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Irán, las mujeres, el chador y la concepción occidental de la belleza

Fuentes: PeacePalestine

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Desde los tiempos en que estaba en el instituto, siempre me he sentido profundamente fascinada por Irán. Y en aquella época fui bastante afortunada al encontrar a mi primera «persa», que era una estudiante que efectuaba un intercambio de un año. Me gustó enseguida. Su exótica belleza, su dulzura, resultaban sumamente atrayentes. El hecho de que se alojara en casa de uno de los mejores amigos de mi familia facilitó mucho que  pudiera conocerla, y conservo en la memoria la mayoría de aquellos sábados que pasábamos juntas haciendo cosas.

 

Una actividad memorable fue ir a pasar el día en uno de los mejores zoológicos de EEUU, el Zoo Brookfield, situado en las afueras de Chicago. Pasamos horas visitando animales de todos los continentes. Yo ya los había visto a todos antes, pero disfruté descubriendo la sorpresa de amiga cuando veía que las jirafas ERAN realmente tan altas, y que los jaguares RUGIAN de verdad mientras iban y venían. Dejamos transcurrir el almuerzo echando migas de pan a las palomas, los gorriones y los petirrojos, observando que había un cierto e interesante orden de jerarquía entre los diversos pájaros. Al finalizar el día, cuando cogimos el tren para regresar a casa, le pregunté qué animal le había gustado más, pensando que habría sido alguno realmente raro y magnífico.

 

«Los que más me gustaron fueron los petirrojos», dijo, ante la sorpresa de todos nosotros. ¿No viste cómo permitían que los pequeños gorriones se hartaran de comer antes de empezar ellos? Fue muy hermoso contemplarlos y creo que ese fue el mejor momento del día.»

 

¿A quién podría no gustarle una persona tan buena?

 

Precisamente al año siguiente, los mejores amigos de mi familia se trasladaron a Irán. El padre era ingeniero y tuvieron que irse todos, al menos por un año, a Teherán. Recuerdo que llegaban por correo, enviados por mi amiga, los más bellos regalos, incluido un pequeño estuche de metal esmaltado en relieve que siempre he llevado conmigo a todas partes. Sobrevino la Revolución Islámica y, repentinamente, se encontraron de regreso en Chicago pero, en aquella época, yo ya estaba locamente enamorada de Irán y muy triste de ver que no llegaban muchos iraníes a Chicago (¡a los quince años, mi conciencia política no era muy aguda!), por lo que me dio por empezar a fisgonear en las tiendas de alfombras persas, ¡sólo para obtener mi dosis de iranidad!

 

En todos los lugares en los que he vivido, una de las primeras cosas que he hecho siempre era averiguar dónde estaban las galerías de arte y las tiendas de alfombras persas. Al principio, de cierta manera, yo fingía interés por el arte. Efectivamente, era bello pero algo lejano para mi capacidad de comprensión. Me gustaba oír hablar de Irán, de su historia y de su pueblo, de sus esperanzas, de sus sueños y aspiraciones. Logré conocer a docenas de iraníes, que compartían conmigo su cultura y eran generosos cuando se trataba de explicar lo intrincado de su arte. Descubrí que el arte persa no sólo era bello, era sublime. La combinación perfecta de lo decorativo -permitiéndose a si mismo insertarse en un contexto doméstico- y una idea superior acerca de la condición espiritual humana, era brillante, apasionante, cálido y estimulante. Y también eran así las personas que me introdujeron en ese mundo.

 

Normalmente no compro revistas de viajes, aunque constantemente viajo con mi imaginación por todo el mundo, cogiendo folletos de viajes de las agencias y soñando con miles de viajes alrededor del mundo, durante los que me detengo en todos los lugares imaginables. Por eso, cuando ví en el quiosco el «Gente Viaggi» de este mes, con la reseña de un artículo denominado «Irán tras el Chador», no pude resistirme.

