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Gaza, racismo, epifanía de lo atroz

Fuentes: Rebelión

Dov Lior es considerado aun dentro de los propios círculos hebreos como un extremista de derecha. Cuando en los ’80 Lior propuso el uso de presos palestinos para investigaciones médicas, aunque era ya un hombre de poder, le costó el puesto a que aspiraba en el Consejo Rabínico Supremo de Israel. Pero el desparpajo de […]


Dov Lior es considerado aun dentro de los propios círculos hebreos como un extremista de derecha.

Cuando en los ’80 Lior propuso el uso de presos palestinos para investigaciones médicas, aunque era ya un hombre de poder, le costó el puesto a que aspiraba en el Consejo Rabínico Supremo de Israel. Pero el desparpajo de su propuesta revela la índole de su universo ideológico y ético.

Fue de siempre un sostenedor de que había que barrer militarmente el suelo palestino desde donde surgieran resistencias o ataques a la población israelí. En apoyo a esa política ha firmado dictámenes rabínicos, como otros rabinos de su misma contextura ideológica, reclamando ya no el derecho sino la obligación de disparar contra quienes atentan contra el Estado de Israel.

En 1993, ante asesinatos de civiles palestinos en la ciudad de Rafah por fuerzas israelíes afirmó públicamente que la matanza de civiles no judíos está permitida por las leyes religiosas judías. Lior manifestó a este respecto que «durante la guerra el matar civiles no judíos está permitido si salva vidas judías«.

En 1994, Lior apoyó el asesinato «colectivo» de 29 palestinos a manos de otro rabino, Baruch Goldstein, originario de EE.UU., dentro de una mezquita en Hebrón. Lior manifestó entonces que «un millar de vidas no judías no valen lo que la uña de un solo judío» y calificó a Goldstein de «gran santo y gran rabino, cuyo recuerdo será bendecido (por los fieles judíos)». Varios meses después de la masacre, Lior dijo a sus discípulos en Kiryat Araba, un asentamiento judío situado cerca de Hebrón, que «la sangre judía es más roja que la de los no judíos y el Señor prefiere una vida judía a otra no judía«.

Cuando en 2003, el ejército de «Defensa» de Israel asesinó a mansalva a ocho palestinos que protestaban contra la ocupación israelí [episodio de Nadav Shragai], hubo una reacción al menos de grupos llamados «izquierdistas» dentro de la sociedad israelí, que organizaron una protesta ante el «Ministerio de Defensa». Se trataba apenas de cientos de manifestantes moralmente indignados, organizados como «Coraje para rechazar» y fueron apaleados y detenidos a montones por la policía del estado israelí. Así atraparon a un militar graduado y refuseñik, al capitán David Zonenshein, que se había negado a ser militar en territorios «ocupados» (en rigor, en los últimos territorios ocupados).

Estos protestatarios afectados por la muerte en frío y en masa de los protestatarios palestinos entendían que con ese acto «el ejército [israelí] ha perdido su legitimidad moral«. Es un juicio francamente tardío, cuando los militares israelíes han estado asesinando inmisericordemente «enemigos» y «obstáculos» desde hace décadas, pero aun así, la protesta revelaba algo de la hondura del conflicto en que está metido el diferendo palestino-israelí.

Las reservas humanistas, morales, de población israelí se podían entonces percibir en que ante la matanza señalada hubo también manifestaciones conjuntas de repudio de árabes y judíos, e incluso también resistencia unida contra el derribo de casas palestinas «marcadas».

En ese clima, el rabino Dov Lior, presidente del Consejo Rabínico Yesha [de enorme peso entre los colonos israelíes] dictaminó que el «Ejército de Defensa» de Israel está religiosamente habilitado para herir y matar a los llamados inocentes durante la guerra. Lo hizo en declaración conjunta con otros rabinos archiortodoxos como Yuval Sharlo:

«La ley de la Torá se refiere a tener merced con nuestros soldados y de salvarlos a ellos.» «No tenemos que sentirnos culpables sobre la base de morales extranjeras.«

Observe el lector que no hemos oído estas frases ni siquiera de los imperialistas norteamericanos, que aun llevando sistemáticamente a cabo tal política, de asesinatos colectivos, jamás la asumen. Tenemos que remontarnos a la «franqueza» nazi para oír semejantes razonamientos de la soberbia, que indudablemente no era pecado mortal para los nazis.

