Menos mal que existen los que no tienen nada que perder ni siquiera la muerte../. ………………….. Se mueren sin decir de que muerte / sabiendo que en la gloria también se está muerto. Silvio Rodríguez Después de tantos años, todavía mama1 nos moviliza a mi hermano y a mí con su presencia. Sin hablar, Abel2 […]
Menos mal que existen los que no tienen nada que perder
ni siquiera la muerte../.
…………………..
Se mueren sin decir de que muerte /
sabiendo que en la gloria también se está muerto.
Silvio Rodríguez
Después de tantos años, todavía mama1 nos moviliza a mi hermano y a mí con su presencia. Sin hablar, Abel2 y yo sentimos latir su corazón en cada pieza que salió de su casa y que su criterio agudo e inteligente es el que cambia una comadrita3 o un florero de sitio. Todo lo que tenemos no nos perteneció nunca, no heredamos nada, de alguna forma ella así lo dispuso y así fue. El amor y la fuerza con que concebía todo, protege su propiedad. Su estirpe es más dimensionada que la de los revolucionarios, ¡y sí que fue revolucionaria! Creo no haber tenido tan cerca un ejemplo mejor, pero para imaginarla bien, para que mis hijos y los vuestros la conozcan, traten de integrar la independencia de una Simone de Beauvoir con la pureza de Juana de Arco, o más simple: la poesía intimista de Anne Sexton y su Wating of Die con el compromiso frontal, arraigado y único de la revolución de Fidel Castro, en la que comenzó a vivir desde sus mismos inicios, como anuncian estas páginas a gritos.
La revolución que entró por la estrecha puerta del apartamento de 25 y O, en el Vedado, el que ella se preocupaba por limpiar, fue la razón de toda su existencia. Esta misma revolución que ahora, al cabo de 50 años parece ser la revolución mundial, cambió sus primeros pañales húmedos en el alma de esta mujer, que azarosamente fue también mi madre.
Muchas veces me dijo que desde el inicio confió en Fidel de forma total y que para ella y para Abel4, Fidel debería estar vivo por mucho tiempo.
De esto no tenemos dudas ahora, pero hace medio siglo sólo la luz especial que brilló en estos Santamaría, pudo ofrecer la señal de la importancia de un Fidel Castro para la revolución cubana.
En la carta que le enviara a mis abuelos desde la cárcel de mujeres en Guanajay, (Carta 1) así reza: Con una ingenuidad casi infantil invita a su madre a que sea feliz en la muerte de Abel y auguró cambios «grandes y profundos» para mis abuelos, los cuales se hicieron verdad. Mi abuela, una española convencida, terminó sus días luchando por su Central Constancia con fervor apasionado, y militando en las filas del Partido Comunista.
En esa misma carta hay una pista de que el Moncada significó mucho más que el derrocamiento de una tiranía. Mi madre le comunica a mi abuela:«Puedes dedicarte a defender lo que era la razón de su vida: Los trabajadores de Constancia, no los Luzárragas».Constancia era el central azucarero donde trabajaba mi abuelo y los Luzárragas los terratenientes explotadores de la zona. Es evidente pues, el carácter político y social del asalto al cuartel Moncada. Lo que después se patentizó en esa pieza clásica que fue la Historia me Absolverá, fue sin dudas el sentir de los participantes; no derrocar sólo la tiranía, sino derrocar el régimen que originaba las injusticias sociales. A la sazón no había leído mi madre una sola letra de literatura marxista.
Pero así y todo el Moncada fue apenas la punta del iceberg. No creo que nadie que la conociera con esta intensidad pudiese decidir que: «Haydée no soportó el Moncada» y no pudo sobrevivir a los ojos de Abel sumergidos dentro de una palangana. Luego de eso fue mucho más rica e hizo mucho más. La muerte de Abel, fue la muerte de su primer gran amor, del cual sacó fuerza y nunca debilidad. Sabía que estaba en el vórtice del ciclón como todos los iluminados. El Moncada, Boris5 y Abel fueron apenas un buen comienzo para esta mujer.
