Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
Años de disturbios contra los palestinos, de destruir sus árboles, de vandalismo, incendios premeditados, destrucción, despojo, robo; ni las rocas ni los machetes movieron algo, sino una piedra en la cabeza de un ayudante de la comandancia de brigada hizo toda la diferencia.
Si pudiera, me gustaría enviar un modesto ramo de flores como un gesto de agradecimiento por el trabajo de los manifestantes, los que se infiltraron en la base de la Brigada Efraín en Cisjordania la semana pasada. Ellos lograron, al menos por un momento, lo que otros habían dejado de hacer: agitar a la opinión pública israelí e incluso al ejército y al gobierno en contra de los colonos de Cisjordania.
Buenos días, Israel. ¿Has despertado? Años de disturbios contra los palestinos, la destrucción de árboles, vandalismo, incendio, destrucción, despojo, robo, piedras y machetes no movieron siquiera un pelo aquí. Pero una piedra en la cabeza de un subcomandante de la brigada, el teniente coronel Tzur Harpaz, hizo toda la diferencia.
Un motín en toda regla. Terrorismo judío. Hay milicias en Cisjordania, los colonos terroristas en una tierra de nadie. Y todo esto debido a una piedra que provocó unas cuantas gotas de sagrada sangre judía.
Aquí están de nuevo: la arrogancia y la ideología nacionalista. ¿Cómo es posible que el terrorismo haya surgido del pueblo elegido? ¿Cómo podrían unas pocas gotas de sangre producidas por una persona conmocionar más que los ríos de sangre de otro pueblo? ¿Cómo pudo la piedra que arañó la frente de Harpaz repercutir tanto más fuertemente que la lata de gas lacrimógeno lanzada sobre la frente del palestino Tamimi Mustafá, asesinado cuatro días antes por los soldados del ejército en el cual sirve Harpaz?
No, los jóvenes de encumbrada derecha no han puesto en peligro el Estado de Israel. Ni siquiera se ha distorsionado su imagen, algo que es popular proclamar ahora. ¿Qué quiere usted de ellos? Les han acostumbrado a pensar que todo vale. Suficiente con el cacareo de las lenguas por justicia propia. Suficiente con la «condena» y expresiones falsas y tardías de asombro. No hay nada nuevo bajo el sol cuando se trata de los colonos. No es un «nuevo nivel» de actividad, y tampoco implica el cruce de las «líneas rojas». La única línea que se ha cruzado, tal vez, es la línea de la apatía.
Hemos estado informando durante años sobre las fechorías de los colonos, semana tras semana. Hemos contado cómo amenazan a los palestinos, golpean a sus hijos en su camino a la escuela, tiran basura a sus madres, azuzan a los perros contra los ancianos palestinos, secuestraron pastores, robaron ganado, les amargaron su vida de día y de noche, por valles y montañas, invadiendo y ocupando. Y nunca se conmovió un alma.
Ahora, de repente, hay conmoción. Buenos días, Israel. ¿Por qué? ¿Qué pasó? No se puede castigar a esos jóvenes después de años no solo de apatía ante las fechorías de sus padres, sino también del cálido abrazo y el apoyo que la mayoría de la sociedad brinda al ejército y a todos los gobiernos israelíes. No se puede hablar de ellos con doble intencionalidad, en principio como hermanos, pioneros a quienes se les asignan grandes presupuesto, se les promete autorización para que permanezcan donde están para siempre, verlos como legítimos y dueños de principios afines a un segmento de la sociedad, y de repente darles la espalda, condenarlos y atacarlos. Y todo debido a una piedra.
No se pueden cambiar las reglas de esa manera, un buen día. Y las reglas se establecieron hace mucho tiempo. Es su tierra, la tierra de los colonos, ellos son los dueños y pueden hacer lo que quieran allí. Sólo una distorsión del doble discurso permitiría un cambio de las normas debido a una lesión menor en el ejército israelí. Sólo en el nombre de una doble moral distorsionada uno podría ser sorprendido por los recientes actos, que no fueron de ninguna manera los más graves ni los más crueles.
Por supuesto que Israel tiene el derecho (y el deber) de cambiar las reglas, pero ese cambio debe ser revolucionario y se llevará a cabo a todo lo ancho de la empresa colonizadora, detenerla por completo y cambiar la realidad ilegal, inmoral e intolerable que existe en nuestro patio trasero. El gobierno no está interesado en semejante cambio. El ejército israelí tampoco, y es dudoso que la mayoría de los israelíes quiera un cambio. Sin embargo, menos que eso sería palabra hueca, no más que una pequeña ola en el casco de esta empresa que lleva décadas.
Hasta que eso ocurra, vamos a dejarlos solos. No tiene sentido desalojar un gallinero en el puesto Mitzpé Yitzhar, mientras que el asentamiento de Efrat está lamiendo la orilla de Belén. No tiene sentido hacer la guerra contra los puestos de avanzada «ilegales», mientras que el «legal» asentamiento de Ofra se construyó en tierras robadas. Tampoco tiene sentido dar órdenes de alejamiento para impedir la entrada de un puñado de manifestantes, mientras que a Israel no se le ocurre emitir órdenes similares contra todos sus hermanos.
Los manifestantes violentos en la base Efraín Brigada son lo contrario de los anarquistas, como los llamó el primer ministro Benjamin Netanyahu. Lo que quieren es preservar el orden existente, igual que la mayoría de los israelíes encabezados por el primer ministro. ¿Flores para los manifestantes? En un segundo pensamiento, ellos no hicieron nada.
Fuente: http://www.haaretz.com/print-edition/opinion/israel-wake-up-and-smell-the-coffee-1.402044