Por más distanciado que uno se sienta de la política institucional, por más escéptico que sea respecto a los beneficios anunciados por el «final del bipartidismo», por menos que crea en las conversiones políticas vía 15-M o en las proclamadas «voces de la calle» en el Parlamento, por más convencido que esté sobre el servilismo […]
Por más distanciado que uno se sienta de la política institucional, por más escéptico que sea respecto a los beneficios anunciados por el «final del bipartidismo», por menos que crea en las conversiones políticas vía 15-M o en las proclamadas «voces de la calle» en el Parlamento, por más convencido que esté sobre el servilismo hacia el poder de los grupos mediáticos, sobre todo cuando está abierta la puja por ganarse sus favores… En fin, por más curado de espantos que le pillen a uno estos rituales de traspaso de poderes, sigue teniendo que aplicar el «verlo para creerlo» al espectáculo que se inició con las «consultas» del Rey, siguió con el debate de investidura y ha terminado su primera etapa con el nombramiento del nuevo gobierno. La perplejidad es mejor expresarla con preguntas como las siguientes:
-¿Por qué nadie da una respuesta republicana a la ficción de las «consultas» del Rey? ¿Por qué se sigue «agradeciendo» la acogida y manifestando a la salida la supuesta sensibilidad mostrada por el Rey hacia eso o aquello? ¿Por qué nadie dice, y le dice, que ejerce un poder ilegítimo, que es un político de derechas y un hombre de negocios encumbrado por el consenso constitucional que, en 1978, arrebató todo poder constituyente a la ciudadanía?
-¿Por qué en el debate de investidura Rajoy se encontró con una oposición tan blanda, tan previsible, que pudo solventar sin dificultades? ¿Cómo es posible que sólo le hiciera perder, ligeramente, los papeles el diputado de Compromís? ¿Por qué nadie transmitió esa indignación social que ha creado el más importante movimiento social en veinticinco años?
-¿Alguien puede explicar qué tienen que ver los intereses de Euskal Herria con abstenerse en la votación de investidura? ¿Qué significa eso de que Amaiur no quiere «obstaculizar la formación de un gobierno en España» ? ¿No saben los diputados de Amaiur cuál va a ser la política, también en y hacia Euskal Herria, de ese «gobierno de España» ?
-¿Por qué los medios «progresistas» se han apresurado a intoxicar a la opinión pública, calificando a de «centrista» a un gobierno cuya política económica está en manos de banqueros -¡y de qué bancos, con Lehman, el padre de todas las bancarrotas, en primera fila!-, gerentes y lobbistas al servicio de las corporaciones -¡y qué corporaciones, con la industria de armamento al mando de las Fuerzas Armadas!-, profesores de escuelas de negocios y dirigentes de los think tank de la derecha -FAES, incluida-…? ¿Acaso no resulta coherente de la política de este gobierno que su portavoz justifique el nombramiento del ministro de Justicia (sic) diciendo que es «importante de cara a la competitividad y para ayudar a reactivar la economía española» ? ¿Qué se puede esperarse de este gobierno más que otra vuelta de tuerca en la privatización de la sanidad, los privilegios de la Iglesia en la enseñanza, la moral del «¡somos la juventud del Papa!» ? En fin, para qué seguir…
En este ambiente de belenes y villancicos, la gran noticia de la oposición es la desvergonzada pelea por el poder en el aparato del PSOE, en la que la candidata de «la izquierda» es la exministra de Defensa, con el apoyo de los exministros de Exteriores, Justicia, Sanidad…, y otros notables que no saben ya a qué carta quedarse. La crisis del PSOE parece aún más profunda de lo que podía deducirse del resultado electoral. Si no encuentran un «tercer candidato», el inminente Congreso de febrero va a instalar un estado de crisis sin fecha de caducidad.
Cuando dentro de unos días lleguen los primeros latigazos concretos del gobierno es de esperar que termine esta modorra y que parlamentarios de izquierda y portavoces de los sindicatos mayoritarios suban el tono de voz. Pero lo que ha ocurrido estos días no es una anécdota. Es un signo de dónde tiene que estar la oposición al gobierno.
En América Latina se utiliza frecuentemente al expresión «gobierno en disputa» para referirse a situaciones en las que una fuerza política o un movimiento social o ambos ponen en jaque al gobierno establecido.
Aquí tenemos que llegar a una situación así frente la gobierno Rajoy y va a costar un trabajo ímprobo lograrlo. Porque este gobierno ha nacido sin disputa, con una oposición parlamentaria debilísima, en una sociedad mayoritariamente acobardada cuyas aspiraciones máximas es «no ser como Grecia», o «no ser como Portugal», y con una oposición social que tiene aún que reconocer la nueva situación y buscar cómo hacerle frente: qué campañas, qué articulación entre unos y otros movimientos, qué acciones pueden ser eficaces frente a un gobierno que se proclama insensible a las protestas sociales tradicionales.
Pero en esa oposición social está toda la esperanza. En la gente que sigue indignada y que quiere expresarlo en la práctica. Sólo ella puede protagonizar la «disputa» al gobierno del PP. La izquierda política valdrá o no valdrá, no por sus escaños parlamentarios, sino por su papel en ella.
Miguel Romero es editor de VIENTO SUR
Fuente: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=4706