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Entrevista a Miguel Candel sobre la situación política catalana

«Hay muchas variantes posibles en un régimen federal, pongámonos a estudiarlas en serio sin descalificaciones ni exigencias previas»

Fuentes: El Viejo Topo

Luchador antifranquista de larga trayectoria, traductor de Aristóteles, Gramsci, Sokal, John Searle y de otros filósofos y ensayistas, clásicos y no tan clásicos, Miguel Candel, ex catedrático de griego del IES Puig Castellar de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona) y ex-traductor de las Naciones Unidas y de la Comisión Europea, es actualmente profesor titular de […]


Luchador antifranquista de larga trayectoria, traductor de Aristóteles, Gramsci, Sokal, John Searle y de otros filósofos y ensayistas, clásicos y no tan clásicos, Miguel Candel, ex catedrático de griego del IES Puig Castellar de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona) y ex-traductor de las Naciones Unidas y de la Comisión Europea, es actualmente profesor titular de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona y autor, entre otras numerosas publicaciones, de Metafísica de cercanías (Montesinos, Barcelona, 2004).

***

Permíteme preguntarte inicialmente por algunos temas históricos. ¿Se puede hablar en rigor, como suele hacerse, de la ocupación de las tierras catalanas por parte de las tropas borbónicas castellanas en 1714?

No soy historiador y mi conocimiento de esos hechos no es ni mucho menos el de un especialista. Pero, por lo que sé, la guerra que hoy sitúan muchos como el origen de todas las calamidades para Cataluña fue una guerra dinástica, como tantas otras que tuvieron lugar en Europa en el siglo XVIII. Se enfrentaron dos coaliciones internacionales que apoyaban, respectivamente, al pretendiente de la dinastía reinante en Francia, Felipe de Bourbon-Anjou, y al pretendiente de la dinastía imperial austriaca, el archiduque Carlos de Habsburgo (dinastía que había reinado hasta entonces en España, extinguiéndose tras morir Carlos II sin descendencia). España era entonces la segunda o tercera potencia mundial y todas las casas reinantes en Europa querían tenerla bajo su influencia. Intervinieron tropas de diversas nacionalidades (Austria, Francia, Inglaterra, Holanda, Italia, España…) y, por lo que hace a Cataluña, sería hora de reconocer que, si bien la Generalitat y la mayoría de los territorios del principado apoyaron al Habsburgo, también los hubo que apoyaron al Borbón (por ejemplo, la zona de Cervera: de ahí que el vencedor trasladara la universidad de Barcelona a esa ciudad).

Desde el punto de vista de lo que podríamos llamar la legitimidad política de los cambios que el triunfo borbónico supuso para Cataluña creo que todo el mundo debería tener claro que un principio de derecho internacional ampliamente reconocido en la época era el «derecho de conquista». Felipe V tenía, pues, a partir del momento en que su victoria quedó consolidada por el Tratado de Utrecht de 1713, vía libre para imponer su voluntad en los territorios que se le habían resistido hasta el final (el reino de Aragón, principalmente, aunque hay que señalar que el último foco de resistencia fue Mallorca, que no cayó hasta 1715, un año más tarde que Barcelona).

Ahora bien, el verdadero agravio que sufrió Cataluña a manos de Felipe V fue la decisión de éste de abolir, y la forma en que fueron abolidos, los fueros del reino de Aragón.

Del que Cataluña formaba parte…

Exacto (porque Cataluña nunca ha sido independiente como tal, sino que, ya antes de que se completara la reconquista de la llamada «Catalunya nova», la «Catalunya vella», bajo la égida del conde de Barcelona, se había unido al reino de Aragón). Pues bien, la abolición de los fueros de Aragón-Cataluña no se hizo simplemente por decreto real (el Decreto de Nueva Planta), sino -cosa inaudita desde el punto de vista jurídico- mediante la ratificación de dicho decreto ¡por las cortes de Castilla!

