Traducido por Manuel Talens y Paloma Valverde
En 1963 un niño nació en Israel. En 1972, en Inglaterra, un hombre cayó al vacío durante la noche desde un tercer piso (o quizá fuese desde un cuarto, hay opiniones para todos los gustos) . Luego, los dos echaron a volar sobre las alas de la música y, un día, la vida organizó un encuentro sorprendente entre ambos. Ésta es una historia triste con una impresionante banda sonora compuesta por el aullido de un saxofón y el llanto de un clarinete; se trata de una historia de gente desplazada que no tiene país, en la que hay criminales de guerra, cazadores de nazis y donde Dios es un invitado especial, una historia templada por grandes trazos de ironía y unas pocas migajas de esperanza. Es por la mañana. Llueve. Hay huelga de trenes. El Soho, Londres. ¿Quién será ese tipo corpulento que se ríe entre dientes en el café italiano mientras engulle un sándwich schnitzel (regado con té) y me da la bienvenida con comentarios como «No hay luz al final del túnel Israel»? O bien con éste: «Creo que hay algo insostenible, sencillamente insostenible, en el hecho de que los judíos, que sufrieron tanta discriminación racial, tuviesen que establecer un Estado que se basa en leyes raciales». Y la guinda del pastel: «Voy a muerte contra la existencia del Estado de Israel». Todavía es temprano, debo aclarar. Voy-a-muerte-contra-la-existencia-del-Estado-de-Israel-y-pásame-el-azúcar-por-favor. −Buenos días también, Gilad Atzmon. El hecho de que el café esté en la acera de enfrente del famoso club de jazz Ronnie Scott es un indicio sutil de la identidad de Atzmon, uno de los más ilustres y solicitados músicos de jazz del mundo entero y el único que realza su gloria -o la destruye por completo, depende de a quién se le pregunte- cuando no tiene la boca ocupada con un saxofón (o con un schnitzel). Dice Atzmon que él no se ocupa de la política, sino de la ética. Es posible que, en su caso, no sólo sea una cuestión de semántica o de cosmética, pero estamos aquí para hablar de música y de belleza, «de esa belleza que simplemente sale de dentro», dice, «sin esfuerzo, de manera inconsciente, en los momentos más maravillosos de creatividad; y, cuando sucede, uno entiende que no es más que el portador del espíritu, de algo que a uno lo sobrepasa, sobre lo que no tiene ningún control. Yo no tengo nada que ver con esa belleza, lo mío es comer schnitzels, sólo soy el mensajero. No busco la belleza, la belleza me encuentra y, a través de mí, encuentra su camino hacia el mundo.» Es mucha la belleza que encuentra su camino hacia el mundo en For the Ghosts Within, el nuevo álbum de Atzmon y sus socios, que ya ha recibido críticas elogiosas en la prensa musical británica, la cual lo encumbra como «la sorpresa del año», con descripciones extáticas de ángeles que se introducen en el corazón de quien lo escuche. En este álbum, Atzmon une sus fuerzas, en calidad de intérprete, compositor, arreglista y productor musical, con Ros Stephen y Robert Wyatt.
wyatt/atzmon/stephen for the ghosts within
Sí, se trata del mismísimo Robert Wyatt, figura de culto, uno de los padres y pioneros del rock progresivo. Ambos se califican mutuamente de genios («hemos hecho un pacto mutuo entre genios», ironiza Atzmon). Y Wyatt añade, «para mí ha sido un gran honor, aunque no lo parezca a simple vista, que Gilad aceptase trabajar conmigo. Es un músico increíble, increíble.» A juzgar por la gente con la que Wyatt ha trabajado -Jimy Hendrix, Mike Oldfield, David Gilmour, Paul Weller, Syd Barrett, Brian Eno, Bjork (una «criatura celestial», suspira Wyatt), entre otros-, está claro que el honor es también definitivamente para Atzmon, que ha trabajado con Paul McCartney, pero cuya colaboración con el sexagenario Wyatt (65 años, objeto único y admirado por todos los gustos, generaciones y categorías, a la manera de Thom Yorke, de Radiohead), es como subir un peldaño más, como un certificado de honorabilidad que consolida un poco más el estatus del saxofonista en la industria musical británica.
