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Inshallah

Fuentes: Rebelión

Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.

No sólo los palestinos deben de haber soltado un profundo suspiro de alivio tras el juramento del Gobierno Palestino de Unidad Nacional. Nosotros, los israelíes, tenemos buenas razones para hacer lo mismo.

Este acontecimiento es una gran bendición, no sólo para ellos, sino también para nosotros si verdaderamente estamos interesados en una paz que ponga fin al conflicto histórico.

Para los palestinos, la bendición inmediata es la desaparición de la amenaza de guerra civil, esa absurda pesadilla. Los combatientes palestinos disparaban unos contra otros en las calles de Gaza alegrando los corazones de las autoridades de la ocupación. Como en el circo de la antigua Roma, los gladiadores se mataban entre ellos para diversión de los espectadores. Personas que pasaron años juntas en las prisiones israelíes, de repente actuaban como enemigos mortales.

Todavía no se había declarado la guerra civil pero los sangrientos ataques podrían haber conducido a ella. Muchos palestinos estaban angustiados porque sabían que si no se detenían inmediatamente los enfrentamientos estallaría una guerra fratricida con todas las de la ley. Esa era también, por supuesto, la gran esperanza del gobierno israelí: que Hamás y Fatah se aniquilaran uno a otro sin que Israel tuviera que mover un solo dedo. Los servicios de inteligencia israelíes, ciertamente, lo predijeron.

Yo no estaba preocupado por estas previsiones. Desde mi punto de vista no se barajó nunca una guerra civil palestina.

En primer lugar, porque las condiciones básicas para una guerra civil están ausentes. El pueblo palestino está unificado en su composición étnica, cultural e histórica. Palestina no se parece a Iraq, con sus tres pueblos que son distintos étnicamente (árabes y kurdos), en cuanto a la religión (chiíes y suníes) y geográficamente (norte, centro y sur). No se parece a Irlanda, donde los protestantes, descendientes de colonos, luchaban contra los descendientes católicos de la población indígena. No se parece a los países africanos cuyas fronteras fueron fijadas por los amos coloniales sin ninguna consideración por las fronteras tribales. Tampoco ha habido ningún levantamiento revolucionario como los que desataron las guerras civiles de Inglaterra, Francia y Rusia, ni un problema que divida a la población como la esclavitud en EEUU.

Los sangrientos incidentes que estallaron en la Franja de Gaza fueron luchas entre milicias de partidos, agravadas por contiendas entre Hamulahs (familias extensas). La historia ha visto cosas así en casi todos los movimientos de liberación. Por ejemplo, después de la Primera Guerra Mundial, cuando los británicos se vieron obligados a conceder la autonomía a los irlandeses, enseguida estalló una sangrienta lucha entre los combatientes por la libertad. Católicos irlandeses mataban a católicos irlandeses.

En los días de la lucha de la comunidad judía en Palestina contra el régimen colonial británico («el Mandato»), se evitó una guerra civil gracias a una sola persona: Menájem Beguin, comandante del Irgún, que estaba firmemente resuelto a impedir a toda costa una guerra fratricida. David Ben-Gurion quiso eliminar al Irgún, que rechazaba su liderazgo y minaba sus políticas. En la llamada «estación», dio orden a su fiel organización, el Haganah, de secuestrar a los miembros del Irgún y entregárselos a la policía británica que los torturó y los encarceló en el extranjero. Pero Beguin prohibió a sus hombres usar sus armas para defenderse de los judíos.

La lucha entre palestinos no se convertirá en una guerra civil porque todo el pueblo palestino se opone con fuerza. Todos recordamos que durante la rebelión árabe de 1936, el líder palestino del momento, el Gran Mufti Hadj Amin al-Husseini, mató a sus rivales palestinos. Durante los tres años de la rebelión (llamada «Los Hechos» en terminología sionista) los palestinos se mataron más entre sí que por sus oponentes británicos y judíos.

El resultado: cuando el pueblo palestino tuvo que vérselas cara a cara con su suprema prueba existencial, en la guerra de 1948, estaba dividido, hecho añicos, falto de un liderazgo unificado y dependiente de la indulgencia de las disputas de los gobiernos árabes que conspiraban entre ellos. Fue incapaz de mantenerse firme ante la mucho más pequeña y organizada comunidad judía que rápidamente se unificó y formó un ejército eficaz. El resultado fue la «Naqba», la terrible tragedia histórica del pueblo palestino. Lo que pasó en 1936 todavía afecta a la vida de cada palestino hasta este mismo día.

Es difícil empezar una guerra civil si el pueblo está en contra. Incluso las provocaciones del exterior -y doy por hecho que no han faltado- no pueden encenderla.

Por consiguiente no dudé ni por un momento de que al final se organizaría un verdadero Gobierno de Unidad y me alegro de que por fin se haya logrado.

¿Por qué es esto bueno para Israel? Voy a decir algo que asustará a muchos israelíes y a sus amigos en el mundo:

Si Hamás no existiera, habría que inventarlo.

Si se hubiera establecido un gobierno palestino sin Hamás, deberíamos boicotearlo hasta que Hamás fuese incluido.

