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Gaza: un experimento en abyección

Fuentes: Rebelión

No hay como situaciones dramáticas, trágicas, para que se realcen los rasgos y se afirmen perfiles que en momentos de tibieza y medianía pueden quedar más fácilmente confundidos. Casi podríamos decir que la tragedia tiene esa única virtud, porque el resto es dolor, desolación, impotencia… En Gaza vemos así repetido ad nauseam la misma peripecia, […]

No hay como situaciones dramáticas, trágicas, para que se realcen los rasgos y se afirmen perfiles que en momentos de tibieza y medianía pueden quedar más fácilmente confundidos.

Casi podríamos decir que la tragedia tiene esa única virtud, porque el resto es dolor, desolación, impotencia…

En Gaza vemos así repetido ad nauseam la misma peripecia, sustentada en los mismos motivos; cambian en todo caso los episodios y las circunstancias, pero permanece la situación de fondo.

Y hasta los mismos actores: en el campo israelí existen cada vez más exclusivamente los fanáticos archirreligiosos y violentos, máquinas de odio y los «moderados» que coinciden en casi todo con los primeros pero con un estilo más medido. Simplificando el abanico, un tercer campo u opción, que expresaran política, social, éticamente, rabinos como Yeshayaju Leibovitz, filósofos como Martin Buber, se ha ido desvaneciendo o contrayendo con el paso del tiempo. Ante la fanatización creciente de la yunta ya indistinguible Israel-EE.UU., las posiciones de militantes pacifistas como Uri Avneri o algunos refuseñik revela cada vez mayor coraje cívico pero nos tememos que cada vez con menos peso específico.

La Franja de Gaza en particular fue el lugar de asentamiento, de emergencia, provisorio de una buena cantidad de expulsados por lo que la historia oficial israelí califica «guerra de liberación». Una curiosa guerra de liberación, donde los liberadores eran los liberados, y además los inicialmente protegidos por los dueños coloniales del territorio; la Palestina ocupada por el imperio turco fue cedida, cuando éste queda del lado «equivocado» durante la Gran Guerra Europea de 1914-1918, al Imperio Británico. En esos cambios de mano de turcos a ingleses y de ingleses a judíos sionistas, siempre estuvo un convidado de piedra, la población nativa, árabe, palestina, cananea o como se la quiera llamar, totalmente ausente.1

El Estado de Israel recibe una legalización en 1948, pero a la vez se exceptúa de un rasgo que la flamante ONU exige a todos sus demás miembros: fronteras, para preservar el derecho de autodeterminación de los pueblos y evitar comportamientos de agresiva in-corporación de territorios, como los que ensayara el nazismo pocos años antes. Y el estado israelí ha estado de hecho en un casi continuo proceso de expansión a partir de aquella acordada de las Naciones Unidas de otorgarle un 52% de la Palestina ya por entonces separada de El Líbano, la Trans-Jordania (Jordania a secas) y el Egipto… La expansión se ha hecho a costa de vecinos, como Siria, Egipto, Líbano (generalmente con ganancias territoriales efímeras pero no del todo acabadas2), pero sobre todo a costa de los palestinos (musulmanes, cristianos o ateos).

En 2005, el genocida Ariel Sharon, ducho en operaciones «sucias», como hacer saltar por el aire el auto con su dueño adentro, al cristiano libanés Bashir Gemayel, que fuera su chirolita en la matanza de Sabra y Shatila y que iba a Bruselas a atestiguar el verdadero reparto de roles durante aquella carnicería, donde el ejército israelí puso los camiones y hasta las bolsas de plástico negras pero les dejó a las milicias fanáticas cristianas el trajín sangriento de ir matando casa por casa a los pobladores de campamentos palestinos poblado por «la chusma», para usar el lenguaje de los «limpiadores étnicos» criollos (los «hombres de pelea» acababan de ser deportados), Sharon, decimos, solivianta a la derecha más fanatizada de Israel, los llamados (con mucha propiedad) colonos, que pueblan los asentamientos enclavados en tierras palestinas; ordena la evacuación de los 8500 fanáticos de Gaza.

