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Sobre la manifestación de la AVT

Impunidad y desvergüenza

Fuentes: Rebelión/sinpermiso.info

«Tenéis suerte. Sobre los muertos no cae la vergüenza». (Maiakovsky) Mientras no exijamos de nuevo responsabilidades políticas por la manipulación de los atentados del 11M, las víctimas del terrorismo rendirán réditos electorales. Su valor está en alza, dado el protagonismo que algunos les asignan en el proceso de paz que pudiera darse en Euskalherria. Mientras […]

«Tenéis suerte. Sobre los muertos no cae la vergüenza».
(Maiakovsky)

Mientras no exijamos de nuevo responsabilidades políticas por la manipulación de los atentados del 11M, las víctimas del terrorismo rendirán réditos electorales. Su valor está en alza, dado el protagonismo que algunos les asignan en el proceso de paz que pudiera darse en Euskalherria. Mientras no recobremos valor para denunciar el uso espúreo del lema de la manifestación del 12M, «Con las víctimas, con la Constitución y por la derrota del terrorismo», estas y no otras seguirán siendo las bazas de la (ultra)derecha. El guerracivilismo patrio sabe bien cómo arrinconar a sus adversarios, vejando toda víctima que no sea la propia con el olvido o injuriando las que se resisten a su apropiación. Porque se saben impunes entonan «Zapatero, vete con tu abuelo».

Mientras el 13M no sea reivindicado como la legítima desobediencia civil que enfrentó las mentiras vertidas por el PP sobre 192 cadáveres aún calientes; mientras no enfrentemos las medias verdades de la supuesta oposición, política y mediática, sobre aquella masacre; los victimistas llevarán ventaja. Seguirán haciéndose las únicas víctimas, arrogándose su voz y dolor. Campan las mismas mentiras de hace dos años, porque cumplen la función de cerrar filas. Prietas las de la derecha, temblorosas las de la izquierda; como desde 1975. Y así, las «víctimas selectivas» escenifican un enfrentamiento partidario, incompatible con cualquier fin consensuado (¿si no cómo?) de ETA y (lo que pudiera resultar más letal) impiden una estrategia racional y civilizada contra el yihadismo. Racional, por lógica y consistente con la realidad. Civilizada, por basarse en la defensa de los derechos civiles y en el requisito previo para disfrutarlos, el derecho a vivir en libertad.

La derecha española ni siquiera puede ser calificada como conservadora; es decir, interesada en conservar el orden. De ser así, habría inhabilitado a aquellos de los suyos que fueron incapaces de garantizar ese orden; que antes que «orden constitucional» es orden vital, que asegura poder seguir (con)viviendo. Las izquierdas, en lugar de reclamar lo obvio, se sirvieron del falaz argumento de que todo aquello había ocurrido por la guerra de Irak; y no porque aquí «estaba tirado» tirar por la borda casi 200 vidas. Con reenviar las tropas de Irak a Afganistán, resuelto. Ni unos ni otros han afrontado las preguntas esenciales. ¿Cómo pudo ocurrir aquella masacre? ¿Quién no hizo lo que debía? ¿Qué debemos hacer a partir de ahora? En cambio, sólo contamos con esto: una derecha a la que no le interesa siquiera garantizar «el orden y la seguridad» y que se apunta a la teoría de la conspiración (del 11M, del 13M, de la negociación con ETA…), propia de la izquierda más caduca. Y, enfrente, unas izquierdas que avalan dichas conspiraciones con su cobardía para exigirles a los entonces gobernantes que paguen el precio de sus errores políticos el 11M. Por tanto, ahora tienen que tolerar que los incompetentes que debían habernos protegido se erijan en garantes de que no se pagará ningún precio a ETA; precisamente, quienes no pagaron nada por su ineptitud.

Las «víctimas selectivas» son seleccionadas por su filiación partidaria y la identidad de sus verdugos. Escudándose tras ellas, utilizándolas como parapeto, les sitúan «en primera línea de la estrategia antiterrorista» (como dijo una vez Zaplana, insistiendo en considerarlas carne de cañón). Un antiterrorismo que va más dirigido contra el adversario político que contra los dinamiteros. Por eso las víctimas más odiosas para el PP y sus corifeos mediáticos son los «Afectados del 11M». No porque fuesen el resultado directo de la intervención bélica en Irak (imputación que sólo un ventajista ignorante podría mantener), sino por constituir la insoslayable evidencia de su vergonzoso electoralismo. Las evidencias son, para quien quiera escucharles, quienes sí sufrieron el terror en sus carnes el 11M. ¿Se acuerdan de la Comisión Parlamentaria, de las ausencias y risitas de algunos diputados ante el discurso de Pilar Manjón? ¿Qué queda del hipócrita aplauso con el que la despidieron quienes se negaron a dejar paso a una comisión «independiente, no política»? ¿Recuerdan que los afectados del 11M no asistieron e impidieron que se hablase en su nombre en la inauguración el Bosque de los Ausentes en el Retiro? ¿Saben ustedes que durante meses se reunieron, acosados por la policía municipal de Gallardón, que les exigía el permiso legal para reclamar otro nombre al susodicho Bosque? Ahora le llaman el Bosque del Recuerdo. Pero siguen ausentes. Por eso prosiguen los desfiles marciales de las víctimas; en suma, el mitin-festín: «el muerto al hoyo y el vivo al bollo».

