– Al viajar entre Europa y América, ¿qué diferencias percibes en el clima político? Me resultaría más fácil decir cuáles son las similitudes. Pero diferencias: lo primero el dominio en Europa, que afortunadamente se está resquebrajando, del miedo, del cinismo, la creencia de que no se puede huir de la desorientación general…. Mientras que en […]
– Al viajar entre Europa y América, ¿qué diferencias percibes en el clima político?
Me resultaría más fácil decir cuáles son las similitudes. Pero diferencias: lo primero el dominio en Europa, que afortunadamente se está resquebrajando, del miedo, del cinismo, la creencia de que no se puede huir de la desorientación general…. Mientras que en los países de América Latina que más conozco, en particular Ecuador, Bolivia y Venezuela, en los procesos políticos de avance popular, percibo un cierto optimismo, una cierta percepción de que el horizonte está abierto, de que la política es una cosa con la que la gente puede mejorar sus vidas. Y eso es una cosa muy hermosa porque ha contribuido a revalorizar la política y meterla en los espacios cotidianos. Es que tú te coges un taxi en Caracas o en La Paz y un taxista te habla animadamente de política, con posiciones de izquierdas que es algo que en España es impensable. La política ha recuperado cierto respeto después de dos décadas durante las que era un negocio de élites privadas que transaban entre ellas y que se enriquecían con lo común.
Mientras, en Europa hay una suerte de desafección que tiene una parte buena, de quiebra de la confianza de los que obedecen hacia los que mandan, pero también de cinismo, de descreimiento, de un cierto nihilismo, de no saber mirar hacia el futuro. Yo creo que por desgracia eso se refleja también en los movimientos de protesta y en la izquierda, y supone una dificultad extrema para hacerse las preguntas difíciles, las que atañen al poder político, a la capacidad de ordenar en las sociedades. Y hay una cierta voluntad de huir de eso haciendo metáforas, juegos, escapándose a lo macro o a lo micro, pero de eludir la cuestión fundamental del poder político.
– Tras los últimos procesos electorales en el Estado español, venimos observando que la izquierda que más crece es la que viene de los nacionalismos periféricos. ¿Crees que estos proyectos políticos apoyados en identidades populares son posibles más allá de las periferias?
Es muy complicado. Yo creo que hay algo que hay que afrontar y que es muy doloroso, que tiene que ver con una crisis profunda de la izquierda. Y es que en toda Europa, pero en particular en el Estado español, en un momento dado se derrumba uno de los dos o tres ejes fundamentales que parten la población española en dos. El conflicto capital-trabajo se ha derrumbado. Sigue existiendo, evidentemente, aunque el capital siga ganando por goleada, pero de ahí ya no se derivan identidades fértiles para la izquierda. No digo que no se puedan derivar en el futuro. Digo que hoy, aquí, ahora, no hay una identidad política construida sobre los lugares de trabajo y las posiciones en el mundo laboral que permita a la izquierda aglutinar mayorías. Eso no existe, y lleva sin existir unos cuantos años. ¿Cuáles son las izquierdas que han aguantado este torbellino de una derrota material -la destrucción de la clase trabajadora salvo en algunos lugares muy determinados- y una derrota ideológica o cultural? Las que han podido reconstruir una cierta idea de comunidad en torno a las identidades nacionales periféricas. Donde esto no ha sido posible lo que hay es un campo yermo.
Claramente estamos viendo que el enfado contra la crisis y la casta que la administra tiene expresión política a la izquierda del Partido Socialista fundamentalmente en aquellos lugares donde la izquierda puede hegemonizar o aspirar a disputar la hegemonía por la identidad nacional. Donde la izquierda se puede presentar como el principal defensor de los intereses de una comunidad nacional oprimida.
