Traducido del inglés para Rebelión por J. M.
Si la historia se mueve en línea recta o cíclica importa poco. El hecho indiscutible es que está en constante movimiento. La situación actual en Palestina es particularmente frustrante para una generación que ha crecido después del acuerdo de paz de Oslo, porque creció dentro de un fenómeno histórico extraño: la tierra debajo de sus pies decrece continuamente y el tiempo se detiene.
La naturaleza del actual levantamiento en Cisjordania y Jerusalén Oriental es una prueba de esta afirmación. Los levantamientos anteriores fueron masivos en su movilización, claros en su mensaje y decisivos en su entrega. Su éxito o fracaso no es el punto de esta discusión, pero el hecho es que fueron impulsados por la gente y en cuestión de días quedaron grabados en la conciencia colectiva de los palestinos de todas partes.
El levantamiento actual es diferente. Tan diferente, de hecho, que muchos todavía dudan en llamarlo «intifada», como si las intifadas fueran el resultado de alguna ciencia clara, una fórmula exacta de sangre y participación popular que debe estar plenamente satisfecha antes de que el momento ¡Eureka! sea anunciado por algún comentarista político.
Es diferente, no obstante, porque aún está por aclararse el sentido de la dirección, el liderazgo, una plataforma política, las demandas, expectativas y estrategias a corto y largo plazo. Al menos así es como se desarrolló la Intifada de 1987 a 1993 y, en menor medida, la del al-Aqsa entre los años 2000 y 2005. ¿Pero es posible que los resultados de las intifadas anteriores hagan que el actual levantamiento sea diferente?
La Primera Intifada se transformó en un proceso de paz sin valor que finalmente llevó a la firma de los Acuerdos de Oslo en 1993. Un año más tarde el liderazgo palestino de la OLP se reprodujo en la forma castrada de la Autoridad Palestina (AP). Desde entonces esta última ha servido en gran medida como conducto de la ocupación israelí.
La Segunda Intifada tuvo menos éxito que la primera. Rápidamente se convirtió en una rebelión armada, marginando así el componente popular de la revuelta que se requiere para cimentar la identidad colectiva de los palestinos, forzándolos a superar su división e ir unificados detrás de una sola bandera y un claro reclamo.
Esa Intifada fue aplastada por un brutal ejército israelí, asesinaron a cientos de personas y miles de ellas murieron en las protestas y los enfrentamientos con los soldados israelíes. Fue un momento decisivo en la relación entre el Gobierno israelí y la dirección palestina de Ramala, así como para las propias facciones palestinas.
El fallecido líder de la OLP Yasser Arafat fue convertido en rehén por el ejército israelí en su cuartel general de Ramala. Los soldados se burlaban de él en su oficina mientras bloquearon su movimiento durante años. Por último fue envenenado lentamente y murió en 2004.
Entonces Israel pasó por el arduo esfuerzo de renovación de la dirección de la AP, sofocando a los disconformes -por medio del asesinato y encarcelamiento- y consiguiendo que se eligiera a los denominados moderados y, aun así, en condiciones muy estrictas.
Mahmud Abbas fue elegido presidente de la AP en 2005. Sus mayores logros incluyen el hecho de tomar medidas enérgicas contra las organizaciones de la sociedad civil, asegurándose la total lealtad a su persona y a su rama dentro de la facción Fatah. Bajo Abbas no ha habido un modelo de cambio revolucionario, tampoco un «proyecto nacional», de hecho no hay una clara definición de nación, para empezar.
La nación palestina se convirtió en lo que Abbas quería que fuera. Integraba, en gran medida, a los palestinos de Cisjordania que viven principalmente en la zona A, leal a Fatah, y necesitados de la caridad internacional. Cuanto más alineamiento la nación de Abbas aceptaba más era el dinero que recibían.