Ante esta evacuación un pensador como Amos Oz, que defiende el Israel laico y trata de enfrentar a los neoconservadores piadosos de la Torah, pero a la vez procura coincidir en su sionismo, interpretó dicha evacuación como un triunfo del Israel progresista sobre el confesional: «El primer ministro Ariel Sharon intenta lanzar una especie de «golpe» contra el gobierrno de los colonos […] ¿Considerarán los palestinos todo esto como un paso audaz de los israelíes hacia una acuerdo histórico con ellos?» (Brecha, 2/9/2005).

Oz, como tantos progresistas sionistas que procuran obviar el carácter colonial de la empresa sionista y por lo tanto ignoran sistemáticamente el racismo sobre el que se asienta la experiencia histórica israelí, no quiso leer, ciertamente, lo que la realidad le puso a la vista: que Sharon, en el mismo momento que desautorizaba a 8500 colonos de ocho enclaves en Gaza, autorizaba, estimulaba y decidía, el establecimiento de decenas de miles de colonos en otros territorios usurpados a Cisjordania, el otro «bolsón» con población palestina todavía no deglutido por Israel. Cisjordania ya tenía, desgarrando todas sus vías de contacto y comunicación, población sionista asentada en sus mejores tierras (y en las más altas, por razones militares) y en 2005 reforzó ese lazo sobre el cuello palestino aumentando todavía más el porcentaje de población ocupante del sajado territorio cisjordano…

Pero en segundo lugar, Oz y quienes quisieron ver en el retiro israelí de Gaza alguna señal de comprensión entre pueblos, algún reconocimiento a un futuro estado palestino o alguna otra zoncera en que abundan los medios de incomunicación de masas, tampoco repararon en el planteo de Sharon: ‘ahora que quedan sólo palestinos, les vamos a hacer la vida imposible, los vamos a quebrar para que no aguanten más.’ Dicho y hecho: desde la primera noche empezaron los vuelos rasantes sobre la Franja de Gaza de aviones militares de guerra que simulaban bombardeos y que con los estruendos como por ejemplo los producidos por romper la barrera del sonido, lograron quebrarle el sueño a un millón y medio de seres humanos, provocando roturas de tímpanos, enuresis y otros trastornos, denunciados ya entonces por azorados médicos palestinos o asistentes extranjeros.

Este solo dato revela la mala conciencia de alegatos como el del embajador israelí en Chile, David Cohen, quien explicó a una audiencia compuesta tanto por judíos como por no judíos simpatizantes que:

«Israel tenía la esperanza de que con el retiro de Gaza hace tres años se terminaría el odio, pero lo que hemos recibido son más misiles y sufrimientos.» (revista Shalom, 12/1/2009, sin más datos aunque la suponemos proveniente de Chile).

Cohen constituye así un caso tipo de mala conciencia, porque no podemos creer que un embajador del estado sionista desconozca la política entonces establecida.3

Pero el ruido insoportable fue apenas el primer bocado. Al retirarse las avanzadillas sionistas, el ejército israelí bombardeó hasta inutilizar tanto el aeropuerto, levantado con fondos de asistencia españoles como el puerto. Dispuso el bloqueo de la franja por tierra, aire y mar. Al punto que los pescadores palestinos con todo el Mediterráneo a la vista no podían alejarse de la costa más que algunos metros porque las lanchas de la marina israelí los obligaban hasta perder de pescar un cardumen. No sólo eso. Con el tiempo, ni siquiera la lengua de playa sería territorio libre o propio palestino, porque la Armada israelí usaría sus cañones contra blancos móviles (gente, ahora sólo palestinos, claro) en la arena de la costa…

A la Franja de Gaza le quedó sólo un segmento fuera de contacto con Israel. Al Sur. Y allí, con una lógica elemental de supervivencia, se empezaron a establecer túneles que franquearan la frontera Egipto-Gaza. Para obtener medicamentos, alimentos, combustibles, vituallas… y armas.

El bloqueo se agravó drásticamente tras las elecciones palestinas, controladas por veedores internacionales, de enero de 2006, donde Hamas se convirtió en representante democrático, impecable, indiscutible, de la población palestina, en Cisjordania y en Gaza. Los palestinos, abrumadoramente abandonaban al «histórico» Fatah, cansados de su entreguismo y su corrupción y nepotismo.

