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«Hacer pagar a los inmigrantes de Kuwait por el aire que respiran»

Fuentes: Orient XXI

Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

El pasado 16 de septiembre la diputada Safa Alhashem declaraba que «los expatriados deberían pagar impuestos por el aire que respiran». Otro signo de que en Kuwait se refuerza la hostilidad hacia los trabajadores extranjeros en el espacio público en el que ciudadanos y diputados ya no dudan en señalar con el dedo a quienes acusan de ser los causantes de todos los males de la sociedad.

Kuwait, un importante pilar del comercio en la región del Golfo y un centro dinámico de arte y cultura desde la década de 1930, es desde hace mucho tiempo un territorio de paso. Atrae a muchos trabajadores desde las primeras exportaciones de petróleo en 1946, pero solo después de la nacionalización de la industria del petróleo en 1975 se aceleró la inmigración de millones de trabajadores extranjeros. Esta mano de obra extranjera necesaria para la explotación petrolera y para la creciente urbanización del país contribuye a su impresionante desarrollo. Así, actualmente representa más de dos tercios de los 4,7 millones de habitantes con los que cuenta Kuwait, de los cuales 475.000 trabajadores son egipcios, aproximadamente 900.000 indios y casi 200.000 bangladesíes. Según el periódico local Arab Times, «la cantidad de expatriados aumenta más rápidamente que la de los habitantes locales. Las estadísticas demuestran que la cantidad de kuwaitíes ha aumentado en 310.000 personas en diez años, frente a las 970.000 en el caso de las personas expatriadas. Hay casi tres nuevos expatriados por cada recién nacido kuwaití».

La cuestión de los palestinos

La afluencia masiva de mano de obra extranjera con bajos ingresos y poco cualificada profesionalmente crea desde hace treinta años una clara dicotomía en el seno de la sociedad y fomenta una forma de racismo más relacionado con la nacionalidad que con el color de la piel. Este racismo jerarquiza el origen geográfico de los expatriados y permite cierta tolerancia o, por el contrario, fomenta un rechazo total. Así, los egipcios, indios, paquistaníes, bangladesí o incluso filipinos no son percibidos como una entidad extranjera global, sino como grupos caracterizados que tienen impactos positivos o negativos en la sociedad kuwaití.

Según Shafiq Al-Ghabra, profesor de ciencias políticas en la universidad de Kuwait, en la historia del emirato se ha manifestado varias veces la estigmatización de los trabajadores extranjeros según sus orígenes. Este profesor estudiado la importante diáspora palestina, la más antigua, que acudió en masa para beneficiarse de la emergente economía petrolera en las décadas de 1950 y 1960. Tras la guerra de Líbano que empezó en 1975 las autoridades advierten su omnipresencia y deciden restringirla progresivamente para evitar perturbar la tranquilidad nacional. El sentimiento panárabe y revolucionario que anima a muchos palestinos de aquel momento se vive como una amenaza potencial para la soberanía del emirato.

Este temor se concretiza en agosto de 1990, durante la guerra del Golfo (2 de agosto de 1990-28 de febrero de 1991) y la invasión de Kuwait por parte de Irak. Yasser Arafat, que estaba aislado diplomáticamente desde el inicio del desmoronamiento del bloque soviético, encuentra en Sadam Huséein un aliado circunstancial. Arafat no condena la invasión iraquí. Los 300.000 palestinos que entonces residían en territorio kuwaití serán sospechosos de facto de apoyar masivamente a los soldados de Sadam Husséin y la mayoría de ellos será expulsada al acabar la guerra, generalmente a Jordania.

Sustituir a los inmigrantes árabes

Shafiq Al-Ghabra deconstruye esta supuesta colaboración en su libro La Nakba y la emergencia de la diáspora palestina en Kuwait, publicado en árabe por el Arab Center for Research and Policy Studies en octubre de 2019. «He demostrado que algunos palestinos habían colaborado con el partido Baath, pero que otros habían resistido y protegido a ciudadanos kuwaitíes. Por lo tanto, es falsa la afirmación de que todos los palestinos era favorables a esta invasión». Han pasado casi treinta años desde la invasión y, sin embargo, el odio hacia los palestinos parece haber sobrevivido. «He recibido cientos de mensajes de insultos y amenazas tras la publicación del libro y de los pasajes que contradicen ciertas ideas. Sobre todo se han referido a mi lejano origen palestino. Soy kuwaití, pero no de «pura cepa«. Además del racismo hacia el extranjero en Kuwait, existe el racismo de kuwaití a kuwaití o un racismo árabe que dicta quién es el blanco entre los árabes y quiénes son los otros».