Este hecho sin precedentes sitúa el Decreto de Nueva Planta, incluso en un contexto político absolutista como el de la época, en la más absoluta ilegitimidad, y es seguramente el elemento que más verosimilitud da al mito popular de que la guerra fue una agresión castellana contra Cataluña. Como hemos visto, fue algo mucho más complicado.

Lo fue, según cuentas.

De hecho, el grueso de la fuerza borbónica eran, como es natural, tropas francesas, mal vistas por los catalanes desde la intervención de 1640, mientras que la mayor contribución militar al bando de Carlos fue la escuadra anglo-holandesa. Por otro lado, Carlos no contaba con las simpatías castellanas, en parte por su talante y en gran parte por el mal recuerdo de los últimos tiempos de reinado de los Habsburgo. Simpatías de las que sí gozaba, en cambio, Felipe, visto como una esperanza de regeneración de la corrupta corte madrileña. Por otro lado, la pérdida de los fueros de Aragón-Cataluña corresponde perfectamente a la tendencia imperante en Europa, pero sobre todo en Francia tras la experiencia de las revueltas señoriales contra Luis XIV, a reforzar la autoridad real por encima de los antiguos privilegios regionales o locales, herencia, por lo general, del feudalismo.

Por último, a la hora de hacer balance de lo que supuso para España y Cataluña la victoria borbónica, no estará de más recordar que, como consecuencia del Tratado de Utrecht, España perdió en beneficio de Austria lo que le quedaba de los Países Bajos y, en beneficio de Inglaterra, Gibraltar y Menorca. Cataluña, por su parte, conoció en los cien años subsiguientes un florecimiento económico extraordinario: no hay más que ver el número de masías catalanas con inscripciones del siglo XVIII, testimonio de obras de reforma reveladoras de una mayor prosperidad, y el aumento espectacular de la población de Barcelona, que al no poder crecer fuera de las murallas forzó en muchísimos casos la duplicación de la altura de las casas, tal como se puede constatar hoy paseando por el casco antiguo; a esto contribuyó en gran medida la autorización dada por Carlos III a los puertos del antiguo reino de Aragón para comerciar con América, algo que los Habsburgo habían reservado en exclusiva para los puertos del antiguo reino de Castilla.

¿Las clases dominantes catalanas se han enfrentado siempre al uniformismo españolista del gobierno central? ¿No han colaborado con esos gobiernos en algunas ocasiones?

Casi siempre han colaborado, al menos desde el despegue industrial de Cataluña, para cuyas manufacturas era más que conveniente disponer del mercado español, protegido además de la industria europea, generalmente más potente, mediante las oportunas barreras arancelarias. La historia moderna de Europa arrastra desde hace dos siglos esta paradoja: el nacionalismo es hijo de la burguesía industrial en su lucha por obtener mercados amplios y protegidos, pero la nación es hija del campesinado, depositario de la cultura tradicional y reacio a admitir la injerencia de poderes extraños o lejanos. Por eso todo proyecto nacional adula y mitifica el campo y exacerba los rasgos culturales diferenciadores, eso que ahora se llama la «identidad nacional» (no hay identidad sin diferencia). Creo que con lo dicho me he «retratado» en mi actitud de amante de las naciones y crítico de los nacionalismos (de todos).

Sí, creo que te has retratado muy bien.

Claro que la nueva y despótica burguesía internacional de las multinacionales de la industria y, sobre todo, de la banca hace posible una izquierda no propiamente nacionalista, pero sí defensora de las naciones entendidas como colectividades humanas expuestas a una explotación cada vez más salvaje y, por cierto, objetivamente interesadas, para defenderse, en tejer amplias alianzas de naciones frente a un insaciable Leviatán sin fronteras.

La II República española, ¿maltrató a la ciudadanía catalana? ¿Le negó sus derechos?