Difícil evaluar si pesó más su claudicación política, como cuando en 1993 Arafat acepta negociar un hipotético estado palestino asentado sobre el 13 % de lo que se llamaba entonces Palestina, y acepta además recibir fondos del estado israelí para construir una policía «palestina» con el encargo indubitable de reprimir a quienes no comulgaban con la ocupación (lo que se llama, históricamente, una policía cipaya) o si pesó más la falta de democracia interna en la fragmentada sociedad palestina, con dirigentes eternizados en funciones y sillones.

Pero el triunfo de Hamas no fue considerado el apropiado por los gobiernos de Israel, EE.UU. y la UE. Y empezó un desguace impúdico, llevado a cabo por la policía israelí y acompañado por el revanchismo de Al Fatah y su presidente de opereta Mahmud Abbas. En pocos días fueron detenidos decenas de legisladores recién votados, así como miembros de su gabinete en formación. La estructura de la Autoridad Palestina no llegó al inevitable recambio que un verdadero resultado democrático habría implicado y por lo tanto el aparato oficial palestino (orden interno o represión -elija el lector- y poco más) acompañó la proscripción de Hamas y se desencadenó una caza del hombre en Cisjordania, con decenas y centenares entre muertos, heridos y detenidos. En la Franja de Gaza, el Hamas pudo aguantar mejor la represalia y su gente fue la que encarceló, hirió y ultimó a los putschistas de Al Fatah. Curiosamente desde 2006, los medios de incomunicación de masas siempre hablan del golpe de mano de Hamas arrebatándole el gobierno legal a Al Fatah en Gaza y silencio… de radio en Cisjordania. Una de las tantas muestras de atribuir al contrario los defectos o inmundicias propias…

Y la situación entonces creada desde la asunción del Hamas en el único territorio palestino donde pudo contemplar su mandato (si bien lo hizo por la fuerza de las armas y no mediante los votos que le habían dado inicialmente el mandato), es decir en la Franja de Gaza, empeoró aun más.

La política de castigo colectivo se hizo más severa todavía: nadie puede salir ni entrar de la Franja. Técnicamente convertida así en un campo de concentración. Un millón y medio de habitantes tratados como «terroristas», según un lenguaje madeinGuantánamo.

«[…]la calle sin asfaltar, cuatro faroles en lugar de farolas, ningún mobiliario urbano y, como único elemento decorativo, basura acumulada en todos los rincones de la calle, consecuencia del estado de sitio con el que Israel castiga a la población gazaui, con especial crudeza desde el verano de 2005. Y es que no hay dinero para servicios de limpieza, tampoco hay camiones, los que habían los destruyeron [los israelíes] en uno de sus ataques por «motivos de seguridad», no hay vertederos, ni plantas de desintegración de basura o reciclaje. Por no haber, no hay prácticamente ni espacio para almacenarla. […] quema de contenedores llenos de basura con la consiguiente contaminación ambiental y mal olor, que ya a veces, por asiduo, ni llama la atención.

Éstas son las pequeñas cotidianidades de la ocupación, ésta es la traducción del término ambiguo y etéreo de «ocupación» […] vivir entre basuras no es el comportamiento resultante de una sociedad abandonada, inculta, sucia o descuidada, es la consecuencia lógica de la inmovilidad para personas y cosas que impone la ilegal ocupación israelí en los territorios palestinos desde hace años.» (L. Soriano Segarra, «Hamas y el reconocimiento de Israel», rebelion).

Como los servicios hospitalarios están desquiciados, cualquier enfermo de consideración debería atenderse en los del sitiador, en un hospital israelí. Cuando se toma tal decisión, el enfermo llega al puesto de control y los cuerpos de seguridad observan su caso, firman el pase y le entregan un compromiso para que pase a revistar en «los servicios». Si el enfermo se niega, se le retira el pase y retorna a «los territorios palestinos». Así de sobrio y efectivo es el ensanche de la red de espionaje…

El pecado de Hamas es ideológico. Reconocen la facticidad del Estado de Israel pero no lo valoran como deseable. Lo explica el recién citado Soriano Segarra (ibíd.) que visita a un anfitrión, el ministro de Salud de Gaza, Bassam Naim:

