Traducción para Rebelión de Loles Oliván
Las imágenes de muerte procedentes de Homs, Idlib y Hama ya no consisten en un material de manifestantes atacados o disparados por las fuerzas de seguridad que se publica en internet. Ahora tienen un trazo de asesinatos de naturaleza sectaria y confesional. Los grupos de derechos humanos que han estado supervisando el recuento diario de muertos, heridos y detenidos en Siria confirman que se trata de una tendencia que va en aumento. Ello resulta asimismo evidente por los nombres del listado de bajas. Los medios de comunicación varían su información al respecto de estas tensiones. Sin embargo, han aparecido terribles versiones, y Siria podría enfrentarse a un futuro aún más terrible si no se les hace frente.
La semana pasada los Comités Locales de Coordinación convocaron manifestaciones para el viernes insistiendo en que debían ser pacíficas. Los comités han realizado este tipo de convocatorias semanalmente desde que se formaron. Pero el énfasis que han puesto esta vez en el carácter pacífico de las manifestaciones es sintomático. Delata el temor de los organizadores a que el movimiento de protesta en su conjunto pueda llegar a infectarse de la violencia con la que ha empezado a caracterizarse a varias partes del país. Esta violencia no es de esa clase que se asocia con un conflicto entre dos o más partes con identidades y objetivos reconocidos. Es el tipo de violencia que conduce al caos sangriento en el que algunos quieren que Siria se ahogue – el caos que el mundo y la región, sobre todo los iraquíes y los libaneses, conocen muy bien.
Durante las dos próximas semanas todas las miradas van a fijarse en los acontecimientos que tengan lugar en Siria tras el acuerdo alcanzado entre el gobierno y la Liga Árabe en una iniciativa destinada esencialmente a resolver la crisis. Pero hay actores importantes que tienen una agenda diferente. Dichos actores no pueden ser considerados como pequeños grupos que se levantan en armas espontáneamente en respuesta a las muertes y a las detenciones de manifestantes perpetradas por el régimen. Han adquirido la capacidad de organizarse, de seleccionar sus objetivos, de elegir a quién matar, y de llevar a cabo sus amenazas -y pasan inadvertidos en los nuevos canales árabes de TV vía satélite.
Se podría caracterizar a estos grupos como de estar relacionados con la «destrucción de la nación». Sus acciones han tenido como consecuencia la limpieza, por la fuerza o voluntariamente, de una serie de barrios y localidades. Tratan de sembrar divisiones mediante líneas sectarias y confesionales -entre quienes se ven a sí mismos como el epicentro de una revolución para derrocar al régimen y otros a los que les acusa de defenderlo. Informaciones procedentes de Siria indican que hay niños de cierta confesión que están siendo expulsados o excluidos de sus escuelas en localidades que se han vuelto «puras» en términos sectarios; de grupos de personas que huyen de una parte a otra del país por temor a la sangrienta venganza sectaria; de autobuses públicos interurbanos que transportan a viajeros o a funcionarios públicos que están siendo emboscados y a cuyos pasajeros se les deja en libertad o se les mata en función de la confesión a la que pertenecen. Los asesinatos han sido particularmente salvajes; recuerdan las prácticas medievales o las imágenes que los takfiris (*) en Iraq trataron de implantar en la conciencia pública hace unos años.
La situación parece superar la capacidad de cualquiera de las partes interesadas -incluyendo el régimen- de contenerla con determinación o de controlarla. Todas las pruebas indican que las operaciones montadas por el ejército y las fuerzas de seguridad han alimentando las tensiones. La gente está dividida acerca de las acciones del régimen. Sus detractores consideran a los miembros del ejército y a las fuerzas de seguridad como enemigos a los que hay que superar y definen a esos adversarios en función de su afiliación confesional o regional, y no por su lealtad política.
Como nadie está en condiciones de proponer maneras prácticas de superar esta situación, el debate sobre lo que hay que hacer sigue volviendo al punto de partida. Muchos insisten en que sólo el régimen es el responsable, y no sólo por causar este deterioro. Aducen que estos grupos armados están en realidad controlados por el régimen y por sus organismos. Argumentan que el régimen intenta inducir la violencia sectaria como medio de prolongar su permanencia en el poder. Pero la gente no encuentra convincente tal razonamiento. Muchos grupos se han retirado del movimiento de protesta por temor a una deriva hacia la guerra civil y sectaria que destruya el país que tratan de reformar.
Puede que se esté transmitiendo una impresión distinta en los principales medios de comunicación árabes, abrumadoramente controlados por los enemigos del régimen sirio y que sirven como instrumentos de propaganda para sus agencias de inteligencia. La realidad es que el espectáculo sangriento sobre el terreno y las historias que circulan entre personas próximas a la escena, han conducido a una intensificación de las tensiones intracomunitarias. También han convencido a muchos de que el movimiento popular que se inició en Siria hace varios meses ha dado un giro siniestro. Ya no puede ser descrito como pacífico, legítimo o independiente. En modo alguno, sin embargo, ello otorga legitimidad -ni moral ni política- a los de los crímenes cometidos por las fuerzas del régimen contra sus opositores.
Ibrahim al-Amin es editor jefe de Al-Akhbar
(*) N. de la T.: Adeptos a la doctrina takfir que actualiza la teoría clásica de la apostasía islámica. En ella se reconocieron los representantes de al-Qaida en Iraq una vez que penetraron este país tras la ocupación estadounidense. Para una explicación ampliada, véase: Luz Gómez García, Diccionario de islam e islamismo, Espasa Calpe, 2009
Fuente: http://english.al-akhbar.com/