Donde eso no pasa el panorama es mucho más desolador. Y ahí habría que plantearse la siguiente pregunta muy incómoda para la izquierda, y es qué idea de nación. Porque lo de federalismo es una cosa que nadie se cree, en el sentido de que el federalismo es algo que reivindican los que no pueden reivindicar una nación. Y esa pelea me parece que cada vez va a saltar más por los aires, por un lado con el impulso recentralizador y nacionalista de la derecha española y por otro con las tensiones independentistas y soberanistas de importantísimos sectores ya mayoritarios en las sociedades vasca y catalana, y no mayoritario pero creciente en la sociedad gallega. Claro, sin eso, lo cierto es que es muy complicado para la izquierda construir una propuesta de mayoría. Ahí yo creo que hay que ajustar cuentas y dejarse de medias tintas. Pero es un problema que no solo se resuelve teóricamente, que se resuelve emocionalmente. No digo que todas las izquierdas transformadoras para ser mayoritarias tengan que ser nacionalistas. Pero no pueden jugar a la contra con la idea de nación. Pueden simplemente dejarla allí, no hacer política en el nacionalismo, pero que el nacionalismo no juegue en su contra. Pero nosotros tenemos una izquierda insólita en el Estado español, que no pasa en ninguna otra parte. Y es que la idea de nación no es que la deje aparte, no es que ni sume ni reste, es que claramente resta. Existe una idea de nación española que se afirma contra la izquierda y contra los nacionalismos periféricos, lo cual deja a la izquierda siempre en una posición de indefensión vital.
– El PP ha revalidado su mayoría absoluta en Galicia, mientras que el PSOE cae en picado en elecciones y encuestas, ¿por qué las políticas de austeridad desgastan tanto a la socialdemocracia y tan poco a los conservadores?
Por una parte yo creo que el Partido Socialista ha hecho un tránsito histórico que para él ha resultado desastroso, que es derechizar a su electorado y luego pretender que le vote. Es decir, convencer a su electorado y a su parte de la sociedad civil de que efectivamente la economía no es ni de izquierdas ni de derechas, de que hay cosas que hay que hacer porque sí, de que efectivamente los recortes son inevitables y de sentido común.
Dicho esto también hay que decir otra cosa, que es que yo creo que sí que hay una crisis política que puede tener algunas vías que apunten hacia una crisis de régimen. Pero esa crisis de régimen se experimental principal y fundamentalmente en el fracaso o las dificultades del que ha sido el principal partido de régimen en España, que es el Partido Socialista, el principal partido que integra a las clases subalternas al sistema político salido del 78, y ese es el que más sufre la crisis. ¿Por qué? Porque este debía su popularidad y su legitimidad a que las clases subalternas en España pudieran confiar en que con la obediencia al pacto constitucional, la integración política y el voto al centro izquierda podían vivir mejor. Acceder a derechos, tener más acceso al consumo y legar a sus hijos una situación mejor. Eso ha quebrado, y a quien primero afecta es a quien basaba su capital político en una cierta idea de redistribución y de inclusión.
Y eso nos pone ante una tesitura muy difícil, que es que en el medio largo plazo estamos asistiendo a una crisis de régimen que se manifiesta en primer lugar como una crisis del partido de la izquierda en este país. Pero claro, su efecto inmediato es favorecer mayorías absolutas del Partido Popular, que no gana en votos pero manteniene un bloque muy sólido, el bloque de la derecha española. Así que eso produce gobiernos de mayoría absoluta de la derecha hasta que pueda haber algún tipo de sorpasso por las fuerzas políticas a la izquierda del Partido Socialista que en algún momento puedan romper el imaginario del voto útil. Es decir, que en algún momento para parar al Partido Popular sea más útil votar a una formación a la izquierda del Partido Socialista. En ese momento el Partido Socialista ya sí que habrá enfilado definitivamente la senda del PASOK.
– En los países de Europa, ¿puede esperarse una ruptura con las políticas de austeridad a corto-medio plazo? ¿Qué hace falta para que suceda?
Simplificándolo mucho hacen falta dos cosas. Uno: hace falta construir una mayoría política que lo quiera. No solo una mayoría de gente que se queje. Hace falta construir una mayoría con voluntad de conquistar y construir poder político y ponerlo a disposición de las necesidades de la gente corriente. Esa mayoría hay que construirla, y esa mayoría no es solo la acumulación de gente que protesta. Es la catalización, la articulación de muchos descontentos a favor de una propuesta política concreta que consiga seducir a una mayoría de la población. Y esa mayoría primero pasa por construir una identidad política nueva, nacida de la crisis, que si se expresa en los términos izquierda-derecha será más difícil que sea mayoritaria en Europa, por cómo están las cosas. Es decir, es más fácil construir una mayoría política pregunta a la gente si prefiere que las casas de los desahucios sean para los bancos o para las familias. Ahí hay una mayoría política contra la austeridad. Si esa mayoría política se hace expresarse en términos izquierda-derecha es más difícil construir mayoría por el cambio. Y esto me parece que para entenderlo hay que entender que los nombres no son solo cosas que describan, son cosas que construyen, y por tanto son más o menos útiles en la medida en que ayuden a una política para los de abajo.
