dice Aza. Aza es también el nombre hebreo de Gaza.

He pasado muchas horas felices en Gaza. Tenía allí muchos amigos. Desde el izquierdista Dr. Haidar Abd al-Shafi hasta el islamista Mahmoud al-Zahar, actual ministro de asuntos exteriores de Hamás.

Estaba allí cuando Yasser Arafat, hijo de una familia gazatí, volvió a casa. Me situaron en la primera fila de la recepción que le esperaba en la frontera de Rafah, y esa misma tarde me recibió en su hotel, frente a la costa de Gaza, y me sentó a su lado en el estrado durante la conferencia de prensa que ofreció.

Todos los que conocí en la Franja de Gaza tenían una actitud amistosa, en los campos de refugiados y en las calles de la ciudad de Gaza. En todas partes conversamos sobre la paz y el papel de Gaza en el futuro Estado Palestino.

Todo bien, pero ¿qué hay de Hamás, la terrible organización architerrorista?

A comienzos de la década de los 90, el primer ministro israelí Yitzhak Rabin envió al exilio libanés a 415 prominentes islamistas gazatíes. Los libaneses no les dejaron entrar, y los exiliados vegetaron durante un año al aire libre en la frontera.

Como protesta por la expulsión, levantamos un campamento de tiendas de campaña frente a la oficina del primer ministro en Jerusalén. Allí permanecimos 45 días con sus respectivas noches, algunos bajo la nieve. En el campamento había judíos y árabes, incluyendo algunos árabes israelíes islamistas. Pasábamos los largos días y noches enfrascados en discusiones políticas. ¿Sobre qué? Sobre la paz, claro está.

Los islamistas eran personas estupendas y trataron a mi esposa Rachel con la mayor cortesía.

Cuando finalmente autorizaron a regresar a los exiliados, se les ofreció una recepción en el mayor auditorio de Gaza. Yo fui invitado junto a un grupo de compañeros. Se me pidió que hablara (en hebreo, por supuesto) y después me invitaron al banquete.

Cuento todo esto para que se entienda la atmósfera que existía en aquella época. Cada vez que hablaba hacía hincapié en que era un patriota israelí. Defendí la paz entre los dos estados. Antes de la primera intifada (que comenzó el 9 de diciembre de 1987) Gaza no era un lugar de odio. En absoluto.

Montones de trabajadores atravesaban cada mañana los puestos de control para ir a trabajar a Israel, al igual que hacían los comerciantes que vendían sus productos en Israel, lo cruzaban para ir a Jordania, o adquirían su mercancía en los puertos israelíes.

Entonces, ¿cómo conseguimos -nosotros, el Estado de Israel- convertir Gaza en lo que es hoy?

El verano de 2005, el entonces primer ministro Ariel Sharon decidió cortar todos los lazos con la Franja de Gaza. «Arik», que tenía un corazón de soldado, decidió que los costes de ocupar la Franja eran mayores que sus beneficios. Sacó de allí al ejército y a los colonos y la entregó. ¿A quién? A nadie.

¿Por qué a nadie? ¿Por qué no se la traspasó a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que ya entonces era la autoridad palestina reconocida? ¿Por qué no hacerlo en el marco de un acuerdo? Porque Arik odiaba a los palestinos, a la OLP y a Arafat. No quería nada con ellos. Así que se limitó a abandonar la Franja.

Pero la naturaleza aborrece el vacio. Gaza necesitaba una autoridad palestina. Se celebraron unas elecciones democráticas que Hamás ganó en toda Palestina. Hamás es un partido nacionalista religioso que en sus orígenes había sido promovido por el servicio secreto israelí (el Shin Bet), con el fin de debilitar a la OLP. Cuando esta no aceptó los resultados de las elecciones, Hamás tomo el poder por la fuerza en Gaza. Así es como dio comienzo la situación actual.

Durante todo ese tiempo aún teníamos una opción positiva.

La Franja de Gaza podía haberse convertido en una isla de prosperidad. Los optimistas hablaban de «un nuevo Singapur». Contemplaban la existencia de un puerto en Gaza, en donde los productos fueran inspeccionados bien allí mismo o en otro puerto neutral. En Gaza se construyó un aeropuerto, con su correspondiente control de seguridad, que luego sería destruido por Israel.

¿Y qué hizo el gobierno israelí? Todo lo contrario, por supuesto.

El gobierno sometió a la Franja de Gaza a un bloqueo riguroso. Cortó todas sus conexiones con el mundo exterior. Las provisiones solo podían llegar a través de Israel, que aumentaba o disminuía la entrada de productos esenciales a su antojo. El suceso del barco turco Mavi Marmara (componente de la Flotilla de la Libertad, que pretendía romper el bloqueo naval de Gaza y sufrió un ataque sangriento del ejército israelí cuando se encontraba próximo a sus costas) puso de manifiesto el aislamiento total de la Franja.

La población actual de Gaza está en torno a los dos millones de personas. La mayoría son refugiados de Israel, expulsados de sus tierras en la guerra de 1948. No puedo decir que sea inocente, pues la unidad del ejército a la que pertenecía combatió en el sur de Palestina. Vi lo que ocurría y he escrito sobre ello.

El bloqueo creó un círculo vicioso. Hamás y otras organizaciones más pequeñas (y más radicales) llevaron a cabo actos de resistencia (o «terrorismo»). El gobierno israelí reaccionó intensificando el bloqueo. Los habitantes de Gaza respondieron con más violencia. El bloqueo empeoró. Y así sucesivamente hasta llegar a la semana actual.

