Se vende país. Más bien se privatiza, se subasta, se traspasa en concurso de acreedores o, simplemente, se regala, por partes o al completo. Sin contrapartidas, fianzas, entradas a cuenta, ni cláusulas de garantía ante utilizaciones abusivas. Razón de la promoción inmobiliaria: Diputaciones Forales y Gobierno Vasco.
Estas instituciones, que andan metidas a administradores de lo público, te contarán que no se trata de un arriendo, de un alquiler o de una venta de «lo nuestro», de «lo de todos», sino de un negocio que a ti, querido lector-a, te hará prosperar. Te dirán que todo lo que hacen es en tu propio y exclusivo beneficio, que no se trata de un lucro para beneficiar a alguien ajeno a esta comunidad, sino el signo de unos tiempos globalizados donde todo se intercambia y que, simplemente, es un elemento más de todo el decorado.
Si, llevan tiempo vendiendo y privatizando el país, tu país. Como si fuera una enorme tarta que van repartiendo en trozos cada vez más grandes. Y lo hacen a todas horas, de día y noche, a golpe de decreto, en Boletines Oficiales y no tan oficiales, a dedo, en subastas no públicas, y todo ello como si no fuera contigo la cosa y estuviéramos en una operación en la que todos ganan y nadie pierde.
Quizá este artículo se pueda resumir en contestar a un par de preguntas sencillas, de un nivel de primaria: ¿qué es lo que queda por vender? o, dicho de otra manera, ¿seguimos teniendo propiedades comunitarias en esta finca llamada Euskadi?
El panorama de lo público es desolador, comenzando por una Sanidad y una Educación (casi el 50% de los alumnos están en la concertada-privada) cada vez más debilitadas y amenazadas por intereses privados. A partir de aquí, todo sigue el mismo modelo de «externalizar» servicios y capacidades, en parte para dar de comer a los amigos de lo público que, curiosamente, son sus máximos detractores. Tal y como ocurre, por ejemplo, con los «cuidados de la vida» y la atención a nuestros ancianos, la mayor parte de ellos en manos privadas. Suma y sigue.
Luego está la no menos utilizada variante del «clientelismo», otra forma de «privatizar» lo público, que consiste en colocar en los organigramas de las pequeñas empresas y servicios públicos que quedan en este país a los conmilitones y amigos del partido gobernante. Y después vienen las concesiones y subvenciones a manos llenas a empresas privadas.
Pero, sigamos con el recuento: ¿qué nos queda del sector primario? La respuesta es deprimente. Con la agricultura, la ganadería y la pesca en caída libre (según cifras oficiales apenas representó el 0, 5% del producto interior bruto ya en 2022), con la minería agotada y un sector forestal de práctico monocultivo (pino y eucalipto), a lo que se añade una industria en declive (representa ahora un 23% del PIB cuando llegó a ser el 50% en los ochenta), nos hemos convertido en un territorio de servicios, lo cual significa ser altamente subsidiarios y dependientes del exterior.
Sin apenas recursos primarios, sin empresas públicas tractoras en sectores esenciales (hasta Euskaltel voló, como también lo hizo Naturcorp…), con otras empresas no públicas que teniendo su sede aquí como Petronor, del grupo Repsol, o Iberdrola, que funcionan como lobbys chantajistas ante cualquier atisbo de recortar vía fiscal sus escandalosos beneficios, Euskadi se está convirtiendo en un territorio altamente subordinado a estructuras y recursos exteriores.
Atrás quedó, por tanto, la preeminencia industrial de un país que pierde cuerda no solo en el horizonte de una economía globalizada y cada vez más enfocada a las nuevas tecnologías y al desarrollo de lo digital y en la que muchos de nuestros jóvenes altamente cualificados y después de haber sido debidamente formados (gracias las instituciones públicas) acaban emigrando al extranjero en busca de mejores oportunidades.
