Traducido para Rebelión por Loles Oliván
«Simplemente escuchen el rugido» decía un corresponsal de la CNN en Egipto mientras miles de manifestantes egipcios cargaban con sus puños apretados contra centenares de miembros de las fuerzas de seguridad egipcias. Menudo rugido… Las protestas han demostrado al mundo que los árabes pueden ser mucho más que meras estadísticas lamentables de desempleo y analfabetismo o impotentes sujetos sometidos a líderes «moderados» aunque «fuertes» (un acrónimo de dictadores amigos).
Los tiempos están cambiando y el comentario del diputado británico George Galloway sobre el león árabe que ruge de nuevo parece más real cada día. Los egipcios se han rebelado con estilo propio y su revolución pasará a los libros de Historia con adjetivos tales como «grande», «noble» e «histórica».
La verdad es que los árabes han tenido su dosis de «revoluciones» conjuradas. Los regímenes árabes siempre fueron generosos a la hora de atribuir el término a sus golpes militares u otras acrobacias diseñadas para impresionar o intimidar a las masas. Toda la historia moderna del mundo árabe revela un abundante uso de la palabra «zaura» (revolución). La etiqueta ha sido útil porque a aquellos que se atrevían a criticar a un régimen o a exigir derechos básicos (como alimentos) se les podía llamar enemigos de cualquier revolución que defendiera el hombre en el poder. Innumerables presos políticos árabes fueron designados como «a’da’ al-zaura» -enemigos de la revolución- y pagaron un alto precio por sus «crímenes». Solo en Egipto, las estimaciones aproximadas sitúan el número actual de presos políticos de diferentes orígenes ideológicos en 20.000. La cifra debe de ser mucho más alta ahora que los nuevos enemigos de la revolución -es decir, la mayoría de la población egipcia- se ha atrevido a exigir libertades, derechos, democracia y el mayor tabú de todos: justicia social.
Si hay alguna revolución que merezca ese nombre es ésta. Gracias a Egipto, los pueblos del mundo se han visto obligados a revisar sus prejuicios sobre «los árabes». Incluso muchos de los que insistíamos en que el futuro de Oriente Próximo sólo podía ser decidido por sus propios pueblos habíamos comenzado a perder la esperanza. Se nos decía que nuestras palabras eran redundantes, sentimentales y, en el mejor de los casos, una oportunidad para la reflexión poética, pero no realpolitik. Ahora sabemos que estábamos en lo cierto. Egipto es la manifestación más certera posible de la verdad de un pueblo conformando su propia Historia, no sólo en Oriente Próximo, sino en cualquier lugar.
La espontánea revolución popular de Egipto ha sido el más edificante sostén frente a la humillación colectiva que los árabes han sufrido durante tantos años, pero de forma aún más severa desde la invasión y la violación absoluta de Iraq por parte de Estados Unidos.
«Ser árabe se convirtió casi en una carga», decía un oyente en Al-Jazeera. Tener aspecto de ser de Oriente Próximo era motivo suficiente para resultar sospechoso en los aeropuertos internacionales. No se consideraba del todo racista hacer preguntas como: «¿los árabes son capaces de conseguir la democracia?» De hecho, las discusiones acaloradas en los medios de comunicación surgían por esa clase de preguntas que reflexionaban sobre lo que los árabes eran -o mejor dicho, no eran- capaces de lograr. Todas las guerras contra los árabes se han hecho en nombre de «llevarles» algo a gente que parecía incapacitada por sus propios fracasos colectivos. En una de mis primeras clases de ciencias políticas en la Universidad de Washington hace años, el profesor nos dijo que «analizaríamos Oriente Próximo, que está integrado por gobiernos fuertes y pueblos débiles». Con la excepción de Israel, por supuesto.
Desde hace mucho tiempo los medios de comunicación repiten el mantra de que Israel es la única democracia de Oriente Próximo. Al combinarse con serias dudas sobre si los árabes están preparados para la democracia, la conclusión que se ofrece es que Israel comporta valores similares a los de Estados Unidos, Occidente, el primer mundo, el hemisferio civilizado, y que los árabes personifican todos los males del globo. Poco importa que los regímenes árabes se hicieran «poderosos» mediante el apoyo de sus benefactores occidentales o que la opresión -en nombre de la lucha contra los enemigos de la paz y el progreso- se indujera, se financiara y se orquestara con los intereses occidentales en mente. El hecho de que las balas y los recipientes de los gases lacrimógenos que han matado y herido a los egipcios tuvieran inscritas en árabe las siguientes palabras: suni’a fi al al-wilayat al-mutahida-amrikya, también era irrelevante en cualquier discusión sobre cómo y por qué se reprimía a los egipcios o por qué el León árabe no debe encontrar nunca su rugido.
«Al muy festejado Mossad le pilló por sorpresa», escribió Uri Avnery. A la CIA también, aunque los legisladores estadounidenses están tratando de determinar «si la CIA y otras agencias de espionaje no advirtieron adecuadamente al presidente Obama de la crisis que se desarrolla en Egipto» (según informaba Greg Miller en The Washington Post el 4 de febrero). La senadora Dianne Feinstein, que dirige el Comité de Inteligencia, acusó a la comunidad de inteligencia de «falta» de rendimiento. Sugirió que la CIA debería hacer un seguimiento más exhaustivo de Facebook.
Pero no se puede revelar cuándo se levanta una nación. Buena parte de la multitud que cantaba no tiene cuentas de Facebook. Tampoco twitean. En la Plaza Tahrir, un hombre con bigote, de piel oscura y hermosos rasgos llevaba colgado un cartel de cartón en el que había escrito deprisa: «Quiero comer. Mi salario mensual es de 267 libras egipcias -unos 45 dólares- y tengo cuatro hijos».
Otros quieren respirar aires de libertad. Otros quieren justicia. Dignidad. Igualdad. Democracia. Esperanza. ¿Cómo pueden medirse esos valores o protegerse de ellos?
Hay una palabra muy popular en Egipto: al-sabr. Significa paciencia. Pero nadie podía predecir cuándo se acabaría la paciencia. Los intelectuales árabes y egipcios no lo vieron venir, e incluso a los partidos de oposición del país les pilló de sorpresa. Todo el mundo intentó ponerse al día a medida que millones de egipcios durante mucho tiempo oprimidos estallaban en asombrosa armonía: Hurriya, hurriya, igtimayyia adalah (libertad, libertad, justicia social).
Justo cuando nos estaban diciendo que una lucha religiosa estaba a punto de engullir a Egipto y que el pueblo estaba sometido hasta tal punto que no había esperanza, millones de valientes egipcios declararon una revolución que congregaba a musulmanes y a cristianos. El coraje y la valentía que mostraron bastan para restaurar nuestra fe en el mundo, en la raza humana, y en nosotros mismos. Quienes todavía se pregunten si los árabes son capaces de esto o de lo otro, ya no tienen que cavilar más. Basta con que les escuchen rugir y encontrarán la respuesta.
Fuente: http://www.ramzybaroud.net/
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