Vivimos tiempos de crisis que algunos denominan crisis perfecta, ya que en la misma, confluyen diversas crisis: de acumulación y sobreproducción, financiera, ecológica, de las libertades democráticas y, en lo que respecta el Estado español, la crisis del proyecto nacional tal como se diseñó durante la Transición. No será la primera vez que por ese […]
Vivimos tiempos de crisis que algunos denominan crisis perfecta, ya que en la misma, confluyen diversas crisis: de acumulación y sobreproducción, financiera, ecológica, de las libertades democráticas y, en lo que respecta el Estado español, la crisis del proyecto nacional tal como se diseñó durante la Transición.
No será la primera vez que por ese fenómeno llamado desincronización de los tiempos o de las dinámicas político-sociales, en determinadas nacionalidades o naciones, la reivindicación nacional se autonomice o superponga respecto a los problemas económico sociales. Esto no significa que los anule o tape, siempre que las izquierdas de la nacionalidad en cuestión sean capaces de competir con las burguesías nacionalistas y disputarles la hegemonía de la construcción nacional en clave socialista.
Los gobiernos central y autonómico, cada uno en su ámbito, cargan a estamentos superiores (Bruselas o Madrid) la responsabilidad de sus políticas, que saben impopulares. Mienten como bellacos cuando dicen lamentarlo, porque si bien es cierta la imposición exterior, ellos asumen con fervor neoliberal el dogma de «privatizar ganancias y socializar pérdidas».
Ante una situación tan compleja, la izquierda transformadora no se puede limitar a la denuncia o constatación de tal maniobra, ni quedar paralizada en el puro lamento ante semejante oportunismo. Por el contrario, partiendo del carácter impositivo que se ejerce desde el exterior sobre la nacionalidad, tiene que desplegar la pedagogía adecuada para demostrar que las burguesías locales aplican políticas sociales que van más allá de dichas imposiciones o del déficit de financiación.
Más aún, cuando la realidad no es como la pintan. Vicenç Navarro da en el clavo al demostrar que el déficit de gasto público (incluyendo el gasto social) de Catalunya es mayor que el déficit fiscal (que existe y debe eliminarse). Y también, que el País Vasco, con un sistema fiscal semejante al que aspira CIU, tiene un gasto público social por habitante mucho menor de lo que le correspondería por el nivel de desarrollo económico.
Es decir, no se pueden contraponer las aspiraciones soberanista a las de justicia social, o quedarse al margen de las demandas soberanistas con la excusa de que lo uno entorpece lo otro. Una estrategia transformadora debe integrar tanto una como la otra.
Una muestra de la confusión existente al respecto son las opiniones de Mikel Arana, candidato a Lehendakari por Ezker Anitza-IU, cuando afirma que el planteamiento soberanista, desde un punto de vista de clase, en un momento de crisis es insolidario con el resto de los trabajadores del estado».
Arana confunde el esfuerzo solidario a favor de políticas equitativas (a escala estatal o europea) con el grado de soberanía a la que aspira cada pueblo. Según su criterio, parece que menos soberanía supone más solidaridad. Pero, ¿desde cuando la solidaridad es mayor cuando existe un poder central o federal superpuesto a las partes que cuando la distribución se basa en una solidaridad consensuada y voluntaria? ¿Por qué regla de tres una Euskal Herria dependiente es más solidaria de lo que podría ser una Euskal Herria soberana? Si se aplicara esa misma regla a los estados, no tendría sentido demandar más soberanía para enfrentarse a los dictados de la Troika.
La realidad es justo la contraria: la solidaridad con las partes mas débiles es un acto distributivo que se ejerce entre iguales y según necesidades.
Pienso que la defensa de la independencia en Catalunya y Euskal Herria no es contradictoria con la lucha anticapitalista en tiempos de crisis. Tampoco creo que sea una panacea o la única solución, como a veces se desprende de algunas afirmaciones de sectores nacionalistas, incluso de izquierdas. Todo depende de qué modelo de independencia se logre y qué uso se haga de los instrumentos y mecanismos derivados de la soberanía nacional que, como ya sabemos, en los tiempos actuales tiene sus límites.
Un ejemplo ilustrativo es Letonia. Consiguió la independencia hace 20 años. Desde entonces ha estado gobernado ininterrumpidamente por un partido de orientación neoliberal. Esto se ha traducido en un empobrecimiento de la población, una tasa de paro del 20% y una emigración de 25% (el 40% de la juventud). De 2,7 millones de habitantes cuando logró la independencia, hoy apenas quedan 2 millones en Letonia. Toda una sangría.
