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Hizbolá: algo más que terroristas

Fuentes: Comité de Solidaridad con la Causa Arabe

El domingo pasado fui a una concentración frente a la Embajada de Israel en Madrid y encontré a muchos camaradas, amigos de la Universidad, o compañeros que trabajaron conmigo en el Cervantes de Beirut o en el Comité de Solidaridad con la Causa Árabe. En todos los casos, al acercarse sonrientes para saludarme, antes de […]

El domingo pasado fui a una concentración frente a la Embajada de Israel en Madrid y encontré a muchos camaradas, amigos de la Universidad, o compañeros que trabajaron conmigo en el Cervantes de Beirut o en el Comité de Solidaridad con la Causa Árabe. En todos los casos, al acercarse sonrientes para saludarme, antes de preguntarme «¿cómo te va?» e interesarse por mi estado, me decían «baja esa bandera», «¿qué haces?». Y es que yo llevaba una bandera de Hizbolá y, por supuesto, dejé ondeando al viento la bandera mientras discutía infinidad de aspectos que son los que ahora me llevan a escribir esto. Ya que a mi entender, se hacen necesarias algunas precisiones sobre la naturaleza y el papel de Hizbolá.

La bandera flameaba y todos los árabes con los que cruzaba la vista me sonreían. Uno que estaba a mi lado me dijo «ponte en la primera fila para que te vea la televisión», y otro, que más tarde me veía distraído y enfrascado en una discusión, me asaltó «déjamela a mí, yo la agito». Y es que los árabes son una realidad y nosotros otra. ¿O no? En cualquier caso la lengua con la que se designa a la realidad en la prensa son muy diferentes a uno y otro lado. Nuestras formas de entender no creo que sean diferentes, los conceptos son universales, pero el lenguaje deforma nuestra percepción y se hace necesario compartir un mismo lenguaje para entenderse. Una u otra palabra, para designar a una misma realidad, puede hacer que sientas brío o sonrojo al flamear una misma bandera.

Primero, algo obvio sobre Hizbolá. Evidentemente no es «un grupo terrorista», ni «una guerrilla», ni «una milicia» como pretende la Resolución 1559. ¿Por qué? Vayamos término por término.

El uso que se hace del término «terrorista» es realmente increíble y se le dan varios significados. Por una parte, la mayoría acepta por terrorista quien designe la Administración Norteamericana como tal, así de simple. Después hace una lista en la que incluye los nombres de las organizaciones, partidos o estados que le parecen molestos en algún lugar del mundo. Recientemente hemos visto cómo han quitado a Libia. En su día metieron a Hamás. Todavía no entiendo cómo los dejaron participar en las elecciones palestinas. Por otra parte, aún con imprecisión, podemos aceptar por terrorismo el hecho de asesinar civiles indiscriminadamente para conseguir un fin político. Las operaciones de Hizbolá -operaciones y no atentados- antes de este conflicto siempre se han dirigido exclusivamente a militares del Tsahal.

Por «guerrilla» siempre se ha entendido un grupo armado que quiere hacerse con el poder del país de forma no democrática para cambiar el modelo político. Nada más lejos en el caso de Hizbolá puesto que nunca ha utilizado sus armas contra el Ejército Libanés y además, no sólo tiene dos ministros en el gobierno actual y varios diputados en el parlamento, sino que en las elecciones de mayo de 2005 fue el partido político más votado del Líbano y, por si alguien dudase de su carácter nacional y democrático, tiene suscrita una alianza con el Partido Nacional Libre del general Michel Aoun, compuesto en su gran mayoría por cristianos. Hay muchos ejemplos de honestidad democrática en la persona de Hasan Nasralá, cualquiera que haya seguido la ajetreada política libanesa sabe el respeto que le dispensan en todas las esferas empezando por el difunto Rafiq al-Hariri.

Con «milicia», en el contexto de la Guerra Civil Libanesa, se ha designado a los brazos armados de los partidos políticos que, además, generalmente estaban vinculados a una confesión. Estas milicias, por tanto, se consagraban a proteger sus intereses confesionales y políticos frente a otros partidos. Hizbolá, después de la Guerra, nunca ha utilizado sus armas para dirimir disputas internas. Es más, cuando se retiró Israel del Sur del Líbano en el año 2000 y no acogió en su territorio más que a los líderes del colaboracionista ESL (Ejército del Sur del Líbano) dejando del lado libanés a la tropa, no se supo de nadie en Hizbolá que tomará represalias contra los que durante muchos años anduvieron torturándoles ante los ojos de oficiales israelíes en la prisión de Jiam. Incluso en Bint Ybeil, conocidos por todos, todavía viven los soplones de Israel. No obstante, a raíz de la resolución 1559 que en su segundo artículo pide el desarme de las milicias en Líbano, algunos han propuesto la definición que les conviene para desarmar a Hizbolá y a los palestinos dentro de los campos: todo ejército no regular.