Robert Wyatt, Gilad Atzmon, Ross Stephen Wyatt es el enfant terrible que pasó a convertirse en un gurú de barba blanca, una especie de tesoro nacional secreto, un verdadero superviviente que resulta casi inclasificable. Tras su paso como batería de las bandas Soft Machine, de la que lo echaron (incluso hoy día mantiene que «no hay nada peor en la vida que la humillación»), y Matching Mole, renació como cantante y compositor después de caerse por una ventana de Londres durante una borrachera que se le fue de las manos. (Pink Floyd se unió de inmediato a la causa y organizó un concierto benéfico en su ayuda.) Aquel accidente lo dejó en una silla de ruedas para siempre. Pocos músicos han hecho tantas cosas como él: rock psicodélico, punk, post-punk, vanguardia, fusión y, ahora, jazz «limpio» con sus propios toques personales. Wyatt está casado con Alfreda (Alfie) Benge, que llegó a Inglaterra cuando era niña desde Polonia como refugiada de guerra. Es ella la que diseña las carátulas de sus discos, una vez escribió una punzante canción sobre su alcoholismo (desde entonces ha dejado de beber, o quizá no) y lo considera un «bebé grandote», mientras que él la llama «el lado oscuro de mi luna». Él graba sus discos, que parecen poca cosa pero que siempre terminan por ser un «acontecimiento», en un estudio que tiene en su casa. Su voz, que el músico y compositor Ryuichi Sakamoto calificó de «lo más triste del mundo», es inconfundiblemente trémula (algo así como su marca de comercio). Wyatt ha sobrevivido a períodos insondables, a depresiones suicidas y, durante décadas enteras, evitó las actuaciones en directo. («Creo que lo que tiene es miedo escénico», dice Atzmon.) En una entrevista aparecida en The Guardian en junio de 2009, Wyatt calificó a Atzmon como el «más grande de los artistas vivos» y señaló que «nació en Israel, ese lugar que yo prefiero llamar la Palestina ocupada». Por su parte, Atzmon dice que Wyatt es «uno de esos genios que Kant describía tan bien, un genio que parece que no tiene nada que ver con su propio genio, que crea belleza como si ésta surgiera de la nada. Todo lo que toca suena como algo nuevo, completamente distinto y totalmente suyo. Es transparente y a través de él se ve la luz.»
Tranquilidad de la tormenta
Su historia de amor empezó «hace unos diez años», dice Atzmon. «En un festival, una mujer que se llamaba Alfie vino a verme y me dijo que su marido era músico, pero muy tímido, y que le encantaba mi música y le gustaría venir a hablar conmigo». «Claro, que venga», le respondí. Robert se acercó, me dijo que era un músico aficionado o una mierda de músico o algo parecido, es muy modesto, y me dio su tarjeta. Yo no tenía la menor idea de quién era y me metí la tarjeta en el bolsillo sin mirarla. Después, alguien me preguntó que por qué había estado hablando con Robert Wyatt y yo me dije, ‘¡Cojones! ¿Ése era Robert Wyatt? ¡Pero si yo he crecido con su música!'» Se invitaron el uno al otro para aparecer en sus álbumes respectivos, incluido el glorificado Cuckooland de Wyatt (2003), y For the Ghosts Within (La canción «The Ghosts Within» contiene más de una alusión a palestinos sentados a la sombra de un olivo, esperando su redención en las orillas del Río de la Vergüenza.) El álbum lo ha publicado Domino, el sello de moda, entre cuyas bandas se encuentra Arctic Monkeys. Wyatt canta en él, hace emocionantes interpretaciones de temas clásicos del jazz como «In a Sentimental Mood» junto a material nuevo, escrito y arreglado por Atzmon y la violinista Ros Stephen. El resultado es casi un asunto de familia (Tali, la mujer de Gilad, canta un solo maravilloso; Alfie, la mujer de Bob, escribió letras llenas de fuerza y el compañero de Ros es uno de los músicos). Apacible y melancólico, el álbum es sólo una parte de la suma de contradicciones ilusorias y escurridizas de Atzmon, que vive obsesionado por fantasmas y demonios, lleno de rabia y dulzura, de ingenuidad y profundidad, de obstinación y franqueza, de violencia y tranquilidad.
