En los últimos años el devenir del pueblo kurdo se conoció de una forma más profunda en las cuatro latitudes del mundo. Negados, reprimidos, asesinados y traicionados, los pobladores de Kurdistán -repartido arbitrariamente entre Irak, Siria, Irán y Turquía en las primeras décadas del siglo pasado- vienen sosteniendo una lucha que, más allá de matices […]
En los últimos años el devenir del pueblo kurdo se conoció de una forma más profunda en las cuatro latitudes del mundo. Negados, reprimidos, asesinados y traicionados, los pobladores de Kurdistán -repartido arbitrariamente entre Irak, Siria, Irán y Turquía en las primeras décadas del siglo pasado- vienen sosteniendo una lucha que, más allá de matices y diferencias internas, tiene entre sus principales objetivos la independencia, la democracia y la liberación.
Una de las principales razones por las que las tierras que puebla la principal minoría étnica de Oriente Medio (unos 40 millones de personas) son reclamadas por estos países es su riqueza natural. Por Kurdistán cruzan los grandes ríos Tigris y Éufrates, sus territorios fértiles son ideales para la agricultura y la ganadería, y en el subsuelo un mar de petróleo es codiciado sobre todo por Estados Unidos, Rusia, China y países de Europa y sus representantes nacionales. Del suelo kurdo se extrae el 75 por ciento del petróleo de Irak, el 50 por ciento del de Irán, y allí se halla casi la totalidad de las reservas de Turquía y Siria.
La causa kurda se ha visto atravesada, en los últimos años, por una serie de acontecimientos en estos países -crisis de diferente índole, conflictos interpuestos y guerras- que han modificado la correlación de fuerzas del movimiento kurdo en la región.
En el Sultanato
En Turquía la política dio un giro drástico a partir del intento de golpe de Estado del 15 y 16 de julio de 2016, algo que tuvo particular impacto en el sureste de Turquía, en la zona kurda de Bakur. Una vez desactivada la intentona, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, puso en marcha una impresionante maquinaria represiva que incluyó purgas en las instituciones públicas e intervenciones de empresas privadas que dejaron a cientos de miles de empleados sin trabajo, la declaración de un estado de emergencia permanente -que le permite al presidente gobernar por decreto-, el recorte radical de las libertades individuales y la censura de la prensa opositora. El golpe le sirvió de excusa a Erdogan para endurecer la persecución y represión de las organizaciones kurdas en Turquía que su gobierno ya había encaminado, en consonancia con la histórica política turca hacia los kurdos. Una política de asimilación, desplazamientos forzados, confiscación de tierras, negación de los derechos de los kurdos y asesinatos masivos.
En 2016 Erdogan tenía problemas en varios frentes. El más molesto en el plano interno era el crecimiento del Movimiento de Liberación de Kurdistán, que canaliza su política institucional a través del Partido Democrático de los Pueblos (HDP, por sus siglas originales), y del Partido Paz y Democracia (BDP, por sus siglas originales). En junio de 2015, en las elecciones generales, el HDP logró que 80 de sus candidatos a diputados ingresaran al parlamento, una victoria inédita. Además, a través del BDP, el movimiento kurdo gobernaba alrededor de 100 alcaldías del sureste del país. Finalizados los comicios y ante la imposibilidad de formar un gobierno con mayoría de su partido, el AKP, Erdogan convocó a nuevas elecciones para noviembre de ese año, por falta de mayoría absoluta en el parlamento. En el tiempo que transcurrió hasta entonces, las fuerzas de seguridad y el Ejército lanzaron una operación demoledora contra el pueblo kurdo. Además de encarcelar a dos mil militantes del HDP, se desarrollaron operaciones militares en varias ciudades y pueblos de Bakur. Los dos ejemplos más aterradores se dieron en el pueblo de Nusaybin (en la frontera con Kurdistán sirio) y en el barrio Sur, de la ciudad de Diyarbakir (capital histórica de Kurdistán en Turquía). En el primer caso la aviación turca y tropas terrestres arrasaron el pueblo, en el cual vivían 80 mil personas. Bombas y una masacre sostenida fue la respuesta de Turquía a las declaraciones de autonomía hechas en varios pueblos kurdos cerca de la frontera con Siria. Nusaybin quedó totalmente destruida. Pero el Ejército turco ingresó al pueblo en ruinas para desplegar una inmensa bandera turca en el único edificio que quedaba en pie, mientras los soldados turcos, formados frente al estandarte, entonaban su himno. En el caso de Sur, barrio declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco, la metodología fue la misma: bombardeos y desplazamiento de la población. Además fueron destruidas las construcciones históricas.
