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Israel con su solución final de la cuestión palestina

Fuentes: Rebelión

https://futuros.noblogs.org/

El sionismo entronizado oficialmente en Israel y oficiosamente en gobiernos claves en el mundo, como el de EE.UU., ha encarado la “solución del problema palestino” de diversas maneras.

Llegamos al siglo XXI con la teoría “Sharon” de “hacerles la vida imposible”, así no tienen que ser los israelíes quienes resuelvan activamente la cuestión sino que los propios palestinos parezcan ser quienes tomen decisiones. Como las de irse, por ejemplo.

Esa política, como no dejarles agregar ni siquiera una habitación de 3 x 3 a una ancestral vivienda palestina, no permitirles acumular ni agua de lluvia y venderles el agua (que en la región es un bien escaso, a 4 o 5 veces su valor comercial para judíos, que, además, tienen en promedio mucho más altos ingresos; no permitir la reedificación de viviendas destruidas mediante bombardeos y artillería en sucesivos ataques que el ejército “de defensa” israelí ha acometido, no contra inexistentes ejércitos o cuarteles palestinos, sino contra las viviendas, escuelas, hospitales, mezquitas, instalaciones sanitarias o industriales que hay, por ejemplo, en la Franja de Gaza. Balear, a veces con artillería pesada botes pescadores, que se alejen apenas de la costa en sus trajines pesqueros, a veces incluso baleados botes y pescadores directamente en la costa.

Llevar hasta la desesperación el tratamiento médico de palestinos, a veces enfermos, a veces parturientas. Aprovechar justamente las necesidades médicas de población palestina, con sus propios hospitales maltrechos y bombardeados, para coaccionarlos con darles asistencia médica si tales pacientes o sus familiares les brindan a cambio informes a la “seguridad israelí”. Este espurio método de envilecer las relaciones y los comportamientos debilita palestinos y fortalece a Israel porque el delator queda prisionero de las dos partes.

El remate de la política de “hacerles la vida invivible” se alcanzó finalmente con el “Acuerdo del Siglo” de 2020. Ya no los juegos escénicos de un Yaser Arafat con un Iszak Rabin más Bill Clinton (Oslo, 1993); o los de Taba (Sinaí, 2000) entre Barak y Arafat o el minuet totalmente inconducente entre Abbas y Sharon (Jerusalén, 2005).

El Acuerdo del Siglo se firmaba entre los jefes ejecutivos de EE.UU. e Israel; Donald Trump, Jared Kushner (su yerno judío y “ministro de todo”, como se lo conociera en la Casa Blanca trumpiana) y Beniamin Netanyahu: era sobre Palestina/Israel, pero sin palestinos; en todo caso, con la perspectiva de “verlos” desaparecer.

Pero la realidad es terca. Además de la enorme población que mediante el terror los sionistas lograron arrancar de cuajo de Palestina (grosso modo, la mitad de su población), otros millones de palestinos se han negado al abandono de su tierra. Han contado con la experiencia de las expulsiones y matanzas anteriores (algo que los primeros expulsados, los del 48, no pudieron hacer por falta total de precedentes).

Las cifras mortuorias jamás han cedido. La muerte de palestinos ha sido una constante en la vida cotidiana, tanto en los territorios ocupados como en lo que la ONU reconoce como Estado de Israel.

Se estima que en 2021, ha habido 317 muertos, 71 menores (muchos más que en años anteriores, salvo en aquellos con invasiones o represión generalizada (como 1987, 2000, 2005, 2008/2009, 2014…)

En 2022, algunas fuentes revelan que ha aumentado la violencia y la muerte de palestinos a manos israelíes y por ejemplo la comisionada general de la ONU, Michelle Bachelet, expresa su alarma por el número de niños palestinos matados por militares israelíes y el 11 de agosto pidió una rendición de cuentas.

Este aspecto del conflicto entre Israel y los palestinos implica “muchos niños palestinos, víctimas inocentes asesinadas por error -pero también algunas veces fríamente y sin motivo alguno- a manos de militares israelíes.”

“Muchas veces los ataques se dirigen contra lugares públicos que suelen convertirse en refugios para civiles, como escuelas, hospitales, etc. Además de las vidas perdidas, decenas de miles de niños son heridos y algunos de ellos se convierten en discapacitados de por vida.” (ibíd.)

“Hamas tampoco duda en utilizar a los niños palestinos de la Franja de Gaza […] para luchar contra Israel. […] glorifica el martirio e incita a los niños a suicidarse para defender la causa palestina. Con el eslogan «morir por Dios es la victoria», se anima a los niños a comprometerse activamente en el conflicto.” (ibíd.)

Por su parte, B’Tselem, una organización judía de derechos humanos aclara: “La política letal, gratuita e ilegal de fuego abierto de Israel provocó la muerte de cientos de palestinos el año pasado. Alrededor del 70% murieron en la Franja de Gaza cuando se aplicó la política criminal de bombardear zonas densamente pobladas” (4 ene 2022). Sólo falta agregar que esa “política criminal de bombardear zonas densamente pobladas” no es reciente; tiene antecedentes atroces, traducidos en matanzas de miles de vecinos palestinos, como por ejemplo en 2008 y 2009 (operativo que Israel bautizó con atroz sinceridad “Plomo fundido”).

