Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Foto de Portada: Unos niños sirios intentan calentarse en el duro invierno de Idlib, Siria, 30 enero 2021. (Foto: Muhammed Said/Anadolu Agency)
A medida que nos acercamos al décimo aniversario del levantamiento sirio, el conflicto continúa sin final claro a la vista. El papel de las Naciones Unidas, la organización internacional creada para mantener la paz y promover los derechos humanos en el mundo, ha sido claramente de un fracaso lamentable. Si bien nadie afirma que el conflicto sirio sea la sentencia de muerte de la ONU, cada vez es más difícil imaginar cómo la organización va a poder progresar a partir de aquí. Una letanía de fracasos de la organización ha provocado que el pueblo sirio se sienta completamente abandonado por la comunidad internacional. Se podría argumentar que no es solo que la ONU haya fracasado, sino que se ha hecho cómplice del asesinato a gran escala de los sirios.
La reciente revelación de que la Organización Mundial de la Salud, un organismo que depende de la ONU, ha estado utilizando la aerolínea propiedad de Rami Makhlouf “Cham Wings” para entregar ayuda a Libia desde Dubai es profundamente preocupante. Makhlouf es el primo materno de Bashar Al-Asad y ha figurado en las listas de sanciones de la UE, así como en las de la Ley César. Ejemplifica a la élite corrupta que se ha beneficiado bajo el gobierno de dos décadas de Asad y, hasta hace muy poco, tenía una gran influencia dentro del régimen. La ONU debería rendir cuentas por el uso de su empresa. Además, en relación con la OMS, el hecho de que su representante en Siria, Elizabeth Hoff, haya nombrado a Shukria Mekdad, esposa del Ministro de Relaciones Exteriores sirio, como consultora de salud mental de la OMS para personas desplazadas, ha sido también motivo de gran preocupación. La falta de imparcialidad y la ausencia de cualificación de la Sra. Mekdad unidas indican un desprecio en la atención hacia el pueblo sirio.
Que la ONU no haya realizado un esfuerzo concertado para garantizar que la ayuda humanitaria y médica llegue a las zonas controladas por la oposición ha sido catastrófico. Ha habido multitud de muertes que podían haberse evitado en el noroeste de Siria; muertes que no tenían por qué haber ocurrido. Con la carrera para entregar las nuevas vacunas Covid-19, existen temores genuinos de que estas zonas queden ignoradas mientras que las áreas controladas por el régimen se benefician. Dificultar la atención médica como arma de guerra ha sido un modus operandi del régimen sirio, pero la ONU ha hecho bien poco para impedirlo.
Si bien hay quien pueda sentirse inclinado a exonerar a la ONU por los fallos de la OMS, los fracasos de aquella van mucho más allá. La negligencia de la organización no conoce límites. Se sabe que la ONU le dio a Rusia las coordenadas de los hospitales en el área de Idlib en el norte de Siria; estas coordenadas se han estado utilizando para bombardear hospitales, lo que es un crimen de guerra. Para colmo de ironías, los comités de la ONU han publicado informes de que Rusia ha perpetrado crímenes de guerra en Siria antes y después del incidente de la coordinación. Además, los programas de ayuda de la ONU han financiado directamente a personalidades del régimen. Esto plantea la siguiente pregunta: Si la ONU es consciente de su propia complicidad en el asesinato en masa del pueblo sirio, ¿cómo es que sigue siendo tan incapaz?
Incluso Estados Unidos, que no vetó las resoluciones que condenaban al régimen, le falló al pueblo sirio cuando más importaba. Barack Obama se mostró reacio a actuar y titubeó. La línea roja de la que habló Estados Unidos no significó nada cuando Asad lanzó armas químicas contra su propio pueblo. El régimen se sintió envalentonado por esta amenaza vacía, y ese fue un punto de inflexión en el conflicto. El fracaso de Obama manchó su legado. Solo cabe esperar que la administración Biden aprenda de estos errores.
La ONU está básicamente aprisionada por el pecado original de su fundación: otorgar a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad el poder de veto. Un anacronismo en 2021 que, no obstante, viene durando desde el nacimiento de la propia ONU, y fue de hecho exigido por los propios miembros permanentes, no fuera a ser que la catástrofe de una Liga de Naciones débil condujera a otra guerra mundial, como ocurrió en la década de 1930 sin Estados Unidos o la Unión Soviética dentro de la organización. El veto fue el coste de la participación estadounidense y soviética en una ONU recién formada que reemplazó a la Liga. Los fallos sistémicos han provocado la muerte de un millón de personas en Siria a manos del régimen de Asad. El exsecretario general de la ONU, Ban Ki Moon, admitió que el Consejo de Seguridad le había fallado a Siria. La frustración y exasperación de los altos cargos de la organización era indicativa de la inutilidad y de los fracasos de la ONU.
Parece ser que el próximo verano tendrán lugar “elecciones” presidenciales en Siria. Unas elecciones que van a ser, sin duda, una farsa. La única incertidumbre que puede plantearse va a girar en torno al margen de victoria para la reelección de Bashar Al-Asad. La ONU sigue aún sin decir ni pío sobre este hecho y ha abandonado claramente el proceso de Ginebra acordado desde hace mucho tiempo, que está derivando hacia un organismo de transición. El acuerdo, al parecer, apenas vale el papel en el que está escrito. El trabajo en el Comité Constitucional de Siria que busca un proceso político será obsoleto si la ONU no bloquea otra “elección” que Asad seguramente “ganará”.
La ONU es claramente responsable de una amplia serie de fracasos y tiene una deuda incalculable con el pueblo sirio. Se han perdido vidas. Se han arrebatado medios de vida. Las lesiones que cambian la vida y el desplazamiento forzado han afectado a millones de seres. Todo ello como resultado de la impunidad del régimen de Asad durante la última década mientras la ONU se mantiene al margen. Después de los incomprensibles fracasos de Ruanda en 1994 y Srebrenica en 1995, que dejaron cientos de miles de muertos, sería razonable esperar que la ONU haya aprendido alguna lección. Siria demuestra lo contrario. La máquina de matar de Asad sigue funcionando, pero la ONU no hace nada y es cómplice de los crímenes del régimen.
Zaki Kaf Al-Ghazal es responsable de tareas de apoyo y medios del Syrian British Council. Ha realizado un máster en teoría legal y política en la Universidad de York, y es actualmente candidato a doctorado en la Facultad de Derecho de la misma universidad.
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