En 2006 esta fragmentación devino en absoluta. Muchos recordarán el período de la discordia cuando Hamás recibió la mayoría de los escaños en el Consejo Legislativo Palestino (CLP). Pero el conflicto que desembocó en el verano violento de 2007 tenía poco que ver con la democracia. El paradigma -interminables «conversaciones de paz», de dinero de generosos donantes, de crecimiento de los asentamientos judíos ilegales, etc.- era conveniente tanto para Abbas y como para los israelíes. Nadie, y en particular Hamás, tenía permitido imponer un cambio de paradigma.
Israel inmediatamente sitió la Franja de Gaza, lanzó guerras sucesivas y cometió numerosos crímenes de guerra con poca crítica de los correligionarios de Gaza en Ramala. Bolivia y Venezuela parecían más furiosas por los crímenes de guerra de Israel en Gaza que la camarilla de Mahmud Abbas en Cisjordania.
Hasta octubre del año pasado -cuando lentamente comenzó a tomar impulso el actual levantamiento- la situación sobre el terreno parecía en un punto muerto. En Cisjordania la ocupación iba normalizándose lentamente de acuerdo con la fórmula ocupación y asentamientos ilegales a cambio de dinero y silencio.
Gaza, por otra parte, permaneció como un modelo de barbarie a la que Israel somete regularmente y funciona como un recordatorio para los palestinos de Cisjordania, mostrándoles que el precio de la revuelta es el asedio, el hambre, la destrucción y la muerte.
Es contra este telón de fondo de miseria, de humillación, de miedo, opresión y corrupción que los palestinos se alzan. Son en su mayoría jóvenes nacidos después de Oslo, nacidos a la conciencia política después del enfrentamiento entre Fatah y Hamás, criados en los mundos de conflictos de su propio liderazgo que coexiste con la ocupación, por un lado, y el enfrentamiento con otros palestinos por el otro.
Estos jóvenes, sin embargo, nunca percibieron la ocupación como algo normal. Nunca estuvieron de acuerdo con el hecho de que la tierra bajo sus pies se achicaba mientras las ciudades judías ilegales crecían masivamente sobre su tierra. Es cierto que aprendieron a ir por su camino a través de los puestos de control, pero nunca consintieron la superioridad de su ocupante. Aborrecían la desunión, rechazaban las identidades y las facciones políticas, nunca entendieron por qué Gaza estaba siendo abandonada y sacrificada lentamente.
Sin embargo se trata de una generación que es la más formada, la más astuta políticamente y gracias a los enormes saltos en la tecnología de los medios digitales la más conectada e informada del mundo que los rodea. Las ambiciones de estos jóvenes son enormes, pero sus posibilidades son muy limitadas. Su tierra se ha reducido al tamaño de una fila india ante un puesto de control militar israelí, donde los acorralan en su camino a la escuela, al trabajo y en su vuelta a casa. Y al igual que los israelíes disparan contra cualquiera que se atreva a protestar Abbas encarcela a los que intentan hacerlo.
Es una generación que simplemente no puede respirar.
La actual Intifada es una expresión de esa dicotomía, de una generación que tiene muchas ganas de ser libre, de definirse a sí misma, de liberar su tierra. Y a su pesar se enfrenta a la resistencia de una vieja guardia que, sin descanso, se aferra a las pocas ventajas y a los dólares que recibe en forma de asignaciones mensuales.
La historia debe permanecer en constante movimiento y los últimos seis meses han sido el intento de una generación entera de mover las ruedas de la historia hacia adelante, a pesar de un centenar de obstáculos y un millar de puestos de control.
Esta podría ser la más difícil de las Intifadas. Nunca antes los palestinos se encontraron tan carentes de líderes y sin embargo tan preparados para liberarse. La resolución de esta tensión no sólo definirá a toda esta generación, sino que también definirá a mi generación de la Intifada de 1987 y el futuro de Palestina por completo.
Ramzy Baroud escribe sobre Oriente Medio desde hace más de 20 años Es un columnista internacionalmente reconocido, un consultor de medios, autor de varios libros y fundador de PalestineChronicle.com. Sus libros incluyen Searching Jenin, The Second Palestinian Intifada y el último My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story . Su web es: www.ramzybaroud.net
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.