The Ghosts within , por Gilad Atzmon
−La primera vez que lo invité a tocar en un álbum mío −recuerda Wyatt−, Gilad me advirtió que podía traerme problemas. Yo no creo que los busque, simplemente los encuentra. No me dio miedo. Me han llamado estalinista y traidor y cosas peores, simplemente porque no estaba de acuerdo con la política exterior del gobierno británico. Pero eso no es nada en comparación con el asesinato sistemático del personaje Atzmon que sufre Gilad. Se arriesga mucho con las cosas que dice, la mayoría de las cuales se sacan de contexto o se distorsionan, y lo que hay debajo no llega a comprenderse correctamente. −A veces siento la necesidad de protegerlo −continúa Wyatt−, es un instinto casi paternal, al fin al cabo tiene la edad de mi hijo. Su amistad es una de las cosas más importantes y valiosas que me han ocurrido en la vida. Lo quiero de verdad y admiro su coraje. Hay quien dirá que es un insensato o un desinhibido, pero se atreve a decir las cosas que nadie dice. Yo me moriría de miedo. Recibe amenazas de muerte, espero que no sean en serio. No es que le diviertan las manifestaciones de odio, pero no le importa si provoca pena o angustia, porque ésa es su verdad y, contrariamente a lo que hacen los políticos o los diplomáticos, él está comprometido con su verdad. Es tan dulce, lo digo en serio, que no le haría daño ni a una mosca, y me encanta su descaro, me parece fantástico. Hay algo en él que enlaza con la tradición de los grandes cómicos judíos, como Lenny Bruce, a los que nunca les daba miedo molestar a la gente. Sería un gran error considerar que la música de Atzmon es marginal e insignificante en comparación con todos los ruidos que se las arregla para hacer sin descanso en su faceta de popularísimo y prominente activista antisionista y propalestino. Su música es importante, soberbia, incomparablemente sublime y reconocida por muchos premios internacionales. −A donde quiera que vaya en el mundo, mis conciertos están completos −dice secamente el artista de jazz más ocupado de Reino Unido. Pero, al mismo tiempo, ¿por qué nos vamos a engañar? Incluso cuando Robert Wyatt canta «At Last I Am Free» en el nuevo álbum, por no hablar del rap árabe («La gente se muere de sed / La gente se muere de hambre / No nos hemos olvidado / Y no nos olvidaremos hasta el día del retorno») -que no dejan lugar a dudas- o bien el tema «Palestinian shepherd’s flute», en el que Atzmon toca la flauta, el ruido siempre penetra, si no por la puerta sí por la ventana, y Atzmon no hace nada por impedirlo.
Patético y absurdo
Gilad Atzmon nació en Tel Aviv en 1963 y creció en Jerusalén. «Mi infancia fue laica y normal», dice, «con un abuelo seguidor del sionista Jabotinsky. Yo no me avergonzaba de él, de ninguna manera. Él tenía muy claro de dónde venía y yo lo tenía muy claro también.» La mayor parte de su servicio militar la pasó en la banda del ejército del aire, después de un tiempo como paramédico de combate. «Durante la primera semana de la guerra del Líbano de 1982 vi muchos soldados heridos, pero contrariamente a lo que se rumorea, no fue ése el punto de no retorno en mi vida. Creo que el verdadero cambio se inició en la banda, cuando fuimos al campo de concentración de Ansar -una prisión construida en Líbano por el ejército israelí- y me di cuenta de que formaba parte del ejército equivocado.» En Israel tocaba y también producía a cantantes, entre otros a Yardena Arazi -eso es versatilidad: primero a Arazi, después a Wyatt-, a Si Himan y a Yehuda Poliker. −Poliker me abrió los oídos a la música griega y me influenció musicalmente. Mi música es ahora popular en Grecia, yo diría que más que la suya, pero Grecia, como todo el mundo, se está desmoronando, así que eso no me ayuda mucho. En 1994 Atzmon tenía previsto estudiar en el extranjero, en Nueva York o en Chicago, pero al final encontró una universidad en Inglaterra con un programa interesante que asociaba psicoanálisis, filosofía e historia del arte. «No es que tuviese un plan para pasar cinco años fuera del país ni nada por el estilo», recuerda. «La verdad es que estaba harto de todo: del país, de la música, de la vida. Todo me agotaba. No quería tocar ni producir más. Tenía pensado iniciar una nueva carrera como