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En el 40º aniversario del IES Puig Castellar, un instituto del extrarradio barcelonés

«Hago un llamamiento en este día a que no se rindan y tengan la esperanza que hay que tener»

Fuentes: Rebelión

Bona tarda. Gràcies per la seva presència. ¿Puedo explicarles algo que no tiene nada que ver con el homenaje pero que está directamente relacionado con la cultura, con la educación, con «el país» y con la derechona más rancia? ¿Puedo? Me concedo su permiso. El pasado miércoles, el 10 de diciembre, 23 años después de […]

Bona tarda. Gràcies per la seva presència.

¿Puedo explicarles algo que no tiene nada que ver con el homenaje pero que está directamente relacionado con la cultura, con la educación, con «el país» y con la derechona más rancia? ¿Puedo? Me concedo su permiso.

El pasado miércoles, el 10 de diciembre, 23 años después de su muerte, se colocó una placa frente al edificio donde vivió el filósofo acaso más importante que han dado España y Catalunya, o España a secas, o Catalunya sin más, como ustedes quieran decirlo, a mi me es indiferente, a lo largo de los dos o tres últimos siglos. Se llamaba, se llama, sigue vivo en cierto modo, Manuel Sacristán Luzón. Dirán: cómo se te ve el plumero, ¡qué exagerado! No es el filósofo más grande: Ortega es insuperable, María Zambrano no lo es menos. Perfecto, como quieran, pero admitirán acaso que Sacristán está entre los grandes.

La placa, como les decía, no se colocó en el edificio donde él vivió porque la propietaria de todos los pisos y del edificio en sí, e incluso para sí, no quiso. Argumentó, no les engaño, no exagero ni un átomo, del siguiente modo: ¿una placa que recuerde a un hombre que hizo tanto mal? «¿Qué mal», le preguntaron? Pues el mal causado por un hombre que estuvo en la capuchinada, que estuvo en Montserrat, que fue detenido por la BPS varias veces, un hombre que tenía una mujer italiana y además comunista, siendo él también comunista aunque, eso sí, no era italiano. ¿Le parece poco, preguntó extasiada y segura de sí nuestra admirable propietaria?

Pasemos página. Hagámoslo…si podemos La placa se colocó finalmente en el parterre, frente al portal del edificio. En lugar público -insisto: público-. La placa decía algo que recoge sólo una parte de lo que fue Sacristán, de lo que es su legado: «En esta casa, Diagonal, 527, vivió Manuel Sacristán Luzón (1925-1985), pensador marxista, lógico y metodólogo de la ciencia, profesor y traductor».

Fue el miércoles de esta semana. Esta misma mañana, día 12, un día y medio más tarde, la placa estaba reventada y las pequeñas plantas de su alrededor destrozadas por algún ácido corrosivo.

Venga, a por ellos, ¿recuerdan el grito? España y yo, señora, dijo la señora, somos así, ¿qué le vamos a decir?

Me calmo. Déjenme que formule aquí una protesta sosegada, y que eleve a un tiempo, y sin contradicción, un grito de rabia y de indignación dirigido a quien corresponda. Perdonen por el desahogo.

 

Vuelvo al homenaje. Hace aproximadamente 40 años -insisto: APROXIMADAMENTE- yo era un estudiante de exactas, que decíamos entonces, un estudiante que, si m permiten la inmodestia, prometía. La política antifranquista y una lectura a destiempo de Russell me hicieron perder la cabeza y desplazar mi ubicación académica a la filosofía y la sociología. Pero no perdí mis orígenes. Salí de la facultad sin apenas contaminarme. Había leído un diálogo de Platón, que de hecho no es dialogo, cinco páginas de Aristóteles que no había entendido, cuatro de Hume que creía o fingía entender y un capítulo de Kant que era para mi una mezcla de sánscrito y finés. Lo demás que estudié era lógica y epistemología, sólo lógica y filosofía de la ciencia.

De hecho, lo confieso con inmenso rubor, yo aspiraba de joven a descubrir algún teorema de incompletud a la Gödel y a ser un discípulo aventajado de Chomsky. No lo conseguí, desde luego, me quedé, me he quedado a siglos luz de ello.

