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Israel instiga una guerra civil contra sus propios ciudadanos palestinos

Fuentes: Blog del autor [Foto: Miembros de la policía fronteriza israelí junto a la Vía Dolorosa de Jerusalén (AFP)]

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

La ocupación y la opresión son las verdaderas causas de los tres atentados que se han producido en pocos días dentro de Israel, de modo que ¿por qué la única respuesta de Israel es más opresión?

Tres atentados mortales llevados a cabo por palestinos en diferentes ciudades israelíes a lo largo de una semana han provocado una respuesta previsible. El ejército israelí ha enviado gran cantidad de soldados adicionales a Cisjordania y a los alrededores de Gaza, territorios palestinos que ya llevan décadas sometidos a una brutal ocupación militar. Pero el hecho de que, inusitadamente, dos de los atentados los llevaran a cabo ciudadanos israelíes, miembros de una gran minoría palestina cuyos derechos están gravemente limitados y son unos derechos menores que los que tiene la mayoría judía, hace aumentar considerablemente lo que está en juego para la derecha israelí.

En total 11 israelíes murieron en unos atentados que tuvieron lugar con pocos días de diferencia en las ciudades de Beersheba, Hadera y Bnei Brak, un barrio residencial de las afueras de Tel Aviv. Inmediatamente después de los atentados las fuerzas israelíes, que tienen el gatillo muy fácil, mataron a tres palestinos en diferentes incidentes el pasado jueves [31 de marzo de 2022].

Los atentados mortales representaron una oportunidad para que Naftali Bennett, el líder de extrema derecha que el verano pasado arrebató el cargo de primer ministro israelí a Benjamín Netanyahu, demostrara su capacidad a quienes conforman el grueso de los votantes de su partido: los colonos judíos decididos a expulsar a los palestinos de las tierras que pertenecen a estos y reivindicar un supuesto derecho por nacimiento instaurado por la Biblia. Bennett afirmó en una declaración grabada en vídeo que “es el momento de llevar un arma para todo aquel que tenga una licencia de armas” (es decir, la inmensa mayoría de los ciudadanos israelíes).. Y por si no fuera suficiente, anunció que el gobierno estudia “un marco más amplio para involucrar a aquellos voluntarios civiles que quieran colaborar y servir de ayuda”.

Violencia en las calles

No es difícil descifrar qué significan estas declaraciones en la práctica. Hace un año aproximadamente la intensificación de las medidas que vienen de antiguo para hacer una limpieza étnica del barrio palestino de Sheikh Jarrah en la Jerusalén Oriental ocupada se convirtió en uno de los desencadenantes de la peor violencia entre comunidades en Israel en al menos una generación. Los ciudadanos palestinos que organizaron manifestaciones de protesta no solo se enfrentaron a la esperada represión de la policía paramilitar israelí, sino también a la violencia en las calles por parte de bandas de extrema derecha que parecían actuar conjuntamente con las fuerzas de seguridad israelíes.

Parecía que por primera vez los dirigentes israelíes llevaban al interior de la Línea Verde un rasgo fundamental de la ocupación. En los territorios ocupados los colonos armados actúan en la práctica como milicias, y aterrorizan a las comunidades palestinas vecinas bajo la mirada impasible del ejército israelí, que en ocasiones también ayuda a los colonos. Estos actúan de brazo del Estado israelí y ofrecen a los altos cargos israelíes la posibilidad de desmentirlo de forma plausible mientras se aprovechan de la violencia de los colonos. Tanto los colonos como el Estado israelí tienen el mismo objetivo: expulsar a la población palestina de sus hogares para que los colonos judíos se puedan apoderar de la tierra que se ha dejado libre así.

La primavera pasado resultó difícil ocultar que dentro de Israel se estaba utilizando el mismo modelo. El gobierno israelí parecía estar subcontratando a los mismos colonos fanáticos y violentos para encargarse de parte de su seguridad interna y permitirles irrumpir sin trabas en las comunidades palestinas dentro de Israel, donde actuaron como grupos parapoliciales, destrozaron tiendas palestinas, corearon “muerte a los árabes” y agredieron a los ciudadanos palestinos que se cruzaron en su camino. Al mismo tiempo los políticos israelíes de todo el espectro político instigaban en contra de la minoría palestina.

Ahora todo indica que Bennett espera aprovechar los tres atentados para formalizar este acuerdo previo. En particular, ya se ha formado una milicia “Barel Rangers” en la región del Negev al sur de Israel, donde se produjo uno de los atentados. Su fundador, un expolicía, explicó su finalidad en un post en las redes sociales: “Cuando tu vida se ve amenazada, estáis solo tú y el terrorista. Tú eres el policía, el juez y el verdugo”. Recientemente se ha creado otra milicia en Lod, una ciudad cerca de Tel Aviv que el pasado mes de mayo fue testigo de la peor violencia.