piloto comercial. Quería ser como los pilotos de El Al, que hacen la reverencia a los pasajeros que los aplauden después del aterrizaje [se ríe]. Me gustaba pilotar aviones, pero no era bueno para eso. −Tenía 30 años y pensé en dedicarme a una carrera universitaria. Pero me enamoré de Londres, que era como un pueblo -ha cambiado por completo desde entonces y no para mejor- y de su mundillo musical, que me adoptó, así que me dije: vamos a dedicarnos al jazz, seremos artistas, no necesitamos mucho dinero, tenemos todo lo que nos hace falta, vamos a quedarnos. Y nos quedamos. Ese plural mayestático «nos» está compuesto por Atzmon y Tali, su mujer, magnífica cantante y actriz con una carrera floreciente. Se conocieron -prometí ser irónico y lo estoy siendo- en Israel, durante el Festival de la Canción Hasídica. «No me gustaba Israel ni lo que estaba pasando allí, pero no estaba metido en política de ninguna manera. Tampoco entendía el problema palestino, ésa es la verdad. Pero de alguna manera empecé a escribir y a participar en todo tipo de foros y, de repente, estaba en todas partes. Era una persona privada con opiniones privadas que, de repente, se convirtieron en públicas porque la gente quería escuchar lo que podía decirles. Creo que se dan cuenta de que digo la verdad, de que no estoy reescribiendo los hechos para nadie, de que no tengo que mentir porque no pertenezco a ningún partido político. Soy Gilad Atzmon y represento a Gilad Atzmon y eso es todo. Al principio me veían como un buen judío que hablaba pestes de Israel que los gentiles apreciaban. Pero no tardé en comprender que no soy un buen judío, porque no quiero ser un judío, porque los valores judíos me importan un pito, de la misma manera que tampoco me impresiona toda esa bazofia del ‘Derrama tu ira sobre las naciones’.» −Así que estás derramando tu ira sobre los judíos. −El otra día vi la película Metzitzim. Ya sabes en qué ha terminado Uri Zohar [Zohar, el director, actor y guionista, es hoy un rabino ultraortodoxo], él, que era el paradigma de la persona laica. ¿Por qué los israelíes laicos le tienen tanto miedo a Uri Zohar? Pues porque los ha dejado solos en la oscuridad para enfrentarse a preguntas como ¿por qué estoy aquí? ¿Por qué vivo en territorios que no son míos, en la tierra saqueada a otro pueblo, cuyos propietarios quieren regresar pero no pueden? ¿Por qué envío a mis hijos a matar y a que los maten después de haber sido yo mismo soldado también? ¿Por qué me creo toda esa basura del ‘porque es la tierra de nuestros antepasados, nuestro patrimonio’, si ni siquiera soy religioso? ¿Qué mierda es esto? Eso es algo que los judíos laicos simplemente no pueden soportar. Esas preguntas los aterran. Hay más verdad entre los colonos que entre los judíos más laicos del país. −Los israelíes pueden poner fin al conflicto en un puñetero segundo. Netanyahu se levanta mañana por la mañana, devuelve a los palestinos el territorio que les pertenece, sus tierras y sus casas, y se acabó. Los refugiados regresarán a su hogar y los judíos finalmente también se liberarán: serán libres en su país y podrán ser como el resto de las naciones, seguir con sus vidas y terminar incluso con la mala fama que ellos mismos se han labrado durante los pasados 2000 años. Pero para que Netanyahu y los israelíes lo hagan tienen que pasar por un proceso de desjudeización y aceptar el hecho de que son como el resto de los pueblos y no el pueblo elegido. Por eso, en mi análisis no hay un factor político, sociopolítico o socioeconómico, sino algo esencial que tiene que ver con la identidad judía. −Piensa por un momento en la dialéctica de la identidad judía ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’ ¿Quién es tu prójimo? −se pregunta, y se responde−: Otro judío, claro. En otras palabras, desde el momento en que fuisteis escogidos como ‘el pueblo elegido’ perdisteis todo el respeto por los demás pueblos y por el Otro. −No tienes más que ver, por ejemplo, la forma en la que se trata a los gays en Israel −continúa−. Se jactan con eso de «mira qué liberales somos, en Israel tenemos homosexuales». El dirigente sionista Max Nordau (1849-1923), que escribió sobre la emancipación de los judíos, decía que en realidad a los europeos no les