Me presenté a oposiciones deseando no aprobar para seguir estudiando y tuve la suerte que suelen tener los loros. Aprobé. Sin duda un milagro laico y los dos temas de lógica y epistemología que la suerte, domada sin duda, me deparó posibilitaron la dicha.

No fue sólo eso. Al pedir destino, yo que me las daba de lógico y numerólogo, fui incapaz de rellenar bien las casillas correspondientes y pedí el Puig Castellar de Santa Coloma por error, por simple e infrecuente error. Me quedé helado, se lo confieso, me sentí incapaz de rellenar un documento después de haber trabajado 12 años -12, insisto de nuevo- en un banco aconsejando a los demás como había que rellenar ingresos, talones o peticiones de hipotecas.

Yo ya conocía Santa Coloma pero la conocía de noche o mejor de madrugada. Cuando tenía 17 años, solía coger el autobús, el SC, en la calle Pere IV de Sant Martí, donde entones vivía con mis padres, una o dos veces cada 15 días. Muy pronto, hacia las 5 de la mañana, cuando mi padre se levantaba. Me bajaba en el barrio del fondo, lanzaba mis octavillas, me iba a otra plaza y así hasta que acababa mi trabajo agotador. No les doy cuenta de la firma de las octavillas porque no quiero darles mala impresión.

En fin, Santa Coloma me era cercana pero el Puig no. Las cosas, eso sí, cambiaron inmediatamente. El segundo día de estar en el instituto me encontré con Miguel Candel, el profesor de griego. Me quedé blanco de emoción. Había sido mi profesor de filosofía antigua (expulsado por cierto ese mismo curso) en la facultad en 1974 y era uno de los intelectuales catalanes que yo más admiraba. Leía con devoción todo lo que publicaba o había publicado en dos revistas, Materiales y mientras tanto. Fue un regalo. De hecho, se lo cuento porque acaso ustedes fueron uno o una de los afortunados alumnos, un año Miguel dio clases de filosofía en COU, en una época en la que el nocturno, un nocturno que si no lo impedimos, en una decisión políticamente inadmisible, va a dejar de existir, una época decía en que el nocturno tenía 12 grupos. Yo asistí a sus clases. Era un modelo, un modelo inalcanzable. Le escuchaba a él, veía como lo hacía, y luego pensaba yo en mis clases y cómo lo hacía yo y la diferencia era abismal, casi abisal. Me deprimí. Sin duda con razones comprensibles.

No sólo Miguel fue y es un regalo. Fueron muchas otras cosas Aquí conocí a la que ahora es mi compañera. Ella también es de Santa Coloma. O mejor, ella creció en Santa Coloma pero nació en el Mediterráneo, un mar que a mi me sigue pareciendo deslumbrante a pesar de que yo soy de secano-Monegros, medio maño y muy soso.

A lo largo de los años, llevo más de un cuarto de siglo entre estas paredes, he acumulado regalos. He tenido alumnos que ahora son maestros míos. Citaré dos de ellos porque no han podido venir: Carlos Villagrasa, profesor, magistrado, defensor de derechos humanos individuales, sociales y colectivos, coordinador de la UNED de Santa Coloma, y Jesús Martín. Chuss, por cierto, ha conseguido lo que yo aspiraba: él es profesor de lingüística en la Universidad de New York y es ayudante de un discípulo directo de Chosmky. No está a la diestra del Padre pero está muy cerca.

Aquí, por lo demás, he tenido alumnos y alumnas que me han quitado la respiración por su inteligencia y su interés. No sólo en épocas pasadas. Algunos de ustedes están entre ellos. También en momentos como los presentes. Algunos de ellos, algunos de mis alumnos actuales, no sólo tienen interés por los bucles, por los editores de texto, por los procedimientos o por las funciones recursivas sino que no se pierden detalle cuando alguna vez me despisto sin despistarme y les hablo de Mozart y su concierto para clarinete, del tercer movimiento de la 9ª de Beethoven o de los números transfinitos.

Hay otro punto esencial que me gustaría destacar para ir acabando. El Puig ha sido un centro cultural de primer orden para la ciudad. No sólo el Puig desde luego. No quiero dejar de citar aquí el papel que jugó Pere de la Fuente, que estuvo trabajando en el IES Terra Roja, en la difusión filosófica entre la ciudadanía colomense pero el Puig también aportó lo suyo. No hay que olvidarlo.