Jugar con fuego

Es de suponer que el llamamiento de Bennett a los “voluntarios civiles” a defender el Estado judío pretendiera hacerse eco de lo dicho por el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, que ha instado a los civiles ucranianos a luchar contra el ejército invasor ruso. Puede que Bennett espere que en el actual ambiente internacional haya pocas críticas hacia las milicias judías que actúan de forma similar. Pero mientras que Zelensky ha pedido a los ucranianos que luchen contra invasores extranjeros, Bennett organiza milicias para atacar a ciudadanos de su propio país debido a su origen étnico. Está jugando con fuego al incitar un ambiente de guerra civil en la que una parte, los judíos israelíes, cuentan con las armas y los recursos del Estado, mientras que la otra parte, la minoría palestina, está en gran medida indefensa. En particular, después del segundo atentado en la ciudad judía de Hadera el pasado martes por parte de dos ciudadanos palestinos se formó una turba que coreaba «muerte a los árabe.

Un general retirado, Uzi Dayan, que actualmente es miembro del Parlamento israelí por el partido de Netanyahu, el Likud, puso de relieve a dónde podía llevar todo esto. Advirtió a los 1.8 millones de ciudadanos palestinos de Israel que “tuvieran cuidado” porque, según dijo, se enfrentan a otra Nakba, o “catástrofe”, esto es, la limpieza étnica generalizada de palestinos de su patria que llevaron a cabo las milicias y el ejército israelíes en 1948. “Si llegamos a una situación de guerra civil, las cosas acabarán en una palabra y una situación que ustedes ya conocen, que es Nakba”, afirmó. “Es lo que ocurrirá al final”. Y añadió: “Somos más fuertes. Nos estamos conteniendo respecto a muchas cosas”. Indicó que la limpieza étnica vinculada a la Nakba “no se ha concluido”.

No es una situación que los ciudadanos palestinos podrán evitar si los dirigentes israelíes lo desean. Muchas personas pertenecientes a esta minoría han tenido miedo de salir de sus casas, ir a trabajar o aventurarse en zonas judías (que es la mayor parte del país) por miedo a represalias, debido precisamente a que Bennett y Dayan representan una amplia franja de opinión en Israel que considera a los palestinos, incluso a los ciudadanos palestinos [de Israel], el enemigo.

Entre las medidas que se “están conteniendo” de tomar, como lo expresó Dayan, se podría incluir no solo más violencia respaldada por el Estado, sino intentos de despojar a la minoría palestina incluso de su reducido estatus de ciudadanía. Durante casi dos décadas dirigentes de la extrema derecha como Avigdor Lieberman han estado exigiendo promesas de lealtad y políticas de transferencia [de población] para reducir los derechos de los ciudadanos palestinos. La controvertida Ley del Estado-nación de 2018 minó todavía más estos derechos. El escenario para un nuevo ataque a la ciudadanía ya está preparado.

Leyes racistas

No son frecuentes los atentados mortales por parte de miembros de la minoría palestina de Israel, como los dos ocurridos en rápida sucesión. Más que estar organizados por movimientos palestinos dentro de Israel, siempre los llevan a cabo lo que Israel denomina “lobos solitarios”, individuos profundamente decepcionados y alienados. La minoría palestina ha preferido hacer frente a la discriminación y la opresión sistemáticas que supone vivir como población no judía en un Estado que se ha autoproclamado judío utilizando las limitadas herramientas legales y políticas de las que dispone. Aunque con un éxito mínimo, se han puesto en tela de juicio ante los tribunales decenas de leyes que son explícitamente racistas. La minoría palestina ha presionado cada vez más a la comunidad internacional para que la ayude, unas peticiones que incomodan a Israel.

En el último año cada vez más grupos de derechos humanos y jurídicos han declarado que Israel es un Estado de apartheid, tanto en los territorios ocupados como dentro del propio Israel. La discriminación estructural que ha sacado a la luz la minoría palestina ha desempeñado un papel fundamental para que estas organizaciones lleguen a esta conclusión tan grave. Por consiguiente, dirigentes como Bennett tienen todos los motivos para intentar exagerar la importancia que tienen estos atentados y sugerir, como hizo esta semana, que forman parte de una nueva “oleada terrorista”. Ha prometido ampliar las draconianas órdenes de detención administrativa (es decir, la posibilidad de encarcelar sin acusación o sin que se hagan públicas las pruebas) para hacer frente a esta supuesta oleada. Para hacerle las cosas más fáciles, los tres ciudadanos palestinos implicados en los dos atentados (en Beersheba y Hadera) tenían una vaga relación con el grupo Estado Islámico (EI).

Tomar con muchas reservas

Pero la realidad es que, aunque los tres autores parecen haber tenido simpatías ideológicas con el EI (uno de ellos incluso intentó sin éxito llegar a un campo de entrenamiento en Siria en 2016), el EI carece de una presencia importante entre la población palestina, ni en los territorios ocupados ni en Israel. La identificación con el EI entre un sector muy reducido de la opinión pública palestina llegó al máximo hace cinco años, cuando parecía que el EI podía ofrecer un modelo con éxito para derrocar a los tiranos árabes corruptos y anquilosado de la zona. Los fracasos del EI y su brutalidad pronto acabaron incluso con esta pequeña reserva de apoyo. Según indican las valoraciones, a pesar del espionaje y la vigilancia intensos que lleva a cabo Israel de los palestinos en las redes sociales, solo ha podido identificar a unas pocas docenas de partidarios del EI, que están presos en sus cárceles. Incluso en estos casos, la mayoría han sido detenidos debido a su simpatía ideológica con el grupo, no debido a vínculos tangibles. Y, en cualquier caso, el EI nunca ha expresado un interés apremiante en atacar a Israel. Una declaración de 2016 dejaba claro que el grupo daba prioridad a la lucha contra los gobiernos musulmanes que, en su opinión, habían roto con los principios fundamentales del Islam.