La estructura fundamental de esta economía es dar de comer a las empresas del IBEX-35, a algunas multinacionales y a las constructoras sucursalizadas de Florentino Pérez y al «clúster» local del hormigón, además de poblar de eólicas nuestras cadenas montañosas y construir infraestructuras por doquier (TAV, corredores, autovías, túneles, subfluviales…)…
Eso sí, nuestros «administradores», con el PNV al frente, llevan ya años desarrollando todo un tinglado de siglas con nombres rimbombantes quizás para dar la imagen de que estamos insertos en una economía global. Así, la aportación del Gobierno Vasco al crecimiento de la lengua de Shakespeare no tiene parangón. Solo hay que echar un somero vistazo a documentos y al reciente acuerdo-programa de gobierno de Euskadi 2024-2028, con el que se invistió lehendakari a Imanol Pradales, así como a la nueva nomenclatura que puebla consejerías, departamentos, organigramas y servicios para darse cuenta del alcance de esta contribución al legado lingüístico anglosajón. Decenas de veces se citan términos como The Food Global Ecosystem del Basque Culinary Center, Smart Food Country 4.0 de Euskadi, Now 2030 Basque Country, Basque Green Talent, Basque Ecodesign Centre, Basque Circular Hub, Basque Microelectronics Hub, Basque Quantum, Basque District of Culture and Creativity, Nagusi Intelligence Center… y todo un sinfín de nombres que, más que mostrar una economía propia, diversificada y pujante son la expresión de otra forma añadida de dependencia cultural y un desprecio a lo propio, a nuestra lengua y cultura.
En una línea similar, los administradores de este país parecen hacer descubierto la «gallina de los huevos de oro» para el futuro que se avecina. Huevos que ya en muchos otros lugares del mundo comienzan a oler a podrido. Nos referimos al turismo, una actividad apenas relevante en nuestro territorio hasta hace poco, a excepción del «efecto Guggenheim» en Bilbao y del atractivo que siempre tuvo una ciudad como Donostia.
Algunos datos así lo confirman. Los hoteles registraron el pasado año 3,6 millones de entradas, un 10,4% más que en el año anterior, y 7,2 millones de pernoctaciones, un 12% más respecto a 2022. En cualquier caso, todo induce a pensar que este sector, si bien puede compensar en alguna medida parte de la riqueza que generaba la industria y que se ha ido perdiendo, presenta muchas debilidades. La principal, tal y como ha señalado Koldo Unceta, catedrático ya jubilado de Economía Aplicada de la Universidad del País Vasco es que «es muy coyuntural. Con el turismo la economía depende mucho menos de sí misma y mucho más del exterior», más allá de que el sector genere trabajos precarios, estacionales y mal remunerados, además de gentrificación en grandes núcleos poblacionales.
Pero todo esto, con ser grave y más allá de constituir una hipoteca para nuestro futuro, tiene otras consecuencias aún más perjudiciales. Lo que ahora se pone en venta es hasta nuestro propio paisaje. Y es que regalamos nuestra única Reserva de la Biosfera a los intereses de una fundación privada, la Solomon R. Guggenheim, que quiere apropiarse, en el máximo sentido de la palabra, de nuestro territorio físico, articulándolo con esa añagaza del presunto vínculo entre Naturaleza y Arte y a la que interesadamente se ha apuntado el Partido Nacionalista Vasco.
Construir, con dos sedes, un nuevo Museo Guggenheim en Urdaibai es atentar de forma directa contra gran parte de los símbolos que caracterizan la esencia de esta parte de Euskal Herria que es Euskadi. Es, incluso, querer apropiarse y usurpar algunas de las señas que definen la identidad y el alma de este pueblo: Gernika, su árbol, Santimamiñe… Y así, de construirse este proyecto, lo que a buen seguro ocurrirá es que todos esos símbolos quedarán devaluados por esa imagen de marca que absorberá el Museo a partir de su proyección mediática internacional. Y ya no será la Reserva de la Biosfera de Urdaibai sino la única Reserva del Mundo en la que se instaló el Museo Guggenheim.
Es lo que tiene el imperialismo económico y cultural que, en este caso, está representado por el desembarco de un Museo sin ninguna conexión con el alma de este pueblo y que solo quiere utilizar nuestro paisaje, nuestra Naturaleza, como un decorado más con el que poder vender mejor su objetivo de extender un modelo de cultura elitista y excluyente, totalmente alejado de los intereses de nuestros propios creadores y artistas y vinculado a un proyecto inmobiliario, especulativo, comercial y turístico que degradará mucho más aún la Reserva de la Biosfera de Urdaibai. La pregunta es directa y pertinente: ¿vas a dejar que privaticen hasta el paisaje en el que vives?
Txema García, periodista y escritor.
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