El tan celebrado alto el fuego, o mejor dicho «cese de las hostilidades», entre Israel y Hezbollah ha supuesto un cierre en falso de la grave crisis que ha asolado la región durante las ultimas semanas. El presentar una resolución tan ambigua como lo es la 1701, significa cerrar los ojos a la compleja realidad […]
El tan celebrado alto el fuego, o mejor dicho «cese de las hostilidades», entre Israel y Hezbollah ha supuesto un cierre en falso de la grave crisis que ha asolado la región durante las ultimas semanas. El presentar una resolución tan ambigua como lo es la 1701, significa cerrar los ojos a la compleja realidad que envuelve la mayoría de acontecimientos de la zona.
Porque a pesar de la luz de esperanza que nos quieren presentar, las heridas permanecen abiertas, las masacres israelíes contra la población civil libanesa no se van a olvidar tan fácilmente, y la resolución 1701 con su enorme carga de ambigüedad, no es la solución. La parcialidad de la llamada comunidad internacional se ha visto coronada por esta medida que ha aumentado la sensación de que tanto Naciones Unidas como las potencias occidentales apuestan sin ningún rubor por las acciones del gobierno de Tel Aviv, sólo así se entiende el desequilibrio adoptado.
En el texto aprobado no se marca un calendario para la salida de Israel del Líbano, se presenta el sufrimiento de ambas poblaciones de manera «asimétrica», tampoco se hace ninguna mención a las repetidas violaciones del espacio libaneses por parte de Israel, ni las acciones de guerra sucia cometidas por los servicios sionistas en Líbano. Finalmente, la exigencia «incondicional» para liberar a los dos soldados sionistas retenidos contrasta con el tratamiento dado a los civiles secuestrados por el ejército israelí, para los que «solicita esfuerzos de cara a solucionar su situación».
Vencedores y vencidos
No hay duda que ha sido la población civil del Líbano la que más ha sufrido en esta guerra, la despiadada campaña de Tel Aviv ha centrado su potencial militar contra objetivos civiles, de ahí el alto número de víctimas libanesas. Y entre los contendientes militares, también hay que resaltar que Israel ha sido derrotado, mientras que pocos dudan en presentar a Hezbollah como el claro vencedor.
Mientras que el gobierno sionista y sus militares han sido incapaces de lograr sus objetivos (recuperar los soldados retenidos, derrotar política y militarmente a la resistencia libanesa y propiciar un cambio de régimen en el Líbano), al tiempo que ha aumentado considerablemente el rechazo a Israel en el Líbano. Paralelamente, la imagen de invencibilidad que acompañaba al ejército sionista desde hace décadas ha sufrido un importante revés.
También hay que colocar en el campo de los derrotados a las élites gobernantes en varios países árabes, que han visto cómo la grieta entre ellos y la población y los movimientos opositores ha crecido durante estas semanas.
Por su parte, el movimiento chiíta libanés ha logrado capitalizar la victoria en varios frentes (la guerra de la comunicación e imágenes, los corazones de buena parte del mundo musulmán…). Incluso el prestigioso semanario «The Economist» abría su portada hace una semana con el esclarecedor titular «Nasrallah gana la guerra».
Y todavía, Hezbollah sigue asentando su victoria en esta nueva fase tras los enfrentamientos armados. Así, el reconocimiento público y cierta autocrítica de su líder ante el devenir de los acontecimientos junto a la labor de reconstrucción encabezada por la militancia de la organización, está sirviendo para incrementar esa sensación de triunfo.
Sólo entendiendo a Hezbollah como un movimiento con tres columnas (movimiento armado, partido político y movimiento social) es posible acercarse a esta realidad. Y la conjugación de esos tres pilares es la materialización del proyecto de Nasrallah. Si durante los enfrentamientos armados la respuesta militar de la resistencia le ha hecho ganar más prestigio, su labor en la fase de reconstrucción le está llevando a capitalizar la misma.
Antes de esta guerra nadie dudaba que la labor de Hezbollah sustituyera el vacío gubernamental y alimentaba buena parte de las necesidades de la población, sobre todo chiíta, pero también se han dado casos de miembros de otras comunidades que han acudido al grupo chiíta para lograr su asistencia médica o económica. Esta red asistencia que llega al conjunto de la sociedad, mostrando su capacidad económica y humana, se está haciendo más visible en estos momentos. La sociedad libanesa percibe y ve que los esfuerzos de recuperar y arreglar los destrozos están siendo capitaneados por los militantes de Hezbollah, que no han dudado en activar su potencial humano en la reconstrucción, manteniendo las armas «en casa».
Gran Oriente asiático
La geopolítica que surge tras la guerra nos presenta un nuevo escenario, que algunos analistas han comenzado a llamar «el Gran oriente asiático», que abarca India, Pakistán, Afganistán, Irán, Israel y el mundo árabe. Además, cualquier acontecimiento tiene una dimensión que no se circunscribe a una zona determinada, sino que los problemas coyunturales de un lugar guardarán relación o influirán en los acontecimientos del conjunto de esta nueva región.
Por ello el argumento central gira en torno a un contexto multidimensional que sobrepasa de largo las lecturas que señalan esta escalada bélica como un nuevo enfrentamiento entre Israel y Hezbollah. Otras lecturas, menos academicistas, señalan que tras esta guerra el escenario que se asoma se refleja en el llamado «arco de la rabia», «donde la impotencia ante la injusticia y la violencia que sufre buena parte de la comunidad musulmana en todo el mundo» se transforma en otra violencia que se expande por todos los rincones del mundo.
En el nuevo teatro, los protagonistas buscan situarse en una aposición privilegiada, para lo que no dudan en utilizar cualquier conflicto para hacer valer sus cartas. Mientras que Estados Unidos e Israel, con el beneplácito de la UE, han buscado a través de la agresión al Líbano, debilitar a Siria e Irán, al tiempo que utilizaban los bombardeos sobre poblaciones como anticipo o pruebas de un posible ataque en el futuro al país persa, Irán también ha movido sus hilos en esa nueva región, lanzando avisos muy claros a los agresores y advirtiéndoles del fracaso de repetir esa estrategia contra su país.
Teherán sabe que tienes varias bazas a su favor, que las cartas que guarda bajo la manga (Iraq, Afganistán, Líbano…) pueden convertir este Gran Oriente asiático en un campo de batalla que acabe con la presencia militar estadounidense en la región y con la derrota definitiva de sus aliados sionistas.
Israel se ha dado cuenta de la situación, y no oculta su temor a que se contagie entre los países vecinos el «fenómeno» Hezbollah, ya que ello podría significar que su papel como futura potencia regional se quedaría en nada. Pero al mismo tiempo esa maquinaria militarizada y milenarista que es el estado sionista actual no puede aceptar que ha sido derrotada, de ahí sus recientes escaramuzas y provocaciones militares, que el propio Annan ha denunciado ligeramente.
La estabilidad que se nos presenta es muy frágil, el alto el fuego en las condiciones actuales no tiene visos de una duración permanente. El genocidio contra el pueblo palestino, la prepotencia y el intervencionismo sionista y los planes imperialistas de los necoconservadores de Washington, siguen haciendo crecer la «rabia» entre las poblaciones de la zona, y la respuesta enrabietada puede desencadenarse en cualquier momento y lugar. Por todo ello este cierre en falso de la actual crisis más que un adiós definitivo a la violencia supone un «hasta la próxima».
Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)