Pese a la represión del Estado turco, en los nuevos comicios de noviembre de 2015 el HDP consiguió 59 diputados en el parlamento nacional. En la actualidad, 11 de esos legisladores se encuentran encarcelados, incluidos los co-presidentes del partido. Mientras el gobierno de Erdogan los acusa de terrorismo, el propio AKP ha militarizado Bakur (Kurdistán turco) y apoyado con total impunidad a grupos terroristas como el Estado Islámico, algo que han denunciado reiteradas veces tanto Rusia como el gobierno sirio, y que ha sido confirmado en varios documentos y filmaciones por diversas organizaciones kurdas.
Desde hace varios años la guerrilla del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) sostiene un alto el fuego unilateral en Turquía, y en dos ocasiones intentó impulsar procesos de paz con el Estado turco. En ambas, el gobierno de Erdogan -que llegó al poder hace 13 años con una máscara progresista y modernizadora- hizo estallar esas iniciativas por los aires.
Por estos días el pueblo kurdo en el sureste de Turquía se encuentra movilizado para defender sus derechos básicos y la libertad del líder kurdo, y fundador del PKK, Abdullah Öcalan, que desde hace casi 19 años se encuentra encarcelado en la isla-prisión de Imrali, lugar en el que tiene prohibida la visita de sus familiares y abogados.
La Federación
Cuando en 2011 en Siria estalló una serie de protestas contra el gobierno de partido Baaz, Oriente Medio ya atravesaba un proceso de profundo resquebrajamiento. En Rojava (la parte siria de Kurdistán) las manifestaciones y levantamientos no escasearon. Los kurdos de Rojava también se movilizaban por su libertad. Pero mientras en varios lugares de Siria esas protestas eran reprimidas por el Estado o sofocadas por los incipientes grupos terroristas que aparecían en el territorio, en el norte del país comenzaba un proceso de resistencia y organización que perdura aún.
Al estallar la guerra en Siria, que sucedió a la primavera árabe en ese país, los kurdos de Siria, con fuerte influencia del PKK y de Öcalan, optaron por una «tercera vía» -como ellos la denominan-: ni sumarse a los grupos armados irregulares, como el Frente Al Nusra o la organización Estado Islámico, ni plegarse a las filas del Ejército Árabe Sirio, de Bashar al Asad. Ese pueblo ya tenía decidido que, costara lo que costara, la respuesta sería una revolución con profundas raíces democráticas que respetara a las diferentes religiones y etnias de la región, y que las mujeres fueran la punta de lanza y la garantía para alcanzar la liberación total.
Hace dos años fue proclamada la Federación Democrática del Norte de Siria, una novedosa forma de autogobierno que reúne a kurdos, árabes, asirios, turcomanos y armenios. Se fundaron cientos de pequeñas cooperativas y se conformaron las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS), organización de autodefensa que ya liberó la provincia de Raqqa y ahora se encuentra combatiendo al grupo Estado Islámico en Deir ez-Zor.
Tanto las FDS como las instituciones de autogobierno que administran los cuatro cantones de la federación incluyen a todas las nacionalidades que viven en la región. Al mismo tiempo, las mujeres de la zona tienen sus propias organizaciones autónomas con el mismo poder de decisión e influencia que las entidades mixtas. Además de integrar las Unidades de Protección de las Mujeres (YPJ), las mujeres kurdas y de otras etnias y religiones son consideradas el sujeto revolucionario que permite la liberación del territorio.
El gobierno de Damasco mantiene un discurso prudente pero por momentos ambiguo sobre la lucha encabezada por los kurdos del país. Hasta ahora las fuerzas de autodefensa del norte de Siria no tuvieron enfrentamientos de gran envergadura con las tropas del Ejército de Siria, aunque no se descartan en un futuro no muy lejano. Actualmente, en la provincia de Deir ez-Zor se producen los principales combates contra el EI, tanto por parte de las FDS como del Ejército sirio. Desde la Federación Democrática ya expresaron en varias ocasiones la disposición a dialogar con Damasco para encontrar una salida democrática que incluya a todas las etnias que habitan el territorio y las religiones que se profesan.