Nadie se hace eco de los afectos heridos, de las heridas aún abiertas en los afectados. Aquí también las preguntas importantes no son formuladas por nadie. ¿Cómo se encuentran? ¿Cómo les apoyamos a que restablezcan sus vidas? Aparte de nacionalizados, en condición de calderilla electoral, ¿cómo están las familias del tercio de migrantes masacrados el 11M? Las ya cuatro manifestaciones de víctimas (las convocadas por el PP, que las otras no cuentan, no se cuentan; se desinflan los números o se criminaliza a los convocantes) han culminado arrogándose el «derecho a saber la verdad» de las multitudes del 13M. Aquello, sin embargo, fue pura insumisión: la desobediencia civil que evitó el fraude electoral. Los desfiles de ahora cuentan con todo el apoyo mediático e institucional del PP, e incluso de las filas socialistas que tanto colaboraron y colaboran en estigmatizar cualquier cuestionamiento de la política y el discurso antiterrorista aún ahora hegemónicos.

Quienes mintieron lo siguen haciendo, sin haber expiado culpa alguna. Son conscientes de poder capitalizar los réditos de aquella huída hacia delante. La que emprendieron, tan bien acompañados, la mañana del 11 de marzo de 2004 al sentirse tan cerca de la mayoría absoluta. ¿Por qué renunciar a ello ahora? Los réditos son palpables en los casi diez de millones de votos del PP y en los beneficios de los medios que siguen sosteniendo la (co)autoría etarra (y de la Orquesta Mondragón) en el 11M y explorando sus insondables «agujeros negros» (El Mundo, dixit). Política de despojos y periodismo escatológico, el del permanente beso negro, allí donde desagua el poder sus inmundicias. La situación resulta tan anómala que, de producirse en cualquier otro país, no dudaríamos en certificar su inminente defunción democrática. ¿Imaginan a Blair liderando a los laboristas después de haber imputado el 7J al IRA? ¿Escudándose en errores involuntarios o engaños de la oposición y de Scotland Yard? ¿Han podido leer estas tesis en algún medio inglés?

Tres de los cuatro periódicos madrileños las propagan a diario en referencia al 11M. Exculpan a los verdaderos ventajistas electorales, para impugnar la legitimidad de las urnas. Sus estrategias de desinformación y manipulación les aseguraron cuantiosos votos que, sin duda, habrían menguado de haberse cumplido unas mínimas condiciones en el último tramo de la campaña electoral de 2004. Desde el 14M asistimos a la inversión de la imputación lógica de las ganancias electorales ilegítimas. No fue ZP quien entró en el Congreso en tren de cercanías, sino el PP quien siguió en él como principal partido de la oposición, y, aún encima, se echó a la calle; mejor dicho, nos volvió a llevar de calle… Siguen en ella desde el 12M y quienes entonces les acompañaron recelosos y dubitativos ven ahora estupefactos su fuerza de convocatoria.

Las condiciones mínimas de una campaña electoral (en suma, de unas elecciones democráticas,) siempre han sido tres: 1) que se pueda identificar al candidato mentiroso, 2) que sea denunciado en público como tal y que, por tanto, pague al menos un precio político; y 3) que ningún candidato esté blindado de la crítica pública. Ninguna de esas condiciones se cumplió entre el 11M y el 14M. Siguen incumplidas.

1) Acudimos a las urnas con versiones contradictorias sobre el atentado. ETA negó su autoría el día 12. Pero seguía siendo, aún el 14, la «línea de investigación preferente» del Ministerio de Acebes y la responsable de la masacre, según «convicción moral» del candidato Rajoy… a pesar de estar deteniendo a ciudadanos árabes desde la tarde del 13. Votamos abrumados por los mensajes también contradictorios de la mayoría de los medios españoles y los extranjeros (cuyos corresponsales no acataron sino que denunciaron las presiones del Gobierno y, desde el 11, señalaban al yihadismo).

2) Sólo las multitudes del 13M denunciaron las mentiras del Gobierno en el único espacio público disponible (el de siempre, la calle y las plazas), auto-convocándose con Internet y los móviles. El respaldo que la supuesta oposición, política y mediática había brindado al Gobierno en la manifestación del 12M era demasiado explícito, para retractarse en un día, sin sonrojo, sin costes de audiencia o de votos; sin arriesgar las nuevas licencias audiovisuales o la sanción electoral por disentir.

