«No creo que en Palestina tengamos más trastornos mentales que en otros países, por ejemplo hay menos casos de anorexia nerviosa». Samah Jabr es responsable del área de Salud Mental del Ministerio de Salud palestino, psicoterapeuta, psiquiatra (una de las primeras mujeres de su país en ejercer) y activista por los derechos humanos. La que […]
«No creo que en Palestina tengamos más trastornos mentales que en otros países, por ejemplo hay menos casos de anorexia nerviosa». Samah Jabr es responsable del área de Salud Mental del Ministerio de Salud palestino, psicoterapeuta, psiquiatra (una de las primeras mujeres de su país en ejercer) y activista por los derechos humanos. La que sí constata la doctora es un mayor número de trastornos de carácter psicosocial -vinculados a la violencia y ocupación israelí-, como el sufrimiento por las torturas o las consecuencias del paso por las prisiones. En mayo de 2016, después que el Estado de Israel matara a 170 palestinos e hiriera a más de 15.000 el año anterior, la Organización Mundial de la Salud (OMS) mencionó la depresión, el trastorno de ansiedad y el sufrimiento como problemas psicológicos más frecuentes. En Jerusalén Este, anexionado por Israel y donde viven 435.000 palestinos, los efectos de las demoliciones de viviendas y desalojos forzosos afectan especialmente a las mujeres, según el organismo de Naciones Unidas.
Profesora en la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud George Washington, en la capital de Estados Unidos, Samah Jabr es una de las 22 psiquiatras que ejercen en los territorios ocupados de Cisjordania (2,9 millones de habitantes). «Son muy pocos profesionales para las necesidades que tenemos, muchas de las personas que estudian Psiquiatría se han ido de Palestina», declara en entrevista previa a un acto organizado en Valencia por la ONG Alianza por la Solidaridad; También han de enfrentarse al desprestigio de la profesión: «Quiero que seas una doctora ‘normal'», le dijo su madre. Otro factor, añade Jabr, es que la Psiquiatría occidental está pensada para países con una vida «cómoda», pero no para estados como Palestina, con escasos recursos y sometidos a ocupación militar. Ejemplo de ello son las consecuencias de los bombardeos de Israel sobre la franja de Gaza, en el verano de 2014, que se saldaron con 2.250 palestinos muertos (538 menores); UNICEF informó que 360.000 niños palestinos requerían apoyo psicosocial urgente por sufrir traumas severos; los ataques terrestres y aéreos de Israel dejaron asimismo 3.370 niños heridos y 54.000 sin hogar; asimismo, según la ONG palestina Military Court Watch, el 64% de los menores detenidos por Israel son objeto de abusos, golpes y malos tratos.
«Son generales los abusos y agresiones en las cárceles de Israel -afirma Samah Jabr-, además cuando los presos palestinos salen a la calle no acuden habitualmente a una Unidad de Salud Mental; sin embargo, han sufrido mucho dolor producto de las agresiones y de los trastornos, que probablemente nunca sean diagnosticados». En el caso de los adolescentes, sostiene la psicoterapeuta, «es muy difícil que se reintegren en la sociedad, ya que proyectan ‘afuera’ las figuras autoritarias que han vivido en la prisión».
La activista insiste en que no se trata, sólo, de observar a los pacientes desde una perspectiva clínica: «Hay que abordar el problema político y los efectos de la ocupación». Según la ONG palestina Addameer, 6.119 palestinos se hallan en cárceles israelíes (450 por detención «administrativa»), entre ellos 59 mujeres y 330 niños (cifras de enero de 2018); esta organización añade que desde el comienzo de la ocupación en 1967 (Guerra de los Seis Días), más de 800.000 palestinos han sido detenidos por las fuerzas israelíes, lo que supone el 20% de la población palestina de los territorios ocupados. ONU Mujeres apunta otras dificultades a las que se enfrentan las detenidas y encarceladas: acceso inadecuado a la atención médica, riesgos vinculados al embarazo y a dar a luz en la prisión, el acoso sexual y, tras la puesta en libertad, la posibilidad de estigmatización y marginación en las comunidades.
Samah Jabr trabaja en Cisjordania con Médicos Sin Fronteras (MSF). La ONG difunde a través de la serie «Mentes Ocupadas» la experiencia de personas afectadas por el conflicto, y a las que ofrece asistencia, en Hebrón, Nablús, Belén y Ramala. En octubre de 2015, las fuerzas de seguridad israelíes abatieron a 30 palestinos en 15 días. Uno de los epicentros de la violencia fue Hebrón, en cuyo sector H2 -que incluye el centro histórico- viven 35.000 palestinos y 800 colonos judíos; como consecuencia de los ataques por parte de militares y colonos, MSF constató que los pacientes de Hebrón sufrían miedo, ansiedad, ira, frustración, desesperanza y problemas psicosomáticos. «A menudo los niños se orinan en la cama, tienen miedo de salir de sus casas e ir al colegio, no tienen energía para estudiar ni pueden concentrarse», explicó uno de los psicólogos de MSF; entre los adultos, destacaba el estrés crónico, el insomnio y la pérdida de apetito: «muchos lloran y están desesperados».
