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El Primero de Mayo, el sindicalismo desde una perspectiva feminista

«Invertir en bolsa, fabricar coches o hacer tornillos sigue valiendo más que cuidar personas, limpiar locales o edificios, educar o sanar»

Fuentes: Rebelión

El sindicalismo será feminista, o no será. Eso no tiene vuelta atrás. Va más allá de discursos ideológicos y de proclamas. Al final, lo marca la propia realidad. En el sindicato lo vemos todos los días: cuando miramos directamente a las caras más duras de la precariedad nos encontramos con trabajadoras en sectores feminizados, precarizados, […]

El sindicalismo será feminista, o no será. Eso no tiene vuelta atrás. Va más allá de discursos ideológicos y de proclamas. Al final, lo marca la propia realidad. En el sindicato lo vemos todos los días: cuando miramos directamente a las caras más duras de la precariedad nos encontramos con trabajadoras en sectores feminizados, precarizados, como son las residencias, la ayuda a domicilio, la limpieza… sin olvidarnos de todas esas trabajadoras que tienen los mínimos derechos reconocidos, como son las empleadas de hogar.

En ese sentido, el sindicato, más allá de estar preparado ideológicamente, tiene que ser útil para la clase trabajadora, y está claro que hay servicios que tienes que dar como pueden ser los servicios jurídicos, organizar los sectores y las secciones sindicales, la formación, las huelgas, la caja de resistencia…

Pero si algo ha sido, y es, un plus para las mujeres es que el sindicato les ha posibilitado hacer cambios personales muy potentes. Ganar fuerza, empoderarse, esa palabra que está tan gastada, pero que sirve también para entender estos procesos de lucha sindical feminista: coger un megáfono, oír tu voz en una asamblea, perder miedo, tomar decisiones personales importantes, creer que valemos, y… ¡que se puede! que se lo pregunten sino a las trabajadoras de residencias de Bizkaia y Gipuzkoa, que llevan cientos de días de huelga respectivamente (que se dice fácil).

Nos faltan referentes, y reconocimiento de esas luchadoras. ¿Qué sucede con esas miles de mujeres de sectores feminizados, precarizados, que hacen huelgas, que luchan, que se organizan en sus centros de trabajo? No se sabe mucho de ellas. Falta una épica obrera feminista. Los hombres ya la tienen. Por ejemplo la huelga del metal de Bizkaia, recientemente, tuvo mucha repercusión, con formas de movilización sindical tradicionales. Las residencias, poco a poco, van consiguiendo algo, pero todavía falta…

El origen del sindicalismo tradicional es el de organizaciones de hombres creadas por ellos en base a sus necesidades e intereses, y en la defensa de ese supuesto interés general se ha olvidado a la mitad de la población, a las mujeres. Se ha centrado en la producción, en las fábricas, pero hay trabajos absolutamente imprescindibles para la vida como son los cuidados, aunque no sean reconocidos y remunerados como se merecen. Incluso en sectores básicos como sanidad y educación, sectores feminizados, hay precariedad.

O lo que pasa en las residencias: cuando las mujeres dejan de cuidar por amor y lo hacen en el mercado laboral, ¿cómo se paga? Lo estamos viendo muy duramente estos días: invertir en bolsa, fabricar coches o hacer tornillos sigue valiendo más que cuidar personas, limpiar locales o edificios, educar o sanar.

Ahora estos trabajos se están empezando a reconocer como esenciales, menos mal, vía decreto, pero ya veníamos denunciando que tenían que tener otro valor, no solo económico y laboral, sino, incluso, social.

Todos y todas proclamamos estos días que la vida y los cuidados tienen que estar en el centro. A partir de ahora nos toca ir más allá del discurso, y  ver, en común, cómo lo hacemos. Porque está claro que la crisis puede ser también un retroceso.

Eva Arrieta, responsable de ELA en la Administración General de la Comunidad Autónoma Vasca