Traducido para Rebelión por LB
En una especie de remedo del «Mini-Israel», el parque temático donde hay de todo, pero en pequeño, Israel se embarcó ayer en una mini Operación Plomo Fundido. Igual que la operación que la precedió, más grande y perdedora, esta operación lo tuvo todo: la habitual falsa acusación de que fueron ellos los que empezaron (y no el desembarco de comandos desde helicópteros sobre un barco navegando en alta mar lejos de las aguas territoriales de Israel); la afirmación de que el primer acto de violencia no provino de los soldados, sino de los activistas alborotadores del Mavi Mármara; que el bloqueo de Gaza es legal, y que la flotilla que se dirigía a sus costas infringía la ley -sabe Dios qué ley-.
Una vez más salió a relucir el argumento de la autodefensa, alegando que «nos lincharon» y que todos los muertos son de los suyos. Otra vez se recurrió a la violencia y a la fuerza excesiva y letal, y otra vez el asunto acabó con civiles asesinados.
En esta acción también hemos vuelto a ver el patético énfasis puesto sobre las «relaciones públicas», como si hubiera algo que explicar, y otra vez se ha formulado la inmunda pregunta: ¿Por qué los soldados no emplearon más fuerza?
Una vez más Israel pagará un alto precio diplomático, un precio que no había previsto con antelación. Una vez más, la maquinaria de propaganda israelí ha conseguido convencer solamente a los israelíes con el cerebro lavado, y una vez más nadie se ha hecho la pregunta: ¿Para qué? ¿Por qué arrojaron a nuestros soldados sobre esa maraña de tuberías y bolas de rodamientos? ¿Qué conseguimos con ello?
Si Plomo Fundido representó un punto de inflexión en la actitud del mundo hacia nosotros, esta operación es la segunda película de terror de la serie aparentemente en curso. Israel demostró ayer que no ha aprendido nada de la primera película.
El fiasco de ayer podría y debería habese evitado. Se debería haber permitido pasar a la flotilla y se debería haber puesto fin al bloqueo.
Hace ya mucho tiempo que se debería haber hecho eso. En cuatro años Hamás no se ha debilitado y Gilad Shalit no ha sido liberado. El ataque no ha aportado la más mínima ganancia.
¿Y qué es lo que hemos conseguido? Un país que rápidamente se está quedando completamente aislado. Un país que expulsa a intelectuales, que dispara contra activistas por la paz, que bloquea Gaza, y que ahora se encuentra él mismo sometido a bloqueo internacional. Una vez más -y no por primera vez-, ayer pareció que Israel se está separando cada vez más de la nave nodriza y que está perdiendo contacto con el mundo, el cual ni acepta sus acciones ni entiende sus motivos.
Ayer no había nadie en todo el planeta, ni un solo periodista o analista, a excepción de su coro de reclutas, que estuviera en condiciones de decir una sola palabra favorable al sangriento asalto.
También volvió a empeorar la imagen del ejército israelí. La magia se evaporó hace mucho tiempo, el ejército más moral del mundo, otrora el mejor ejército del planeta, volvió a fracasar. Cada vez más existe la impresión de que casi todo lo que ese ejército toca acaba perjudicando a Israel.
Fuente: http://www.haaretz.com/print-
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