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Hernán Schengen Cortés

Fuentes: Público

«En época de mentiras, contar la verdad se convierte en un acto revolucionario» (George Orwell) La leyenda negra española está de vuelta. Renacida. Resucitada. Parece inevitable: la propia definición que el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española hace de ´leyenda negra´ («opinión contra lo español difundida a partir del siglo XVI») está […]

«En época de mentiras, contar la verdad se convierte en un acto revolucionario»
(George Orwell)

La leyenda negra española está de vuelta. Renacida. Resucitada. Parece inevitable: la propia definición que el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española hace de ´leyenda negra´ («opinión contra lo español difundida a partir del siglo XVI») está diseminándose por el mundo. Después de los tétricos episodios en las salas de retenciones de Barajas y El Prat, la imagen de la España de la conquista se ha tatuado en la imaginación de los extranjeros, principalmente de los latino americanos. La España torpe, católico céntrica y brutal que Fray Bartolomé de la Casas retrató en Brevísima relación de la destrucción de las Indias , vuelve/renace: «Hacían unas orcas largas que juntasen casi los piés á la tierra, y de trece en trece, á honor y reverencia de nuestro Redentor y de los doce Apóstoles, poniéndoles leña y fuego los quemaban vivos». Parece que de nada han servido años/décadas de buenas intenciones, progreso capitalista y presunta civilidad europeizada. Las insultantes palabras del historiador Philp Wayne Powell, recogidas en su libro Tree of Hate, están ganando argumentos a este lado del Atlántico: «Los españoles se han mostrado históricamente como excepcionalmente crueles, intolerantes, tiránicos, oscurantistas, fanáticos, avariciosos y traidores». Y es que, aunque la leyenda negra fue encendida por los enemigos del Imperio que sufrían la competencia comercial/colonial o simplemente presión política, es difícil limpiar el oscurantismo tiránico de la historia de España.

El legado de Hernán Cortés, el conquistador más detestado en América Latina, podría explicar en parte el por qué de la calurosa recepción de la leyenda negra en este continente. El primer contacto de Hernán Cortés con Meso América se produjo en la isla de Cozumel, un epicentro religioso de los mayas. Después de destruir/machacar a los conquistados, la Virgen María sustituyó a todos los símbolos religiosos mayas. Y sumó y siguió hasta el punto que sobra repetirlo.

Hernán Cortés, afortunadamente, ya no es sinónimo de España. Y puede que los inmigrantes latino insultados, maltratados y repatriados (legal o ilegalmente) desde Barajas o El Prat no conozcan los detalles de las masacres del gran conquistador. Pero sienten una rabia y odio hacia España igual a la de sus antepasados. Y de alguna manera han comenzado a odiar a un tal Hernán Schengen Cortés que aúna las características de los hombres salvajes que fomentaron la existencia de la leyenda negra y de los que azuzan el europeismo más xenófobo y conservador.

El español de a pie -europeizado, enriquecido- se limita a decir que su gobierno apenas aplica el trato de Schengen, que en 1985 comenzó a abolir las fronteras europeas (y a levantar férreos muros invisibles con los países pobres del mundo). El españolito de a pie, Hernán Schengen Cortés, argumenta impávido, con su deje de chulo cristiano/conquistador, que España cumple el tratado de Schengen. Sólo eso. Que apenas obliga a sus turistas a demostrar «condiciones económicas» (que en España son 60 euros por día), reservas de hoteles o de tour operadoras y un largo etcétera. Sólo eso. Para entrar, hay que convertirse al divino euro. Hay que amar a una cuenta bancaria como si fuese el propio cristo. Sobre el riesgo de ser quemado en la hoguera de la repatriación. Y nadie se cuestiona por qué. Por qué las personas se han convertido en euros-con-patas. Por qué sólo quien pueda ser un devoto y probado consumista puede entrar en el Shopping Europa. Por qué ya no se puede hacer turismo de por libre, cambiar de ciudad cuando a uno le apetezca. Por qué los turistas que aman bibliotecas, museos o simplemente sentarse en un banco a observar sin gastarse un euro, por ley, ya no pueden entrar. Conocer otra cultura, para algunos, es ilegal. Por lo menos para los «no Schengen». Después de visitar más de 40 países del planeta tierra, mi memoria apenas me trae algunos viajes en los que mi visita estuviese planeada/reservada al 100%. Mucho menos con férreas reservas de hotel. Pero da igual. Hernán Schengen Cortés lo tiene claro: los «sudacas» incumplen la ley. Para qué cuestionarla. Para que reconocer errores. Orden+contraorden (como decía un rumor militar), =desorden. Puedes ser holandés y hacer turismo sexual. Puedes ser danés y venir a emborracharte a España, con pocos euros en el bolsillo (como un grupo de rubiales que hace meses me preguntaron en Madrid por una discoteca y luego no tenían 12 euros para entrar en el Elástico). ¿Euros=personas?¿Que viva la libre-circulación-de-dividendos-y-no-de-seres-humanos?¿Cuántos de los 52 millones de turistas que según la Organización Mundial del Turismo llegaron a España en 2007 podrían entrar «legalmente» en la frontera con una contante suma eurificada?