No se me ocurre ahora, por ejemplo, como Fidel iba a conseguir que no fuera al hospital civil, por peligroso que pareciera. Desde que planchaba con sus manos excesivamente femeninas los uniformes de los combatientes, ella ya estaría en esta Historia.
Le sobró espacio para conocer y llorar otros amores. Amores que adquiría o se inventaba. Fue una enamorada perenne. El amor fue la punta de lanza de su extraordinaria sabiduría.
Gracias «al amor con su ciencia», según reza la Violeta Parra, he comprendido desde niña que amar es la manera más rápida y justa de comprender el mundo. Muchas doctrinas las he tenido que ir a buscar en libros y gastar años en asimilarlas, sin embargo las conclusiones más lucidas me las ha entregado el amor. El saber ha pulido tan sólo los bordes filosos. Este secreto aprendizaje se lo debo a Haydée Santamaría por supuesto.
En la clandestinidad era pez en su agua, habría que escucharle los cuentos sobre la incapacidad de mi padre para esconderse, y como prefería que estuviese preso «estudiando», pues era muy torpe para otra cosa. Pero no era cierto; reconocía en el joven abogado Armando Hart cualidades e inteligencia únicas y necesarias para la empresa de Fidel, como son su cultura política y su capacidad de asociar en un mismo proyecto cualquier idea honesta.
Se dio cuenta al amarlo como lo hizo, que Armando Hart poseía la rara combinación de la armonía de la flexibilidad con la de un espíritu revolucionario absolutamente radical. Me consta del amor único que le profesó. Nos enseñó a respetarlo y quererle más allá del amor filiar. Recuerdo con húmeda melancolía la manera en que mi padre me trataba de leer a Carlos Marx con la sonrisa cómplice de ella, mientras se movía silenciosa y ligera por la oficina de papa6.
Podrán decirse hoy muchas cosas, envueltas en la leyenda del final de su historia, pero todavía me resulta difícil separar esas dos vertientes raras de mi educación. Mi madre de alguna manera contrató a Armando Hart como al mejor padre que me correspondía. Y para enseñarme algo en lo que ella sabía que pocos eran tan buenos como él. No era especialista Haydée en marxismo, pero les puedo confesar que las lecciones más apasionantes que he tenido me las ofreció Armando Hart a instancias de ella, además; el primer paradigma de las teorías socialistas fue mi amor por José Martí y mi primera animadversión contra el estalinismo me la enseñó el Che, sin él saberlo, sin saberlo mi madre: fue una enseñanza en «clave Guevara«, siendo yo una adolescente. Cuando aquello, yo ni siquiera sabía que había sucedido en Rusia, ni en el mundo. Pero desde aquella iniciación, supe respirar el aroma de las mejores ideas de mis primeros profetas: Martí y el Che.
A Haydée le bastó amar bien para poder entender el mundo. Todo lo realizaba sin que mi padre, mi hermano o yo pudiésemos advertirlo. Por ahí anda Chela7, un ser que viaja entre el uno y la otra, tratando de acomodar de alguna manera estas experiencias y añoranzas, sin que nos causen mucho dolor. También fue Chela contratada por su amor, y es hoy fiel a ese compromiso estando militando junto a esta rara y escasa familia.
De Frank País me decía que su altura «nos hacía falta, su seriedad y su sentido de la disciplina».
Daría la impresión de que estaba construyendo un Arca de Noé dentro de la cual proteger lo más virtuoso y capaz del pueblo cubano. Una acuarela, una síntesis de la más pura raza del ser humano de su tiempo y lugar. Cuando yo le preguntaba, por ejemplo, para qué Frank nos hacía falta, ella me miraba con sus ojos enormes y misteriosos, y respondía bajito como si aún estuviese en la clandestinidad: «Para esto Celia María, para hacer esto». Nunca me llegó a decir que cosa era esto; ahora ya no hace falta, lo sé, pero gasté muchos años en comprenderlo.
Es imprescindible que la recuerden así, llena de luz, disfrutando su entrega a esta misteriosa obra de Fidel que nunca termina, que no terminará jamás.
