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He perdido mi corazón

Fuentes: zmag.org

¿Fue la granada que le dio en la cabeza, el shock causado por su explosión o las balas de goma que disparó la Policía Fronteriza? ¿Acaso importa? ¿Pretendían los miembros de la Policía Fronteriza matar a una niña de 11 años, o no? ¿Qué importancia tiene? La verdadera pregunta es: ¿por qué los miembros de […]

¿Fue la granada que le dio en la cabeza, el shock causado por su explosión o las balas de goma que disparó la Policía Fronteriza? ¿Acaso importa? ¿Pretendían los miembros de la Policía Fronteriza matar a una niña de 11 años, o no? ¿Qué importancia tiene? La verdadera pregunta es: ¿por qué los miembros de la Policía Fronteriza vienen casi a diario a Anata, a hacer el trabajo sucio, tal y como sucedió, justo cuando los niños están volviendo a casa de la escuela? ¿Qué es lo que buscan, por el amor de Dios, cerca de una escuela en Anata, una ciudad de Cisjordania situada al noreste de Jerusalén? La Policía Fronteriza vino, los colegiales lanzaron piedras, la policía disparó y mató a otra niña inocente; y no se le piden explicaciones a nadie. La policía del distrito de Shai (Samaria y Judea) está investigando, pero no el Departamento de Investigación de la Policía.

Hace pocas semanas escribimos aquí sobre el obrero Wahib al-Dik del pueblo de Al-Dik y sobre el «niño caballo», Jamil Jabji, del campo de refugiados de Askar, quienes fueron asesinados por el crimen de lanzar piedras. Ahora, Abir Aramin, de 11 años, se les ha unido. Muerte a los lanzadores de piedras o a aquellos que les rodean.

Pero la historia de Abir es algo diferente: ella es la «hija de». Su padre es un activista de Fighters for Peace (Soldados por la Paz, N. del T.), una organización de personas palestinas e israelíes, que han decidido quitarse los uniformes, apartar las armas y hablar en paz. Aramin ha hablado en los últimos meses en docenas de lugares por todo el país, en salas de estar y en escuelas y universidades, desde Hatzor Haglilit hasta Kfar Sava. Unos días antes de que perdiera a su hija, hizo una aparición ante unos estudiantes en la Universidad de Tel Aviv. Ahora también es el padre de un difunto.

La carpa donde se realizó el velatorio, junto al edificio del consejo local de Anata, fue arrastrada por el viento esta semana. Dentro del edificio se servían tazones de cordero, arroz y yogurt extraídos de unos enormes pucheros que antes eran utilizados por las Fuerzas de Seguridad Israelíes, kosher para la comida diaria. Docenas de hombres abatidos deambulaban de un lado a otro, impactados. En la oficina del jefe del consejo, donde hay una reproducción ampliada del pasaporte de Yaser Arafat en la pared, escuchamos durante un buen rato a Bassam Aramin. Lean su doloroso monólogo, escuchen lo que dice. Tales palabras no se han oído en mucho tiempo.

Aramin tiene 38 años, es padre de seis niños incluyendo a Abir. Ha pasado siete años en prisiones israelíes y es natural del pueblo de Seir, cerca de Hebrón. Desde que se casó, ha estado viviendo en Anata, el patio trasero de Jerusalén. Trabaja en el Centro del Archivo Nacional Palestino en Ramala, habla hebreo con fluidez. Gracias a la tarjeta azul de su madre, que es de Jerusalén, Abir era una residente de Israel.

«Nos reunimos por primera vez el 16 de junio de 2005, exactamente dos años antes del día en el que mataron a Abir. Nos reunimos con siete antiguos soldados israelíes que se habían negado a prestar servicio y querían conocer a luchadores palestinos. Nos reunimos en el Hotel Everest en Belén. Cuatro palestinos y siete israelíes. La reunión fue muy difícil. Por primera vez estás sentado junto al tío que te humilla, que te dispara, que te detiene en los controles, que participa en todas las operaciones contra ti en Cisjordania. Al principio pensamos que podrían ser miembros de los servicios de seguridad del Shin Bet o soldados del Duvdevan [una unidad encubierta de las Fuerzas de Seguridad Israelíes], que habían venido a tendernos una trampa. También vi el miedo en los ojos de los israelíes, que pensaban que podríamos estar a punto de secuestrarles. Quizá de matarles.

