La monarquía saudí participa activamente en la génesis, financiamiento y desarrollo de movimientos terroristas takfiríes: Daesh y el Frente Al-Nusra, fundamentalmente, con el objetivo de desestabilizar Oriente Medio. La agresión contra Siria e Irak llevada a cabo por movimientos terroristas takfiríes, las constantes violaciones a los derechos humanos de la población bahreiní por parte del […]
La monarquía saudí participa activamente en la génesis, financiamiento y desarrollo de movimientos terroristas takfiríes: Daesh y el Frente Al-Nusra, fundamentalmente, con el objetivo de desestabilizar Oriente Medio.
La agresión contra Siria e Irak llevada a cabo por movimientos terroristas takfiríes, las constantes violaciones a los derechos humanos de la población bahreiní por parte del régimen de Al Jalifa y los bombardeos indiscriminados contra la población civil en Yemen, para tratar de aplastar al Movimiento Popular Ansarolá, tienen un denominador común: la activa participación de la monarquía saudí en la génesis, financiamiento y desarrollo de estas acciones de desestabilización en Oriente Medio.
Intervención que se expresa, ya sea en el financiamiento y apoyo material de los grupos salafistas, como también el liderar las acciones militares con tropas y medios aéreos contra los afanes libertarios de las poblaciones de sociedades regidas por regímenes aliados de la Casa al Saud. El papel que cumple la Monarquía Wahabita se inserta en los planes más amplios de Estados Unidos, la Organización del Tratado del Atlántico Norte – OTAN – y el régimen sionista respecto al Magreb, Oriente Medio y Asia Central, que pretende contender contra dos adversarios a quienes temen por su creciente influencia, sobre todo en la zona del Levante Mediterráneo, tratando de cercarlos política, económica y militarmente: La República Islámica de Irán y la Federación Rusa.
El prestigio iraní
En el caso de la nación persa, el ascendiente en Oriente Medio de la República Islámica de Irán ha sido ganado a punta de un sostenido y decidido apoyo a la lucha del pueblo sirio contra la agresión tanto de los grupos terroristas takfiríes, como las condenas contra los ataques de la Coalición Internacional liderada por Estados Unidos cuyos resultados han sido ineficaces y un fiasco en materia de combate a Daesh. Sumemos a ello el apoyo a la lucha del gobierno iraquí contra Daesh, al papel que cumple Hezbolá en El Libano, como también el rol del Movimiento de Resistencia Islámica en Gaza y al Movimiento Popular Ansarolá en Yemen. Todas ellas labores y decisiones que han elevado el prestigio de la milenaria nación persa en el plano regional y que tras los acuerdos nucleares logrados en julio pasado con el Grupo 5+1 elevaron aún más esa autoridad en el plano internacional.
La política iraní de apoyo a estas naciones, movimientos y sociedades ha sido reconocida ampliamente, incluso por entidades como la ONU y la propia Unión Europea, que han asumido públicamente, que el logro de la paz en Oriente Medio y su estabilidad debe contar con la presencia, el peso y la influencia iraní. A diferencia de otras potencias regionales, que mueven sus piezas en Oriente Medio, léase Arabia Saudita, Turquía y la entidad sionista, la política de la República Islámica de Irán no ha utilizado la agresión ni la imposición de políticas hegemónicas o de división religiosa, aún cuando la confesión predominante sea la chiita y que pretende ser presentada por occidente como punto de división en el mundo musulmán. Su llamado es a la conformación de una amplia unión, con respeto al orden internacional que visualice que el enemigo principal son los Movimientos takfiríes y que para ello debe cesar todo apoyo financiero, político y militar en el desarrollo de esos grupos. Unidad en la acción, a pesar de las diferencias, es el llamado que ha hecho Irán y que la Federación Rusa ha tomado también como predicamento.
Tanto Irán como Rusia no se han lanzado a apoyar a Siria en una especie de aventura disparatada y que pueda generar la condena internacional. Han dado los pasos políticos, diplomáticos, de respeto a la legislación internacional y cuentan con el aval del propio Gobierno sirio y de las resoluciones de los organismos internacionales, que han llamado a combatir el terrorismo takfiri. Teherán y Moscú actúan en plena línea y de acuerdo al derecho internacional y sobre todo en defensa propia de Siria y de Irak.