El diputado liberal Khalil Aboul, por su parte, opina que una parte de su pueblo «se considera una raza superior. Es igual de peligroso que el nazismo de Hitler. Temo que un día algunas personas pidan quemar a los extranjeros». 

Carine Lahoud Tatar, doctora en ciencias políticas, profesora del Institut des sciences politiques de la universidad Saint-Joseph de Beirut y autora del libro Islam et politique au Koweït (PUF, 2011), identifica un cambio de política migratoria justo al final de la guerra del Golfo (febrero de 1991). «Hubo una voluntad de no basarse solo en la mano de obra árabe, considerada entonces una amenaza potencial, sino de basarse más en una mano de obra asiática menos cercana cultural, lingüística y políticamente a los asuntos políticos internos del país. En efecto, los bangladesíes, pakistaníes, indios y filipinos son menos amenazantes en términos de seguridad e identidad». Así, la diáspora asiática es más importante que en el pasado, aunque ya se la prefiriera tras la crisis petrolera de 1986.

Aun así, los discursos del odio no han disminuido. «A lo largo de la última década incluso han progresado en la esfera pública. Lo peor es que algunos responsables políticos calculan lo que van a ganar electoralmente con estos temas. Hoy los kuwaitíes son más sensibles a un diputado que ataque a los extranjeros», analiza Nasser Almujaibel, profesor adjunto de comunicación en la Universidad de Kuwait.

La idea de una sociedad doble

Hoy en día se alza una voz por encima de las demás, la de Safa Alhashem, la única mujer elegida en el Parlamento kuwaití. Personaje controvertido, llamada la «Trump de Kuwait», asidua de la jerga política y de las diatribas estrepitosas, la diputada aboga por una sociedad doble en la que extranjeros y nacionales no se beneficien de los mismos derechos. En 2018 exige que se grave por «el aire que respiran» a los expatriados que residen en Kuwait. Y en la entrevista que le hicimos añade: «Los servicios públicos subvencionado deberían estar reservados exclusivamente a los kuwaitíes, los extranjeros no deberían estar autorizados a acceder gratuitamente a ellos».

«Hay que situar este aumento de los discursos populistas (1) en el contexto de las dificultades económicas a las que se enfrenta el país. La política de «nacionalización» del empleo no es suficiente cuando la juventud kuwaití se ve afectada por una alta tasa de paro (14,6 % en la franja de edad entre los 15 y los 24 años). Se cuestiona el pacto social y la política de Estado paternalista. En Kuwait existen una serie de recursos subvencionados cuyo precio real no se corresponde a lo que se paga e incluso a veces ni siquiera se pagan. Y el hecho de que todo el mundo se beneficie puede crear tensiones, sobre todo cuando se es una minoría en el propio país», informa Carine Lahoud Tatar (2).

Tras la caída del precio del petróleo bruto de 2014 el mercado laboral se hizo más competitivo, lo que puso de relieve la alta proporción de trabajadores extranjeros entre la mano de obra del país. A lo largo del ejercicio 2017-2018 la kuwaitización de los empleos solo ha sustituido los contratos de 1.128 personas no kuwaitíes que trabajan en el sector público.

Además, recientemente ha habido iniciativas estigmatizantes, como el plan del Ministerio de Salud de crear hospitales reservados exclusivamente para kuwaitíes o el aumento del precio de los permisos de conducir para extranjeros. Desde 2017 Kuwait también ha aumentado el precio de la electricidad y del agua para los expatriados 2017.

Pero a pesar de las cada vez mayores desconfianza y estigmatización, los trabajadores emigrantes siguen siendo el motor de la economía. «Nuestra sociedad todavía depende demasiado de los extranjeros, pero les echamos la culpa mientras que la causa son nuestros errores de gestión. ¿Por qué, por ejemplo, nuestro Estado no ataca a los caseros abusivos y a los comerciantes de visados que son kuwaitíes?», se pregunta Nasser Almujaibel.

Safa Alhashem exige que de aquí a unos años se reduzca la cantidad de trabajadores extranjeros a un 40 % de la población total y limitar las estancias de trabajo a un máximo de siete años. Actualmente esta población representa el 70 % del total y una persona expatriada se puede quedar en Kuwait indefinidamente a condición de estar activa profesionalmente. «A fin de cuentas, mi deber es proteger a los kuwaitíes, me han elegido para eso», exclama la diputada. «¡Pregúntele a la diputada por qué odia tanto a los egipcios!», exclama con desdén Aladdin Abdulfattah Elbarbary, editor egipcio de una revista religiosa kuwaití. «No todos los kuwaitíes son así, pero muchos nos consideran personas de segunda clase, que no tienen su nivel. Es muy duro vivirlo cotidianamente». 

