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Henry Reeve, vencedor de huracanes

Fuentes: Rebelión

A más de los blues de Louis Armstrong y los bonitos hoteles, prostíbulos y restaurantes que tenía Nueva Orleáns, la devastación causada por el huracán Katrina reflotó la historia de un negocio que haría morir de envidia al vicepresidente Dick Cheney: la compraventa de Luisiana. La cesión del territorio colonial francés que en 1803 dobló […]

A más de los blues de Louis Armstrong y los bonitos hoteles, prostíbulos y restaurantes que tenía Nueva Orleáns, la devastación causada por el huracán Katrina reflotó la historia de un negocio que haría morir de envidia al vicepresidente Dick Cheney: la compraventa de Luisiana.

La cesión del territorio colonial francés que en 1803 dobló la superficie original estadunidense hunde sus raíces en tres hechos ligados entre sí: la historia de la esclavitud y la piratería en el Caribe, la expansión del imperialismo yanqui hacia el sur y el papel de la revolución cubana en las luchas sociales de América Latina.

Los grandes golpes climáticos suelen preceder a las grandes transformaciones en la vida política de los pueblos. Después del diluvio, Abraham condujo a su tribu hacia la «tierra prometida». Fidel Castro nació en el año del «gran ciclón» (1926). Y después de Katrina, la Casa Negra teme que su propio pueblo desate en su contra la auténtica «furia de los elementos».

Deliberadamente soterrados por el colonial-imperialismo (y empezando por la revolución de Haití), los hechos más representativos de la modernidad cabal y honestamente entendida tuvieron lugar en el Caribe, donde Europa libró la guerra sucia del progreso y la civilización.

Los historiadores cipayos atribuyen la venta de Luisiana a las necesidades financieras de Napoleón, en guerra inminente con Inglaterra. Curiosamente, la historia antimperialista coincide en este punto con el demócrata esclavista Thomas Jefferson: después de vencer a la armada de Napoleón en Haití, la causa antiesclavista de Toussaint L’Ouverture se jugaría en el continente, en Nueva Orleáns y toda Luisiana (que hoy abarca más de 12 estados), impidiendo la expansión de Washington hacia el oeste.

Adelántandose a los planes revolucionarios de Haití, el enviado especial de Jefferson, James Monroe (aquel de «América para los americanos») ofreció en París 15 millones de dólares por Luisiana. Francia aceptó. De todos modos, la lucha antiesclavista prosiguió en Estados Unidos, hasta la guerra civil, que al norte capitalista le representó la victoria sobre el sur atrasado y feudal (1861-1865).

Tres años después, en 1868, Cuba y Puerto Rico emprendieron al unísono su propia lucha anticolonial y antiesclavista contra el imperio español. El general estadunidense Thomas Jordan organizó una expedición de abolicionistas, y el 11 de mayo de 1869 doscientos hombres de diversos países desembarcaron en Cuba. Entre ellos Henry Reeve, joven nacido en Brooklyn.

Reeve participó en varias batallas, fue hecho prisionero en la región de Holguín y fusilado en unión de un grupo de compañeros. Con cuatro balazos en el cuerpo, Reeve sobrevivió y retomó contacto con las tropas del general mambí Luis Figueredo. Ascendido a brigadier, pasó a combatir bajo las órdenes de Ignacio Agramonte.

Desde su centro de operaciones en la ciénaga de Zapata, Reeve revitalizó la guerra de guerrillas. El 4 de agosto de 1876, cercado por las tropas españolas en Yaguaramas, cerca de Cienfuegos, se pegó un tiro. Tenía 26 años y murió como general de brigada del ejército mambí.

Naturalmente, a Reeve los cubanos no le decían Che. Le decían El ingresito o Enrique, el americano. Y como tantos hijos del pueblo estadunidense que antes y después de John Reed y Nicaragua sandinista entregaron la vida al servicio de las luchas revolucionarias, los nombres de Abraham Lincoln y Henry Reeve están grabados en el corazón de todos los cubanos que saben honrar a quien honor merece.

Con larga experiencia en la lucha contra el demonio imperialista, y contra los huracanes de todos los grados concebibles, y con la ética excepcional que los tartufos del «centrismo» ideológico le niegan, Cuba fue el primer país que oficialmente guardó un minuto de silencio por las víctimas de Katrina.

Ni la CNN, ni Televisa, ni la BBC, ni algunos intelectuales que aprovechándose de la tragedia dieron rienda suelta a su insondable y miserable vanidad proponiendo el rescate de «la cultura de Nueva Orleáns» registraron el hecho.

Seguidamente, a cambio de nada, Cuba ofreció a Estados Unidos el envío de mil 600 médicos con una o dos misiones de cooperación internacional cumplidas en 43 países del mundo. Con una experiencia profesional de 10 años, miles de kilos en sus mochilas, y 36 toneladas de medicamentos, los cardiólogos, pediatras, gastroenterólogos, se alistaron para viajar a Nueva Orleáns, Mississippi y Alabama.

El odio pudo más. Scout McClellan, gángster que oficia de portavoz de la Casa Negra, respondió al ofrecimiento de Cuba: «Nuestro deseo es que Castro ofrezca libertad a su pueblo».

Sin embargo, como dice la canción, el amor es más fuerte. El 19 de septiembe próximo, en La Habana, y ante 12 mil profesionales y estudiantes de ciencias médicas, Fidel Castro presentará formalmente el Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastre y Graves Epidemias. Unico en el mundo, el contingente será conocido con el nombre de Fuerza Médica Henry Reeve.