Las operaciones de la denominada Coalición Internacional Contra Daesh (CICD), lideradas por Washington han sido un fiasco de proporciones. Acciones con un claro trasfondo político-estratégico más destinadas a seguir desestabilizando a Siria e Irak que a combatir a los grupos takfiri. Esto, porque la Casa al Saud, Turquía y las feudales monarquías árabes del Golfo Pérsico han provisto el financiamiento, la entrega de armas y protección de los grupos terroristas, que encuentran su seno ideológico y religioso en el Wahabismo.
Occidente y sus socios de Oriente Medio no dañan a Daesh y el Frente Al-Nusra y menos pretenden lograr su destrucción. Esto, porque esos movimientos terroristas y todos aquellas corrientes salafistas que operan en Siria e Irak son meros instrumentos de las políticas hegemónicas de Occidente y de sus principales referentes en la zona como son Turquia, Israel y Arabia Saudita, con la perspectiva de influir en la hipotética nueva correlación de fuerzas que pudiese surgir tras la caída de los gobiernos de Damasco y Bagdad. En ese escenario, el papel cumplido fundamentalmente por Arabia Saudí es relevante, ya que ejerce el papel de Gendarme activo de los intereses de Estados Unidos y el sionismo en la zona.
En ese propósito, la Casa al Saud amparada por una riqueza petrolera cada día más frágil -tras la caída de los precios internacionales producto de la contumacia de Riad y su insaciable casa reinante, de combatir el fracking estadounidense y también los enormes gastos militares generados por su intervención en Yemen y en las guerras contra Siria e Irak- su ideología política y religiosa wahabista, pretende recoger los restos que supuestamente queden y generar una «Gran Arabia Saudita». En esa «misión» se vislumbra también la anexión de países vecinos, como alertó un miembro del gobierno Iraní, el Secretario del Consejo de Discernimiento del sistema de la República Islámica de Irán, Mohsen Rezai quien sostuvo que «Arabia Saudí busca intervenir en el Golfo Pérsico y anexionar Catar, Kuwait y Baréin a su territorio después de una victoria en Yemen en un acto claramente contrario al islam, ni siquiera árabe, sino que sionista con el objetivo es proteger los intereses del régimen israelí en la región a lo que se suma la existencias de un plan generado en Washington y concordado con Riad para dividir a Yemen».
El contubernio de la triada sangrienta Washington-Riad-Tel Aviv se mueve rápidamente para contrarrestar la influencia de Irán y Rusia, que ha logrado mostrar con hechos que los verdaderos enemigos del terrorismo no se encuentra en la CICD y menos en las políticas ciegas de Washington y sus aliados. Tales planes tienen un objetivo mayor: el debilitamiento y cerco del gobierno de Irán como también el tratar de concretar un plan fraguado desde los años 90 del siglo XX cuando se invadió Irak a manos de una Coalición internacional liderada por Estados Unidos. Básicamente, la implementación de un modelo de rediseño geoestratégico, que implica la balcanización o fragmentación de Irak en tres zonas: una zona Kurda, una sunnita y una zona chií, con áreas de influencia definidas por Estados Unidos, Francia e Inglaterra, fundamentalmente. A lo que se suma el deseo de cercar también a la Federación Rusa y su necesidad de ampliar su zona de influencia y que ha tenido su expresión con la situación en Ucrania, la ampliación de la OTAN hacia el Este y el incremento de la hostilidad y la política de sanciones contra Moscú. En esos deseos, el papel de gendarme regional cumplido por Arabia Saudita y ejecutor de acciones sangrientas es vital para esas políticas de hegemonía.
Tal plan ha frenado sus éxitos iniciales, principalmente por la fuerte oposición de la República Islámica de Irán, que con su apoyo en el terreno y en foros internacionales ha logrado ganar influencia y aval para contrarrestar la política implementada por Washington y la triada Ankara-Tel Aviv-Riad. Sumando a ello la irrupción de la Federación Rusa con su decisión de apoyar militar, financiera y políticamente a Siria en su defensa contra la agresión terrorista impulsada por los mismos que dicen combatirla. Los ataques aéreos de la Fuerza Aérea Rusa han logrado, desde su entrada en combate el día 30 de septiembre, el cumplimiento de misiones de destrucción de objetivos de Daesh, el Frente Al-Nusra e incluso movimientos más pequeños como Yaish al-Fath, que ha significado la recuperación de amplias zonas de territorio sirio que estaban ocupadas por los grupos takfirí. En el análisis comparado la presencia rusa en 15 días ha tenido resultados obstensibles y claro, dejando al descubieto el juego macabro de la Colaición internacional liderada por estados Unidos y sus socios regionales.