Y es que Hizbolá es, en parte, un partido democrático dentro de Líbano y un movimiento de resistencia islámica- y así es como ellos se llaman a sí mismos- cuyo objetivo es defender al país de las permanentes agresiones israelíes y restituir la soberanía nacional libanesa combatiendo la Ocupación Israelí de las Granjas de La Chebáa, las alturas de Kfar Chuba y el pueblo de Najila.

Pero Hizbolá no es sólo eso, es mucho más. La televisión al-Manar que las Fuerzas de Ocupación del Ente Sionista bombardearon nada más empezar su agresión, al más puro estilo de la OTAN en Kosovo o del golpe de estado en Rusia, y que ya había sido prohibida en Europa y EEUU, ¿qué delito cometió? ¿gozar de libertad de expresión? Asimismo la revista semanal y la página de Internet al-Intiqad ¿Por qué no se puede abrir en internet? Aún con todo, alguien podría decir que se trata de aparatos de propaganda propios de cada partido, así que sigamos.

La minoría chií siempre ha sido la tesela menos destacada del mosaico libanés. Siempre ha estado oprimida y mal o nada representada, sus partidarios constituyen el sector más desfavorecido del Líbano. De hecho, la mayor parte de los que han hecho posible el progreso del peso político de Hizbolá son los desplazados de la anterior ocupación israelí que, procedentes del Sur, se afincaron en la Dahiya Yanubiya y en Harat Harek, barrios del Sur de Beirut, rodeados de campos de refugiados palestinos como Bury el Bereyneh, Chatila, etc. Y que hoy, de nuevo, se ven desplazados. La avenida Hadi Nasralá, de la que poco debe quedar a estas horas, era un ejemplo de urbanismo sin parangón en todo Beirut; avenidas con aceras e islitas, pequeñas zonas verdes, pasos de cebra, semáforos, edificios modernos de ocho o más plantas en sintonía, con sentido de conjunto. (Quien haya visitado Beirut, valorará estas palabras).

Toda esa gente pobre que estaba construyendo un presente democrático y organizado son las principales víctimas de esta guerra. Aunque esta guerra, no lo olvidemos, va dirigida a todos los libaneses sin excepción. En esos barrios hoy masacrados y abandonados, Hizbolá atendía a los ciudadanos y llenaba a través de una amplia red de asistencia social el hueco dejado por las instituciones gubernamentales de un estado ausente y malogrado. Al menos tres hospitales, varias escuelas, centros de estudios y de investigación, fondos de ayuda a los huérfanos y a las familias de los mártires (otra palabra con muy distinto valor aquí y allí), y un largo etc. Ni que decir tiene que son obras sociales, muy distantes de las religiosas o militares, con las que Hizbolá ha ganado un amplio respaldo popular al brindarle una brizna de esperanza.

Y así necesitaríamos horas para ‘traducir’ términos como «conflicto» por «guerra», «secuestrados» por «prisioneros de guerra», «concesión» por «derecho», «estado de Israel» por «ente sionista», «operación» por «atentado», «mártir» por «suicida», «terrorista o miliciano» por «combatiente» que nos desfiguran la realidad y nos llevan inconscientemente, y esto es lo peligroso, a posturas conciliadoras con el imperialismo. De hecho al hablar del tema, solo por el lenguaje, ya se ve si nos podemos entender o no.

HIZBOLÁ FRENTE A ISRAEL EN LA GUERRA ACTUAL

Cuando Condoleezza Rice dijo que lo que estamos presenciando no son más que las contracciones de un nuevo Oriente Medio que va a ver la luz, se puso de manifiesto que la razón de la guerra obedece a un plan norteamericano israelí -previo a la captura de soldados- para implantar un nuevo orden en la región. Y en ese plan Israel es la mano de hierro que ejecuta esa política unilateral e impuesta. Israel no quiere vivir en paz, no quiere permanecer ni insertarse en el entorno. Si quisiese, negociaría tomando como base la iniciativa árabe de la Cumbre de Beirut de 2002, la Hoja de Ruta o los defenestrados Acuerdos de Oslo.

Pero Israel no quiere negociar. Su ejército, el Tsahal, es el único elemento de cohesión de una sociedad artificial, cobarde y paranoica cuyo gobierno solo entiende el lenguaje de las armas con sus vecinos. Se sabe el Ejército más moderno y el Estado solo se apoya en su arrogancia y en la política de hechos consumados mediante el uso ciego de la fuerza. Ese es el único lenguaje que entiende. No respeta la vía diplomática o del diálogo, ni a los representantes electos, ni la legalidad internacional. Frente a esta actuación, la lógica de la resistencia es la más eficaz. Capturar prisioneros y forzar a negociar. De hecho, esta ha sido la única forma de sentarlos a negociar en repetidas ocasiones. Además, apresar militares israelíes mientras haya presos libaneses en Israel es un deber moral para forzar el intercambio para conseguir su liberación.