En el artículo «Ocupados pero libres en nuestras mentes» (aloufok.net, 2007), Smah Jabr resumía algunas de sus experiencias de su etapa formativa y durante el tratamiento a enfermos en Cisjordania, entre 40 y 60 por día: hombres con dolores crónicos tras perder el trabajo en las zonas israelíes; escolares que se orinaban en la cama después de una «horrible» noche de bombardeos; o una mujer palestina que ingresó en el hospital con una ceguera repentina, tras ver a su hijo asesinado. En el texto, la especialista en salud mental apunta el caso de Fátima, aquejada de enfermedades en la cabeza y el estómago que no obedecían a razones somáticas; los síntomas se precipitaron tras ver a sus hijos en casa con el cráneo abierto, después de una incursión israelí en el pueblo de Beit Rama, en octubre de 2001.
Al trauma de la población palestina contribuyen los desplazamientos forzosos; «a menudo encontramos jóvenes que se presentan como residentes de los pueblos que sus abuelos abandonaron», escribía la psiquiatra en 2007. Se refería a la Nakba o «catástrofe», que coincide con la fundación del Estado de Israel en 1948 y supuso la expulsión de 750.000 palestinos de sus hogares y tierras. Según ACNUR, 5,3 millones de refugiados palestinos continúan hoy privados de sus derechos. Samah Jabr ha trabajado con mujeres afectadas por depresiones postparto, personas arrestadas, torturadas y otras que desarrollan ansiedad ante la amenaza de desahucio y derribo de sus casas. La Oficina de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas (OCHA) informó que en 2016 fueron destruidas por orden del Gobierno de Israel 1.089 viviendas y edificaciones palestinas, la cifra más elevada desde que en 2009 se inició la estadística. Las demoliciones afectan especialmente a niños y adolescentes (el 45,3% de la población palestina tiene menos de 18 años), y también a las mujeres: «Ellas son las encargadas de reestructurar los hogares», subraya Jabr, quien añade que en 2016 el 11% de los hogares palestinos estaban encabezados por mujeres.
«Un hombre llegó a la clínica de salud mental presa del pánico, no podía respirar; tropas israelíes le atacaron y, para divertirse, insultaron a su madre y hermanas». La psiquiatra comparte esta experiencia en el Encuentro de Defensoras de Derechos, organizado por la ONG Alianza por la Solidaridad. «La humillación, el martillo que aplasta a la sociedad palestina», tituló Samah Jabr un artículo publicado en junio de 2016 en el periódico Middle East Monitor. Cuenta el caso de Isa (nombre ficticio), conductor del automóvil de una organización médica, a quien un soldado israelí le gritó «¡Estáis aquí para cuidar perros!» y golpeó en la cara. «La humillación es altamente patógena», explica la doctora y activista en el artículo; «socava el yo y conduce a estados de rabia impotente; de hecho, cuando los pacientes se presentan en la clínica con importantes diagnósticos de depresión, ansiedad e incluso tendencias suicidas, a menudo hay detrás una historia de humillación». Quienes la padecen pueden, además, llegar a sintonizar con los sentimientos y expectativas de los maltratadores.
En el día a día de la ocupación aflora asimismo la culpa. Por ejemplo, cuando medios de comunicación -israelíes e internacionales- trasladan la idea de que el asesinato o detención de menores se explica porque sus madres les han dejado participar en las manifestaciones; «hay algunas mujeres que integran esa culpa», apunta Samah Jabr. En 2017 fueron asesinados 15 menores palestinos, y otros seis en enero y febrero de 2018, según la Oficina Central Palestina de Estadísticas. Sobre el duelo relacionado con la violencia política, escribió Jabr en Middle East Monitor («Congelados en su dolor, así es el duelo de las familias palestinas», febrero de 2016): «Tratados como sospechosos por la ocupación, los miembros de la familia suelen ser detenidos, castigados colectivamente con la demolición de viviendas y la denegación de permisos de trabajo». También hace hincapié en la confiscación de los cuerpos, «hasta que la familia ceda a la exigencia de enterrar a los muertos aislados de su comunidad». Dificultades de otro orden se dan cuando los asesinados son «glorificados» por la sociedad palestina, lo que complica el luto familiar.
La activista es autora del libro «Detrás de los frentes. Crónicas de una psiquiatra psicoterapeuta palestina bajo la ocupación», y ha participado en el documental «Detrás de los frentes: Resistencias y Resiliencias en Palestina», dirigido por Alexandra Dols. Samah Jabr ha recordado en las jornadas los ejemplos de luchadoras como Khitam Saafin, presidenta de la Unión de Comités de Mujeres Palestinas, detenida en julio de 2017 en su casa de Ramala; el mismo día se produjo la captura de una decena de personas, entre ellas Khalida Jarrar, parlamentaria del Consejo Legislativo Palestino y miembro de la ONG de apoyo a presos Addameer.
Otro ejemplo es el de la activista Ahed Tamimi, de 17 años, condenada el pasado 21 de marzo a ocho meses de cárcel (se hallaba en prisión preventiva desde diciembre), tras difundirse un vídeo en el que aparecía enfrentándose a soldados israelíes en el patio de su casa; unos días antes, su primo de 15 años resultó gravemente herido por el disparo de una bala de goma. A ellas se agrega la poeta Dareen Tatour, condenada el tres de mayo por un delito de terrorismo; la activista fue arrestada en octubre de 2015 por publicar diferentes contenidos en las redes sociales, entre otros el poema titulado «Resiste, mi pueblo, resiste contra ellos».
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