Pienso también, que esa conclusión estratégica no significa que en Euskal Herria, en la coyuntura actual la independencia constituya el eje principal de la lucha nacional. Hoy en día esta lucha ha de centrarse, sobre todo, en la creación de un frente amplio por el derecho de autodeterminación, en el derecho a decidir.
Razones a favor de la independencia de Euskal Herria (válidas también para Catalunya)
La primera, que en lo relativo a la cuestión nacional, el Estados español (monárquico) y el francés (republicano) no son transformables.
Estos estados, al margen de la voluntad de la población afectada, se consideran a sí mismos territorios indivisibles y únicos depositarios de la soberanía y la autodeterminación nacional. Los artículos 1 y 2 de la Constitución española son bien explícitos al respecto.
No es por casualidad. Ambos son producto de una historia donde abundan la expulsiones de minorías étnicas y religiosas, anexiones manu militari, políticas de unificación lingüística, guerras y aventuras coloniales, actos de rapiña sobre otros pueblos y explotación y opresión al servicio de las clases dominantes.
Y la segunda, que estos estados no aportan ninguna ventaja derivada de su mayor tamaño en relación a las naciones que oprimen y que son poco eficaces a la hora de buscar soluciones a problemas que sólo pueden abordarse a escala continental o mundial: la degradación medio ambiental, el cambio climático, etc.
La Unión Europea es un paso en esa dirección, pero construida en función de los intereses del capital.
En un mundo globalizado en el que muchos centros de decisión son lejanos y opacos, nos parece saludable una reacción desde lo local que sirva para alterar la globalización en un sentido diferente a sus parámetros actuales. Esto es, constituirnos como una sociedad autogobernada (en su doble sentido, nacional y societario), soberana, con capacidad para decidir libremente con quienes, y en que términos, queremos unirnos en pie de igualdad. Por ejemplo, con el resto de las naciones, en el marco de una Europa al servicio de los trabajadores y los pueblos.
Hace tiempo que me convencí de que el dicho, ande o no ande caballo grande, no es un requisito para el espacio nacional; tampoco para la construcción socialista.
¿Qué proyecto para el Estado español?
Tal como afirma el catedrático de derecho constitucional, Javier Pérez Royo, en un excelente artículo publicado en El País: Constitucionalmente no existe más que el pueblo español. No existe el pueblo de Catalunya ni de Andalucía, ni el de Murcia… El pueblo español es el titular de manera exclusiva y excluyente del poder constitucional.
El Estado español ha tenido tres ocasiones de oro para cambiar de rumbo: la primera y la segunda repúblicas, y la transición. El peso del nacionalismo reaccionario español en el aparato de estado y entre las clases dirigentes y sectores de la sociedad española derrotaron en los dos primeros casos, y arrastraron en el tercero, al resto de las fuerzas políticas (incluidas una buena parte de las nacionalistas, temerosas de perder toda posibilidad de cambio) hacia un proyecto que negaba la plurinacionalidad en beneficio de la nación española (la única que goza del pleno reconocimiento y soberanía en exclusiva) y depositaba la garantía de su integridad en las fuerzas armadas.
¿Cabe una cuarta oportunidad, una hipotética III República democrática y plurinacional donde Euskal Herria se reubique en libertad?
Por aquello de que no hay nada imposible, no se puede descartar, al menos transitoriamente, esa hipótesis, si bien me resulta harto improbable.
Sin embargo, por todo lo expuesto hasta aquí, y a lo que se añade la negativa evolución del problema nacional (cuestionamiento de competencia de las regiones autónomas) a escala europea, me parece que las dinámicas soberanistas, que en principio podrían ser compatibles con el confederalismo, apuntan hacia el independentismo; es decir, la inserción, directa y sin intermediarios, en una Europa Federal, conformada por pueblos y naciones soberanas, libremente asociados entre sí.
Esta hipótesis está abriendo camino en numerosos analistas que se muestran favorables a una salida confederal o federal de libre adhesión. Martiño Noriega, miembro de la formación Galega ANOVA, constata, que es el nacionalismo español (o el imperialismo español) el que está cerrado a cualquier posibilidad de vía confederal para el Estado.