El nuevo Hernán desconoce que Schengen es un diminuto, tranquilo y soporífero pueblo de Luxemburgo donde se firmó el dichoso tratado. Una localidad que en 2005 tenía 415 habitantes. Un pueblo que resume a la perfección el Gran Ducado de Luxemburgo (y exagerando un poco, Europa), un país con el PIB per cápita más elevado del mundo y con un porcentaje de inmigrantes descomunal (39% en 2005). Un país que forjó su prosperidad en la población inmigrante. Y que, paradójicamente, demuestra unas crecientes estadísticas de xenofobia. Que el Gran Duque de Luxemburgo pueda deshacer las cortes a su antojo podría matizar una siempre incompleta radiografía de Luxemburgo, respetabilísimo país.

Que Hernán Schengen Cortés quiera dejarse llevar por el Gran Duque del europeismo, del capitalismo/consumismo, tiene alguna lógica. Que se pida a los turistas brasileños un seguro médico cuando existe un tratado bilateral entre el Gobierno Español y el Instituto Nacional de Seguro Social de Brasil (INSS) que garantiza atenciones médicas recíprocas, es, cuanto menos, cuestionable. Pero que las exigencias de Hernán Schengen Cortés se hagan con prepotencia, xenofobia, arbitrariedad, crueldad, frialdad y/o burrocracismo (fabulosa palabra usada en Brasil) es mucho más que criticable. Las situaciones vividas por inmigrantes latinos en los aeropuertos de Barajas y El Prat, denunciadas por Público durante esta semana, rozan el sur-realismo: Insultos, criterios subjetivos, desprecio, falta de higiene, comida inapropiada (cerdo para musulmanes, carne para vegetarianos), sarcasmo prepotente…. Las salas de los horrores de los aeropuertos españoles encierran violaciones sistemáticas de los derechos humanos y de las libertades de cualquier democracia del mundo. Y más de una que pretende dar lecciones de libertades al tercer mundo.

Después de siglos de Inquisición, de conquista salvaje, después de un crudo aznarismo que basó su incursión en América Latina en el neoliberalismo más agresivo, después del real «por qué no te callas», después de más de cinco siglos de españolismo zafio y de 26 años de conservador europeismo, la leyenda negra resucita a pasos agigantados. En su esfuerzo por cumplir con Europa, por servir al Gran Duque de la Economía, el Gobierno de Zapatero está escribiendo un tétrico y chapucero Pepe Gotera y Otilio, repatriaciones a domicilio . Definitivamente, Hernán Schengen Cortés desconoce su pasado: una densa historia de emigraciones, de pobreza, de conquistas sangrientas… Para luchar contra la inmigración ilegal (nadie está cuestionando que no sea necesario) hay que conocer el pasado. Aunque sea para no repetirlo.

Pepe Gotera Schengen no sabe (faltaría más) que su tataratataraetc abuelo Hernán Cortés nunca acabó su carrera de derecho. A los 14 años fue enviado por su padre a estudiar leyes a la universidad de Salamanca. Sin embargo, Hernán abandonó su futuro de abogado por una vida de aventuras. El gran conquistador español nunca supo nada de leyes. Y así nos va.