 

Sandra Petrignani, una novelista italiana, describía en un reportaje su experiencia como occidental en Irán. Me sorprendió encontrarlo algo retórico pero aún así muy interesante. Ella escribía: «… Me encontraba en Teherán. Es difícil hoy en día encontrarse en un lugar tan ‘diferente’, la aldea global ha invadido todo el planeta. Una puede sentirse en cualquier parte como en casa, al menos a ciertos niveles. No así en Irán. Irán es un auténtico ‘otro lugar’, donde te sorprendes a ti misma escrutando a la humanidad como si fueran marcianos. ¿Qué es lo que ocurre? Los hombres son amables, hablan con un lenguaje de sonido inesperadamente dulce que en ocasiones se parece al francés. Son iguales que los hombres de cualquier lugar del mundo y, algunos, especialmente guapos. En realidad, los marcianos son las mujeres.

 

«Las mujeres, las mujeres. Empecé a obsesionarme con el tema. Pero conviene decirlo alto y claro: el impacto inicial al llegar a Irán, para los occidentales, es la presencia del Chador. Es traumático. No exagero. Sientes una especie de incomodidad, de inseguridad. Una melancolía espantosa. Es como si sólo vieras por las calles religiosas vestidas de negro. Como si el mundo se hubiera convertido en un enorme convento, descolorido, sombrío. Inmediatamente tomas conciencia de cuán profundamente inmerso en el erotismo está Occidente, en una provocación constante que tiene que ver con la exhibición del cuerpo.

 

«Ningún objeto en los mercados, aún con lo fascinantes que son, puede compararse con el secreto de todas esas mujeres veladas. Puedes perderte ante la magia de los bajorrelieves de Darío en el Museo Nacional, incluso aún más, puedes llegar a hipnotizarte observando las evidentes contradicciones entre el comportamiento moderno, las actitudes normales de las mujeres sentadas en la cafetería y aquéllas confinadas en el interior de ropajes demasiado penosos, mujeres a las que han afeado y mortificado en su feminidad.» [*]

 

El reportaje continúa de forma muy interesante pero no aporta nada que no se haya dicho antes mil veces y actualmente de forma brillante en «Persépolis», el libro de comic.

 

Lo que de verdad hizo que este reportaje se destacara en mi mente fue la conexión que establecí con un artículo que el otro día recorté del periódico Il Messaggero di Roma. Romana Petri escribía acerca de un calendario en el que aparecían escritoras. No sé en el resto del mundo occidental, pero en Italia, en el mes de diciembre, hay una carrera por publicar el calendario más sexy y erótico posible. Fundamentalmente, con estrellas de televisión o modelos que aparecen con tan sólo algo de hilo de seda dental entre sus nalgas y quizá una flor o dos adornos en el pelo, pero esos calendarios están literalmente en todas partes y no sólo en las barberías.

 

Petri comentaba la belleza de esas escritoras, la mayor parte de ellas bien entradas en la segunda mitad de sus vidas. Ella escribía:

 

«Desde luego, la belleza no ha perturbado nunca a nadie, decir lo contrario sería de hipócritas, pero afirmar que belleza e inteligencia pueden ser dos senderos paralelos parece una teoría desarrollada para extenderse precisamente en una sociedad como la nuestra, en la que, proponiendo tan sólo modelos de perfección estética, se llena injustamente de complejos a las mujeres y, por tanto, se consigue que demasiadas mujeres se sientan enormemente desgraciadas. (¡Como si la perfección corpórea fuera un antídoto ante los infortunios de la existencia!).

 

«Me gustaría ver colgado ese encantador calendario con escritoras en las habitaciones de los niños (chicos y chicas por igual), como una medicina preventiva ante la proliferación excesiva (en ningún país tanto como en el nuestro) de hembras y coristas. Necesitamos educar a los hombres y a las mujeres desde su más temprana infancia en que necesitan navegar en la mirada de un rostro expresivo, para encontrar la belleza en la profundidad y no sólo en la superficie; para entender desde la infancia que la juventud es sólo una etapa de la vida, un segmento que se relaciona con todos los demás y que, después de ella, una continúa enriqueciéndose de otra manera; para saber que podemos continuar evocando en otros una parte de nosotras mismas, que cuando esa época llegue, podremos hacerlo así incluso de una forma más indeleble.

 

[*] Este párrafo me hace evocar los zapatos blancos de tacón que acompañaban el chador de la protagonista de la excelente película lorquiana de la directora afgana Samira Makhmalbaf «A las cinco de la tarde». [N. de la T.]

 

 

Texto original en inglés:

www.peacepalestine.blogspot.com/2004/12/iran-women-chador-and-western-idea-of.html