Sostener eso sólo dejaría en parte de ser un obsceno embuste si se redujera la historia de la II República española al llamado «bienio negro».

Los intelectuales ibéricos, no catalanes, incluyendo políticos con peso y solidez, ¿siempre han incomprendido el «hecho diferencial catalán», «el fet nacional català»?

Eso sería una simplificación enorme, que no resiste el más somero análisis. Es muy ilustrativo al respecto seguir la evolución de la llamada «opinión pública» madrileña (que no es lo que opina el público de Madrid en general, sino lo que dicen aquellos madrileños que tienen posibilidad de dirigirse al gran público: periodistas y políticos, principalmente). En tiempos de la dictadura, cualquiera que viajara a Madrid podía comprobar la sincera admiración que los sectores que mencionas sentían por la pujanza cultural y la vitalidad política de la sociedad catalana, independientemente de la orientación ideológica de quienes así se expresaban (sobre todo, demócratas, pero también no pocos franquistas). Para muchas de esas personas, Cataluña, con todos sus rasgos diferenciales, era el espejo en el que pensaban que había de mirarse España para progresar. ¿Qué ha pasado luego?

Eso mismo te pregunto.

En mi opinión, y paradójicamente, la imperfecta democracia lograda en la transición, basada en un «mercadeo» electoral que sustituye los programas complejos por los eslóganes simplistas, ha acabado sacando lo peor de cada parte, y parece que cada vez son más los que se apuntan al ejercicio de una demagogia ramplona que exacerba los sentimientos de agravio de unos y otros, visto que da réditos electorales. Y, en medio, una población a la que se intenta distraer (y a menudo se distrae) con esa carnaza para que no piense demasiado en los problemas más acuciantes, que son los de índole socioeconómica. Como dice un proverbio del África ecuatorial, «cuando los elefantes se pelean, quien sale perdiendo es la hierba».

¿Quién encabezó, dirigió y participó en la lucha por las libertades nacionales durante los años de represión, crímenes y silencio? A los Puig, los Fainé, los Millet, los Mas incluso, no se les veía mucho por aquellos territorios arriesgados si no recuerdo mal.

Ya casi has dado tú mismo la respuesta. Las manifestaciones ilegales del 11 de septiembre en torno a la esquina donde ahora se eleva la estatua de Rafael de Casanova, y no digamos las grandes manifestaciones de los primeros años de la transición, se nutrían fundamentalmente de trabajadores movilizados por las organizaciones antifranquistas de izquierda, destacadamente por el PSUC.

Me traslado a la situación actual. ¿Qué grupos sociales se manifestaron el pasado 11 de setiembre?

Fiel a mi lema de no participar en aquello en que quieren que participe los que habitualmente no me dejan participar, no asistí a esa manifestación. Pero parece que hubo de todo. Fue, se diría, una manifestación socialmente «transversal». En la que confluyeron, también parece, todas las indignaciones actualmente vigentes en el país: desde los agraviados en sus sentimientos nacionales a los agraviados en sus derechos sociales, pasando (y eso es lo que hace, como mínimo, políticamente confuso el significado de la gran marcha) por algunos significados agraviadores, como el inefable Boi Ruiz, adalid del desmantelamiento progresivo de la sanidad pública catalana. Eso sin contar con el hecho (imputable a la profunda desmemoria histórica de este país) de que la señera «estelada» abrumadoramente predominante era la de estrella blanca sobre triángulo azul, introducida por un grupo político filonazi de los años treinta: Estat Català. Claro que seguramente ninguno de sus portadores el día 11 era nazi, pero los símbolos tienen su historia y esa historia determina, en parte al menos, su significado.

¿Cuál fue el objetivo central de la manifestación en tu opinión? ¿Mostrar apoyo al derecho de autodeterminación, a la independencia?