Jaime Pastor, en su excelente trabajo Los nacionalismos, el Estado Español y la izquierda, reconoce que la actual crisis de la UE no hace más que hacer más probable la hipótesis que hace tiempo avanzaba Michael Keating cuando aseguraba que «una UE intergubernamental cuyos Estados impongan muchas restricciones sobre las capacidades de los gobiernos subestatales, incentivará a las nacionalidades a convertirse en Estado, aunque ello no fuera en principio un objetivo prioritario.
El historiador Jaime Pala, se lamenta de que la izquierda transformadora catalana actual parece haber perdido, o estar perdiendo interés en cultivar un proyecto español republicano, federal, plurinacional y solidaria; cunde la idea de que otra España no es posible, de que no hay aliados con quienes construir el federalismo y de que la actual España monárquica y bipartidista sea la que refleje las pulsaciones íntimas de la gran mayoría de los españoles.
A mi modo de ver, tal realidad es fruto de una larga y amarga experiencia, jalonada de fracasos y solo de forma excepcional puesta en cuestión.1/
¿Qué tipo de independentismo?
Se trata de un marco institucional soberano que basada en la libre adhesión de todos y cada uno de las siete provincias vascas de ambos lados de los Pirineos.
Una independencia nacional como parte de un proyecto que tiene como horizonte la construcción de una Europa de los pueblos y de las personas trabajadoras. Un independentismo partidario del internacionalismo europeo, escala o ámbito donde se dirimirá en último término, la actual guerra de clases, y en cuyo marco los pueblos pueden compaginar su construcción nacional con la Europa social(ista) articulando soberanías (compartidas). Un proyecto busca el fin de la explotación de clase y la libertad nacional, como dos caras de una misma moneda. Somos conscientes (como veremos en lo relativo a la globalización en tiempos de crisis) de que la independencia en sí misma no es ninguna panacea si no va unida a otros contenidos que vayan más allá de las cuestón estrictamente nacionalistas.
Independencia en tiempos de globalización
Es evidente que la globalización capitalista ha puesto límites a la capacidad de los estados y ha erosionado sus potencialidades. Ejemplo de ello es lo ocurrido a Grecia e Italia, con gobiernos prácticamente intervenidos, y lo que le ocurre ahora al Estado español. Asimismo, la globalización está poniendo en cuestión los del estado moderno: la democracia, la ciudadanía y el poder de decisión. Los golpes de Estado sin intervención militar dados por la Troika en Grecia e Italia ilustran el tema.
Sin embargo, este cambio no supone, como afirman algunos teóricos (Negri, Holoway, etc.) la desaparición del imperialismo de base estatal (USA) o del sistema de estados organizados a escala mundial (ONU), o continental (la Unión Europea). Tampoco, ni mucho menos, la del Estado nación.
A pesar de la erosión que ha sufrido en materia de soberanía, el Estado nacional sigue determinando aspectos importantes en lo que respecta a las condiciones de vida de la gente, las políticas educativas y lingüísticas… Constituye, por ello, un espacio fundamental de la lucha político-social, de la confrontación y de la lucha de clases. Por lo tanto, un elemento fundamental en todo proceso transformador.
La soberanía es un requisito para que la sociedad disponga de recursos políticos y legislativos suficientes para administrar sus recursos y afrontar sus propios conflictos. Este requisito es de rabiosa actualidad, en un momento en que la tiranía de los mercados, materializada por las instituciones al servicio de los sectores hegemónicos del capitalismo, está desmantelando todas las conquistas históricas del movimiento obrero, el feminismo, el ecologismo y los movimientos civiles por la democracia.
Es por ello que en estos momentos la resistencia dentro de cada país se está dando en clave de soberanía: el debate sobre la deuda, el euro, la defensa del Estado de Bienestar… Lo triste es que tal combate no vaya acompañado de una mayor solidaridad entre las izquierdas y los movimientos sociales; bien sea en apoyo de las luchas nacionales, bien en el establecimiento de objetivos y movilizaciones europeas.
La ausencia de movilizaciones significativas en apoyo a Grecia a escala nacional y europea es una prueba de dicho déficit.
De ello se deriva la exigencia de soberanía plena para el espacio social vasco y, a su vez, la necesidad de afianzar una alianza amplia entre los distintos pueblos, sus clases trabajadoras y los sectores populares, de toda Europa (principalmente, del Estado español y francés), para acabar con unos estados capitalistas oligárquicos y antidemocráticos y con el ente supranacional construido para la defensa del capital internacional.