«Sí que reconoce a Israel, lo reconoce de facto, puesto que es un ente existente, pero no le reconoce el «derecho» a ocupar la tierra de la histórica Palestina.» Y Naim señaló a su vez una duda ante la exigencia de una parte de la comunidad internacional de ese reconocimiento: «¿Qué Israel debe reconocer? ¿Al que ocupaba el 55% según el plan de partición de 1947 aprobado por la Resolución 181 de la ONU? ¿Al que ocupaba el 78% del territorio tras el armisticio de 1949, confiscando un 23% más de tierra palestina de la que le había sido asignada por la ONU? ¿Al actual, que con la anexión de los territorios que quedan fuera del muro, se hace con el 88% del territorio de la histórica Palestina? ¿O al Gran Eretz-Israel, sueño del sionismo, que va del Éufrates hasta el Nilo? «»

Hay que preguntarse si esta excepcionalidad israelí de carecer de fronteras reconocidas no es otra expresión de la fijación de roles establecidos por el sionismo según los cuales, los que atacan siempre son «los otros», incluidos niños palestinos de pecho y los israelíes siempre son, por definición de «holocausto», las víctimas.

Si no fuera trágico, habría que admirar esa predilección del Estado de Israel por atender lo que su plana mayor considera la mayor satisfacción de Hamas. Daniel Gazit, embajador de Israel en Argentina, culpó a Hamas por la situación que se vive en Gaza:

«El Hamas siempre eligió el camino del terrorismo, para ellos cuantos más muertos hay, mejor» (Tel Aviv, 28/12/2008 [APF.Digital] Fecha Actual: 12/01/2009 APFDigital).

Ah, entonces, los miles de muertos, despedazados, mujeres, hombres, niños, viejos, son un favor apenas que el ejército sionista le brinda a Hamas.

No hay que extrañarse: el sionismo ha descubierto que Hamas es la peor organización existente en la historia de la humanidad, lo que el comunismo para Joe McCarthy o los herejes para la Iglesia Católica y sus inquisidores. Y declaran a la vez, concentrar todo «el fuego» en Hamas:

«Ésa es precisamente la diferencia entre ellos y nosotros. Por un lado lanzan cohetes y otra clase de artillería con el expreso propósito de alcanzar poblados civiles y matar a la mayor cantidad de israelíes posibles. Nosotros únicamente queremos atacar los objetivos de Hamas.»

Palabras del canciller israelí, Herzl Inbar (Página 12, 2/1/2009). ¡Qué lejos han quedado los «queremos» de cada lado, aun concediéndoles la intención!

Ehud Olmert, el namberuán, va un paso adelante y abandona el «queremos» y miente más al estilo Cohen:

«No declaramos una guerra a los residentes de Gaza. […] Trataremos a los residentes con guantes de seda.» (Página 12, 2/1/2009).

En realidad, no mentiría si precisara fechas: no declararon la guerra el 27 de diciembre de 2008, ni siquiera el 4 de noviembre cuando aniquilan a varios militantes que se suponen armados de Hamas en Gaza, quebrando la tregua que el Estado de Israel le adjudica al Hamas haber quebrado. En realidad, la guerra nunca ha cesado y Sharon apenas abrió el capítulo del estrangulamiento «a fuego lento» en 2005; el momento del etnocidio fríamente calculado. Con la inevitable carga de desprecio con que se pueden adoptar semejantes decisiones.

Sin embargo, se va haciendo difícil persistir en ese teatro de máscaras. Porque la realidad puede resultar contundente. Llama la atención que, por ejemplo, el viceministro de «Defensa» (así se llama al encargado de la guerra dentro del organigrama del gobierno israelí, ¡gracias Orwell!) Matan [sic] Vilnai (1/3/2008) haya amenazado con producir un «holocausto» en la Franja de Gaza si la resistencia armada palestina insiste en arrojar sus cohetes Qassam contra los asentamientos sionistas.

No sabemos si Vilnai es ducho en lecturas bíblicas. Pero nos parece que más que referirse al holocausto que el pueblo judío bíblico otorgaba a su dios en forma de cabritillos, se está refiriendo a la matanza masiva que los nazis descargaron sobre población judía y que, precisamente, algunos han denominado holocausto (genocidio, shoá). Esta significación tiene sus bemoles. En principio, nos parece ilustrativo el reparto de roles: a mediados del siglo XX, nazis exterminando judíos; a principios del s. XXI , jerarcas judíos sionistas optan por el mismo calificativo para referirse al tratamiento recibible o recibido por palestinos. ¿Quién establece tan «abominable comparación»?