¿Y qué ocurre en la frontera meridional de la Franja? Por muy extraño que parezca, Egipto coopera con el bloqueo israelí. No solo por la simpatía mutua que se profesan el dictador militar egipcio, al-Sisi, y los gobernantes israelíes. Hay también una razón política: el régimen egipcio odia a los Hermanos Musulmanes, su principal oposición interna ahora prohibida, que se considera la organización matriz de Hamás.

El régimen de la OLP de Cisjordania también coopera con el bloqueo israelí contra Hamás, su principal rival en el contexto político palestino.

De este modo, la Franja de Gaza permanece prácticamente aislada por completo, sin amigos. Excepto algunos idealistas repartidos por el mundo, demasiado débiles como para cambiar las cosas. Y, claro está, Hezbolá e Irán.

* * *

Ahora se ha impuesto un cierto equilibrio. Las organizaciones gazatíes llevan a cabo acciones violentas, que no ocasionan verdaderos daños al Estado de Israel. El ejército israelí no tiene ganas de volver a ocupar Gaza. Y los palestinos han descubierto una nueva arma: la resistencia no violenta.

Hace muchos años, un activista estadounidense discípulo de Martin Luther King vino a Palestina a promover este método. No encontró seguidores y regresó a EE.UU. Posteriormente, en los inicios de la segunda intifada, los palestinos intentaron dicho método. El ejército israelí respondió con munición real. El mundo contempló la imagen de un niño al que dispararon en brazos de su padre. El ejército se negó a aceptar responsabilidades, como siempre. La resistencia no violenta murió con el niño. La intifada exigía muchas víctimas.

Lo cierto es que el ejército israelí no sabe cómo responder ante la resistencia no violenta. En este tipo de campaña, todas las cartas están en manos de los palestinos. La opinión pública mundial condena a Israel y ensalza a los palestinos. Por tanto, la reacción del ejército es abrir fuego para provocar a los palestinos a emprender acciones violentas, ante las que el ejército sí sabe cómo responder.

La resistencia no violenta es un método muy difícil. Exige una enorme fuerza de voluntad, un estricto autocontrol y una superioridad moral. Esas cualidades son parte de la cultura india, en la que nació un Gandhi, y también se dan en la comunidad negra de Martin Luther King. Pero no existe esa tradición en el mundo musulmán.

Por eso mismo, es doblemente asombroso que los manifestantes de la frontera de Gaza hayan encontrado esa fuerza en sus corazones. Los sucesos del Lunes Negro, el pasado 14 de mayo, sorprendieron al mundo. Masas de seres humanos desarmados, hombres, mujeres y niños, desafiaron a los francotiradores israelíes. No sacaron armas. No asaltaron la valla, una mentira difundida por el enorme aparato de propaganda israelí. Resistieron desprotegidos frente a los francotiradores y fueron asesinados.

El ejército israelí está convencido de que los habitantes de Gaza no superarán la prueba y regresaran al uso de la violencia inútil. El martes pasado, los acontecimientos parecieron darle la razón. Una de las organizaciones de Gaza llevó una «acción de venganza» lanzando más de un centenar de proyectiles de mortero a Israel, sin llegar a causar ningún daño real. Fue un gesto inútil. La acción violenta no tiene ninguna posibilidad de hacer daño a Israel, y sin embargo le proporciona munición para su propaganda.

Cuando se piensa en lucha no violenta es preciso recordar Amritsar. Así se llamaba la ciudad india en la que, en 1919, soldados bajo el mando británico abrieron fuego durante diez minutos consecutivos contra manifestantes pacíficos indios, asesinando al menos a 379 de ellos e hiriendo a 1.200. El nombre de su comandante, el coronel Reginald Dyer, entró en la historia para su eterna vergüenza. La opinión pública británica quedó conmocionada. Muchos historiadores creen que fue el principio del fin del gobierno británico en India.

El «martes negro» en la frontera de Gaza recuerda a ese episodio.

* * *

¿Cómo acabará esto?

Hamás ha ofrecido una hudna de 40 años. Una hudna es un armisticio sagrado, que ningún musulmán está autorizado a quebrar.

Ya he mencionado alguna vez a los cruzados, que permanecieron en Palestina casi 200 años (más que nosotros, por el momento). Ellos firmaron varias hudnas con los estados musulmanes hostiles que les rodeaban y los árabes las respetaron escrupulosamente.

La cuestión es: ¿Es capaz el gobierno israelí de aceptar una hudna? Después de incitar a sus masas de seguidores llenándoles de un odio mortal hacia la población de Gaza en general y Hamás en particular, ¿se atreverían a firmar el armisticio?

Con los habitantes de Gaza sofocados, sin medicinas, sin suficiente comida, sin agua potable, sin electricidad, ¿no caerá nuestro gobierno en la trampa de pensar que Hamás se va a venir abajo?

Eso no va a pasar, por supuesto. Tal y como cantábamos en nuestra juventud: «¡Nadie abandona la trinchera de su propia vida!»

Igual que han demostrado los judíos a lo largo de los siglos, no hay límites a la resistencia de las personas cuando la propia existencia está en juego.

Eso es lo que nos muestra la historia.

* * *

Mi corazón está con la gente de Gaza.

Deseo pedirles perdón, en mi nombre y en nombre de Israel, mi país.

Anhelo que llegue el día en que cambie todo, el día en que un gobierno más sabio acepte una hudna, abra las fronteras y permita a la gente de Gaza retornar al mundo.

Ahora, además, amo a Gaza con ese amor que la Biblia afirma que es tan fuerte como la muerte.

 

Uri Avnery es un escritor israelí y activista por la paz, fundador del movimiento Gush Shalom.

Fuente: https://www.counterpunch.org/2018/06/04/oh-gaza-strong-as-death/

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