Para responder con contundencia a semejante ofensiva del capital y sus instituciones, todos los sectores de izquierda anti sistémica estamos obligados a unir esfuerzos en la construcción de un frente político y social de carácter subversivo y plural, internacionalista, anticapitalista, transversal a escala europea y que agrupe a movimientos de diferente naturaleza: ecologismo, feminismo, movimiento obrero, de liberación nacional, de defensa de la libertades democráticas básicas, etc./2
Frente, que lógicamente se debe ajustar a las diferentes realidades existentes según se trate de ámbitos nacionales (en nuestro caso Euskal Herria), estatales o continentales. Y que tenga en cuenta sus puntos fuertes y sus debilidades.
A modo de conclusión
Es evidente que la estrategia independentista y soberanista, además de apuntalar ese objetivo, está sirviendo para crear y dotar de perspectiva a las naciones sin estado. Tal perspectiva puede acelerarse (como estamos viendo en Catalunya) o ralentizarse en función de diversos factores. Incluso, pueden acortarse en el tiempo la distancia existente entre la exigencia del derecho a decidir y la puesta en práctica de tal derecho en un sentido independentista. Aún así, creo que por el momento, es en la demanda de autodeterminación donde se debe poner el acento. Por las siguientes razones:
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Ser el terreno de disputa clave, que exige cambios en la Constitución y donde se va a dar el choque inmediato, tanto en Catalunya como en Euskal Herria.
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Actualmente nos sigue pareciendo el modo más adecuado para agrupar a las distintas izquierdas antisistémicas con diferente orientación nacional y, sobre todo, para agrupar a fuerzas interclasistas favorables al ejercicio de dicho derecho; y
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Para alcanzar el tan demandado «nuevo marco democrático», es necesaria una ruptura del régimen actual de la monarquía. Esto no puede plantearse sólo desde Euskal Herria puesto que requiere la alianza con el pueblo gallego, catalán y con los pueblos de España, de Francia y de toda Europa./3
Así como en el terreno antisistémico hay alianzas que distorsionan el objetivo final, incluso lo hacen inviable, en la defensa de los derechos democráticos hay que tender a agrupar desde el independentismo hasta el nacionalismo burgués autonomista, pasando por el federalismo/confederalismo autodeterminacionista.
Aún cuando en la propia configuración de estos frentes democráticos se de una lucha por la hegemonía entre los distintos proyectos. No vale cualquier tipo de democracia.
Ahora que ETA ha dejado las armas, las posibilidades para llevar adelante este enfoque son más favorables que nunca.
24/10/2012
Notas
1/ Respuesta que Jordi Borja y Antoni Doménech dieron a la solicitud de suscribir el «manifiesto federalista»impulsado por intelectuales catalanes.
Jordi Borja: Dos razones para no firmar el manifiesto
Cuando lo inmediato es la consulta, es decir, el derecho a la autodeterminación, no se puede eludir la cuestión… Para el PSUC el derecho de autodeterminación fue intocable hasta el final de la dictadura; nunca entendí la razón de que, sin negarlo, se dejara de lado. B) El federalismo, hoy, no mueve a casi nadie, ¿con qué fuerza se pretende crear un escenario de negociación federalista?. J.B.
Antoni Domènech: Porqué no puedo suscribirlo
Gracias, amigo C. Ya lo había recibido por otros lados. Pero yo no puedo suscribir un manifiesto pretendidamente federal que no reconoce claramente de entrada, sin reservas, el derecho de autodeterminación de los pueblos de España, referéndum incluido. No es ni política ni intelectualmente creíble un «federalismo» así, y estoy convencido de que no hará sino cargar de razón democrática a los independentistas. Con respeto y afecto, A.D.
Creo que la respuesta de JB y AD es impecable. Quiero reseñar, no obstante, lo sospechoso que me resulta la defensa del federalismo en tiempos de demanda independentista. Tal defensa (del federalismo) me hubiera parecido ademas de legitima mucho mas apropiada, en momentos de fuerte ofensiva recentralizadota o contraria a los derechos nacionales de catalunya. Callar entonces, y defender ahora el federalismo, da que pensar de cómo funciona en cierta izquierda la custión de las nacionalidades.