De las veces que estuvo en la Sierra emergen según lo que me contaba dos almas elegidas: el Che del cual comentaré después y Celia8 de la cual me dejó la maravilla de su nombre. Desde niña me decía: «Cuando te reconozcan por tus apellidos (Hart y Santamaría) dio que tu nombre va primero, que te llamas así por Celia Sánchez y es ese el que debes cuidar. Fue el mejor regalo que te he dado, su nombre, aprende a respetarlo»… Sentía una gran tranquilidad al saberla cerca de Fidel. La muerte de Celia unos meses antes de la suya la conmovió a límites increíbles. Sobre todas las cosas me decía, entre una lágrima y otra que quien nos debía preocupar era Fidel. ¿Quién lo cuidaría como Celia?
Al tomar el poder, el ejército rebelde comenzó otra etapa en la lucha. Mi abuela paterna Marina, le decía constantemente a ella y a mi padre: «ya se acabó, tranquilicen ya». Esa palabra tranquilidad es la antítesis de un auténtico revolucionario, esos de estirpe mayor no conocen la paz, ni conocen la conformidad, el único fin es el cielo.
Esta iluminada tomó como proyecto construir con las más puras ideas de Fidel y con el calor y pericia de su espíritu, un nuevo mundo al cual la hermosa década del 60 le abriría las puertas con un saludo, para ser feliz, para crear, para inventar, volar y prestar alas a las primeras y solitarias notas de Silvio9, o a las saltarinas y frescas letras del Gabo10, o saber sin desojar margaritas quienes serían sus aliados. Ahí están o estuvieron sus aliados para la empresa de una iluminada.
Al igual que pasaría con Celia, la muerte del Che fue un verdadero infarto de amor. Cuando me hablaba del Che sufría muchas veces más que al hablar del propio Abel. Ella misma me dijo: «Sin él casi no concibo la revolución» y seguía: «¿Qué hará Fidel sin el apoyo del Che?» Pero pasó el Che a su rosario sagrado y siguió su lucha. Cada 8 de octubre Abel y yo no podíamos salir, nos quedábamos a transcribir las cartas del Che a sus hijos, a interpretarlas y desde entonces, tal vez porque en octubre oscurece pronto o por este rito, los días 8 de este mes me cargo de una melancolía especial.
Estudié el preuniversitario con Camilo, el segundo hijo del Che con Aleida y recuerdo como era para mí este niño de especial. Camilo era indomable y de carácter limpio, cuando me enfadaba con él y se lo contaba a mama me decía: «Tú sólo caudaloso, que nadie hable mal de un hijo del Che». No era difícil hacerlo, se ganó el respeto y cariño de todos sin tener que pronunciar una sola vez su apellido. No había un fin de semana en que no me comentara algo para que yo sintiera por dentro al Che, como que le dolía el sólo hecho de no haber yo conocido al amigo mayor, ya eso era de por sí un pecado original.. Ella diseñaba los estados de ánimo, el entorno, como si fuese un hada, lo lograba sin dificultad.
Por eso el enigma del Che Guevara, el mito sin réplica de lo que significó para las generaciones posteriores, su imagen de esperanza la sintió mi mamá desde que lo conociera. No tuvo que esperar a que se convirtiera en el Guerrillero Heroico.
Es poca la correspondencia que se conoce entre ambos, mas las existentes, son verdaderas lecciones de la forma en que se relacionan los verdaderos «colegas de revolución»: Hay una fechada en 1964 (Carta 2) muy reveladora en la que el Che, renunciando a los derechos por un libro suyo que publicara Casa de las Américas, puso en su sitio a mi madre al decirle que no «podía aceptar un centavo de un libro que no hace más que narrar las peripecias de la guerra» y que no quería entrar con ella en «una lucha de principios que tienen alcances más vastos». Podríamos sospechar cual sería aquella lucha de principios. Una lucha que sigue hasta nuestros días.