Las facciones islamistas palestinas, en cambio, están comprometidas con la liberación de la patria palestina, sin tratar de reinventar una mítica era dorada de gobierno islámico unificado en todo Oriente Próximo. Son movimientos de liberación nacional palestinos, no yihadistas. Solo por este motivo, la afirmación de que EI es el autor de los dos atentados se debe tomar con muchas reservas. El EI tiene un aliciente para sugerir su participación en los atentados, ya que coincidieron con la llegada a Israel la semana pasada para una cumbre de líderes de cuatro estados árabes, Egipto, Baréin, los Emiratos Árabes Unidos y Marruecos. Estos Estados árabes (y otros que esperan entre bastidores) desean convertir a Israel en el eje de un nuevo pacto de seguridad e inteligencia regional compartido destinado a prevenir amenazas contra sus gobiernos, incluido un resurgimiento de las Primaveras Árabes. Para los partidarios del EI este paso es una humillación más y una prueba de la falta de legitimidad de las autocracias árabes de la zona.

Un doble revés

Estos atentados fueron obra de lobos solitarios (y en un caso de un par de lobos solitarios) que están cada vez más desesperados, furiosos y vengativos al cabo de décadas en las que Israel oprime al pueblo palestino, y de la complicidad y la traición de los gobiernos occidentales y árabes.

La oleada de rabia de los autores de los atentados coincidió con una parte de la agenda del EI, pero en su caso, las raíces son mucho más profundas. Los autores palestinos de Israel no necesitaban el adoctrinamiento de los dirigentes extranjeros del EI para llevar a cabo sus atentados. Tenían muchas razones para querer atacar, lo mismo que el “lobo solitario” palestino de Cisjordania autor de un tercer atentado cerca de Tel Aviv, pero que no tenía vínculo alguno con el EI. Las verdaderas causas fueron décadas de un brutal gobierno militar en los territorios ocupados, y una discriminación y una opresión sistemáticas dentro de Israel.

Tampoco se puede pasar por alto el doble revés de Israel contra el sector más devoto de la minoría palestina de Israel. En primer lugar, en 2015 se ilegalizó el partido religioso mejor organizado y más astuto políticamente de Israel, el Movimiento Islámico del Norte, liderado por el jeque Raed Salah. Los críticos israelíes, incluso dentro del aparato de seguridad, advirtieron entonces que la medida iba a generar algunas protestas islámicas clandestinas y a fomentar un mayor extremismo. Y, en segundo lugar, el verano pasado el rival del anterior, el Movimiento Islámico del Sur, liderado por Mansour Abbas, ayudó a Bennett a echar a Netanyahu del poder. A cambio de unas pocas migajas de la extrema derecha el partido de Abbas se convirtió en el primero en entrar a formar parte de un gobierno israelí.

Ambos acontecimientos han dejado a los musulmanes devotos que se oponen a la ocupación de Israel y a que este pisotee los derechos del pueblo palestino sin un canal de protesta serio y legítimo. Se les ha quitado el poder y se les ha humillado, unas condiciones ideales para provocar que un sector de la población organice atentados violentos como los vistos en los últimos días.

Y para colmo de males, el partido de Abbas apoya a un gobierno que esta semana permitió a un legislador virulentamente antipalestino, Itamar Ben Gvir, recorrer la mezquita de al-Aqsa, el lugar sagrado musulmán de Jerusalén, acompañado de una fuerte protección armada. Ben Gvir quiere que la plaza de la mezquita esté bajo soberanía judía.

Una lección equivocada

De todo esto se puede extraer una lección que Israel ignora intencionadamente, lo mismo que los Estados occidentales que le sirven de modelo para hacerlo. Si tratas a la población con una violencia estructural, si le arrebatas sus derechos, si la denigras y humillas, y si le niegas tener voz en su futuro, no te debe extrañar (y menos aún se puede mantener la pretensión de superioridad moral) que algunas personas te ataquen con sus propias formas de violencia.

La lección equivocada, interesada, que aprenderá Israel, como lo ha hecho durante décadas, es que la respuesta correcta debe ser mayor violencia, mayor humillación y una exigencia de sumisión aun mayor. La opresión continuará, lo mismo que la resistencia.

El apoyo ilimitado que Occidente presta a Israel y a las autocracias árabes que ahora se muestran abiertamente complacientes con Israel tiene un coste. Puede ser tranquilizador quitar importancia a esta situación afirmando que es simple brutalidad del EI, pero eso no impedirá que la presión aumente ni que se produzca la explosión.

Fuente: https://www.jonathan-cook.net/2022-04-05/israel-civil-war-palestinian-citizens/

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.