2/ Me identifico con Atilio Borón y Santiago Alba Rico, cuando afirman: El internacionalismo como principio y como práctica presupone un doble reconocimiento: el de que no podemos defendernos de la globalización capitalista sino desde el territorio, definido como conjunto de bienes materiales e inmateriales que pertenecen a una población; y el de que no podemos defender el territorio sin recibir y prestar apoyo a todos aquellos que luchan, en cualquier lugar del mundo, contra las clases y las naciones dominantes. La solidaridad es mucho más que un impulso moral o un instrumento pragmático: es una vacuna infalible contra las quimeras del cosmopolitismo y contra los potenciales fascismos de las identidades étnicas, ontológicas o raciales. Por eso la izquierda ha aceptado siempre como lo más natural y lo más propio de su proyecto liberador la fusión entre el derecho de autodeterminación de los pueblos y el principio de la solidaridad internacionalista.
Por eso mi disgusto, cuando frente a la crisis, argumentan que España es una ruina y por lo tanto lo más razonable es dejarles. Esta idea de independencia respecto a quienes se considera más pobres, está muy alejada del independentismo que propugno (y se asemeja más al nacionalismo económico de los ricos) fundamentado en una visión de pueblos libres asociados entre sí en pie de igualdad. Pueblos que (a pesar de sus diferencias) deben coordinarse y unirse en la lucha contra el enemigo común. Además, este tipo de planteamiento se vuelve en contra nuestro en Euskadi Norte, ya que se da la circunstancia, de que dicho territorio es económicamente menos avanzado que la mayor parte del hexágono.
Por otra parte, está la consideración de quienes son los responsables de que España sea una «ruina» de España. Ya que en ello han contribuido también las élites económicas vascas ( sus inversiones en ladrillo, por ejmplo), y también las políticas (el PNV) apoyando en su momento a Zapatero y también a Rajoy; a la vez que España es también «la plaza del SOL», los mineros asturianos, los jornaleros andaluces en lucha. En realidad, como decía Machado, hay varias Españas; con una de ellas nada queremos saber, con la otra compartimos aspiraciones emancipatorias en pie de igualdad y dentro de Europa.
3/ Autodeterminación, es sobre todo, democracia.
* No hay nación democrática si no se construye de forma democrática, ya que implica la plena participación de la ciudadanía, su constitución en demos, o proceso constituyente en nación política. Dicho de otra forma, significa la adhesión libre y voluntaria de la mayoría de las personas y los territorios donde se desarrolla el proceso auto determinativo.
* El ejercicio de la autodeterminación supone el modo más razonable de solucionar democráticamente un conflicto de aspiraciones nacionales diferentes y lograr una sociedad más cohesionada, más integrada, aunque respetuosa de su pluralidad. Es además un buen punto de partida para toda la sociedad vasca en la medida en que no supone de entrada, una opción determinada (nacionalista o constitucionalista) sino el auto-reconocimiento por parte de la sociedad vasca de su mayoría de edad para poder decidir con toda libertad la solución de sus problemas internos.
Significa, indistintamente derecho a separarse y a juntarse con quienes se consideran sus con-nacionales, y debe de replantearse cuantas veces se considere necesario, ya que no se agota en un sólo acto. Supone, en nuestro caso, el derecho del conjunto del pueblo vasco a ejercitar frente a los estados español y francés, así como el de cualquier parte de nuestro pueblo con relación al resto.
Ello evidentemente, conlleva una compleja articulación de sujetos (sujeto global y sujetos parciales), y una no menos compleja articulación de instrumentos, sin los cuales difícilmente un pueblo como el nuestro, que no es homogéneo ni territorial ni culturalmente, podrá poner en marcha un proceso auto determinativo que abarque al conjunto y a sus respectivas partes.
Ni por convicción democrática, ni por concepción nacional, podemos -al igual que el nacionalismo español a lo que ellos consideran partes indivisibles de España-, argumentar que Euskadi es una e indivisible, al margen de la voluntad de todas sus partes. Euskadi es plural y algunas de sus partes más plural que otras (sobre todo Nafarroa e Iparralde) y su adscripción a la nación vasca así debe constatarlo. No estamos por un Estado jacobino, sino por otro que sea el resultado de voluntades ciudadanas libres.
* En lo relativo al sujeto.
El sujeto de la autodeterminación debe ser, en principio, toda la ciudadanía del territorio nacional que pretende autodeterminarse, quienes han nacido y no nacido en él, quienes estén a favor de la independencia y quienes no.
Puede adoptar diversas formas tales como el derecho a consulta o referéndum, sea de cara al modelo de relaciones con los respectivos estados, sea de cara al proceso de normalización y pacificación.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.