En segundo lugar, una cosa es ganar unas elecciones y otra es gobernar. Una vez uno ha ganado unas elecciones, sobre todo en la Unión Europea, se abre una guerra fuerte al interior del estado, porque suponiendo que una fuerza de cambio y de ruptura ganara unas elecciones se encontraría dentro de un estado y de una estructura internacional que le va a hacer la guerra. Se encontraría con el problema de los medios de comunicación, con el problema de las fuerzas de represión, de la policía y del ejército, se encontraría con el problema de la relación con el capital financiero, se encontraría con el problema de que está dentro de la Unión Europea y de la OTAN… Es decir, lo primero es construir esa mayoría, y lo segundo es dar esa pelea muy difícil para la que no hay ninguna certeza al interior del estado, en el que pugne una posición conquistada democráticamente, que es la del poder político expresado por medio de la soberanía popular, frente a todos los poderes públicos que no son de raíz democrática.
– Con una mayoría absoluta del Partido Popular, ¿cuál es el margen de actuación para los movimientos sociales en España?
Pregunta difícil: poco. Poco y mucho. En el corto plazo, poco. En un estado fuerte, en el que por mucho que el sistema político esté deslegitimado, los dispositivos institucionales del estado en España siguen regulando la convivencia social, y por supuesto el monopolio de la violencia no está en absoluto amenazado… A un estado así no se le destituye las élites tan fácilmente. No obstante, ¿para qué sirven las movilizaciones destituyentes? Sin esas movilizaciones sería imposible pensar en la construcción de una mayoría rupturista por el cambio, por la ruptura con este régimen. Esas movilizaciones tienen por una parte la tarea de ser quienes desgasten al gobierno. Y ahí hay que ser un poco más optimistas: desgastan más de lo que la élite está dispuesta a reconocer. Y por otra parte, es en ellas donde se puede ir formando un sentido común diferente, una suerte de sentido contrahegemónico que sea el embrión de una construcción rupturista de mayorías, de una construcción de identidad popular nueva que pueda desbordar los consensos actuales del régimen que hoy tienen mala salud pero que no se van a morir solos, que para morirse necesitan ser asaltados. Para eso sirven las movilizaciones, claro, en un horizonte temporal medio largo. Y ahí es complicado, porque las necesidades simbólicas y materiales de la gente son más urgentes que los tiempos, que los plazos políticos que cabe esperar. Ese desbordamiento solo se producirá si ha habido previamente una labor de polarización política, de tensionamiento del espacio político para que se resquebraje y emerjan nuevos sujetos, y eso solo se puede producir en la protesta, en la acción colectiva.
– La frecuencia del uso de la fuerza por parte del gobierno para reprimir protestas, ¿revela un déficit de legitimidad?
Sí, sin duda. Ya es un lugar común pero hay que repetirlo porque sigue siendo útil para comprender la política: hay que entender toda política como una combinación variable de capacidad de asustar y capacidad de seducir. De capacidad coercitiva y de capacidad de generar consenso. En ese sentido es verdad que el gobierno de Rajoy ha perdido una parte sustancial de su capacidad para generar consenso. No llegó con mucha, porque llegó teniendo que mentir en todo en las elecciones. Pero es impresionante ver como en un año ha dilapidado la gran mayoría del capital de legitimidad que producen los sistemas electorales. Que aunque en los círculos minoritarios de la izquierda digamos que no sirven para nada, la mayor parte de la gente, la inmensa mayoría de la población española entiende que un gobierno elegido democráticamente en las urnas es un gobierno totalmente legítimo. Y sin embargo, un año después, hombre, no digo que todo el mundo piense que es ilegítimo, pero que tiene herida, muy herida esa legitimidad fuerte que ha recibido, claramente. Y que hay un quiebre entre el mapa que uno ve del parlamento y lo que se refleja en la calle, claramente.