Por lo demás creo que la arista crítica nunca ha estado apagada del todo en esta institución académica. No lo estuvo durante el debate sobre la permanencia en la otánica alianza, no lo estuvo durante un larga huelga de los profesores de los ochenta, no lo estuvo cuando la primera guerra de Golfo ni tampoco lo ha estado en época reciente cuando se produjo la invasión colonial del Imperio y sus serviles vasallos, de nuevo en territorios del próximo Oriente.

Amparándome en esta arista me gustaría apuntar un apunte político-cultural. Estamos viviendo una época que si las palabras no estuvieran desgastadas podríamos calificar de histórica. Un maestro, Immanuel Wallerstein, sostiene que el capitalismo ha fallecido. No lo creo.: los grandes a veces duermen o no quieren dar ánimos. Pero en cambio sí creo que la ideología neoliberal -en esencia: toma el dinero y corre- ha quedado tocada de muerte. De hecho, lo estaba antes: ¿cómo es posible que una civilización que condena a la mitad de la humanidad a la miseria y a la explotación más inhumana pueda ser considerada una civilización justa, exitosa, razonablemente humana o sin crisis?

Sea como sea, la obsolescencia antropológica a la que ideología neoliberal -insisto: ideología- ha sometido al ser humano, la reducción economista, el valor de cambio a la que ha sometido a toda la Humanidad, especialmente a las mujeres, a las mujeres empobrecidas, no tiene parangón o no lo tiene en época reciente.

Pero tiene interés destacar, para aprender para el futuro, que esa ideología presentada como la última novedad de la modernidad-postmoderna, que dejaba sin luz (y sin apenas agua) a cualquier otra consideración, no solo ha sido la cosmovisión de la derecha más o menos civilizada sino que prendió como el fuego en ambientes social-liberales y en otros sectores de izquierda. El señor Anthony Blair, no hablo de sus correlegionarios Bush II o Aznar, sino del señor Tony Blair, corresponsable no arrepentido de una de las mayores tragedias coloniales que se conocen, en su día, no hace mucho de ello, fue presentado como el referente por excelencia de la tercera vía, una vía, se decía, de renovación política que conducía al socialismo. Qué risa tía Felisa, dirán ustedes, qué risa digo yo también, pero eso fue lo que se dijo un viernes sí y otro sábado también. Insistentemente, sin descanso, sin piedad intelectual, con irracionalidad política.

Y eso no solo es teoría para ociosos sino que tiene repercusión directa en nuestra vida, en la vida de la ciudadanía. No quiero ser descortés ni maleducado en este día especialmente pero, acaso admitirán ustedes, que algunas prácticas políticas en el ámbito de la educación o en ámbitos sanitarios directamente relacionadas con gobiernos que se dicen de izquierdas serían aplaudidas con entusiasmo por la señora Aguirre y Gil de Biedma que como ustedes saben no es un cúmulo de aristas izquierdistas ni tampoco centristas.

De ahí no se infiere que yo haga una llamada a Dante y a su infierno: entrando aquí dejen toda esperanza. Todo lo contrario. Hago un llamamiento a que en este día del 40 aniversario, no se rindan, como cantaba Bruce Springsteen, tengan la esperanza que hay que tener, contando desde luego con su esfuerzo y su percepción crítica. Sin estos dos requisitos, nada será posible.

Como he sido algo tristón y muy pesado, déjenme acabar con unos versos plagiados de un poema de Gil de Biedma. En «Canción del aniversario», cito de memoria, el tío de la señora Aguirre decía:

Porque ya son seis años desde entonces

porque no hay en la tierra todavía

nada que sea tan dulce

como una habitación para dos

si es tuya y mía,

cantemos alegría

y levantémonos más tarde

que la mañana entera se nos vaya en hacer el amor

pero mejor de otra manera…

 

Pues eso:

Porque ya son 40 años desde entones

porque hay no hay centros todavía

que sean tan agradables y llenos de vida como el Puig

 

Como el Puig y como ustedes. Que sean felices, porque como quería Robespierre, este es asunto central de todos los humanos: la felicidad y hacer aquello que debemos hacer