gustan los judíos, sino que se sienten orgullosos de que les gusten los judíos. Ambas formas separatistas de situarse frente a grupos marginales son muy parecidas. Es algo muy interesante. −El judaísmo tiene valores muy atractivos −prosigue− y la prueba es que el máximo apoyo de los palestinos proviene de los judíos de la Torá, los Neturie Karta, una secta ultraortodoxa. Nuestro problema, y tardé mucho tiempo en comprenderlo, son los judíos laicos y, más aún, los judíos izquierdistas. La idea de judíos izquierdistas es esencialmente patológica. Totalmente patológica. Contiene una contradicción interna absoluta. Si sois izquierdistas no debería importar si sois judíos o no, por lo que en principio cuando os presentáis como izquierdistas judíos aceptáis la idea del nacional socialismo, del nazismo. Esto es algo patético, el motivo por el cual los israelíes de izquierdas nunca han logrado hacer nada por los palestinos. El absurdo absoluto es que, en realidad, quien está encabezando la solución de un Estado único y de un acuerdo final es la derecha.
Ilógico y maravilloso
Atzmon se ha metido en el bolsillo a políticos como Recep Tayyip Erdogan, primer ministro turco, quien en un debate con el presidente Shimon Peres citó a Atzmon por su nombre para repetir que «la barbarie israelí supera a la crueldad habitual». A Atzmon lo han acusado, desde todos los ámbitos posibles, de lanzar vitriolo contra los judíos. Sin embargo, él sostiene que «odia a todo el mundo con la misma medida». También se lo ha acusado de odiarse a sí mismo, pero él es el primero que lo admite y, en comparación con Otto Weininger -el filósofo judío austriaco que se convirtió al cristianismo y de quien Hitler dijo, «había un buen judío en Alemania y se suicidó»-, Atzmon se siente incluso orgulloso. «Otto y yo somos buenos amigos». −¿Lo dices en serio? −¿Cómo que si lo digo en serio? Estoy casado con una judía, trabajo y toco en una banda con judíos. He adoptado una identidad palestina, es cierto, pero acusarme a mí de antisemitismo es ridículo. Parte de mi éxito proviene del reconocimiento de que yo soy «de allí». No intento ocultarlo o difuminarlo o negarlo. Miro, hablo y me comporto como alguien de allí. Me dirijo a él en hebreo y me contesta en inglés con un claro acento israelí, mezclado con hebreo. A veces se queda asombrado con alguna de las increíbles palabras hebreas que suelta. A veces la mezcla de lenguaje es divertida. Si uno le pregunta, por ejemplo, si echa de menos Israel, contesta: «No echo de menos la medina [el Estado], echo de menos la eretz [la tierra, el país]», y explica: «Cuando empecé a echar de menos la tierra, los paisajes, los olores, comprendí que lo que realmente echo de menos es Palestina. Palestina es la tierra e Israel el Estado. Tardé mucho en darme cuenta de que Israel nunca fue mi hogar, sino únicamente una fantasía ahogada en sudor y sangre.» Él dice «sudor» pero en realidad quiere decir «lágrimas» Es una historia muy triste, como hemos señalado. Sus hijos, May, de 14 años y Yan, de 10 no tienen amigos judíos. A Yan no lo circuncidaron y las bar o bat mitzvahs ni se las plantean[1]. El ordenador de Atzmon no tiene teclado hebreo. Habla, escribe, piensa y sueña en inglés. No pondrá un pie en Israel hasta que no vuelva a ser Palestina. −¿No duele haber cortado cualquier vínculo con todo lo anterior? ¿Haber quemado todas las naves? −No, pero probablemente es cierto lo que decían todas mis novias anteriores a Tali cuando me dejaban. −¿Qué decían? −Que soy un minusválido emocional. −¿Es cierto? −Quizá, pero no soy un deshecho. Vivo en paz conmigo mismo. Al parecer, reserva su inteligencia emocional para su arte. En «For the Ghosts Within» no hay minusválidos de ninguna clase. En la música todos vuelan a los lugares más altos, quizás rozando lo divino. Un talento indiscutible, como también la pasión, no pueden ser falsos. El problema es, por lo tanto, sólo el ruido discordante -que a mucha gente es lo único que le llega- de lo que el hombre obsesionado con fantasmas y demonios produce fuera del estudio de grabación. Wyatt, en su papel de Dalai Lama, expresa asombro por «la lucha de Gilad contra el racismo y la opresión de cualquier tipo y, en su vida laboral, por la búsqueda del