3) La promesa televisada de Rubalcaba (arrancada desde la calle la tarde del día 13), que un nuevo Gobierno daría a conocer «toda la verdad», suena ahora a mero spot electoral. Seguimos mereciéndonos «un Gobierno que no mienta» o, mejor dicho, que no tolere más la mentira. La Comisión parlamentaria del 11M elaboró un informe de apenas 300 páginas, (compárese, por favor, con el del 11S), sin consenso global alguno. Tan así, que los grupos que lo alcanzaron (todos menos el PP) hubieron de taparlo con otro simétrico, pero dirigido a un colectivo más divertido y vitalista que las víctimas del terrorismo. La aprobación de la Ley de Matrimonios Homosexuales coincidió en las fechas con el cierre de la Comisión. La Love Parade del Orgullo Gay funcionó como quitapenas veraniego, mientras las marchas desobedientes del 13M caían en el olvido.

Persiste el colapso de la esfera pública, incapaz de expulsar la mentira de sus instituciones y que, además, criminaliza o margina a los movimientos autónomos (también de víctimas). El contrapoder ciudadano que el 13M rompió el búnker institucional y mediático que amparaba al Gobierno, sigue en los márgenes, ignorado y desactivado, incluso por las redes sociales que lo convocaron. Tras el 11M y antes del 14M no se produjo la rotunda condena pública que hubiera resultado lógica en los partidos de la oposición y en los medios periodísticos, merecedores de tales epítetos. Recordemos las unánimes condenas a ETA a primeras horas de la mañana del 11M, la asistencia de todos los partidos, la convocatoria de todos los medios, de todas las instituciones, de casi todos los «intelectuales del No a la Guerra» a la manifestación del 12M. Otros también salieron a la calle, pero no a sostener la pancarta, sino a preguntarles «¿Quién ha sido?» Al día siguiente exigieron «La verdad antes de votar». Como las izquierdas no han hecho suyas esas demandas, ahora es la derecha quien se las apropia. Nada nuevo: también la transición, las autonomías y hasta el divorcio se los debemos a ellos…. y, si me apuran, a los cuarenta años ominosos en los que empezaron a gobernar.

Pasados más de dos años, todos los responsables de aquel colapso de la esfera pública siguen en sus puestos. Ni un solo líder político, columnista o director de medios (ni siquiera de los públicos)… ni un solo responsable de los cuerpos de seguridad ha sido cesado ni ha dimitido públicamente por su actuación, a todas luces errada o malintencionada. Por eso el lema electoralista del 12M sigue enarbolado por el PP. Llevan dos años manifestándose con «sus» víctimas en primera línea de fuego, por la sacrosanta unidad patria, encarnada en una Constitución fosilizada, y en beligerancia permanente por la derrota final de las huestes (filo)terroristas, cuyos entornos abarcan a todo el que no se sume a sus filas.

No debiera sorprendernos su actitud ni la de sus adláteres mediáticos. Lo que asusta es la falta de respuesta, de contundencia para desvelar sus mentiras. Las izquierdas se han acostumbrado a lidiar con la mentira; a consensuar medias verdades; a firmar consensos a costa de su silencio. Empezando porque el abuelo de Zapatero no salió a la palestra electoral hasta pasados setenta años de su derrota. Hoy aterra pensar que los gestores políticos y mediáticos de la esfera pública convertirán el 11M en otro 23F. Es decir, que será el arma «secreta» con la que amagar en las elecciones o negociaciones más duras; el secreto dosificado en cada «aniversario» (así da para más reportajes y libritos) del periodismo «de investigación» oportunista, el de los escribas del poder. Han tenido que pasar 25 años para que las televisiones digan bien claro lo que todos sabían en 1981, que Armada era «el elefante blanco» del fascismo, el De Gaulle de los conspiradores parlamentarios de aquel Gobierno de concentración nacional, la traca final proyectada de aquella opereta. La comparación es pertinente, porque son muchos (y bien pagados) los tribunos que afirman que ZP, la Ser… y el Grupo Mondragón dieron un golpe de estado el 14M.

¿Esperaremos a 2030 para que alguien califique de nuevo a Aznar, Acebes, Zaplana y Rajoy ya no como golpistas (que se crecen), sino simples trileros de las urnas? Los tres primeros mintieron a espuertas, siguen haciéndolo. La «convicción moral» de Rajoy de que ETA fue/es responsable del 11M (publicada en todos los periódicos el 14M y por «los suyos», a partir de entonces) fue sólo una vergonzosa forma de obviar la evidencia de los hechos con excusas morales: las mismas que ahora esgrimen ante la negociación ETA. Una ETA a la que seguirán atribuyendo un protagonismo y una fuerza de los que hace mucho carece. Es la única forma de encubrir su propia incompetencia política, mutándola en prepotencia «moral». Es el único modo de torpedear un proceso de paz que no pueden capitalizar.

Tienen suerte, sobre los muertos no cae su desvergüenza. Los versos de Maiakosvky cobran más sentido, acompañados del mensaje central del 13M: «Vuestras guerras (también las antiterroristas), nuestros muertos (nuestras víctimas)». Dennos una tregua. Ni nos los toquen.

* Víctor Fco. Sampedro Blanco es profesor de Comunicación Política Víctor, editor y co-autor del Libro-DVD «13-M. Multitudes online»