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La piel de toro en la encrucijada de la globalización

Impasibilidad, pragmatismo, crimen

Fuentes: Rebelión

En las calles de un pueblo cualquiera de España, todo el mundo está mirando hacia otro lado. Nada pasa, y nada, por supuesto, cambia. No se ha removido nada. Como un ciclón, las glorias de la globalización llaman a todas las puertas, pero basta encender la tele para no tener que, ni siquiera, preocuparse. España […]

En las calles de un pueblo cualquiera de España, todo el mundo está mirando hacia otro lado. Nada pasa, y nada, por supuesto, cambia. No se ha removido nada.

Como un ciclón, las glorias de la globalización llaman a todas las puertas, pero basta encender la tele para no tener que, ni siquiera, preocuparse. España representa, hoy, el escenario de los síntomas macabros del fin del mundo, pero como una confirmación perversa de que, en efecto, lo son, flota en el aire un hilo musical subliminal que repite sin cesar la canción de Julio Iglesias: «La vida sigue igual».

El pasado 21 de septiembre, la segunda cadena de Televisión Española emitió un documental titulado «Bandera Roja», dentro del programa «Crónicas», basado en trabajos de investigación de científicos españoles acerca del cambio climático y la afectación especialmente severa que ya está sufriendo y se prevé para la Península Ibérica en los próximos años. Al parecer, en estas tierras el aumento medio de temperatura previsto puede llegar a los ocho grados cuando la media global sea de dos. A un científico del CSIC le preguntaba la periodista qué podría suceder si se diera el caso, progresivamente más probable, de que, a causa del calentamiento global, se rompiera la llamada «cinta transportadora», la corriente atlántica que prácticamente une los dos polos en un tráfico incesante de aguas frías y calientes. Impasible en su sillón, espetó el buen hombre que estaríamos ante el fin de la cultura occidental tal como la conocemos. Y a otra cosa, mariposa. Baste decir que un tal José Javier Esparza, en un suplemento de televisión del periódico La voz de Galicia, nos tranquiliza de inmediato en su devastadora crítica… ¡del documental! Es una maniobra del Gobierno para justificar el parón al trasvase del Ebro, «detrás [de lo mostrado en el documental] no había nada que no supiéramos ya». [Se puede leer el artículo en http://lavozdegalicia.laguiatv.com/actualidad/opinion/124/calenturas].

Mientras, la península ibérica sufre la sequía más drástica de su historia, un anticipo de lo que ya puede estar llegando. Según los científicos entrevistados en «Bandera Roja», más pronto que tarde podemos ver cómo el clima peninsular se africaniza irremisiblemente. Pero, por fin, llueve en octubre, antes de que la situación se ponga muy extrema. Ya todo va bien. El vecino con el que has hablado últimamente del fin del mundo te mira mal. ¿Cambio climático? ¡Pero si está lloviendo! Claro que parece ser que cae ahora tanta agua porque ha llegado desde el Atlántico una tormenta tropical, otro fenómeno insólito en las latitudes ibéricas. Da igual, llueve… Ahora, a seguir con el trasvase de caudal del Tajo a Murcia. Y a estimular desde el Gobierno el crecimiento, a construir más casas, a comprar más coches, que la maquinaria siga funcionando y engordando sin detenerse jamás. Eso sí, con una ministra de desarrollo sostenible que negocia trasvases razonables, apoya la construcción de nuevas refinerías donde nadie las necesita y diserta sobre cómo guardar las apariencias con el protocolo de Kioto.

Poco después de emitido el documental, el diario El Mundo, también, cómo no, en España, abrió su edición del cuatro de octubre con el titular «El Ejército arrollado en la valla de Melilla al no poder usar sus armas». Con impasibilidad, tranquilamente sugiere que el problema es quién dispara contra los seres humanos que huyen de la desesperación. Y con toda la habilidad del mundo, el Gobierno (español, claro), recoge el guante y resuelve el entuerto: disparan los marroquíes, que, además, son los encargados de abandonar a los inmigrantes en medio del desierto. Tranquilos, una reportera de TVE1 se montó el miércoles 12 de octubre, gran día de la fiesta nacional de España, en un helicóptero de la Guardia Civil para mostrar el despliegue impresionante de ejército y policía que nos permitirá dormir sin sobresaltos, sin invasiones de negros. No pasa nada, los marroquíes llevan a los «subsaharianos» a «campamentos militares en el desierto» (sic), ya cumplen con sus obligaciones internacionales. Alejan los síntomas más externos de la enfermedad de África, que, a poco que se investigue, adquiere rápidamente un nombre: saqueo galopante.

Así que en un pueblo cualquiera de España, la gente sigue pensando en la pronta llegada de la Navidad, en regalos de cumpleaños y en las fiestas del fin de semana. En cambiar de móvil, o de coche. En vender al constructor la parcelita.

No da la impresión de que se haya erizado un solo pelo ante las evidencias terribles del crimen sistemático sobre el que reposa la normalidad. Ni un signo de compasión, en las calles de un pueblo cualquiera de España, por quienes huyen de la injusticia criminal sobre la que está edificada nuestra bonanza. Melilla está lo suficientemente lejos y, en todo caso, ya se encarga de todo la televisión. Cegatos, los vecinos han suspirado de alivio con la lluvia que, por anómala que sea, deja de lado la sequía como tema de conversación, como inquietud, como hilo que, si se tira de él, ilumina en seguida el carácter criminal de la relación entre nuestro modo de vida y el medio ambiente.

Normal. Gente normal.