Lo decían claramente las pancartas y eslóganes de los organizadores: Independencia para hacer de Cataluña un nuevo Estado de Europa. Claro que eso implica, en buena lógica, ejercer el derecho de autodeterminación mediante algún tipo de consulta a la ciudadanía del territorio del Principado. Pero los organizadores no lo explicitaron. Cabría, pues, suponer que acaso lo que tenían en mente era una declaración unilateral de independencia hecha por el Govern de la Generalitat, quizá ratificada luego por el Parlament. Con posterioridad parece haberse ido despejando la duda y Esquerra Republicana, al menos, habla claramente de un referéndum como primer paso. Pero ya veremos, porque está claro que ese referéndum no podría realizarse legalmente dentro del actual marco constitucional. No hay que descartar que un efecto positivo del pulso que se ha iniciado pueda ser precisamente la reforma de una constitución a todas luces superada (y deslegitimada por los mismos que la defienden a ultranza, que no tuvieron empacho en modificar por procedimiento de urgencia, sin consulta popular, su artículo 135 para adecuarlo a unas coyunturales exigencias de la UE, es decir, de la banca internacional). Pero las reformas no siempre son sinónimo de mejoras, como bien sabemos.

¿Por qué crees que asistieron a la manifestación algunos sindicatos obreros y algunas fuerzas de izquierda como ICV o EUiA?

La respuesta está en una de las más célebres fábulas del Hitopadeza, recogida en El conde Lucanor: la que lleva, aproximadamente, por título «El vestido nuevo del emperador». Hay también otra respuesta menos políticamente correcta, pero me la guardo.

«Tenemos lazos con España pero no seremos españoles si se nos exige que para serlo tenemos que dejar de ser catalanes», se ha señalado por parte de algunos grupos independentistas. ¿Quiénes exigen actualmente a la ciudadanía catalana que deje de ser catalana?

Es una argumentación claramente circular en la que se oculta la premisa clave: «Entendemos por ‘ser catalanes’ no tener dependencia legal alguna respecto de España». Puesto así el argumento, la consecuencia, haga España lo que haga, es que Cataluña ha de ser independiente de España. Por supuesto, hay centralistas que restringen tanto el significado de «ser catalanes» que, si se les toma en serio, propician, por rechazo, que se adopte aquella definición. Pero ni son la mayoría que ellos aparentan (y que algunos independentistas catalanes les ayudan a aparentar) ni, sobre todo, hay por qué tomarlos en serio. «Tigres de papel», como diría Mao.

Te resumo un argumento que suele esgrimirse por fuerzas «soberanistas»: «en cuestión de bienestar, el Estado español actual es perjudicial para las clases populares catalanas y, por tanto, si el Estado tiene que ser un instrumento para mejorar las condiciones de vida de la gente desfavorecida, necesitamos otro Estado para nosotros, para el pueblo catalán. Necesitamos un nuevo Estado catalán porque somos catalanes al margen de nuestro origen. El estado Español nos maltrata a todos como catalanes, también al margen de nuestro origen». ¿Te convence? ¿Ves en él algún valor de izquierda?

Se juega, efectivamente, en ese argumento, con un señuelo «de izquierdas». Pero que es un simple señuelo, al menos cuando lo utilizan «soberanistas» de la órbita de CiU, lo demuestran las prioridades adoptadas por el gobierno de ese partido a la hora de hacer recortes presupuestarios.

La burguesía catalana, en tu opinión, ¿está apostando realmente por la independencia? ¿Por qué?

Creo que una parte, sí (sintomáticamente, hace unas semanas apareció una gran «estelada» en los palcos del Liceo). Pero no toda, ni mucho menos. Ignoro, eso sí, los porcentajes (no creo que nadie los conozca). Las razones de los que sí apuestan pueden ser muy variadas, pero tratándose de esa clase social, avezada al cálculo económico, hay que descartar el predominio de «razones sentimentales» (perdón por el oxímoron). Es posible que apuesten por una ruptura de la caja de la Seguridad Social española, lo que permitiría hacer borrón y cuenta nueva (a favor de los empresarios, claro) en materia de cotizaciones y prestaciones. O por una extinción rápida de los actuales cuerpos de funcionarios del Estado que aún dependen de la Administración Central… Bueno, no sé si la burguesía catalana es muy buena haciendo el amor, pero sí lo es haciendo la guerra… social (lo acredita su historial desde los tiempos de la «rosa de foc» hasta hoy, pasando por la época de las «peregrinaciones» a Burgos).