Vilnai establece una suerte de corroboración del sindrome de Estocolmo: los judíos sionistas, los más agresivos entre los judíos, se identifican con sus viejos victimarios, tal vez los peores que debieron sufrir: los nazis.

Hay varios rasgos, comunes, que parecen confirmar esta patética y atroz identificación: el odio fríamente inoculado, la pérdida de la compasión, la racionalidad desprovista de todo sentimiento; el embajador israelí en Argentina, Daniel Gazit, le insistía al representante palestino en el país, Farid Suwwan (entrevista televisada en C5N, dgo. 11/1/2009), en que se analizara la atroz matanza en Gaza sin que entrara en juego lo emocional, lo sentimental.

Avraham Burg, destacado integrante de la jerarquía institucional israelí, ex-secretario general de la central «sindical» Histadrut lo testimonia con toda la fuerza de quien lo ha conocido, vivido y sufrido desde «dentro» (Le Monde, París, 11/9/2003. Hay traducción al castellano, «El sionismo está muerto», futuros, no 8, Río de la Plata, invierno 2005):

«Nada hay más gratificante que ser sionista en Beth El o en Ofra. El paisaje bíblico es encantador. Por la ventana cubierta de geranios y santa ritas no se ve la ocupación. Uno circula a toda velocidad y sin problemas por la nueva ruta que cruza Jerusalén de norte a sur, a un km apenas de la empalizada. ¿Quién va a andar preocupándose de lo que sufre el árabe humillado y despreciado, obligado a desplazarse penosamente por rutas devastadas e interrumpidas por puestos de control, generalmente durante horas?

«Una ruta para el ocupante, otra para el ocupado. Para el sionista el tiempo es rápido, eficaz, mo-derno. Para el árabe «primitivo», mano de obra ilegal en Israel, el tiempo es de una lentitud espantosa.

«[…] Puesto que somos indiferentes al sufrimiento de las mujeres árabes retenidas en los controles de ruta, tampoco entendemos la queja de mujeres golpeadas detrás de la puerta de nuestro vecino, ni tampoco la de las jóvenes solteras que luchan por su dignidad. Hemos cesado de preocuparnos por los cadáveres de las mujeres asesinadas por sus cónyuges.

«Indiferentes a la suerte de los niños palestinos, ¿por qué nos sorprendemos de encontrar un rictus de odio en sus bocas cuando se inmolan como mártires de Alá en el lugar en que nosotros descansamos y gozamos, a costa de que la vida de ellos se ha convertido en un tormento […]?

«Quedarnos con todo, como ahora, gratuitamente, sin pagar el precio, es algo imposible.

«La mayoría palestina sometida bajo las botas de los militares israelíes, eso también es imposible. Igual que eso de creernos la única democracia del Cercano Oriente, porque no lo somos. Sin igualdad completa con los árabes, no hay democracia que valga. Conservar a la vez los territorios y una mayoría judía si a la vez se quiere respetar los valores del humanismo y la moral judía, es una ecuación imposible.

«¿Quieren la totalidad del territorio del Eretz Israel? Perfectamente. Renuncien entonces a la democracia, y edificaremos un sistema eficaz de segregación étnica, con campos de concentración y aldeas estratégicas; el gueto de Kalkilya o el gulag de Jenin.

» […] hay dos opciones: renunciar al sueño de Eretz Israel en su totalidad, a las colonias, u otorgar la ciudadanía plena con derecho a voto en elecciones legislativas a todos, incluidos los árabes.

Burg remata sus amargas observaciones cuando Sharon ejercía el poder omnímodo en Israel: «la mayoría de los israelíes duda de la probidad del primer ministro Sharon, y a la vez le otorgan la confianza para la acción política. En otras palabras: la personalidad de Sharon simboliza los dos rostros de nuestro infortunio. Un hombre de dudosa calidad moral que se mofa de la ley y un modelo negativo de identificación, todo ello combinado con la brutalidad volcada hacia los ocupados […] ¿Y la oposición? ¿Por qué guarda silencio? ¿Porque es verano? ¿Porque está cansada? ¿Porque […] desean un gobierno a cualquier precio incluso a costa de identificarse con la enfermedad y no solidarizarse con las víctimas de la enfermedad?»