«Fui arrestado por primera y última vez en 1985, a los 16 años. Cuando eres un niño, tienes tu procedencia. Un niño como yo, que comenzó su lucha izando una bandera palestina por la noche; no necesitaba ni educación ni que me incitaran. Sentía que no tenía otra elección que la de oponerme a la gente que había venido a golpearme, una gente extraña que no hablaba nuestro idioma; no comprendíamos qué era lo que querían. Cuando pregunté a mi padre, que ahora tiene 95, qué es esto, quién es esta gente, me dijo: son judíos. ¿Y qué es lo que quieren? Quieren ocuparnos. ¿Por qué? No supo como explicarme esto. Todo lo que queríamos era que los extranjeros salieran de nuestro pueblo, de nuestro patio de juegos, que nadie nos molestara. En el momento del que estoy hablando no hubiera podido explicar el significado de libertad, independencia, Palestina, no me interesaba.

«Una vez hubo una manifestación en Halhul en memoria de una estudiante que había sido asesinada. Yo tenía 12 años y los soldados llegaron y empezaron a disparar. ¿Cómo pudieron llegar tan rápido, cayendo del cielo? Hay una manifestación y llegan inmediatamente, con gas lacrimógeno y balas. Estaba asustado. La gente se dispersó. Tengo cojera de nacimiento, quería correr, pero no podía huir como los otros niños y los soldados me cogieron. ¡Menudo recuerdo! Soldados muy grandes y terroríficos, me golpearon varias veces y caí al suelo. Huí y pensé que tenía que vengarme. No les había hecho nada; y siempre nos hacían eso. Huí en dirección a las montañas y oímos un tiroteo en el barranco. Encontramos un granjero, con seis balas en las piernas, que sólo había estado trabajando en su tierra. ¡Cómo lloré por él!

«Vi a los soldados volverse locos cuando veían una bandera palestina. No entendía lo que simbolizaba y no tenía armas, no tenía manera de resistir, así que si odiaban la bandera se la mostraría. Así es como aprendí a apreciar este objeto, aunque no entendiera su significado. Volví a casa, rebusqué entre mi ropa por colores, tomé todo lo que fuera negro, rojo, verde y blanco, sin que me pillara mi madre, y me reuní con mis amigos y cosimos una bandera. Por la noche fuimos al árbol más grande de la escuela y le atamos la bandera. Al día siguiente vinieron los soldados. Ése era nuestro juego de niños, nuestra lucha violenta durante meses, hasta que los soldados se hartaron de él y cortaron todos los árboles de la escuela. Entonces empezamos con los postes de teléfonos y también empezamos a escribir ‘Larga Vida a Palestina’ en las paredes. Ésa era nuestra esperanza: redimir Palestina. Si esta bandera sigue izada, pensábamos, ganaremos.

«Después vimos que no funcionaba. Hablar y escribir no ayudaba, y lanzar piedras era una pérdida de tiempo, así que queríamos armas. Afortunadamente, o desafortunadamente, encontramos en una cueva algunas viejas armas que habían pertenecido a soldados jordanos que se fueron en 1967. Dos granadas de mano y una pistola. Me dije: a partir de ahora no hay una tal Israel. Tengo armas. Todo lo que tenemos que hacer es conseguir balas, una bala para cada israelí.