La presencia rusa
Tal ha sido el caso de regiones adyacentes a Homs y Hama en operaciones conjuntas entre bombardeos de aeronaves rusas y operaciones terrestres del Ejército Sirio. Todo ello con eficacia y operatividad indudable, con resultados visibles a diferencia del fiasco de la CICD. Las operaciones aéreas e incluso el lanzamiento de misiles de largo alcance desde buques de guerra rusos estacionados en el Mediterráneo han destruido posiciones de mando, centros de comunicación, sitios de acopio de material bélico y logística. Para el analista Ángel Guerra Cabrera «ha sido evidente que los rusos, previamente a la campaña, han realizado un cuidadoso trabajo de inteligencia militar a través del Ejército Sirio, además de los datos satelitales, drones e interceptación de comunicaciones.» Es así, que los cazabombarderos sujoi-34, los misiles crucero del tipo Kalibr no viajan a ciegas sino que a blancos específicos y sin los consabidos daños colaterales, que las operaciones de Occidente y de Israel y Arabia Saudí nos tienen acostumbrados, sembrando de muerte y dolor hospitales, celebraciones, escuelas y centros de apoyo a los pueblos agredidos.
Más temprano que tarde la presencia rusa en Siria chocará contra los afanes políticos y militares de países como Turquía, Arabia Saudí y la entidad sionista. Esto, porque Rusia también defiende sus intereses geoestratégicos, ya sea en materia energética, geopolítica, defensa regional amplia, como también el impedir que los grupos takfirí, que operan en Oriente Medio dirijan sus pasos a territorios fronterizos ruso e incluso al interior de la Federación. Ello ha obligado a Moscú a involucrarse de lleno en la contienda y a enfrentar primero las críticas políticas, amplificadas por los medios de comunicación afines a Estados Unidos, la OTAN, el sionismo y el wahabismo y en segundo lugar el cuestionamiento respecto a la eficacia de sus operaciones militares.
Rusia, así como en su momento la propia Irán, no se han dejado amedrentar por las amenazas vertidas para que cese el apoyo a Siria e Irak. Incluso es posible que en breve tiempo las fuerzas rusas entren también en operaciones en territorio Iraquí si así lo estima el gobierno de ese país dirigido por el primer ministro Haider al-Abadi y como ha sido declarado en los últimos días, como constatación que el eje Teherán-Moscú-Bagdad-Damasco está ganando terreno en el combate al terrorismo.
Por su parte, la alianza wahabita-sionista ha desatado los demonios de la guerra, intensificando su apoyo a los movimientos terroristas a través de las madrasas sauditas repartidas por Oriente Medio, Paquistán y Afganistán. Con un flujo generoso de petrodólares a las bases salafistas que actúan allí donde las autoridades del régimen de Tel Aviv y Riad señalen como necesario, para concretar sus objetivos. Alianza que se manifiesta, en su real dimensión, con el abandono a la causa palestina, la creación de grupos terroristas takfiríes, punta de lanza de la política exterior saudí contra Irak y Siria. La decisión de derrocar al Gobierno de Bashar al-Asad financiando al terrorismo salafista de Daesh, el Frente al Nusra, a Al Qaeda y sus distintas facciones en el Magreb, Yemen, Afganistán y otros zonas del mundo se une al objetivo de cercar a Irán, impedir el progreso regional de Rusia en los planes globales de occidente. Incluyendo en esto a Paquistán y ex repúblicas de la ex Unión Soviética. Ante ello resulta una ceguera pretender que potencias como Rusia e Irán se queden inmovilizadas.
En el caso saudí la política de contención, mínima, que ha tratado de desarrollar Washington con su socio wahabista, con relación al apoyo tan abierto al terrorismo takfirí choca con las dinámicas internas de una Casa al Saud, que lleva el germen de su propia destrucción en la ambiciones de la familia gobernante, sobre todo en los miembros: príncipes, jeques y familiares pertenecientes al Clan Sudairi, que día a día, intensifican un política de abierto antagonismo contra Irán y ahora haciendo llamados a combatir la presencia rusa en Siria.