¿Hay sectores obreros que estén apoyando la independencia?

No hay que confundir obreros con representantes de obreros. Puede que haya un cierto porcentaje en unos y otros, pero menos en los primeros. Dicho sea sin ignorar el hecho de que, como siempre, los sectores más desfavorecidos, en su desesperada situación, pueden mostrarse más receptivos a los cantos de sirena que señalabas dos preguntas más arriba.

¿No sorprende que se hable tanto de soberanismo y apenas -no digo nunca- se hable del poder despótico que ejercen las instituciones de la troika sobre muchos gobiernos europeos, el de España y Catalunya no excluido?

Ésa es precisamente una de las claves que tendría que haber hecho reflexionar y abstenerse de asistir a las personas de izquierdas (y no fueron pocas) que acudieron el 11-S a una manifestación convocada prácticamente por el gobierno catalán (tras la pantalla de una asociación de la que nadie había oído hablar hasta cuatro días antes y que exhibió una colosal capacidad organizativa y financiera, por ejemplo fletando autocares desde los lugares más recónditos de Cataluña). Gobierno que es discípulo aventajado de la escuela económica neoliberal y que defiende con ardor las recetas neoliberales para afrontar la crisis… profundizándola más y más. Claro que mucha gente de izquierdas pensó que había que estar donde estaban las masas y aprovechar la ocasión para airear las propias reivindicaciones. Pero el significado de los actos humanos no depende de las intenciones de quienes los hacen, sino -como cínicamente sostiene Humpty Dumpty en Alicia a través del espejo- depende de «quién es el que manda».

¿Hay expolio fiscal? ¿De qué tipo? ¿»España» o «Madrid» son culpables de la situación que estamos viviendo en Catalunya?

Según un informe oficial presentado recientemente al Parlament de Catalunya, y los comentarios al respecto de economistas de prestigio, como Xavier Vidal-Folch, entre otros, hay un diferencial de unos 6 puntos entre la aportación fiscal de Cataluña al Estado español y lo que el Estado gasta en Cataluña. Este diferencial supera al menos en 2 puntos la media de los déficit que suelen darse, en otros países, en la balanza fiscal de ciertos estados o provincias federadas con respecto a la administración federal central. Ese diferencial corresponde, naturalmente, a la aportación que dichos estados o provincias, más ricos que el resto, hacen con fines redistributivos, es decir, en aras de la equidad social (pagan más al fondo común los que más tienen). Es cierto, por tanto, que Cataluña recibe un trato fiscal comparativamente peor que la media conocida en Estados federales o similares. Y parece justo tratar de corregir esa desviación. Ahora bien, cuando se habla dramáticamente de «expolio» o «robo» parece que se quiere dar a entender que lo justo sería que no hubiera ningún diferencial, como ocurre en el caso del «concierto» vasco (no entraré aquí a discutir las causas, motivos y, quizá, razones de semejante situación peculiar). Pensar así es seguir la misma línea de pensamiento que los republicanos estadounidenses cuando despotrican contra toda forma de ayuda pública a los ciudadanos (incluido, por supuesto, el seguro de enfermedad; por cierto que así piensa exactamente el siempre inefable conseller Boi Ruiz cuando afirma que «la salud es un asunto privado»). No por poner «comunidad autónoma» en lugar de «ciudadano individual» cambia la concepción política y moral subyacente, que puede resumirse en el castizo dicho «Cada palo, que aguante su vela», no por castizo menos miserable. Y fíjate que no hablo de los flujos económicos distintos de los fiscales, porque si lo hiciera, tendría que recordar que, también en el Parlament, se hizo pública no ha mucho la cantidad a la que ascendió en el último año el superávit de la balanza comercial de Cataluña con España: 23.000 millones de euros a favor de Cataluña. ¿Qué son, comparados con eso, los centenares o pocos miles de millones de euros del déficit fiscal? ¿Mantendría ese superávit frente a España una Cataluña independiente?