El 1º. julio de 2022, la oficina de DD.HH. de la ONU, señaló la muerte de sesenta palestinos muertos por Israel […], un «impacto alarmante», aunque no señala el periodo o el momento de tales muertes. Agrega que “en muchos de los incidentes mortales investigados”, Naciones Unidas encontró que Israel habría usado «fuerza letal de una manera que parece totalmente contraria a la ley internacional». Como bien señaló Amnistía Internacional en su informe 2022 sobre Palestina, “Israel considera y trata a los palestinos como un grupo racial inferior no judío”. Resulta claro que Israel no considera a los palestinos seres con derechos civiles sino enemigos de guerra con los cuales ni se esmeran en cumplir convenciones militares para momentos de guerra (no ultimar caídos, no matar niños…).

Y este mes, tuvimos el informe de Tor Wennesland, coordinador especialmente designado por la ONU para atender el proceso “de paz” del Cercano Oriente.

Tor Wennesland es noruego. Es decir, proviene de la sociedad que fue sacudida hasta sus raíces cuando su compatriota Anders Behring-Breivik, en 2011, en un operativo, al que no se le conoce otros participantes, asesinó mediante un coche-bomba en la capital, Oslo a 8 habitantes, y con fusil y ametralladora a 69 más en la isla Utöya, casi todos jóvenes y árabes, en un campamento de la socialdemocracia…

Cuando se le preguntó por lo acontecido, visto el cariz totalmente político de las matanzas, se le preguntó por sus simpatías nazis, las negó vehementemente, aclarando que era un ferviente admirador de Israel y de su política.

Wennesland conoce o debería conocer el odio señorial que ha sembrado Israel.

“Estoy alarmado por el deterioro de la seguridad, incluyendo el aumento de choques armados entre palestinos y fuerzas de seguridad israelíes en la Ribera Occidental que abarca el este de Jerusalén. Desde el comienzo de 2022, han sido matados al menos un centenar de palestinos, incluyendo niños, en medio de un aumento marcado de operaciones militares israelíes llevadas adelante en la Ribera Occidental ocupada por Israel, incluyendo el Área A [que se supone de administración exclusiva palestina, fuera de jurisdicción israelí]. En el mismo período han sido matados 16 israelíes dentro de Israel en una ola de ataques por parte de palestinos y árabes israelíes [Wennesland concede aquí una distinción históricamente falaz, puesto que en ambos casos se trata de habitantes de la Palestina histórica, que fueron separados jurisdiccionalmente, pero no social o culturalmente]. La violencia creciente en la Ribera Occidental está generando un clima de miedo, odio e ira. Hay que reducir tensiones inmediatamente para abrir espacio a iniciativas enfiladas a establecer un horizonte político viable.”

Las seguramente buenas intenciones de Wennesland chocan con el proyecto bíblico-sionista de Israel. Y resulta difícil imaginar una senda superadora desde la ONU, la red política mundial creada por EE.UU. para definir el mundo desde 1945.

La ONU, como toda obra humana, incorpora gente con las mejores intenciones y procederes en consonancia; pienso hoy en Bachelet o Wennesland o el excelente Richard Falk, pero si sus afanes chocan “demasiado” con los poderes consolidados el designado es retirado o, como pasó con el comisionado de la ONU para atender el diferendo palestino-sionista en 1947, Folke Bernadotte, sueco, es eliminado.

Entretanto, Israel sigue profundizando la represión: acaba de ser detenida una periodista palestina, madre de dos críos de 4 y 5 años, allanada en la mitad de la noche, aterrorizando a las criaturas; interrogada durante diez horas continuas, con requisa corporal incluida, desnudándola por completo para aumentar la humillación. Su delito: entrevistar a dos presos políticos palestinos que acababan de ser liberados en un canje de prisioneros.

Cuando finalmente, pese al intento inicial de Israel de negar la autoría de la muerte de la periodista Shireen Abu Aqleh, quedó demostrado que francotiradores israelíes eran los reales asesinos de la periodista haciendo su trabajo, y aunque el Dpto. de Estado de EE.UU. declarara que “no ve razones para creer que haya sido intencional sino más bien el resultado de circunstancias trágicas” (un bello parloteo que nada dice), la reacción de la dirigencia israelí ha sido proclamar su derecho irrestricto a matar a quienes quieran. Aclaró Benny Gantz, actual ministro de Defensa: «Es el jefe de estado mayor y sólo él quien decide y continuará siendo quien decida la política de abrir fuego”. Y como “refuerzo de vacuna”, el premier Yair Lapid (dirigiéndose a los mandatarios estadounidenses) dictaminará: “nadie va a dictarnos a nosotros contra quienes abrimos fuego.”

Tanta soberbia después de la atrocidad acontecida con una periodista que sin duda irritaba a la jefatura israelí, como Abu Aqleh, lleva a la pregunta ¿para qué está Israel en la ONU si sigue sólo su propia ley?

Alguien con una mínima lógica y coraje civil tendría que preguntárselo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.