Traducido para Rebelión por Ana Sastre
LUNES, 12 DE ENERO DE 2009
Ayer decidimos viajar a Washington para asistir a una marcha nacional bajo el lema «Dejen vivir a Gaza». Fue una decisión de última hora, tras sopesar si merecía la pena conducir durante 8 horas de ida y vuelta con Yousuf y Noor con una previsión climática inclemente a cambio de estar al lado de Gaza.
Nos acompañaron dos estudiantes licenciados en Duke, uno un palestino de Lydd y el otro un becario sirio de Fulbright.
Por el camino, Yousuf interrumpió bruscamente nuestras bromas para preguntarnos si su abuelo iba a morir en Gaza. Me pidió que les dijera a «ellos» que no le dispararan.
«seedo ra7 yimoot? uleelhum may tukhoo, mama.» Le pedí que rezara una dua, para pedirle a Dios que le protegiera, que protegiera a todos los habitantes de Gaza.
«Eso tiene más fuerza que cualquier bala» le expliqué.
Llegamos un poco tarde, tuve que andar súper rápido para alcanzar al grupo, que según las estimaciones era de 10.000 manifestantes aproximadamente. Se trataba de una multitud civilizada y diversa. Desafortunadamente, el clima no fue tan civilizado. Al final de la marcha llegamos todos empapados de una lluvia helada, los dedos dormidos, los labios de Noor azules y las parcas de plástico pegadas a nuestros húmedos rostros.
Alcanzamos a mi hermano y a mi sobrino, Zade, que sujetaba una pancarta mojada con la tinta corrida como si simulara las lágrimas y la sangre derramadas en Gaza. La pancarta decía:
«Obama: derramé lágrimas cuando murió tu abuela. ¿Harás tú lo mismo por mí? Mi abuela vive en Gaza».
Tras quejarse de que se estaba congelando, su madre le contestó inmediatamente: «congelarse es mejor que morir». Él asintió.
Después, le contó orgullosamente a su abuelo que había caminado durante dos horas bajo la lluvia helada por Gaza.
Caminamos hasta el hotel en el que se alojaba el presidente electo (aunque nuestras fuentes nos informaron que estaba ocupado comiendo chili), y terminamos nuestro recorrido frente a la Casa Blanca antes de regresar a Carolina del Norte.
Por el camino, recibí la temida llamada de las 9.00 P.M. de mi padre. Mi corazón dio un vuelco, las llamadas por la noche suelen significar malas noticias.
«Más bombas. No puedo dormir. Los cañoneros de la armada israelí están bombardeando el barrio Tel il Hawa de Ciudad de Gaza, ya sabes, donde vive Amo Musab, donde se construyó su casa nueva», dice, refiriéndose a su primo.
«El extrarradio está en llamas. La Cruz Roja está haciendo salir a los residentes, pero no pueden llegar hasta ellos; y dicen que están bombardeando con bombas incendiarias o algo así, un espeso humo negro desciende sobre ellos, asfixiándolos a todos», continuó con calma.
Inmediatamente pedí a mi hermano que contara la situación en mi cuenta de Twitter. Me siento mejor, me siento de algún modo más poderosa sabiendo que estoy retransmitiendo esta información que es a la vez absurda e importante para el mundo. Mi hermano se esfuerza por condensar el terror, la muerte y el pánico en 140 caracteres.
Continuamos hablando.
Supe que el suegro de mi primo había sido herido. Su casa, situada en el norte de Gaza, fue alcanzada por las fuerzas israelíes y después derribada con un bulldozer. Él fue arrestado, le vendaron los ojos y le torturaron, haciéndole caer por las escaleras y fracturándole varias costillas. Después, fue obligado a andar durante una hora hasta el barrio Sheikh Ijleen de Ciudad de Gaza. Su mujer también fue obligada a abandonar su hogar en pijama, en mitad de la noche, y a caminar sola hasta la ciudad.
Hablo con mi padre hasta que los bombardeos pierden intensidad, después de una hora. A veces, no nos decimos nada, nada en absoluto. Simplemente sujetamos el teléfono en nuestras respectivas orejas y hablamos en silencio, como si se tratara de una tecnología desconocida para nosotros. Como si yo pudiera protegerle del infierno que se ha desatado a su alrededor durante esos minutos. Por absurdo que parezca, nos sentimos seguros en cierto modo; con la seguridad de que si algo ocurre, ocurrirá mientras estamos juntos.
Yousuf sostiene una vela durante una vigilia, frente a la capilla de la Universidad de Duke el viernes por la no