Señalamos el odio, la falta de compasión y la racionalidad privada de lo emocional como rasgos dominantes del comportamiento israelí. Observe el lector que tales rasgos caracterizan con atroz precisión también al nazismo. Hay, ciertamente, otros aspectos que diferencian la política nazi y la sionista: por ejemplo, el nazismo hizo de la soberbia un estilo abierto y del desprecio al débil toda una actitud; el sionismo en cambio, insiste siempre en colocarse en el papel de víctima, lo que lo hace, como bien sostiene Pedro Brieguer, ciego ante su conducta como victimario. Hay otros aspectos también diferenciales como el enclave geográfico que gesta en Israel una mentalidad de estar rodeado por un mar árabe.

Pero volvamos a rasgos que reconocemos comunes: leer por ejemplo, Mein kampf es encontrarse con un odio sostenido, que cubre todas sus páginas. ¿Cómo se forman, cómo se educan los jóvenes israelíes, sabras o no? Basta conversar dos frases con alguno de ellos para advertir la imagen de palestino que se les ha incrustado en su inconsciente más o menos colectivo. Lo cual es trágicamente lógico cuando uno accede a los textos escolares con que se machacan las cabezas infantiles israelíes.

Maureen Meehan (http://www.wakeupfromyourslumber.com/node/2507, «Educación israelí por el odio») ha hecho una compilación al respecto de la cual glosamos estos pasajes, apenas ilustrativos, como el hielo visible de un témpano. Meehan cita in extenso al escritor e investigador israelí Adir Cohen que escribiera a su vez un libro, Una cara fea en el espejo:

«El libro de Cohen es un estudio sobre la naturaleza de la educación de los niños en Israel que se centra en cómo la clase dirigente histórica ve y describe a los árabes palestinos, y en cómo perciben a los palestinos los niños judíos israelíes. Una sección del libro se basa en los resultados de un estudio realizado entre un grupo de estudiantes de 4º a 6º grado en una escuela de Haifa. Se les hizo a los alumnos cinco preguntas acerca de su actitud respecto a los árabes, cómo los reconocían y cómo se relacionaban con ellos. Los resultados son tan sorprendentes como alarmantes: el 70% de los niños describieron al «árabe» como un asesino, alguien que secuestra niños, un criminal y un terrorista. El 80% dijo que veía a los árabes como sucios y con cara aterradora. El 90% de los alumnos afirmó que los palestinos no tenían derecho alguno sobre la tierra en Israel o Palestina.»

El mismo investigador también analizó 1700 libros israelíes de niños publicados después de1967, es decir comprendiendo el período de mayor «radicalización» sionista, de intolerancia y religiosidad crecientes.

Meehan prosigue:

«Descubrió que 520 de los libros contenían descripciones humillantes, negativas, de los palestinos. […] el 66% de los 520 libros se referían a los árabes como violentos; el 52% como malvados; el 37% como mentirosos; el 31% como codiciosos; el 28% como falsos; el 27% como traidores», etcétera.

Cohen señala que los autores de estos libros para niños inculcan eficazmente el odio hacia los árabes por medio de despojar a éstos de su naturaleza humana y de clasificarlos en otra categoría. «En una muestra de 86 libros, Cohen contó las siguientes descripciones utilizadas para deshumanizar a los árabes: homicida se utilizó 21 veces; serpiente, 6 veces; sucio, 9; animal vicioso, 17; sanguinario, 21; belicista, 17; asesino, 13; creyente de mitos, 9 veces […].»

El estudio de Cohen concluye que estas descripciones

«forman parte de convicciones y una cultura rampante en la literatura y libros de historia hebreos.»

Y lo más grave:

«escribe que los autores y escritores israelíes confiesan que retratan deliberadamente de este modo el carácter árabe, especialmente para su público más joven, con el objetivo tanto de influenciar desde temprano su punto de vista como de prepararlos para tratar con los árabes.»