En la misiva enviada por el Che a mi madre antes de marchar a Bolivia (Carta 3) le confiesa:»Veo que te has convertido en una literata con dominio de la síntesis, pero te confieso que como más me gustas es en un día de año nuevo con todos los fusibles disparados y tirando cañonazos a la redonda» Y la firma «colega». Ellos no sólo fueron camaradas o compañeros, fueron colegas en ese estrecho recinto de los iluminados. A veces me pongo a imaginar a esos ángeles reunidos juntos un 31 de diciembre. La felicidad y el compromiso en raro cóctel, le disparaban los fusibles a Haydée y era sin discusión una de las damas más encantadoras de cualquier reunión… tanto en una guerrilla como en un palacio….los cañonazos no los dejó de disparar ni en su último segundo.
En la carta que le dirigiera Haydée al Che después de su muerte (Carta 4) expone mi madre con sinceridad no perdonarle por no haberla llevado a Bolivia, pues eso le había prometido en la Sierra Maestra.
Eso es ser un revolucionario: A mi madre no le bastó la felicidad de haber participado en la liberación de su patria de la injusticia, ni fundar la Casa de las Américas y defender al arte de la incomprensión y la mediocridad; ni haber proyectado una vida de amor junto a mi padre en la ruta de Fidel Castro; ni siquiera haber tenido dos niños pequeños a los que educar. Nada de eso era lo suficientemente importante frente al deber sagrado de la revolución del mundo.
No necesitó mi madre leer tratados filosóficos para comprender el sentido de la auténtica felicidad. Lo que nos cuesta a nosotros años de estudio y siglos de controversias estériles, a los verdaderos revolucionarios les basta con el primer aletear de una mariposa en una mañana de verano. Por eso sostengo que sí, que sí son diferentes ellos y nosotros… Los iluminados no miden la vida con los patrones comunes, su métrica es la de las estrellas.
Me contó que lloró como nunca con la muerte del Che. Cuando me lo contaba lloraba todavía más. Sus ojos casi se cristalizaban, más un segundo después de tanto llorar estiraba los brazos y lanzaba al suelo cuanto hubiese a su alrededor. De esta anécdota recuerdo una vez, cuando era lo suficientemente chica como para casi quebrarme el cuello al mirarla, sufrir diciendo: «Pero fue un machista imperdonable. Me juró que me llevaría a América a hacer la revolución, y acá me ha dejado»». Y era cierto que se lo había prometido, baste leer la carta 3
Tuve que aceptar desde muy pequeña que aquella frondosa y feliz mujer estaba dispuesta a dejarme plantada en mis primeros años con tal de hacer aquello a lo que el Che llamaba revolución. Estoy convencida que fue el Che quien le enseño aquella palabra.
Ha pasado mucho tiempo y no he querido contar esta anécdota en la cual, de forma explicita, mi madre llamaba «machista» al Che. Me atrevo a narrarla, después de tanto tiempo, pues recientemente en un breve dialogo con Tiago de Melo fue ésta la anécdota que me hizo. Mama era fantasiosa y exagerada y a veces se entremezclaban los sucesos. Pero para el gran poeta brasileño después de tantos años fue esa la más importante anécdota que recuerda de mi madre: Aquellas lágrimas de Yeyé por haber perdido para siempre a aquel argentino universal, y que no fuera invitada a hacer la revolución, tal vez por ser mujer, o tal vez por ser cubana, ya nunca lo sabremos.
En mi caso particular, queridos lectores, a estas alturas no me está claro si también debo al Che el haber dejado en el corazón de mi madre este sentimiento suyo, último e impostergable para que ella me lo trasmitiera, y haber permitido que permaneciera ella a mi lado.
Los que de veras se consagraron a la revolución cubana con más fervor, fueron aquellos que entendieron que el mejor intento para defenderla era luchar por la revolución mundial: José Martí, Julio Antonio Mella, el Che Guevara, por citar algunos. Tan sólo mirando al mundo se entiende a Cuba. El Che fue el último gran exponente de esta verdad. Para mi madre el Che fue la demostración tácita de cómo los ángeles no viven en el Paraíso… ellos, todos ellos luchan en la Tierra.
Tal como le sucedió a Haydée, para el Che Guevara, Fidel debería vivir mucho tiempo.
Si nos detenemos a observar todos estos seres especiales, que de una u otra manera viajaron más o menos tiempo en la nave de Fidel, comprendemos que su brújula era la misma: Proporcionar al nuevo milenio donde escasean los mitos y la altura de alma un veterano que levantara los tiempos en almohadillas de amor y coraje. Ese debería ser Fidel.