«Sentí que ya era un adulto, no un niño, pero mis amigos me dijeron que no podía ir con ellos porque cojeaba y queríamos que la misión tuviera éxito. Lanzaron dos granadas a unos soldados y nadie resultó herido, y dispararon a un jeep y nadie resultó herido. Todos fueron a prisión durante muchos años, sin sangre en las manos. Yo fui arrestado también y me encontré en prisión durante siete años. Un luchador, un héroe, cambié los juegos de niños por algo serio, y en prisión me encontré deseando leer sobre la lucha, saber cuál era el problema palestino, quiénes eran los judíos, por qué había una ocupación, entender la situación de la que formaba parte. Empecé a comprender nuestro problema, nuestra historia y la de los judíos: desde los tiempos de la esclavitud en Egipto y cómo pasaron por el holocausto y cómo ahora estamos pagando el precio de su sufrimiento.

«Cuando vi una película sobre el holocausto, en 1986, en la Sala 6 del Ala C en la prisión de Hebrón, comprendí muchas cosas. Antes de la película me había preguntado por qué Hitler no los había matado a todos; si los hubiera matado a todos yo no estaría en prisión. Pero quería concentrarme en la película y comprender qué era el holocausto. Después de 15 minutos de película me encontré llorando por esa gente que estaba a punto de morir desnuda, sin ninguna culpa, sólo porque eran judíos. Muchos de los demás prisioneros estaban durmiendo; yo no quería que nadie me viera llorar. ¿Por quién lloras? ¿Por la gente que te ha metido en prisión, que nos está ocupando?

«En la película vi gente con la cabeza agachada. Sin ofrecer resistencia. Gente a la que se enterraba viva con excavadoras, entrando a ser gaseada, a asfixiarse y morir, y gente que entraba a los hornos. Me dolía mucho y también me enfurecía ver que alguien que estaba a punto de morir no ofreciese ninguna resistencia. Ni siquiera gritar, para saber que estás vivo.

«El 1 de octubre de 1987, casi 100 soldados entraron en el ala joven [de la prisión], muchos de ellos enmascarados. Tuvimos que desnudarnos todos, algo muy humillante para nosotros, y tuvimos que atravesar el pasillo. Desde ambos lados te golpeaban hasta que alcanzabas el patio. Recordé que había estado furioso por los judíos que no se resistían al holocausto y sin darme cuenta empecé a gritar. Después de unos minutos ya no veía a los soldados. Sentía que era más fuerte que ellos. Éramos unos 120 los niños a los que golpeaban. Cuando le pregunté al oficial de servicio por qué, me dijo: no pertenecen a la prisión, son soldados en un ejercicio de entrenamiento. Estaban entrenados para acabar con la humanidad de una persona, para generar sólo venganza en su mente.

«Muchas de las cosas que vi en la película sobre el holocausto las volví a ver a lo largo de mi vida. En la Intifada vi cómo enterraban a gente viva en Salem, y cómo asesinaban a una mujer y la dejaban en la carretera. ¿Cómo puede alguien que conoce el sabor del sufrimiento, la esclavitud y el racismo hacer lo mismo a otra nación? A pesar de eso tenía muchos amigos entre los guardias de la prisión, pero para mí los israelíes eran los soldados, los colonos y los guardias de las prisiones.

«Cuando fui liberado en 1992 se había hecho evidente una atmósfera de esperanza. Me casé y empecé a tener niños. Siempre soñaría con ellos, con que no tuvieran que vivir la mala vida que había vivido mi generación. Explicarles todo de modo que no crecieran como yo, sin conocer nada. Que conocieran qué eran los palestinos y qué eran los israelíes… que lucharan contra la ocupación y ayudaran a desarrollar una buena economía, que jugaran, crearan y estudiaran como todos los niños. Todos los niños quieren ser médicos; en realidad Abir quería ser ingeniero. De ese modo quería criar a mis hijos.

«Me encontré en Fighters for Peace y después de la primera reunión supimos que íbamos a estar juntos durante mucho tiempo, y que teníamos la gran responsabilidad de luchar por la vida, por la libertad, de explicar el valor de la vida humana, porque éramos instrumentos de guerra en ambos bandos. Explicar a los israelíes que no saben qué es una ocupación, que sus hijos se están convirtiendo en crueles asesinos que creen que están protegiendo la seguridad y están haciendo lo contrario, poner en peligro la seguridad.