Cuando escuchas a algunos portavoces del independentismo catalán, ¿no piensas en las proclamas de Umberto Bossi de la Liga Norte sobre la Padania italiana?

Por mi respuesta a la pregunta anterior queda claro que sí. Y también pienso en la actitud del partido independentista flamenco de Bélgica. En esta cuestión, nuestros «indepes» son poco originales. Algo más elegantes en las formas, quizá, pero nada más.

¿Qué debe apoyar la izquierda transformadora en estos momentos? ¿El ejercicio del derecho de autodeterminación? Si es así, ¿qué hay que vindicar: una república federal, una confederación de Repúblicas…? ¿La opción federalista es una opción podrida como decía no hace mucho un historiador independentista catalán?

Lo podrido, en todo caso, será el término, de tanto usarlo sin aplicarlo. ¿Cómo se puede haber podrido en este país una forma de Estado que nunca se ha ensayado de verdad?

Bueno, la primera República tuvo, en principio, un marcado carácter federal. ¿O no fue ése el caso?

Sí, pero todos sabemos cuán poco duró aquella desdichada república… Lo cierto es que hay muchas variantes posibles en un régimen federal. Pues pongámonos a estudiarlas en serio, sin descalificaciones ni exigencias previas en cuanto a grados de «simetría» o «asimetría». Y que hablen los votantes, previamente bien informados, en un proceso constituyente sin chantajes de «poderes fácticos» interiores ni exteriores.

¿Es anecdótico, en tu opinión, que el gobierno de la derecha catalana haya sido, y por goleada, el que con más virulencia ha aplicado los recortes sociales?

No es nada anecdótico, y creo que da la pista de por dónde esa derecha ve las ventajas de una secesión, tal como he apuntado respondiendo a la pregunta de si la burguesía catalana quiere o no la independencia.

Para ir finalizando: ¿por qué crees que hay tanto sentimiento independentista en la sociedad catalana actual?

Porque «España no va bien», sino bastante mal en casi todos los órdenes (menos en el turístico y el futbolístico, de momento). A lo cual han contribuido por igual la burguesía y los políticos de derechas o pseudoizquierdas de ambos lados del Ebro. Y a mucha gente le parece que hay que salir cuanto antes de una casa que se derrumba en vez de intentar apuntalarla. Cosa, en cambio, que no parece pensar esa misma gente cuando se discute si salir o no, por ejemplo, de la malhadada, pésimamente concebida y peor gestionada Unión Monetaria Europea. Lo dicho: el significado de las palabras depende de quién manda.

¿Será posible votar en las próximas elecciones catalanas a una fuerza que combata el neoliberalismo y no apoye el independentismo?

Si me dices cuál es, la votaré. Veo que te quedas callado…

Sí, me he callado y sigo callado. ¿Quieres añadir algo más?

Podríamos estar hablando del tema hasta el día en que Cataluña consiga la independencia… Pero me parece mucho más urgente dedicar todas las fuerzas disponibles a intentar independizarnos, no sólo Cataluña, sino todos los pueblos ibéricos, itálicos y helénicos, como mínimo, de la infame dictadura del capital financiero internacional. Un economista semidocumentado ha publicado recientemente un libro-panfleto titulado «Hispania delenda est». Yo propongo que entre todas las víctimas del totalitarismo neoliberal lancemos el grito de guerra «Troika delenda est!» Y que surjan pronto muchos Escipiones.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.