La confabulación atemporal de estos astros: Abel, Frank, el Che, Celia y otros más, consignó su meta a la llegada de un Fidel Castro íntegro y pleno que pudiese recordar la necesidad que tiene la humanidad de soñar si pretende sobrevivir.
Para Haydée fue sagrado nuestro comportamiento moral. Recuerdo que en uno de mis cumpleaños, Celia Sánchez me regaló una fabulosa caja de muñecas, yo no pasaba de los 7, y después de dejarme disfrutar de aquella sorpresa me dijo: «Ahora escoge una, el resto para tus amiguitas que no tienen a Celia que le haga regalos». Aquella historia parecida a la de Bebé y el señor Don Pomposo de José Martí es una experiencia muy fuerte cuando la vida te la saca del papel de los hermosos cuentos y convoca a tu corazón para el personaje. Fue tan profunda, que todavía sueño con aquellas muñecas, pero también aprendí junto al recuerdo de los juguetes perdidos, que lo que se regala con más amor es aquello que en verdad nos gusta. Así fue nuestra educación. El hecho de ser su hija no era un beneficio, era un compromiso que apenas lograban identificar los niños Abel Enrique y Celia Amaría. Nos cambiaba año tras año el número de hermanos y en mi casa se reunía todo aquel que tenía pena por resolver: los recuerdos amados de Victo Jara y su voz timbrada de tristeza y amor; la hermosa Milena Parra, que debería yo cuidar y dar las muñecas más lindas por ser la nieta de Violeta; y así tantas personas.
Recuerdo también, siendo muy pequeña, que alguien con guitarra fue a la casa muy triste por algo. Pudo ser Silvio, Pablo11, Vicente12 nunca lo supe y mirando frente al mar erizado de invierno donde caían ruidosos los relámpagos de una verdadera tormenta dijo: «De esos rayos de luz que matan, algún día sacaremos corriente». La relación entre el temor y la felicidad no la supe nunca, pero entonces aquel joven tomó la guitarra y se puso a cantar. Ya era nuevamente feliz.
Odiaba al formalismo más allá del límite. Eso reinó en su Casa, en la casa del Vedado, como decía, la de las Américas. Allí impuso con el garrote del amor su forma especial de impulsar una empresa. Creo que la burla y el desprecio a la burocracia de la gente menor está en mi casa colgando de una pared: Un dibujo sobre una servilleta de papel del pintor Mariano Rodríguez durante un flamante Consejo de Dirección al que debía él poner asunto. Ella fue su jefe y esa servilleta fue la única acta de esa reunión, al menos la única que debe quedar. Me parece ver sus reuniones libres de dobleces, me las imagino como un conjuro de estrellas peleando contra el lodo, que sólo tiene razón de existir para hacerlas brillar más.
También decidió que yo con 12 años estaba muy enamorada de Roberto Fernández Retamar y no cumpliría los 13 sin estarlo verdaderamente. La gran Adelaida de Juan, esposa de mi Quijote sería mi confidente, todo eso dispuesto por ella. Guardo en mi casa la foto que le obligó a regalarme y el pequeño búcaro, donde cada dos días debía poner una rosa blanca, porque: «Roberto amaba mucho y muy lindo a Martí y para amar a Martí hay que hacerlo como él»..De aquel amor quedó lo que se proponía: Una profunda admiración por Roberto y Adelaida y una conexión sentimental de amor virginal por José Martí, que sólo el estudio posterior de su obra ha realzado. Cuando leo a Martí todavía siento el aroma de la rosa blanca y la cinta que con amor ella me colocaba en el cabello antes de dormir. Me ligó a Martí con lo inquebrantable: El amor pasional de una adolescente. Nunca he amado a ningún hombre así.
Ella no pasaba del sexto grado, pero para ellos, los iluminados, eso basta. El lazo de su amor por la vida los exime de todo reconocimiento académico.