En Irak
Tal vez Masud Barzani no imaginaba el final que le esperaba cuando anunció el 25 de setiembre pasado en Bashur (la parte iraquí de Kurdistán) que se iba a realizar un referéndum para que los pobladores kurdos votaran sobre la creación de un Estado kurdo independiente. La consulta popular, de carácter no vinculante, se efectuó y una mayoría aplastante la respaldó, pese al rechazo del gobierno central de Bagdad, Turquía, Irán y Estados Unidos.
Una vez realizado el referéndum, desde Bagdad no dudaron en enviar tropas a Bashur y el Kdp ordenó a su fuerza militar, los peshmergas, que se retiraran de varias zonas. Barzani, líder del Partido Democrático de Kurdistán (KDP) y hasta hace apenas unas semanas presidente «vitalicio» de Bashur, anunció su renuncia al cargo, y su partido, que administra esa región semiautónoma, convocó a nuevos comicios. Tanto el PKK como partidos importantes de Bashur habían criticado duramente el referéndum porque, señalaban, su realización no era una solución de fondo para la libertad y la independencia del pueblo kurdo. El referéndum que Barzani presentó al mundo como una lucha independentista terminó por golpear de forma directa a los kurdos. El Ejército iraquí tomó el control de Kirkuk, principal provincia petrolera del país que hasta ese momento era controlada por la administración de Bashur. Al igual que en 2014, cuando Barzani ordenó el retiro de sus tropas de la región de Shengal -habitada por una mayoría yezidí- y dejó que el EI arrasara poblados y aldeas, además de secuestrar a unas dos mil mujeres, en Kirkuk también el rescate de pobladores y la defensa del territorio la brindó la guerrilla del PKK, que se trasladó desde las montañas de Qandil para hacer frente a los soldados enviados por Bagdad, aunque luego tuvo que replegarse.
En medio de esta nueva crisis, el PKK sabe que se abre una posibilidad de llevar adelante su política, basada en el confederalismo democrático, una ideología abrazada a mediados de la década de 1990 que se define como anticapitalista, tiene como principal meta la liberación de las mujeres y aboga por conformar una red comunal que enfrente a los estados-nación. Desde Qandil, territorio que controla desde hace casi 20 años, el PKK propuso una amplia unidad de las organizaciones kurdas y los pueblos que habitan Bashur para hacer frente a un conflicto que atraviesa la región más rica del territorio iraquí.
En Irán
En la actualidad la lucha del pueblo de Rojhilat (Kurdistán iraní) es muy poco difundida. Las últimas noticias se conocieron en setiembre de este año cuando fue convocada una huelga general, luego de que las fuerzas de seguridad iraníes asesinaran a dos kolbers (así se denominan los trabajadores de la frontera). La represión contra los kolbers, que trasladan mercadería desde Bashur a Rojhilat, no es reciente y le ha costado la vida a muchos kurdos que desempeñan esta labor. Durante varios días las protestas se multiplicaron en varias ciudades de la región.
En agosto de este año la Asociación de Derechos Humanos de Kurdistán presentó un extenso informe (1) denunciando que el Estado iraní cometió contra el pueblo kurdo «violaciones de los derechos civiles y políticos, violaciones de la libertad de opinión y de expresión, violaciones del derecho a la vida y a la seguridad personal, así como tortura de presos políticos y la conculcación de los derechos fundamentales de los presos».
A mediados de 2017 el co-presidente del Partido de Kurdistán por una Vida Libre (PJAK) Siyamend Mouni afirmó en una entrevista con la agencia de noticias ANF que la salida para Rojhilat es un «sistema donde todos los pueblos y fuerzas pueden expresarse y reclamar sus derechos». El PJAK, vinculado con el PKK, apuesta a «continuar la lucha a través del paradigma de la sociedad democrática contra la dictadura y las invasiones», destacó el dirigente del partido kurdo en Irán. Mouni no descartó que en Irán se desarrollen «nuevos acontecimientos», teniendo en cuenta la crisis que vive Oriente Medio. Para el copresidente del PJAK, Irán tiene dos opciones: una política para la transformación democrática en Rojhilat y en todo Irán, o virar hacia un proceso similar al que atraviesan Irak y Siria. Mouni destacó que el PJAK prefiere «la transformación democrática», pero «si esto no sucede, Kurdistán se defenderá. Tenemos la fuerza y la experiencia para hacer esto. Nadie debe tener ninguna duda de que vamos a defender a nuestro pueblo y nuestro país. Hemos hecho todos los preparativos necesarios».
Notas:
Artículo publicado en el semanario Brecha
Tomado de http://elfurgon.com.ar/2017/