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Desde Madrid

Inmigrantes y el paraíso

Fuentes: Progreso Semanal

Madrid es una ciudad que desde el sábado 12 se ha ido vaciando por las inmensas autopistas. Hay «puente» (lunes también libre), pues el martes 15 es el de la madrileña Virgen de la Paloma. Y en España, Vírgenes y Santos regalan feriados a mano abierta. ¡Que viva el santoral!, parecen decir todos los españoles. […]

Madrid es una ciudad que desde el sábado 12 se ha ido vaciando por las inmensas autopistas. Hay «puente» (lunes también libre), pues el martes 15 es el de la madrileña Virgen de la Paloma. Y en España, Vírgenes y Santos regalan feriados a mano abierta. ¡Que viva el santoral!, parecen decir todos los españoles.

Me encanta el Madrid bullicioso de intenso tránsito de vehículos y aceras repletas de peatones. Pero gracias al feriado descubro a una ciudad aún con habitantes que caminan sin prisa, sosegados. Una ciudad en cámara lenta es buena para apreciar lo que el frenesí habitual me ha escondido muchas veces.

La Gran Vía

Allí estaba, camiseta roja con una marca publicitaria, pantalón negro, ojos vivos y piel de África. Viajó en una patera o en un cayuco, que es un bote hecho con prisa y mal oficio, pero que da igual para quienes lo arriesgan todo por un futuro, casi siempre de espejismo que nace de la urgente necesidad de escapar de la miseria, alimentado por los cuentos de quienes los han antecedido. Riesgo en las fronteras marroquíes, riesgo en el mar, más la siempre probable estafa de los traficantes, prestos a abandonarlos en el Mediterráneo ante el menor peligro de las patrulleras. Todo incierto, una aventura de vida o muerte.

Vino de su tierra natal, Guinea Ecuatorial, ex colonia española, de ahí que pronuncie hasta las zetas porque los idiomas, de por sí, no son racistas, aunque van conformando un modo de pensar y después un estilo de vivir por medio del marketing, la publicidad, los cantos de sirena del mercado. Alguien dijo que la lengua es el país, la nación, y cierto, aunque vale para otros tiempos. Ahora la homogenización de la globalidad impone el supraidioma.

Pero de vuelta al africano, al que llamaremos Eduardo, como acordamos a cambio de unos euros sin comprarle alguna «peli», y que se la juega en las grandes avenidas madrileñas junto a otros de sus colegas que venden CD y DVD piratas. Y no lo hacen en esquinas recoletas, sino en grandes avenidas como La Gran Vía, donde lo descubrí con su manta de nailon extendida sobre la acera y sus pupilas inquietas pasando de la mercancía al movimiento de la calle, olfateando en el aire, como un animal asustado, la proximidad de la «poli».

Me puse a mirar las películas que ofrecía -unas recién estrenadas en EEUU y la mayoría de producción española. Al fijarme descubrí cuatro cuerdas, una por cada punta del nylon que terminaban en un nudo corredizo en el centro.

«¿Le gusta alguna?», fue su pregunta al ver que una de sus producciones acaparaba mi atención. Y cuando le iba a contestar, zas, tiró del nudo corredizo en el centro del nylon y echó a correr mientras me decía «en Fuencarral». ¿Negociante honrado? ¿Cumpliría con mi pago por adelantado? Sus colegas hicieron lo mismo. Ni un CD o DVD perdieron en su huída al advertir que una pareja de policías se acercaba.

«Son gacelas», comentó un madrileño de unos 60 años que mostraba una sonrisa simpática, pero también compasiva hacia «esos marroquíes» -para él todos son de ese país tan próximo a las costas españolas. Y nos contó a los allí espectadores presentes esta historia vivida por él.

Hace apenas unos días había regresado de pasar sus vacaciones en una playa de la costa gaditana. Allí un día los bañistas atónitos vieron llegar a nado a un pequeño grupo de emigrantes ilegales. La reacción de la mayoría no fue de enfado: unos les dieron bocadillos, otros botellas de agua y algunos sus toallas. Ellos después siguieron corriendo por la arena en diferentes direcciones.

Fuencarral

Más o menos así, un año atrás, Eduardo entró a España, como me dijo en una acera de esta maravillosa y tradicional avenida. En fila, con mantas de nylon y cordeles para la fuga, estaban estos «comerciantes» que son el último eslabón de una cadena. Cada DVD cuesta al público entre 4 y 5 euros y por cada uno que venda, recibe de 0,75 a 1 euro, según la película. Por los CD, solo 0,50 céntimos y si en la fuga pierden mercancías, deberán pagar por ella.

«¿Cómo funciona?», pregunté.

«Alguien (desconoce quién) va al cine y filma…» y no tuvo que contarme más. Jugada clara: del pirata fílmico a quienes hacen las copias, de éstos al envasado con diseño original y de ahí a los distribuidores. Eduardo y Carlos, éste dominicano, solamente conocen al distribuidor. Al resto de la cadena, no.

Carlos es un mulato de baja estatura y hablar rápido con cadencia de merengue, como la música de su país. Él fue quien preguntó de dónde yo era y al identificarme, cubano, soltó su segunda pregunta. «¿De Cuba o de Miami?». «De la Isla, cerquita a la tuya», fue mi respuesta.

«¿Cómo va lo de Fidel? ¿Se muere?»

«Está mejor, pero él ha advertido que puede suceder cualquier cosa», respondí.

«Ese tío es un cojonudo», fue su comentario bien españolizado.

Nadie debe sorprenderse por el interés que ha despertado la salud de Fidel Castro. Tanto en la radio como en la TV y en la prensa plana española, la salud del líder cubano es la primera noticia.

Carlos esquiva contar su vía de entrada a España, pero es un ilegal que aspira, sin saber cómo, poder legalizarse; parece más pícaro que Eduardo, pues es consciente de que los están explotando al tope.

«El único que nos ha defendido es Sabina», comenta.

Recientemente el famoso Joaquín Sabina declaró a propósito de las copias y ventas ilegales de los CD y la ley de derechos de autor, que sí, que estaba mal lo del pirateo, pero que los más peligrosos no eran estos vendedores ilegales por partida doble, sino los señores que entraban por el aeropuerto, pasaporte en mano, vistiendo trajes exclusivos y llevando en la mano maletines caros.

Pero ni Eduardo ni Carlos exprimen la médula de lo dicho por el popular cantante: hombres como esos, vestidos con diferentes trajes –según la época y los siglos–, son los que han hecho del Sur una fábrica de emigrantes.

Más temprano que tarde los Eduardo y Carlos que pululan por las capitales europeas serán capturados por la «poli». De ahí a Inmigración, y en un vuelo sin maletín de marca ni traje exclusivo, regresaran a sus países de origen. Allá en sus tierras contarán de las grandes avenidas por donde pasearon, de las comidas que degustaron, las cañas y los vinillos que bebieron, de las vidrieras repletas de delicadezas, de los coches raros, de las playas sembradas de hermosas mujeres que se tuestan las tetas al sol; de las mujeres increíbles que conocieron y amaron, de los teléfonos móviles que son capaces hasta de limpiarte el culo por 45 euros y además te dan 100 minutos de llamada gratis, un mundo de maravillas donde quizás tuvieron una puta rumana o caribeña con la que echaron un «polvo» a precio de verano, rebajado, y con caricias de limosna en consideración a la madrileña Virgen de La Paloma.

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Manuel Alberto Ramy es jefe de la corresponsalía de Radio Progreso Alternativa en La Habana, y editor de la versión en español del semanario Progreso Weekly/Semanal.