«Una vez, una estudiante se me acercó después de una conferencia en Hatzor Haglilit (me habían dicho que era un lugar muy difícil que había sido el blanco de muchos Katyushas) y me dijo: eres el primer palestino que conozco. Me abrazó y me dijo: ‘ahora he hecho las paces con los palestinos. No creeré más las noticias, al gobierno, o todas las mentiras. Simplemente, he comprendido’. Eso me dio muchos ánimos, porque había alguien al otro lado que te entendía y te aceptaba

«El pasado martes estaba durmiendo aún cuando Abir fue a la escuela. Tenía un examen de matemáticas. A las 9:30 me fui a Ramallah a trabajar. Abir me había dicho el día antes que quería ir a casa de una amiga a estudiar, y le dije: oh, no, no irás. Yo te ayudaré a estudiar.

«Estaba montado en un taxi, buscando a mis hijas que salían de la escuela. A la izquierda vi un jeep de la Policía Fronteriza. Les miré y pensé: ¿por qué vienen ahora? ¿Para maltratar a nuestro hijos? Insallah, no pasará nada. Mis hijas sólo inhalarán gas. Cuando llegué al cruce de Al-Ram un profesor de la escuela me llamó y me dijo que Abir había caído, y que había llamado a su madre para que fuera a la escuela a buscarle. Llamé a casa y Arin, mi hija mayor, que tiene 12 años, estaba llorando. No entendía nada. Un vecino cogió el teléfono y me dijo: los soldados dispararon a la cabeza de tu hija y está herida.

«Llamé a la escuela y me dijeron que la habían llevado al hospital de Makassed [en Jerusalén Este]. Conduje inmediatamente hasta Makassed, y por el camino vi a la Policía Fronteriza junto al edificio del consejo local, pero pensé que no era momento para discursos. Cuando llegué a Makassed me dijeron que su estado era muy crítico. Me dijeron que necesitaba una operación. Tenía miedo y les dije que ella tenía una identificación israelí y que quería llevarla al hospital de Hadaza. Para agilizar las cosas me puse en contacto con el Centro Peres por la Paz, quienes me ayudaron mucho y me mandaron una ambulancia Magen David Adom y la llevaron a Hadaza. Allí decidieron que no era necesaria ninguna operación. Gracias a Dios, me dije a mí mismo.

«A las 7 de la tarde su estado se deterioró; de repente necesitaba una operación. Teníamos que esperar un milagro, me dijeron los médicos. Comprendí que mi hija necesitaba un milagro y que en estos días no hay milagros. Me dije que no quería vengarme. La venganza es que este ‘héroe’, a quién mi hija puso en peligro y que le disparó, fuera llevado a juicio. Después fue declarada oficialmente muerta.

«Por lo que se me dijo comprendí que los niños lanzaron piedras y que la Policía Fronteriza lanzó una granada a la cabeza de Abir, desde detrás, a una distancia de cuatro metros. Al principio dijeron que había sido herida por una piedra. Conozco ese juego, pero no creía que pudieran caer a un nivel tan despreciable (perdón por utilizar esa palabra) cuando dijeron en el Canal 2 que Abir había estado jugando con algo que le explotó en la cabeza. ¿Sus dedos estaban enteros y su cabeza explotó? Son despreciables, dije. Embusteros. Mandaron a un chico de 18 años con un M16 y le dijeron que nuestros hijos son sus enemigos, y él sabe que nadie le enviará a juicio y por tanto dispara a sangre fría y se convierte en un asesino.

«No voy a explotar la sangre de mi niña para propósitos políticos. Éste es un clamor humano. No voy a perder mi sentido común, mi dirección, sólo porque he perdido a mi corazón, mi niña. Continuaré luchando para proteger a sus hermanos, sus compañeros de clase, sus amigas, tanto palestinos como israelíes. Todos son nuestros hijos».

http://www.zmag.org/spanish/0307levy.htm