Y es que Safa Alhashem no está sola en esta lucha. En marzo de 2019 [el diputado] Khalil Al-Saleh pedía al gobierno que expulsara a la mitad de los 3,3 millones de expatriados a lo largo de los cinco próximos años.

La mayoría de los medios de comunicación en el emirato quieren complacer a la opinión pública, afirma Almujaibel, lo cual favorece y facilita los discursos del odio en las plataformas públicas. Contrariamente a los demás países del Golfo, Kuwait tiene además una libertad de expresión y de tono diferentes, de modo que es posible criticar, señalar y atacar sin traba alguna cualquier tema político que no toque demasiado de cerca a la familia real.

Pero la estratificación de la sociedad según un origen social, étnico o nacional no es reciente. Desde la independencia de Reino Unido en 1961 los ciudadanos locales se enfrenta a un racismo social fomentado por el Estado. La [agencia de noticias] AFP calcula que hay 100.000 bidun (sin nacionalidad) itinerantes entre diferentes países del Golfo que carecen de ciudadanía definida (son incapaces de demostrar su nacionalidad, carecen de pasaporte) y, por consiguiente, carecen de cualquier derecho (no tienen acceso a una sanidad y educación gratuitas). «La identidad nacional de Kuwait se construye sobre el hecho de ser un varón sunní y ciudadano, lo que excluye a las mujeres, a los bidun y a los chiíes», analiza Carine Lahoud Tatar. Actualmente algunos han elegido el camino del exilio en Reino Unido, el antiguo protectorado que está al corriente de la delicada situación de estos hombres y mujeres sin nacionalidad.

Pero el país no carece de personas defensoras de la causa de los trabajadores inmigrantes que en su mayoría han llegado por medio de un proceso migratorio legal, elegido y muy reglamentado. El diputado Aboul Khalil recuerda que Kuwait siempre se ha basado fuertemente en los trabajadores extranjeros para levantar su economía y que el emirato les debe mucho desde hace cinco décadas. «¿Cómo osamos tratarlos de esa manera?», se pregunta enfadado en nuestra entrevista.

Confortablemente instalado en un sofá de color amarillo dorado situado en una esquina de su salón, el presidente del Movimiento Liberal Kuwaití Anwar Al-Rasheed explica este ascenso de la política de exclusión: «Los dirigentes juegan la carta populista para impedir que surja cualquier oposición estructurada . Nos dividen para vencer: chiíes contra sunníes, beduinos contra ciudadanos, nacionales contra extranjeros».

Búsqueda de alternativas

Desde la década de 1980 la mayoría de los grandes proyectos de desarrollo económico de Kuwait han sido posibles gracias a los trabajadores extranjeros que ejercen los oficios manuales necesarios y que están muy poco remunerados. Esta mano de obra desempeña un papel fundamental en la creación de riqueza. En 2017 los trabajadores emigrados enviaron 13.760 millones de dólares (12.510 millones de euros) a sus países, una cantidad que supone nada menos que el 11,4 % del PIB del país.

Existe, sin embargo, un abismo entre el trabajador emigrante, cuyo modo de vida es muy frugal (aunque solo sea para enviar dinero a su familia) y el kuwaití, que a menudo no tiene la menor idea de las dificultades a las que se enfrenta a diario el anterior. En opinión de Mustafa Qadri, director de la organización Equidem Research que asesora en derechos laborales, a Kuwait le interesa acabar con esta rampante xenofobia para mantener el flujo de trabajadores con destino al emirato. «Las cadenas de televisión deberían desempeñar su papel y contar la historia de estos trabajadores emigrados para establecer un puente entre la sociedad kuwaití y la de los extranjeros», preconiza.

Sin embargo, los expertos locales se lamentan de que se hayan emprendido pocas acciones concretas y serias, lo que permite que aumente el abismo entre los extranjeros y los kuwaitíes. «Los extranjeros son un chivo expiatorio para desviar la atención de la opinión pública de reformas políticas más fundamentales, de la lucha contra la corrupción o de la libertad individual tras las Primaveras Árabes. Además, ¿por qué no echar la culpa a los trabajadores extranjeros y encontrar así un enemigo que no sea la familia reinante Al-Sabah?», se pregunta Carine Lahoud Tatar.

Notas:

(1) En realidad xenófobos y nacionalistas.

(2) Doctora en ciencias políticas, profesora del Institut des sciences politiques de la Universidad Saint-Joseph de Beirut y autora de Islam et politique au Koweït (París, PUF, 2011).

Quentin Müller es periodista y Sebastian Castelier es periodista independiente

Fuente: https://orientxxi.info/magazine/koweit-immigres-les-faire-payer-pour-l-air-qu-ils-respirent,3288

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a los autores, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.