Tengo memoria histórica. Recuerdo como la campaña de la cinta amarilla en los Estados Unidos conmovió al pueblo. Todo empezó con una crónica escrita por un brillante periodista neuyorkino, Pete Hamill, en el año 1971. La crónica se llamaba «Going Home» y fue publicada en el New York Post. Hamill contó del viaje en guagua […]
Tengo memoria histórica. Recuerdo como la campaña de la cinta amarilla en los Estados Unidos conmovió al pueblo.
Todo empezó con una crónica escrita por un brillante periodista neuyorkino, Pete Hamill, en el año 1971. La crónica se llamaba «Going Home» y fue publicada en el New York Post. Hamill contó del viaje en guagua de New York a la Florida de un tal Vingo, quien iba evidentemente deprimido y preocupado.
En la guagua iban también seis adolescentes de vacaciones. Una de ellas le sacó conversación a Vingo y éste le contó que había estado preso por varios años y que lo acababan de liberar. Que le había dicho a su esposa anteriormente que si la separación era muy dura para ella, que lo olvidara y se buscara otra pareja. Que él tomaría una guagua desde New York a la Florida. Que la guagua pasaba por la casa, donde había en el jardín un roble gigante. Le dijo que si ella quería que él regresara a la casa, entonces que pusiera una cinta amarilla en el árbol. Vingo le dijo: «Si veo la cinta en el roble, me bajo de la guagua. Si no la veo, sigo de largo.»
La muchachita le contó a los demás y todos los pasajeros se pegaron a las ventanas de la guagua para ver si aparecía la cinta amarilla en el roble. Cuando la guagua se acercó a la casa, los pasajeros lloraron al ver cientos de cintas amarillas atadas al roble. «El roble se había convertido en un cartel de bienvenida y era como una bandera que ondeaba y bailaba con el soplo del viento», escribió Hamill.
Mientras los pasajeros aplaudían, gritaban y lloraban, Vingo se bajó de la guagua y entró a su casa.
Esa es la crónica que inspiró la canción.
Yo la recuerdo como si fuera ayer. También recuerdo la canción y lo que significó para los familiares de los prisioneros de la guerra en Vietnam.
Después de la guerra quedaron cientos de soldados estadounidenses presos o desaparecidos en Vietnam. Los estadounidenses no los olvidaron. Colgaron cintas amarillas en los árboles, en las casas y en la ropa. Igual hicieron cuando la crisis de los rehenes en Irán.
Esta idea de René, con la cubanización de la canción de Tony Orlando que han hecho nuestros músicos (Silvio, Amaury, Kiki, Frank), es genial, y me emocionó tanto o más que la versión original, porque cualquier cubano digno, esté donde esté, siente lo que dice esa canción. Tenemos a cuatro hermanos presos injustamente en Estados Unidos, y por tanto hagamos volar cintas amarillas por toda Cuba para que el mundo sepa que ellos llevan 15 largos años lejos de sus seres queridos y de su patria. Que esas condenas nos duelen, porque son injustas. Que ellos son nuestros héroes, nuestros hermanos. Que no los hemos olvidados y que los estamos esperando.
Pongámoles cintas amarillas a las ceibas de La Habana Vieja. A las casas de Mayabeque y de Santa Clara, a los centros de trabajo en Santiago. En los cañaverales del país, en el Pico Turquino y en la Punta de Maisí.
Que sople el viento para que las nubes habaneras lleven este año un huracán amarillo hasta la calle 16 y la avenida Pennsylvania en Washington donde se encuentra la Casa Blanca.
Que sepa el Presidente Obama que las cintas amarillas de los Cinco seguirán volando hasta que libere a Gerardo, a Ramón, a Fernando y a Tony. Hasta que ellos mismos puedan zafar las cintas con sus propias manos.