Las tensiones del régimen de al Saud, sobre todo focalizadas en sus sectores más radicales, permite concluir que dicho apoyo al terrorismo no cesará, como tampoco sus propias misiones militares destinadas a agredir a aquellos países que considera como su patio trasero: Bahréin y Yemen principalmente. Intervenciones saudíes que se inscribe en la defensa de lo que la Casa al Saud considera son sus intereses regionales, la propagación del Wahabismo y la intensificación de la represión contra todo movimiento que se proponga generar aires de libertad. Así sucedió en Bahréin, donde la Casa al Saud intervino con puño de hierro sin que occidente levantara su voz de condena, temerosos que la lucha de la población de este pequeño país sujeto a la represión de la familia Al Jalifa, se expanda a otras latitudes. Nada de estas acciones son azarosas.
En Yemen, las operaciones de bombardeo impulsadas por Arabia Saudita sin autorización alguna de organismos internacionales, por más que se le pretenda dar cierta legalidad tras la Cumbre de la Liga Árabe de los días 28 y 29 de marzo del 2015 en Egipto, son violatorias del derecho internacional. Bombardeos que demostraron la intención de Arabia Saudita y sus aliados en Washington y en Tel Aviv de pretender restaurar a un gobierno ilegítimo como el de Abd Rabbuh Mansur Hadi, influir con nulo éxito sobre las negociaciones que se llevaron a cabo entre el G5+1 e Irán sobre el programa nuclear de la nación persa, sacar del centro de la noticia la ineficacia de las operaciones militares de la llamada Coalición Internacional Contra Daesh en Siria e Irak y, sobre todo seguir en estos intentos de cercar a Irán y hacerla responsable de los problemas que aquejan a Oriente Medio. Son parte de un plan mayor tejido en las oficinas de Washington, en la opulencia de los palacios saudíes y en el secretismo de los servicios de inteligencia sionista.
Si para concretar los afanes hegemónicos de las grandes potencias y sus aliados regionales, especialmente Arabia Saudita y el régimen de Israel, se requiere incrementar el genocidio de los pueblos que se oponen a sus designios, apoyar a grupos terroristas takfiries: Daesh, Al-Qaeda en el Magreb, Al-Qaeda en Península Arábiga, Ansar al-Dine, Al-Shabab, Boko Haram entre otros, como lo han hecho hasta ahora en una labor hipócrita y criminal, lo seguirán plasmando con todo el costo humano que ello conlleva. Esto, pues en esa zona del mundo los intereses energéticos, ideológicos, políticos y religiosos se conjugan bajo los nombres de petróleo, gas, neocolonialismo, Wahabismo y Sionismo en una amalgama cuyas víctimas principales son las sociedades del Magreb y Oriente Medio, pero sin perder de vista la presa mayor: Irán a la cual se ha sumado la Federación Rusa.
Ambos países, junto a Irak y Siria decidieron abrir en Bagdad un Centro informativo que incluirá a los representantes de los Estados Mayores de estos países destinado a recoger, redactar, resumir y analizar la información actual sobre la situación en la región de Oriente Medio en el contexto de la lucha contra Daesh. Esa información será entregada a los Estados Mayores de los países mencionados. Este Centro que ya ha causado la inquietud de sionistas y wahabistas será encabezado por oficiales iraníes, iraquíes, sirios y rusos de forma rotatoria durante tres meses. La decisión ruso-iraní de apoyar la defensa de los pueblos de Irak y Siria, combatir efectivamente contra Daesh y otros grupos terroristas, con independencia de poderes radicados en Europa o allende el Atlántico los sitúan como potencias regionales confiables, con las cuales se debe contar sí o sí en materia de lograr la paz y estabilidad de esa zona del mundo.
Mientras esta decisión se concreta en beneficio de los anhelos de paz en la región, wahabistas y sionistas, como fieles y obedientes gendarmes de las potencias occidentales, especialmente de las políticas dictadas en Washington bajo la alianza del complejo militar -industrial y el lobby sionista del Comité de Asuntos Públicos Estadounidense-israelí – AIPAC por sus siglas en inglés – siguen fraguando sus planes criminales destinados a destruir las sociedades donde han clavado sus garras. La labor de Irán, Rusia y todos aquellos que se sumen a este empeño por erradicar el terrorismo takfirí de Oriente Medio debe contar con el amplio respaldo internacional. Ahora toca escuchar a las Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad y aquellos organismos cuya voz ha enmudecido mucho tiempo.
Artículo del Autor Cedido por Hispantv.
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