Un verdadero decálogo de racismo. Con el cual cerramos el periplo y volvemos al origen de este conflicto, de esta espinosa cuestión: el espíritu colonial con el cual Herzl primero y el sionismo en general entrevió el proyecto de «devolver» a un presunto pueblo judío, que era en rigor más una iglesia que un pueblo, a la tierra cananea. Para repetir allí la problemática peripecia de usurpar esa tierra a sus habitantes, a los cananeos que, según la interpretación de los profetas judíos no eran del gusto de Yahvé. Cuesta aceptar que hace unos miles de años los judíos hayan pasado a cuchillo y hayan tenido en su mano y bajo su espada a amorreos, egeseos, amonitas, filisteos [palestinos] y eso se nos presente como justificación de algún «retorno»:

«[…] volvieron a Emmisphat, que es Cades, y devastaron todas las haciendas de los amalecitas y también al amorreo que habitaba en Hazezón-Tamar […] Y estableceré mi pacto entre mí y tu simiente después de ti en sus generaciones, por alianza perpetua […] y te daré a ti toda la tierra de Canaán en heredad perpetua, y seré el dios de ellos.»

Lo que ya parece francamente intragable es repetir aquella historia, ahora con árabes palestinos, musulmanes y cristianos establecidos en el lugar desde hace milenios. Y que además ese presunto mandato divino lo lleven a cabo ashkenazíes con descendientes por ejemplo rubios de ojos azules o americanos que debieron aprender de adultos el idioma ibrit, que en realidad había desaparecido de Palestina hace muchos siglos.

El racismo es el nervio motor de todo colonialismo y lo vemos patentizado en «los cálculos» que la dirigencia israelí hace sobre muertos de un lado y otro; un muerto israelí necesita ser «saciado» con centenares de muertos palestinos, filisteos o cananeos. Y poco importa si son adultos o niños, mujeres u hombres, armados o inermes; el racismo militante no se limita por «las leyes de la guerra u otras racionalidades.

Un aspecto que ya no atañe sólo al racismo sionista sino que implica a muchas sociedades de las llamadas civilizadas es el holocausto en Gaza. ¿Por qué la política israelí contra los palestinos en general y contra Gaza en particular, con el sitio férreo establecido hace casi cuatro años, con el plan deliberado no ya de exterminio al estilo concentracionario nazi sino mediante la fractura y el desmenuzamiento cultural de una población, el etnocidio, en suma (siempre potencialmente transformable en genocidio) no ha despertado resistencias en el resto de la comunidad internacional que se califica a sí misma de culta, civilizada, societaria?

«El mensaje de EE.UU. e Israel a Gaza es: si no permiten que los ocupemos, los sitiaremos y construiremos muros para aislarlos. Ante la más mínima resistencia les cortaremos todos los víveres. Si no se arrodillan les arrebataremos todo sentido de seguridad y protección, de libertad y tranquilidad. Empezamos arrebatándoles el agua y la electricidad. Los tendremos así agarrados con una toma para estrangularlos y aflojando únicamente para que ingresen apenas las medicinas y los alimentos que los mantengan vivos. Los sometemos a una violencia indiscriminada desde nuestro ejército, que es de los más fuertes del mundo. Están por entero a merced de nuestra violencia. Cañoneamos los hospitales y las escuelas con las armas más avanzadas, bombardeamos vuestras viviendas y campamentos de refugiados, aplastamos vuestros cultivos y vuestros mercados con aplanadoras y excavadoras. Les hacemos todo esto en oleadas hasta que se rindan, renuncien a todos los derechos y acepten que somos pueblo de amos.»

(pasaje de un carta de Sami Makbul y Salam Abuiseifan, de la Asociación Palestina de Estocolmo, al canciller sueco Carl Bildt, enero 2009).

Aunque muy tenuemente, con el bombardeo indiscriminado y generalizado hay esbozos de condena y reprimenda, pero ¿por qué no se alzaron voces ante la falsa retirada de Sharon y los suyos, que describen tan concreta y precisamente Makbul y Abuiseifan?

¿Cómo no se escucharon voces, las voces que podían torcer estos pogromos a sangre fría, esta abyección programada e inducida desde el Estado de Israel?

