Tras una serie de bombardeos aéreos que han causado decenas de muertos y lesionados entre la población civil de Gaza, el régimen israelí ordenó el bloqueo total de ese territorio palestino, lo que ha impedido la entrega de la ayuda humanitaria más esencial durante varios días. La medida ha impedido también la llegada del combustible […]
Tras una serie de bombardeos aéreos que han causado decenas de muertos y lesionados entre la población civil de Gaza, el régimen israelí ordenó el bloqueo total de ese territorio palestino, lo que ha impedido la entrega de la ayuda humanitaria más esencial durante varios días. La medida ha impedido también la llegada del combustible necesario para hacer funcionar las termoeléctricas de la franja, lo que ha causado un corte de energía en toda la zona. La situación es particularmente crítica en los hospitales, donde se encuentran internados numerosos lesionados de los ataques aéreos de la semana pasada. Los organismos humanitarios han advertido que el bloqueo israelí lleva a nuevos grados de horror la catástrofe humanitaria que de por sí se vive en Gaza, y los reportes de prensa procedentes del lugar indican que se agotan las medicinas, los víveres, las velas en las tiendas, la tela para amortajar y hasta el cemento necesario para construir las tumbas.
Esta despiadada ofensiva contra un pueblo prácticamente inerme, así como los castigos colectivos -prohibidos por las leyes internacionales y las consideraciones humanitarias más básicas- que Tel Aviv impone contra los habitantes de Gaza, ponen de manifiesto la completa falsedad de los discursos en los que el mandatario estadunidense, George W. Bush, quien visitó Israel hace unos días, se manifestó en favor de la paz y de la cooperación entre israelíes y palestinos. En efecto, no es fácil imaginar que el designio de aniquilación física de los segundos, en el que se emplean aviones, tanques y proyectiles facilitados al Estado hebreo por Washington pueda dar por resultado un diálogo pacificador para la zona. De hecho, hasta los funcionarios de Al Fatah que ejercen el control en Cisjordania, repudiados de manera creciente por los propios palestinos y considerados por amplios sectores como títeres de Estados Unidos y de Israel, han manifestado su repudio a las acciones genocidas de Tel Aviv en la franja de Gaza, controlada por Hamas, el grupo fundamentalista que ganó las últimas elecciones legislativas realizadas en los martirizados territorios autónomos.
El gobierno de Ehud Olmert pretende usar los recientes ataques palestinos contra objetivos civiles israelíes -sin duda, condenables e inadmisibles- como justificación para los bombardeos y el cerco contra Gaza, lo que hace evidente la desproporción entre el accionar de grupos armados terroristas y un Estado que recurre a prácticas que son calificadas por la normatividad internacional como crímenes de guerra, cometidos contra el conjunto de una población devastada, saqueada, sitiada y despojada hasta de su legítimo derecho a elegir a sus representantes en comicios democráticos.
En Palestina -como en Irak-, el supuesto combate al terrorismo desemboca con frecuencia en actos genocidas, para colmo presentados a la opinión pública internacional como medidas de pacificación. Ello ocurre a la vista de todo el mundo, con la complacencia de los gobiernos supuestamente civilizados y democráticos de Estados Unidos y Europa occidental, y ante la manifiesta incapacidad de los máximos organismos internacionales. El drama que se abate sobre los palestinos es un retroceso civilizatorio que degrada a todos los integrantes de la comunidad internacional, la cual se prometió a sí misma, hace seis décadas, impedir que se repitiera el exterminio de un pueblo.