Y si las negociaciones llevan a un acuerdo histórico con la dirección palestina, lo debemos hacer con la condición de que Hamás también debe firmarlo.

¿Parece una locura? Por supuesto. Pero esa es la lección que la historia nos enseña de la experiencia de otras guerras de liberación.

La población palestina en los territorios ocupados está dividida casi por igual entre Fatah y Hamás. No tiene ningún sentido en absoluto firmar un acuerdo con la mitad de un pueblo y continuar la guerra contra la otra mitad. Después de todo, nosotros deberemos hacer serias concesiones por la paz; como retirarnos a unas fronteras mucho más angostas y devolver Jerusalén Este a sus dueños. ¿Haremos eso a cambio de un acuerdo que la mitad del pueblo palestino no aceptará y con el que no se comprometerá? A mí esto me parece el súmum de lo absurdo.

Iré más allá: Hamás y Fatah juntos representan sólo la parte del pueblo palestino que vive en Cisjordania, en la Franja de Gaza y en Jerusalén Este. Pero millones de refugiados palestinos (nadie sabe con seguridad cuántos) viven fuera del territorio de Palestina e Israel.

Si nosotros nos esforzamos de verdad por una finalización total del conflicto histórico, debemos tender la mano a una solución que los incluya también a ellos. Por consiguiente yo cuestiono con fuerza la sabiduría de TzipI Livni y sus colegas que exigen que los saudíes saquen de su plan de paz cualquier mención al problema de los refugiados.

Simplemente eso es estúpido.

El sentido común aconsejaría exactamente lo contrario: exigir que la iniciativa de paz saudí, que se ha convertido en el plan de paz pan-árabe oficial, incluya el problema de los refugiados, para que el acuerdo final también constituya una solución a dicho problema.

Seguramente no será fácil. El problema de los refugiados tiene raíces psicológicas que afectan al mismo corazón del conflicto palestino-sionista e implica el destino de millones de seres humanos. Pero cuando el plan de la paz árabe dice que tiene que haber una solución «acordada» -lo que significa de acuerdo con Israel- lo transfiere del reino de las ideologías irreconciliables al mundo real, el mundo de las negociaciones y los compromisos. He discutido esto muchas veces con personalidades árabes y me han convencido de que es posible un acuerdo.

El nuevo gobierno palestino que está basado en el «acuerdo de la Meca», parece que no habría sido posible sin la enérgica intervención del rey Abdalá de Arabia Saudí.

También hay que considerar el trasfondo internacional. El presidente de Estados Unidos ahora está ocupado haciendo esfuerzos desesperados por llevar su aventura iraquí a una conclusión que no caiga en la historia como un desastre total. Para este propósito está intentando reunir un frente suní que bloquearía a Irán y ayudaría a poner fin a la violencia de los suníes en Iraq.

Esto es, por supuesto, una idea simplista. Desatiende la enorme complejidad de las realidades de nuestra región. Bush ha presidido la creación en Iraq de un gobierno dominado por los chiíes. Ha intentado aislar la Siria suní. Y Hamás es, por supuesto, una organización de devoción suní.

Pero el buque de los asuntos de estado estadounidenses está empezando a virar. Siendo un buque gigante, sólo puede hacerlo muy despacio. Bajo presión estadounidense, el rey saudí ha estado de acuerdo (quizás de mala gana) en tomar para sí el liderazgo del mundo árabe, después de que Egipto fallase en esa tarea. El rey ha persuadido a Bush de que tiene que hablar con Siria. Ahora está intentando persuadirlo para que acepte a Hamás.

En este cuadro Israel es un estorbo. Hace unos días Ehud Olmert voló a Estados Unidos y dijo en la conferencia del lobby judío, la AIPAC, que una retirada de Iraq sería un desastre (contrariamente, a propósito, de la opinión de más del 80% de los judíos estadounidenses, que apoyan una pronta retirada.) Esta semana, el embajador de Estados Unidos en Tel Aviv indicó que de hoy en adelante el gobierno de Israel está autorizado para mantener negociaciones con Siria, puede darse por hecho que esto se convertirá en una orden no tardando. Mientras tanto no hay ningún cambio notable en la posición del gobierno israelí.

Desgraciadamente, en este preciso momento, con un gobierno palestino recientemente formado que tiene una buena oportunidad de ser fuerte y estable, el gobierno de Israel se desestabiliza cada vez más.

Los índices de apoyo de Olmert en las encuestas están acercándose a cero. El porcentaje de puntos se puede contar con los dedos de una mano. Prácticamente todos hablamos de su fallecimiento político en unas semanas, quizás después de la publicación del informe provisional de la comisión Vinograd sobre la Segunda Guerra de Líbano. Pero incluso aunque Olmert se las componga para sobrevivir, el suyo será un gobierno de un pato cojo, incapaz de comenzar algo nuevo y, ciertamente, ninguna iniciativa valiente vis-à-vis con el nuevo gobierno palestino.

Pero si Bush nos apoya por un lado y el rey saudí por el otro, quizás debamos, después de todo, dar unos pasos adelante. Como dice la gente de esta región: Inshallah, si Dios quiere.

Original en inglés:http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1174162792/

Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, el traductor y la fuente.