Por último, un comentario a la progresía, tanto israelí, judía, como gentil. Ante una política genocida como la que vemos ahora encarnada por los militares israelíes, aparecen los lamentos y las voces de quienes quieren evitar la violencia y reclaman la presencia, ya, de dos estados. Uno israelí, otro palestino, al lado, en las mejores condiciones de igualdad.

Pero, ¿cuándo ha sido factible el estado palestino? ¿Estamos hablando de algo serio, cierto? ¿En qué momento de qué negociaciones hubo un principio de concreción, algo viable? La perspectiva de un estado palestino ha sido la zanahoria que el hábil carrero israelí ha puesto delante del burro palestino, durante décadas, sin el menor esbozo de concreción (amén de los partidarios de los dos estados, también existentes entre palestinos y terceros). Y cada vez con menos trazas de tal. ¿O resultó más viable un estado palestino no ya sobre el 48% de la tierra palestina sino sobre el 22%? ¿O más viable un estado palestino sobre el 13%, como se pergeñó en Oslo en 1993? ¿O es más viable con el descuartizamiento de los territorios palestinos con asentamientos cada vez más densos y nudos económicos y comunicacionales israelíes erigidos siempre sobre tierra arrebatada a los palestinos? ¿O resulta más viable con el muro de cemento y alambre de púa, dividiendo y aislando no ya aldeas o ciudades entre sí sino hasta viviendas de sus huertas de trabajo campesino y milenario?

Leamos un párrafo de Jennifer Loewenstein («Israel no tiene intención alguna de reconocer a un estado palestino», http://www.counterpunch.org/loewenstein01012009.html>:

«Israel no tenía intención alguna de reconocer un estado palestino ni en Madrid ni en Oslo, donde la OLP fue suplantada por la temblorosa y colaboracionista Autoridad Nacional Palestina, demasiados de cuyos compinches se agarraron a las riquezas y prestigio que se les otorgó a expensas de su propio pueblo. Cuando Israel transmitió a los satélites y micrófonos del mundo sus deseos de paz y de una solución de dos estados, había duplicado ya el número de colonos judíos ilegales sobre el terreno en Cisjordania y alrededor de Jerusalén Este, anexionándoselos mientras construye y continúa levantando una superestructura de carreteras y autopistas de circunvalación por encima de las restantes y machacadas ciudades y pueblos de la tierra de Palestina. Se ha anexionado el Valle del Jordán, la frontera internacional de Jordania, expulsando a cualquier «local» [nativo] que habitara en esa tierra. […] Mediante las demoliciones de casas, los ataques contra la sociedad civil intentaron arrojar la historia y la cultura palestina a la sima del olvido; mediante la atroz destrucción de los lugares con campos de refugiados y de los bombardeos de infraestructuras durante la segunda Intifada, mediante asesinatos y ejecuciones sumarias, junto a la inconmensurable farsa del desenganche [en Gaza] y hasta la anulación de las elecciones palestinas libres, justas y democráticas, Israel ha dado a conocer una y otra vez sus puntos de vista con el lenguaje más fuerte posible, el lenguaje del poderío militar, de las amenazas, de la intimidación, del acoso, de la difamación y la degradación.

«Israel, con el incondicional y aprobador apoyo de EE.UU., ha dejado totalmente claro al mundo entero una y otra vez, […] que no aceptará un estado viable palestino junto a su frontera.»

Por eso, consideramos que un principio de solución a semejante intríngulis es apostar al respeto, a lo racional y a la tolerancia entre iguales, para lo cual hay que evitar toda intervención divina, ya sea de los fanáticos de la Torah, de los renacidos cristianos modelo Bush o de un islamismo reduccionista y abolutista, y esforzarse por otorgar ese lugar a palestinos, judíos, cristianos, que convivan en un estado laico que permita las manifestaciones religiosas de ese carré-four de religiones que desde las Cruzadas por lo menos se anudan dramáticamente en esos sitios.

Arendt, Buber, Freud, Peretz y tantos otros judíos sabios supieron temer el engendro colonialista en manos de judíos, antes de su realización. Y muchos otros judíos lúcidos han visto la concreción del diseño colonial y el acierto de aquellos reparos. Cuanto más tiempo pasa, el abismo en almas y cuerpos es mayor.