No obstante, eso no significa que no siga teniendo la fuerza legal para hacer lo que quiere, y el propio funcionamiento de las instituciones recrea legitimidad. Pero claramente hay una grieta en la capacidad de los que hoy mandan de convencer a los que obedecen. Y esa grieta es tanto más dura cuanto no favorece a la segunda opción del régimen, cuando el desgaste del gobierno no frena la caída en picado del Partido Socialista, que es quizá el principal dato de nuestro tiempo político, que el Partido Socialista se está hundiendo. Eso no significa que vaya a desaparecer, significa que de momento ha perdido su papel central en el sistema político español, mientras que el gobierno ve su legitimidad crecientemente erosionada.
– ¿Y esa situación abre vías para un cambio político en el estado?
Este proceso por sí solo no va a generar jamás ningún cambio político. Se dan condiciones favorables, genera un tiempo político extraño, móvil, monstruoso en el sentido que tan mal yo creo que se suele usar la cita de Gramsci sobre el tiempo de los monstruos, entre lo que muere y lo que no acaba de nacer, monstruoso en un sentido en el que presenta rasgos extraños, entremezclados, como si fuera un Frankenstein político. Pero todo eso sin un actor político que sea capaz de articular el malestar en una propuesta para la conquista y construcción del poder político para los de abajo no genera cambio por sí solo. Pero sí que vivimos en un momento de legitimidad decreciente, de erosión de la capacidad de consenso, que no es solo la capacidad de convencer por parte de un gobierno, que es una cierta fractura en lo que era una forma de ver el mundo, en un sistema político, cultural e ideológico muy sólido salido de la Transición.
Hoy en día este sistema político se está resquebrajado por muchos sitios: está resquebrajado desde luego en la cuestión territorial del modelo de estado, que está siendo impugnada por mayorías sociales y políticas en algunos casos -País Vasco y Cataluña-; está siendo impugnado porque hay toda una generación que ya sabemos que no vamos a disfrutar de todos los derechos consagrados en el pacto anterior de los que disfrutaron nuestros padres y por tanto nuestras razones para la fidelidad política al régimen son mucho menores, porque nosotros sabemos que gran parte de esos derechos son papel mojado; que está fragmentado porque el propio sentir de la soberanía es algo que mucha gente empieza a no creerse. Y claro, eso es algo que desgasta a los políticos incluso para su propia gente.
Es decir, cuando uno vota al presidente, aunque le ame, y ve que ese presidente es poco más que el testaferro de poderes económicos no elegidos, eso desgasta mucho la capacidad de creerse a los que mandan. Eso por no hablar de toda la parte económica, de que hay un modelo productivo y de desarrollo que ha entrado en crisis, y por tanto hay un bloqueo en las expectativas de movilidad social ascendentes para grandes sectores de la población española que hace que sientan, como mínimo, una desafección hacia el orden existente. Todo eso es un escenario inestable, en el que es difícil imaginarse la reproducción democrática del orden. Eso no significa que haya una crisis democrática, pero sí que vamos a ir viendo -ya lo estamos viendo- un cierre de la capacidad de intervención democrática en el sistema político. Un cierre que lo limite cada vez más a una competición entre élites cada cuatro años y a una restricción de los derechos civiles y políticos, no digamos ya los sociales.
Porque hay poca base, hay poco espacio disponible para el pluralismo amplio dentro del régimen, toda vez además que su pata izquierda se está derrumbando y al derrumbarse se derrumban también las esperanzas de lo que ha sido la población trabajadora en el estado español que ha tenido, lo compartamos o no, algunas razones para confiar en que su vida podía ser razonablemente mejor dentro del régimen. Y esa confianza me parece que se ha quebrado. ¿Y todo eso a que nos lleva? Pues nos lleva a un escenario claro de crisis política, no solo de crisis económica, de profunda crisis política y a un escenario en que por primera vez en muchas décadas es pensable el cambio político, no la alternancia, en el Estado español. Habiendo condiciones, sin embargo, mi sensación es que hay un periodo muy interesante, iniciativas muy interesantes, pero está por construirse el relato y el instrumento político concreto que permita canalizar toda la desafección en propuesta de cambio.
Fuente: http://www.poppol.es/2012/11/entrevista-con-inigo-errejon-22.html