Allí es donde está esta mujer que todavía persigue donde vivir. Errante, pero feliz de lo que está viendo. Creo que mi hermano y yo herederos genéticos de su existencia estamos de acuerdo en lo esencial Las palabras inspiradas de Abel, de mi Abel, en escasas ocasiones, le alcanzan para suplir su prolongado silencio.
No nos queda otra que respetar a todas las personas que deciden mejor estar muertas que vivas. El viejo cliché de que los revolucionarios no se quitan la vida, (eso lo decía ella también) es tan pueril que basta un par de nombres para echarlo por tierra Dicen que los animales no se suicidan, a no ser para defender la especie. Es pues, al menos, una forma muy humana de morir. Los Lafargue decidieron que eran más útiles así para la causa del proletariado y no dudo que lo hayan sido; ¿quien osa decir que las campanas que hizo doblar Hemingway con su pluma no hicieron repicar a todas las iglesias del mundo con el grito de su última bala?; quien no prefiere todavía la rubia de todos los tiempos en el cine, a la cual hasta un sacerdote brillante le escribe un poema de amor; quien diría que Violeta no le daba Gracias a la Vida con honestidad para viajar a la muerte sin temor y segura de sí misma, al dejarnos en su voz el candor de todo un continente. Entonces sólo es bajar la cabeza, quitarse el sombrero y deslizar lágrimas de piedad por nosotros y no por ellos que están más vivos que muertos, que viajan por el lindero entre ambos estados de la materia libremente y sin dolor, que nos cuidan de los errores. Nosotros estamos destinados a morir irreversiblemente, ellos no.
Y para aquellos a los cuales sólo los hechos contables se miden, ahí está la Casa del amor que fundó Haydee, ahí está América de la cual fue devota, pues sintió su palpitar trémulo y confuso al hacerse novia de sus heraldos. Respetad pues los hechos contables, aquellos para los cuales el corazón no piensa y por no saber sentir, no entienden y llaman locos a los que les superan en cordura del alma. Para los iluminados, vivos y muertos, sí va mi mensaje de gratitud como grita Silvio en su «menos mal que existen».
Un solo detalle se me escapa: soy su hija o lo fui y me dejó objetivamente viva en su muerte, rodeada de algunos muertos en vida, aunque en un Universo de gravedad y magnetismo que es Cuba como epicentro de las luchas humanas por un mundo mejor, el único mundo que se merece este Universo que lleva 15 000 millones de años trabajando en pos de la armonía. Se fue dejándome segura: donde puedo al lado del Fidel trabajar por lo justo que tantos y tantos levantaron con su último suspiro, enamorada perdidamente de Martí e impulsada a la lucha del mundo por el Che Guevara.
Entonces nuestra victoria final, la de Yeyé, está relacionada con el logro de la felicidad de cierto planeta azul de un sistema solar en los confines de la Vía Láctea, y del que dentro de varios siglos podrán decir sus moradores: «Nuestra dicha mundial pudo muy bien estar relacionada con un pequeño apartamento, de una pequeña isla, de nuestro pequeño planeta. La Tierra es feliz, debemos ahora cuidar del Sol».
Notas:
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mama: No le decíamos mamá sino mama
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Abel: Mi hermano Abel Enrique, hijo de Haydée
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comadrita: mecedora típica de la época colonial cubana. Mueble preferido por Haydée
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Abel: Abel Santamaría hermano de mi madre y segundo jefe del asalto al Cuartel Moncada, torturado y asesinado bárbaramente por la tiranía batistiana
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Boris: Boris Luis Santacoloma, asaltante al Cuartel Moncada, novio de Haydée, e igualmente vilmente torturado y asesinado
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papa. Mi padre Armando Hart
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Chela: Secretaria de Armando Hart desde 1959 y amiga entrañable de Haydée Santamaría
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Celia: Celia Sánchez Manduley. Jefa de Despacho de Fidel Castro y combatiente destacada de la Sierra maestra
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Silvio: Silvio Rodríguez. Cantautor
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Gabo: Gabriel García Márquez. Escritor
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Pablo: Pablo Milanés. Cantautor
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Vicente. Vicente Feliú. Cantautor
* Prólogo del libro del mismo título, próximo a aparecer en la Editorial Nuestra América