Pero en el 2003 todavía había en Israel quienes caracterizaron el concepto de «enemigo» de Lior como algo para avergonzarse. Aunque se tratase de voces aisladas, como la de Ran Cohen, del partido Meretz.

Bueno es recordar que nuestro «nazi sionista» -al decir del inolvidable Yeshayahu Leibovitz, un rabino con otra estatura humana, ciertamente- había evitado problemas de conciencia a la soldadesca israelí cuando el arrasamiento de Jenín, en 1985 emitiendo un dictamen rabínico entonces con los mismos argumentos.

En 2004, la derecha religiosa emitió más comunicados conducentes a liberar de toda carga moral los asesinatos siempre impunes de palestinos, tanto en territorio todavía palestino como en territorio legalmente israelí. Se trata de catorce rabinos que en total alcanzan un amplio espectro dentro del estado israelí. Entre ellos: Haim Drukman, Yehoshua Shapira, jasídico, Yuval Sharlo, director de la escuela talmúdica en Petah Tikva, que capacita a sus alumnos en armas espirituales y de las otras, Yuval Cherlow, Zefania Drori un rabino con enorme influencia en jóvenes.

¿Qué ha pasado con la invasión punitiva del 27 de diciembre de 2008?

En primer lugar, hay que verificar que las tesis de Lior se han oficializado y se han socializado. Es decir, tanto el estado israelí como la sociedad israelí han adoptado el comportamiento elogiado y postulado por el nazi sionista Lior: matar sin problemas de conciencia a civiles desarmados e incluso acusar de tales asesinatos a los propios palestinos o a Hamas.

En segundo lugar, se puede comprobar el debilitamiento de la conciencia de rechazo y resistencia al fanatismo y a la intolerancia dentro de la sociedad israelí y especialmente dentro de sus sectores «izquierdistas».

Hicieron un llamamiento y se juntaron unas 150 judíos israelíes en Tel-Aviv el 28 de diciembre reclamando por «los niños palestinos muertos por los bombardeos israelíes«. Fueron «corridos a huevazos e insultos» según testimonio directo de uno de los participantes. Ciento cincuenta manifestantes, no quince, corridos por huevazos e insultos no a palazos o balazos. ¿Qué nervio moral tenían esos ciento cincuenta para ser persuadidos con unos insultos y unos huevazos? No hay más remedio que pensar que llegaron a la «esquina céntrica» de Tel-Aviv ya interiormente derrotados, o que en todo caso, llegaron «para cumplir», pero sin un vigor interior que los impulsara a resistir el abuso atroz.

Porque la única explicación para que Israel responda a los cohetes Qassam (que no son misiles) con semejante tratamiento es el racismo, aquel aducido por Lior; de que un judío vale más que cientos, miles de gentiles, goim o como se les quiera llamar.

Ése es el comportamiento habitual de toda colonización, de todo racismo. Si los nativoamericanos llegaban a matar a un invasor huinca, la respuesta era sistemáticamente arrasar la aldea de donde provenía, matando sistemáticamente a toda la población al alcance, hubiese o no participado del hecho. Si un indio «delinque», todos son culpables; si un blanco delinque, él es el culpable (sobre todo si no tiene dinero).

El cálculo racista israelí, sionista, se presenta más pesado que el de los mismos nazis, que por ejemplo, para vengar el atentado contra 33 miembros de su ejército de ocupación en Nápoles, Italia, detuvieron a 330 habitantes de la cercanía al atentado y los «ajusticiaron» a razón de diez por uno. Algo sin duda insuficiente para la bíblica aritmética de Lior.

Es que si uno mantiene un diálogo fluido con dios (Yahvé, en este caso), ninguna proporción resultará aceptable: para el pensamiento absoluto, no hay comparaciones ni proporciones. Todo un pueblo, toda una nación, puede devenir una minucia ante un miembro del pueblo elegido.

Y la dirección política de Israel conserva un fluido diálogo con la élite de poder de EE.UU. que es, a los efectos prácticos, como mantener un diálogo «espiritual» con dios.

* El autor es Docente del área de Ecología y DD.HH. de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, periodista, editor de futuros del planeta, la sociedad y cada uno.