significado de la identidad judía. Gilad es un ejemplo, traumático pero optimista, de un fenómeno muy extendido entre los emigrantes que intentan dejar atrás sus circunstancias tribales y tratan de reconectarse con el mundo y la humanidad. Esto es lo que los judíos de la Diáspora han hecho siempre. No hay más que ver su contribución al mundo de la cultura: Ronnie Scott provenía de una familia judía de emigrantes rusos y también están los hermanos Gershwin y Bob Dylan y Leonard Cohen y Noam Chomsky y Naomi Klein, por no mencionar ni a Jesús ni a Karl Marx, dos estupendos judíos que armaron un buen lío en el mundo. −El punto de partida de Gilad es humanitario, no inmobiliario -dice−. Gracias a él aprendí a ser más tolerante con la religión, con todas las religiones, y a ser respetuoso. Gracias a él, por ejemplo, no tengo problemas con el hecho de que Evyatar Banai, un magnífico músico que conocí hace unos años, se convirtiera en una persona religiosa, justo cuando yo esperaba que él no tuviera problemas con mis opiniones políticas. Gilad cree que la religión es un asunto espiritual y no un permiso para arrancar olivos de otra persona y que eso es algo que yo relaciono. −El problema −prosigue Wyatt− surge cuando la irracionalidad de la religión se convierte en la base de la política. La religión se basa en leyendas irracionales: la madre de Jesús era virgen y Papá Noel baja por una chimenea con sus juguetes. Todo eso es muy bonito, pero no puede ser una base sólida para la política, que se supone que es la que hace que el mundo real funcione. Es impensable apropiarse de tierras ajenas únicamente porque en la Biblia está escrito -quiero decir en el Antiguo Testamento, el cual se basa en la crueldad tribal- que Dios dijo que eran suyas. Y ¿qué pasa con los otros pueblos? ¿Qué les dijo a ellos? ¿Qué dios les repartió las tierras y qué tierras les entregó? ¿Y qué ocurre si ellos leyeron un libro distinto? Eso no deja salida alguna. −La gente utiliza cualquier excusa para dar la vuelta a la tortilla en Oriente Próximo −añade−; observa los sentimientos colonialistas de culpabilidad respecto a los palestinos y los compara con los nazis, lo cual es una ofensa. El conflicto israelopalestino es, de todos los existentes, el más complejo de resolver, pero las personas como Gilad confían verdaderamente en una solución y luchan para que ésta se logre durante su vida. −Una vez lo llamaste Don Quijote. ¿Crees que tiene la batalla perdida? −le pregunto. −Una vez lo llamé Don Quijote de broma, tiene un gran sentido del humor. Sabía que no le ofendería. Posiblemente su batalla esté perdida, pero la guerra contra el crimen, por ejemplo, también está perdida y, sin embargo, quiero que la policía siga luchando contra el crimen. Gilad es un artista que intenta encontrar el significado de un mundo caótico y enfermo. Para él, al igual que para mí, la política es lo más personal que existe. Él y yo no podemos permanecer en silencio frente a la maldad, la injusticia y la desigualdad. No todos los artistas tienen la necesidad de expresarse o de actuar políticamente y no se puede obligar a nadie a hacerlo. Durante la Segunda Guerra Mundial, Picasso decidió hacerse escuchar y Matisse permanecer en silencio y desaparecer; ambos eran, y lo siguen siendo, grandes artistas que enriquecieron el mundo. Gilad quiere impactar y sorprender con todo lo que hace y su propia existencia enriquece el mundo. Y ese mundo, por otra parte roto, arruinado y complejo, es el mismo mundo que protagoniza la canción principal de For the Ghosts Within y todos los conciertos de Atzmon: «What a Wonderful World». −Los telediarios sólo informan de desastres y guerras y es normal −señala Wyatt−. Nací al final de la Segunda Guerra Mundial y desde entonces el mundo no ha dejado de luchar y de desmoronarse ante nuestros ojos. Pero si olvidamos la existencia de la belleza y la alegría y del amor y de todo lo demás, ¿qué sentido tiene seguir vivos? Decir que el mundo es sólo un error es un insulto para quienes a diario van a trabajar, construyen casas para sus hijos y cocinan para sus amigos. Es importante cantar esta canción con toda seriedad e intencionalidad. No puedo cantar de otro modo. Cantar es recordar lo que realmente hacemos aquí.