La Resistencia Islámica, que tomó el relevo de la Resistencia Nacional en el 82 tras liberar Beirut, en los sucesivos intercambios de prisioneros y de cadáveres (1985, 1996 y 2004) ha recuperado presos del Partido Comunista Libanés, gesto que da una semblanza de su sentido nacional más allá del confesional, y prisioneros de otros países árabes, que le da el sentido de lucha por la Causa Árabe, es decir por la liberación de Palestina. Y es que esta cuestión se omite frecuentemente en la prensa, pero detrás de quitar las armas a Hizbolá viene la nacionalización o la expatriación de los refugiados palestinos del Líbano, ya que es necesario acabar con todas las fuerzas discordantes para hacer posible el parto que propone Rice.

Israel sabe muy bien que no puede acabar militarmente con la Resistencia, por eso destruye sociedades, sobre todo si son democráticas como las de Palestina y Líbano, para impedir que ningún país de su entorno pueda prosperar y así eternizar los desequilibrios y posponer indeterminadamente una solución para la región. El primer objetivo es destruir y el segundo castigar a la población civil por haber votado a quien no les conviene a ellos. Invertir con las armas el resultado democrático, arrancarles a Hamás y Hizbolá el respaldo popular que los sustenta. Una estrategia bruta, antidemocrática y criminal que además una y otra vez se demuestra inútil.

Preguntémonos: ¿Es Israel un enemigo del Líbano? Sí, no cabe la menor duda de que la política hostil y agresora de Israel supone una amenaza constante al Líbano. ¿Puede el Ejército Libanés enfrentarse a Israel? No, por la falta de misiles, de cazas (que tiene prohibido por los acuerdos de Taif -¡Qué glorioso y valiente el Ejército del aire israelí que bombardea durante un mes un país que tiene prohibida la aviación militar y los mísiles tierra aire!) y sobre todo por la falta de consenso político que lo tiene relegado a desempeñar funciones administrativas y de prevención de disturbios internos. Además el 85 por ciento de su material es estadounidense y es completamente inútil frente a Israel. Un ejemplo; el ejército del aire libanés tiene 30 helicópteros Bell UH-1H de los que se hicieron famosos en la guerra de Vietnam hace 40 años y que ahora están jubilados en la mayor parte del mundo. Aparte de ser poco más que chatarra frente a las armas israelíes, los estadounidenses se los vendieron en condiciones escandalosas: prohibición de ponerles radares y de proveerlos de armas, incluso ametralladoras, con el fin de proteger a Israel. La desfachatez de la administración norteamericana es asombrosa; a la vez que morían cuatro militares libaneses al estrellarse el 5 de mayo un helicóptero por su mal estado (no les vendían siquiera piezas de recambio), especialistas del Pentágono visitaban el Ministerio del Interior Libanés para negociar la venta de los más sofisticados y modernos sistema de defensa y vigilancia para instalar en la frontera con Siria.

La Resistencia Islámica de Hizbolá, al igual que en sus obras sociales, nace de una necesidad nacional y de la falta de consenso a nivel institucional y de gobierno. Seguramente Hizbolá no sea en absoluto la mejor opción, pero, ahora, sobre el terreno es la única. Esto tiene que estar muy claro. Y en efecto todo el Líbano está unido a la Resistencia porque saben por la experiencia que si no lo estuviesen estallaría la guerra civil y la posible fragmentación del país. Por lo tanto, solo alinearse con la resistencia de Hizbolá garantiza la integridad, la unidad y la soberanía libanesas.

HIZBOLÁ Y EL RENACER DE LA CAUSA ÁRABE

Hace casi 40 años, en junio del 67, los árabes salieron de la historia o pasaron a un tercer plano. Hoy han vuelto a entrar con el mismo enemigo enfrente, pero planteando una nueva estrategia defensiva. Al igual que en el 67, los resultados de este nuevo episodio van a influir de manera directa- bien como un lento resurgir, bien como otro largo letargo- en el mundo árabo-islámico desde Irán a Sudán, pasando por Siria, Irak, Palestina, Líbano y Somalia.

De hecho, 40 años después del fracaso Naserista, los Estados Árabes y sus ejércitos regulares son incapaces de enarbolar la bandera de la Causa Árabe debido a tanto contemporizar en busca de su propia estabilidad. Por eso, si el arrojo de Hizbolá y Hamás se propaga entre los pueblos de la región y desestabiliza los gobiernos y las monarquías «moderados» supondrá el mayor triunfo de la democracia, de la democracia verdadera y no como resultado de una política impuesta por EEUU e Israel. Esta es la única esperanza a corto plazo para el mundo árabe islámico de parar la fragmentación interna y el neocolonialismo occidental.

Porque no lo olvidemos, la reciente agresión israelí al Líbano no es más que el último episodio de una larga guerra que lleva casi un siglo y que por supuesto no es consecuencia de la captura de los dos soldados prisioneros. Hoy, después de un mes de atroces bombardeos y de negociaciones, no podemos ignorar – como viene haciendo en la prensa- la relación entre el asesinato de Rafiq al-Hariri y el proyecto norteamericano-israelí en la zona que abarca desde la tregua de 1949, pasando por las invasiones y ocupación de 1978 y de 1982 y la retirada del 2000, hasta lo que vemos hoy y lo que falta por venir.