Elogio de la provocación
Atzmon, que ha actuado y grabado con artistas de la talla de Sinead O’Connor, Ian Dury y Robbie Williams, este mes presenta «The Tide Has Changed», el último álbum de su grupo de jazz The Orient House Ensemble, que celebra ahora su décimo aniversario (los otros miembros del grupo son Frank Harrison, Eddie Hick y Yaron Stavi, el hijo de Zissi Stavi, el legendario ex director del suplemento literario Yedioth Ahronoth [2]). Entre los temas están «London Gaza» y «We Lament.» ¿Sorprendente? A Atzmon se lo ha acusado incluso de negar el Holocausto. −Eso es muy impreciso −afirma−, yo lucho contra todas las leyes repulsivas y las persecuciones contra los denominados ‘negadores del Holocausto’, una categorización que no acepto. Creo que el Holocausto, como un acontecimiento histórico, tiene que ser susceptible de investigación, análisis, discusión y debate. Lamento que Hitler no viviese para escribir los hechos con sus propias palabras. Y no lamento que la gente lance huevos contra el criminal de guerra Tony Blair, a quien en los juicios de Nuremberg por la guerra de Iraq lo sentarán en el banquillo, inshallah, junto con todos aquellos que impulsaron y financiaron esa guerra oscurantista e innecesaria. Y, al mismo tiempo, sería bueno que los cazadores de nazis apresaran a Shaul Mofaz y Ehud Barak, por ejemplo, y no a todos esos de 96 años que apenas están vivos. Es patético. Atzmon puede ser muy mordaz, incisivo y cáustico y, al mismo, tiempo irracional y disperso, muy «a favor» pero también muy «en contra» -tosco y refinado, escandaloso y callado, pedante y profesional hasta el límite, hace declaraciones del tipo «nunca hacía los deberes». «Escribí mis dos libros en dos semanas cada uno, los vomité sobre las páginas, y el primero empezó como una broma». Sus novelas –A Guide to the Perplexed (2001) [Guía de perplejos] se desarrolla en 2052, en el Estado de Palestina que ha sucedido a Israel, y My One and Only Love (2005) [Mi único y verdadero amor] sobre un trompetista que decide tocar sólo una nota y sobre los cazadores de nazis; ¿ven la obsesión?- se han traducido a 27 lenguas. Hay algo infantil, si no pueril, en la guía de perplejos, puesto que él mismo es una persona ocasionalmente perpleja, que irradia encanto personal, que se ríe mucho y que actúa de sabelotodo y provocador, con una habilidad demostrada para electrizar e hipnotizar a su público. −Gilad tiene chispa, pasión, una alegría natural, el tipo de alegría que tienen los niños −resume Robert Wyatt−. Su alegría creativa es esencialmente pura. Picasso afirmó que durante toda su vida intentó pintar como un niño. Creo que Gilad no ha perdido eso. Está lleno de curiosidad, de vida, en el sentido más positivo y maravilloso. −Permíteme que aclare eso −dice Atzmon−. El pueblo palestino está librando una guerra de liberación y yo la apoyo sin reservas. Yo también tengo sentimientos de culpabilidad. Intenté comunicarme con los israelíes y fracasé y es importante que lo diga. Ya no sé comunicarme con los israelíes. Para alguien que es tan extremo, Atzmon («soy un exiliado voluntario pero también un soldado y un refugiado de mi tierra») suena bastante centrado. Aparte de Metzitzim se enteró también de que, por ejemplo, Poliker salió del armario y que Miri Aloni está tocando en la calle (aunque a él le gustaría saber si lo hace por cuestiones ideológicas o «solo por dinero»). −¿Por qué no distingues entre los individuos y los gobiernos? Por ejemplo, lo que pasó con la flotilla de Gaza no lo hicimos «nosotros». −Fuiste tú. −No fui yo. −Fuiste tú, sin lugar a dudas. Cuando vives en una democracia, cada crimen que comete tu gobierno es un crimen que has cometido tú. −¿Incluso si no voté por ese gobierno? −Sin lugar a dudas. En una dictadura el dictador es el que asume la responsabilidad. En una democracia todos los ciudadanos ostentan la misma responsabilidad. −Entonces, ¿qué hacemos? ¿Cómo lo solucionamos? −Esa es la pregunta del millón. −¿Qué quieres que haga, que mate a Netanyahu? −Eso lo has dicho tú, no yo −me replica−. Y, por cierto, Netanyahu es bastante mejor para los palestinos que Barak o Peres. Yo también, como ciudadano británico, comparto culpabilidad en el crimen de la guerra de Iraq, pero al menos el pueblo británico expresó su oposición durante toda la guerra, mientras que, en Israel, el 94 por ciento de la nación apoyó la Operación Plomo Fundido (Cast Lead) [3]. Por un lado, deseáis comportaros como un Estado posilustrado y hablarme de individualismo pero, por otro lado, os rodeáis de un muro y seguís atados a una identidad tribal. No se puede nadar y guardar la ropa. Cada uno tiene que pagar un precio, que todos lo pagamos, incluso yo. El precio incluye la pérdida de trabajo en USA y la cancelación de conciertos en Europa por la extrema presión de las organizaciones judías, debido a sus opiniones. Sin embargo Atzmon, que ha sido coronado sucesor de Charlie Parker, trata de no pensar mucho en eso. −A veces me pregunto para qué necesito todos estos quebraderos de cabeza. Tali dice que se casó con un músico y que ahora tiene un primer ministro en casa. −Tú no deberías estar triste por habernos perdido, pero yo estoy triste porque nosotros te perdimos. −Eso está bien, hay un lugar en el mundo para los sentimentales. Sé que tengo muchos lectores en Israel y ellos saben cómo contactar conmigo. Sobre Gilad Atzmon pienso lo mismo que pensaba Arik Einstein sobre la chica que vio pasar, camino del colegio, en su emblemática canción: que para nosotros él está perdido. La diplomacia pública israelí pierde a una persona que podría haber sido una de sus mejores voces: articulada, carismática, brillante. Por el momento el partido lo va ganando Palestina por 1 a 0.
Notas:
[1] La bar o bat mitzvah, es la ceremonia judía que se celebra a la edad de 13 años (niños=bar y niñas=bat). Simboliza el paso a la vida adulta. Los niños y las niñas adquieren la responsabilidad de sus actos y entran plenamente en la vida judía con sus ritos, oraciones y costumbres. Es el equivalente a la confirmación católica [N. de los T.]
[2] El periódico hebreo de mayor circulación en Israel. El título literalmente significa «Últimas noticias» [N. de los T.]
[3] Nombre de la operación bajo la cual se llevó a cabo el ataque más sangriento jamás perpetrado por el ejército israelí contra Gaza, entre finales de 2008 y principios de 2009. Fue una de las pocas operaciones de castigo que levantó las protestas internacionales desde los más diversos sectores [N. de los T.]
Gracias a: Tlaxcala Fuente: http://www.haaretz.com/weekend/magazine/haunted-by-ghosts-1.319263 Fecha de publicación del artículo original: 15/10/2010 URL de este artículo en Tlaxcala: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=2051